Leo en la prensa que los servicios de espionaje españoles pillaron a un alto cargo del PNV recibiendo recados de ETA. Ya sabíamos que las diferencias entre ambas formaciones sólo son comprensibles de La Rioja para abajo, pero ello no impide que la conversación fuera una belleza:
“Que si te pasé las mariconadas esas de la hostia, pues”, “Que sí, Pachi, que sí”. En este tono. Hablaban como vizcaínos de chiste. Qué gentecita. Y los recados eran órdenes de ETA sobre la extorsión a empresarios. Y los llevaba un alto cargo del PNV en un bolsillo. Y no pasa nada. Es como para morirse de risa.
Si la policía española tiene ya la capacidad técnica como para poner en evidencia a un jerifalte del PNV, eso quiere decir que las cosas han cambiado y comprendo que los de ETA se palpen el bolsillo.
La capacidad de control se ha desarrollado a tal velocidad que apenas si nos hemos dado cuenta. Todavía en el siglo XVII, un soldado como Martin Guerre tenía que demostrar ser quien decía ser ante el tribunal de Toulouse mediante el juramento público de su propia mujer, porque su tío le acusaba de ser un impostor. Nadie tenía la identidad garantizada más que por el testimonio de los vecinos. Uno era lo que decían sus vecinos.
Todavía durante el Tercer Reich algunos judíos pudieron escapar a la muy eficaz policía alemana. Los esbirros iban casa por casa con una lista de nombres y comprobando que cada nombre se correspondiera con el inquilino buscado. También la colaboración de los vecinos fue esencial: con los actuales sistemas de control no se libraría ni un sólo judío y no serían necesarios los vecinos.
Tengo delante de los ojos el control numérico correspondiente a un día cualquiera de un ciudadano normal en cualquier ciudad civilizada. Todos, absolutamente todos, estamos siendo controlados constantemente, sin que por eso nos sintamos aplastados por un régimen totalitario.
Las principales fuentes de control son: el teléfono móvil, los peajes de las autopistas, las tarjetas de transporte público, las facturas del supermercado, el paso por aeropuertos y estaciones ferroviarias, el uso de cajeros automáticos, los registros de entrada y salida del lugar de trabajo, las cámaras de seguridad callejeras, las de los bancos y comercios, por supuesto todos nuestros pasos por Internet (éste mismo, por ejemplo), y los sistemas secretos que desconocemos, como el que aplicaron al tipo del PNV.
Un comisario de los de antes, colilla al labio y quiniela en el bolsillo, es ahora capaz de decirnos con toda exactitud y en diez minutos lo que hemos hecho en los últimos doce meses, día a día, hora tras hora.
Sin embargo, ¿verdad?, vivimos en una democracia, defendemos las libertades individuales, nuestra prensa es libre porque defiende el equilibrio entre seguridad y libertad, y las ballenas suelen anidar en los abetos cuando llega la época de celo porque se alimentan de cerezas y pastel de queso.
Hay un ojo que lo ve todo, pero nadie nos ha explicado a qué cabeza pertenece. O sea que a nadie le importa.
Obsérvese, sin embargo, que los realmente poderosos (mafias de la droga, de las armas, de la química, de lo nuclear, terroristas auténticos, blanqueadores de dinero, gángsteres, señoritos de la guerra y otros de semejante pelaje), escapan a todos los controles porque pueden pagarse los mecanismos técnicos necesarios para neutralizar a los mecanismos técnicos enfrentados.
