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Escrito por

Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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Un ojo que todo lo ve

Leo en la prensa que los servicios de espionaje españoles pillaron a un alto cargo del PNV recibiendo recados de ETA. Ya sabíamos que las diferencias entre ambas formaciones sólo son comprensibles de La Rioja para abajo, pero ello no impide que la conversación fuera una belleza:

“Que si te pasé las mariconadas esas de la hostia, pues”, “Que sí, Pachi, que sí”. En este tono. Hablaban como vizcaínos de chiste. Qué gentecita. Y los recados eran órdenes de ETA sobre la extorsión a empresarios. Y los llevaba un alto cargo del PNV en un bolsillo. Y no pasa nada. Es como para morirse de risa.

Si la policía española tiene ya la capacidad técnica como para poner en evidencia a un jerifalte del PNV, eso quiere decir que las cosas han cambiado y comprendo que los de ETA se palpen el bolsillo.

La capacidad de control se ha desarrollado a tal velocidad que apenas si nos hemos dado cuenta. Todavía en el siglo XVII, un soldado como Martin Guerre tenía que demostrar ser quien decía ser ante el tribunal de Toulouse mediante el juramento público de su propia mujer, porque su tío le acusaba de ser un impostor. Nadie tenía la identidad garantizada más que por el testimonio de los vecinos. Uno era lo que decían sus vecinos.

Todavía durante el Tercer Reich algunos judíos pudieron escapar a la muy eficaz policía alemana. Los esbirros iban casa por casa con una lista de nombres y comprobando que cada nombre se correspondiera con el inquilino buscado. También la colaboración de los vecinos fue esencial: con los actuales sistemas de control no se libraría ni un sólo judío y no serían necesarios los vecinos.

Tengo delante de los ojos el control numérico correspondiente a un día cualquiera de un ciudadano normal en cualquier ciudad civilizada. Todos, absolutamente todos, estamos siendo controlados constantemente, sin que por eso nos sintamos aplastados por un régimen totalitario.

Las principales fuentes de control son: el teléfono móvil, los peajes de las autopistas, las tarjetas de transporte público, las facturas del supermercado, el paso por aeropuertos y estaciones ferroviarias, el uso de cajeros automáticos, los registros de entrada y salida del lugar de trabajo, las cámaras de seguridad callejeras, las de los bancos y comercios, por supuesto todos nuestros pasos por Internet (éste mismo, por ejemplo), y los sistemas secretos que desconocemos, como el que aplicaron al tipo del PNV.

Un comisario de los de antes, colilla al labio y quiniela en el bolsillo, es ahora capaz de decirnos con toda exactitud y en diez minutos lo que hemos hecho en los últimos doce meses, día a día, hora tras hora.

Sin embargo, ¿verdad?, vivimos en una democracia, defendemos las libertades individuales, nuestra prensa es libre porque defiende el equilibrio entre seguridad y libertad, y las ballenas suelen anidar en los abetos cuando llega la época de celo porque se alimentan de cerezas y pastel de queso.

Hay un ojo que lo ve todo, pero nadie nos ha explicado a qué cabeza pertenece. O sea que a nadie le importa.

Obsérvese, sin embargo, que los realmente poderosos (mafias de la droga, de las armas, de la química, de lo nuclear, terroristas auténticos, blanqueadores de dinero, gángsteres, señoritos de la guerra y otros de semejante pelaje), escapan a todos los controles porque pueden pagarse los mecanismos técnicos necesarios para neutralizar a los mecanismos técnicos enfrentados.

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27 de junio de 2006
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Maneras de verlo

Sobre la dificultad de interpretar algunas figuras retóricas y en especial la ironía, ilustra el siguiente ejemplo tomado de la correspondencia de Shostakovich.

En 1957, durante una visita a Odessa, donde acudió para dirigir alguna de sus obras con motivo del aniversario de la creación de la República Soviética de Ucrania, el compositor escribe una carta a Isaak Glikman cuyo contenido (resumido escuetamente) es el siguiente:

“Salgo del Hotel”.

A continuación, Shostakovich copia la lista completa de los altos cargos del Politburó cuyos rostros adornan las calles preparadas para la festividad. Escribe luego:

“Entro en el Hotel”.

Y le sigue de nuevo la misma lista completa de los altos cargos del Politburó.

El comentario de Zinovy Zinik, de quien tomo la anécdota, es sorprendente: Shostakovich podría haber sido el Warhol de Rusia. Sus manifestaciones políticas podrían interpretarse como una burla, como un rechazo, como testimonio de una admiración, como extática contemplación, como neutralidad fría, como adhesión indestructible, como mera descripción desinteresada, y así sucesivamente.

Casi con toda seguridad, el músico se mofaba del aspecto grotesco de la propaganda soviética, pero es cierto que no puede afirmarse rotundamente, del mismo modo que no podemos afirmar que en sus series sobre accidentes automovilísticos no se sintiera Warhol atraído por los cadáveres atrapados entre los hierros. ¿Rechazo horrorizado del infierno sobre ruedas, o sexualidad fetichista?

Todos los que tenemos la temeridad de hacer públicos nuestros escritos, hemos sentido el desasosiego que produce ser interpretados al pie de la letra cuando estábamos ironizando. Y viceversa. Es como aparecer en la fiesta de cumpleaños inadvertidamente en calzoncillos. Uno se ve a sí mismo vestido con el exigible decoro, pero advierte en los rostros del personal que algo no funciona como es debido. Desasosiego.

No hay remedio, evidentemente: la gracia de las figuras altivas, como la ironía, el sarcasmo, lo que los ingleses llaman innuendo (¿insinuación malévola?), y otras figuras similares que precisan un contrato no realista con el lector, es justamente su ambigüedad. Si fuera tan fácil separar las churras de las merinas, la ironía carecería de sentido.

Cuando uno es malinterpretado, o cuando, por ejemplo, recibe una reprimenda moral por haber narrado un banquete fastuoso haciendo caso omiso de los lectores que pasan hambre, en lugar de reaccionar con ira es conveniente percatarse de que el mecanismo de la distancia ha funcionado. Y que algunos lectores, aquellos con menos sentido de la ironía, atrapados por su incapacidad se ven en la obligación de identificar a un culpable. Para ellos, no entender es sinónimo de error ajeno.

Ciertamente, siempre es mejor tomar al otro por idiota que verse obligado a asumir que uno es tonto.

La ironía es modesta, pero se disfraza de altivez. De ese modo destapa la soberbia de los que van disfrazados de modestos.

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26 de junio de 2006
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Vae Victis

Numerosos testimonios indican que la cúpula del partido de los socialistas catalanes estaba persuadida de ganar el referéndum con cifras apabullantes. En una reunión privada, uno de los máximos dirigentes del PSC afirmó que si la participación bajaba del 60% los jerarcas lo considerarían un fracaso. Creían poder llegar al 70%. Nadie osó contradecirle. Todos, sin embargo, intuían lo que se avecinaba. Se quedaron con un tristísimo 49%.

Sus intelectuales orgánicos, como el errático Joan Subirats ayer en la edición de Catalunya de El País, siguen machacando que el estatuto gallego se aprobó con un 35% y que no por eso deja de ser legítimo, etcétera. Permanecer en la ceguera, cuando se han precipitado en una ciénaga, indica que están asustados por lo sucedido y no quieren abrir los ojos. Como niños ante una película de terror, se dicen: “Espera un momento, un momentito más”, y aprietan los párpados. No les queda otro remedio que abrirlos, pero prefieren hacerlo más tarde. En otoño perderán el poder.

Esta escandalosa desvinculación de cualquier realidad social es precisamente aquello de lo que se les ha acusado una y otra vez: de vivir en una burbuja. Pero como vivían en una burbuja, nunca hicieron caso de quienes les decían que vivían en una burbuja.

Nunca admitieron que la Cataluña sociológica, la compuesta por gentes de aluvión venida de toda la península y ahora de medio mundo, no tiene la menor relación con los delirios puristas y herderianos de Pujol, partidario de una Patria lo más parecida posible a una nación del siglo XIX, pero tampoco con el populismo místico de Esquerra Republicana, típico partido de herencia carlista que sólo cuenta con los universitarios y una parte de la población rural. Tanto Convergencia como Esquerra son partidos decimonónicos; de ahí la estupefacción cuando las élites socialistas adoptaron el catecismo nacionalista, tras las últimas elecciones. Sus expertos, supuestamente los más modernos de España, se habían ruralizado.

Lo interesante sería averiguar las razones de este extrañísimo comportamiento de las élites catalanas más o menos modernas. ¿Qué bicho les ha picado? ¿Por qué son tan distintas de las otras burguesías educadas, tanto españolas como europeas? ¿En qué momento se fortificaron en el búnker de una endogamia autosatisfecha que ha acabado por caerles encima? ¿Fue durante el franquismo? ¿O venía de antes? ¿De una educación sumamente elitista en colegios religiosos o en centros privados catalanistas? ¿De una formación política que ensalzaba a las vanguardias (del proletariado, de las artes, de la distinción social) y despreciaba al populus, a lo popular? ¿De una herida narcisista abierta por la indiferencia de sus colegas madrileños? ¿Un sentimiento de superioridad respecto de los restantes españoles, superioridad que no produce los beneficios codiciados?

Ninguna novela nos lo ha aclarado todavía. La mejor de todas, Últimas tardes con Teresa de Marsé, trataba con aguda ironía a estos personajes que eran entonces simpatizantes del Partido Comunista y ahora ya han sido ministros, directores generales, secretarios y consejeros áulicos, pero los miraba desde la distancia, con la retranca de un marginal. Lo apasionante sería verlos “por de dentro”. Quizás si la trilogía de Mendoza llega algún día a completarse...

Lo indudable es que ahora esa nube de vencidos, muchos de ellos técnicos eficaces que sólo han conocido el lado luminoso de la vida, tendrá que buscar una explicación para su condena. Si Montilla en verdad toma el mando, los nuevos socialistas catalanes apenas tendrán nada que ver con la generación de las Olimpiadas. Probablemente los más sensatos dan por perdidas las próximas elecciones y se preparan para un largo viaje. Camellos, arena, sol ardiente, de vez en cuando un oasis.

La reorganización del partido es fundamental si no quieren que en Cataluña, dentro de diez años, sólo queden dos formaciones, los nacionalistas de CiU y los ultras de ER, con una abstención del 60%.

Eso sin contar con que ya hay un nuevo partido, Ciutadans de Catalunya, esperando el pistoletazo de salida. Una incógnita esperanzadora.

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23 de junio de 2006
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Neoexilio del postpátrida

En la revista Letras Libres de este mes viene una soberbia entrevista de Ricardo Cayuela con Jon Juaristi.

Nuestro país es tan beocio que Juaristi suele figurar más frecuentemente como personaje político que como poeta e historiador. Sin embargo, los libros en prosa de Juaristi forman parte de lo mejor que se ha escrito en España en los últimos decenios, no sólo por el interés intrínseco del contenido, sino por la perfección del arte.

A alguien puede caerle lejos el origen del sabinismo vasco, o encontrarse en los antípodas políticos de Juaristi, pero deberá reconocer que hay muy pocos ensayistas en este país que escriban con tanta elegancia. Sus últimos libros de recuerdos y memorias tienen una personalidad literaria indudable.

La entrevista no contiene un solo párrafo de relleno, pero lo que más me ha llamado la atención ha sido el tono distante, levemente atristado, atópico, es decir, la música pausada de las respuestas. Como si la voz del entrevistado contestara en Adagio. Incluso en Largo.

Dice Juaristi algo que resulta extremadamente difícil de explicar a los amigos de buena voluntad que se han metido de cabeza en el nacionalismo regionalista, y es que tanto el nacionalismo vasco como el catalán tienen sus raíces en la extrema derecha española y por esta razón le encantaban a Franco. Cuando a veces veo a Otegui en esas ceremonias siniestras con bailarines y muchachas vestidas según el gusto de los señoritos del XIX, siempre pienso que Franco habría asistido entusiasmado.

La desconhort, de todos modos, aparece más adelante, cuando Juaristi expone una de las mayores paradojas a la que está llegando este país: la de crear un modelo de exiliado que vive el exilio en su propia patria. Como es lógico, Juaristi ya no puede volver al País Vasco, ni siquiera en el caso de que la tregua de ETA se muestre consecuencia de una verdadera derrota. Ha reconstruido su vida lejos de allí y no ha de ser agradable cruzarte todos los días con quienes quisieron matarte o quienes no hicieron nada para impedirlo.

Tampoco puede decirse que sea un exiliado, porque vivir en Madrid, en Sevilla o en Elche, no es para él vivir “en el extranjero”; eso es lo que querrían quienes trataron de matarlo, esa sería su victoria. De modo que se encuentra íntimamente forzado a sentirse exiliado, pero sin ninguna referencia pragmática que lo confirme. Como en un sueño.

Es aquel “vivo sin vivir en mí” aunque aplicado ahora a una desterritorialización, perdón por el palabro, que no tiene nombre propio. No sé si podría hablarse de un exilio virtual. En cualquier caso, una incomodísima y desasosegada manera de verse en el mundo. Tengo para mí que Juaristi se ha aproximado a la tradición hebrea para cauterizar esa herida.

Decía Heidegger que decía Sófocles que el humano lleva consigo su propia casa (es upsepolis) aunque carece de casa (es apolis), y que va en todas direcciones (es pantoporos) ya que no tiene lugar alguno que le sea apropiado (es aporos). Sin lugar y sin casa, siempre en marcha hacia la nada, el humano es “lo más inquietante”.

A Juaristi, como a todos aquellos a quienes los nacionalistas están expulsando de sus casas, o aquellos otros que no pueden soportar la convivencia con los nacionalistas por razones éticas y estéticas, se le abre a cada paso “lo más inquietante”.

Vivir en lo inquietante, en lo que no puede quedarse quieto (también en lo que no puede dejar quieto aquello que hay, lo que necesita cambio constante), es un agobio, pero el único modo de llegar con mayor hondura a lo que los humanos somos, a nuestro fondo.

Un fondo difícil de soportar y para cuyo alivio inventamos quimeras salvadoras de terribles consecuencias como el nacionalismo y las demás religiones. Porque ese fondo no es otra cosa que la nada.

La entrevista lleva un título exacto: “Adiós a la tribu” y recuerda el de aquella tristísima novela de Robert Graves, Good-Bye to all that.

Adiós a la tribu; bienvenida sea la intemperie.

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22 de junio de 2006
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La coleccionista

No sé cómo me entró la curiosidad por los coleccionistas. Quizás porque aún tengo presente aquel cazador de lepidópteros que William Wyler disecó con fino bisturí en una película muy incorrecta para el actual marco teórico (o sea, “mundo”), a partir de una novela de John Fowles injustamente olvidada. Más exacta aún, la Collectionneuse, de Rohmer, sorteaba el crimen del macho, pero ponía en juego una sexualidad femenina que podía ser letal para sus presas. El caso es que llevo camino de coleccionar coleccionistas.

Es muy agradable la colección de Angela Rosengart, en Lucerna. Aunque la ciudad padece la erosión del turismo y hasta la más elegante y sólida de las construcciones humanas, las pirámides egipcias pongamos por caso, se abarata y dilapida con el turismo masivo, el circo de picos nevados que limita el lago de los Cuatro Cantones en la ciudad de los puentes pintados, es casi inexpugnable a la miseria.

En aquella ciudad apersonada y burguesa, Angela Rosengart mantiene dos museos y ambos son emocionantes. En el primero, el más pequeño y secreto, el Picasso Museum de la Furrengasse, ha reunido obra del malagueño, pero sobre todo la estupenda colección de fotografías que le hizo David Douglas Duncan.

(Nota al margen: A veces estoy tentado de incluir ilustraciones al texto, pero prefiero dejarlo en manos de los atentos lectores. De ese modo llueve del cielo alguna bendición. Ayer mismo, uno de nuestros colegas colgó la foto del archigoya de Zurich. Es de agradecer. A pesar de las apariencias, la soledad limita a ambos lados del blog y cuando se rompe aparecen en el firmamento las frías, las lejanas, las espléndidas estrellas).

Las fotos de Duncan, muy conocidas, persiguen a la pareja Picasso hasta que dejó de ser una pareja por orden de la Parca. Seguir ese trayecto terminal del pintor, por mucha antipatía que uno sienta hacia su carácter depredador, abre las carnes. La celebérrima imagen de Picasso iniciando un paso de minueto con los brazos en jarras y unos calzoncillos que le llegaban a la rodilla, da idea del excelente humor que le acompañó hasta la tumba.

La última fotografía de Jacqueline, al borde del suicidio tras la muerte de su pareja, cierra un ciclo de calidez doméstica evidente. Es casi imposible no caer en el sentimentalismo más blando ante semejante dolor. La desolación de la viuda nos invita, sin embargo, a respetar a Picasso sin negar su innegable egotismo. No sólo crueldad, también hubo alegría y gozo en la convivencia del coleccionista con sus presas.

El segundo museo, la Sammlung Rosengart de la Pilatusstrasse, ocupa un fenomenal edificio en la calle noble de la ciudad, comprado, restaurado, inventado y cuidado por Angela, la hija del marchante Siegfried Rosengart, el que fuera uno de los más importantes del mundo y (todavía) sin rastro de contaminación nazi. Hay allí algunas piezas esenciales de Picasso, como el Busto en gris de 1941 (Dora Maar) en donde puede observarse el grafismo del que surgirá todo Bacon, de pe a pa.

Junto a la tonelada de picassos, hay también ciento cincuenta obras de Klee que me confirman en una opinión que sólo puedo expresar en voz baja. El artista suizo pertenece a ese ámbito que en literatura se llama “infantil y juvenil”. Lo imagino como el émulo óptico de Siddharta, de Hesse, en sus momentos fantásticos; aunque también tiene sus Islas del Tesoro en los momentos imaginativos.

El museo, al que (pero eso le está sucediendo a casi todos los museos del mundo) le sobra un ochenta por ciento de la avejentadísima École de Paris (¡Dios mío qué lejos están los Dufy, los Utrillo, los Modigliani, del mundo actual!), es racional y luminoso. Su dueña, Angela Rosengart, no ha tenido descendencia. Trabajó junto a su padre desde que tuvo uso de razón. Muerto el padre, la colección es su familia. Acude todos los días y siempre se detiene, ora ante éste, ora ante aquel lienzo, con el que dialoga en silencio.

¿Cómo estás, querido? ¿Subo la calefacción? ¿Te han molestado las visitas? Sigues teniendo un aspecto espléndido, pero voy a llamar al médico para que te restaure esa esquina; la tienes un poco pelada. A pesar de los años que llevamos juntos cada día me descubres algo nuevo. ¡Oh, no exageres! He hecho lo que haría cualquier mujer en mi lugar. Etcétera.

Cuando percibí ese aroma de cuarto de los niños, esa broncínea protección, ese abrigo de todo mal, recordé a la baronesa Thyssen y su fiera defensa de la colección madrileña, contra el ayuntamiento de la capital. Estas mujeres defenderán a sus crías como tigresas. Recuerde el alma dormida a Lillian Gish con la escopeta sobre las rodillas en La noche del cazador y camine con paso liviano cualquiera que pise el recinto de los niños.

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21 de junio de 2006
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Para evitar el suicidio

Si alguien (Dios no lo permita) se aburre, se harta, se abruma, se asquea, se hastía de los nacionalistas y del fútbol, siempre puede saltar al primer vuelo que encuentre hacia Zurich y una vez en aquella ciudad alegre y bullanguera, dirigirse al muelle y tomar el hermoso paquebote Glärnisch para cruzar el Zurichsee (que no el Zurichersee, los suizos son muy suyos) y media hora más tarde apearse en el embarcadero de Zurichhorn y allí mismo restaurarse con un wok de pollo y verduras de excelente factura, acompañado por medio litro de apfelwine que es la sidra de toda la vida.

Una vez satisfechas la zonas anímicas inferiores del humano, cruce éste el parque saltando por encima de las parejas que se solazan en la mullida hierba (ayer se alcanzaron los 30º) y lléguese hasta el número 172 de la Zollikerstrasse, en donde encontrará la colección privada del magnate E.G.Bührle a quien hasta el momento no le han pillado material manchado de sangre.

Cruce el umbral neoclásico, pague lo que debe, suba las escaleras, no se distraiga con la esplendorosa Sultane de Manet, una obra maestra, sapristi, busque y husmee.

Casi al final del recorrido, cuando sus fuerzas ya flaqueen, junto al retrato de Hubert Robert a quien Fragonard adivinó como un turbulento heraldo de la revolución, topará el peregrino con un Goya feroz, un archigoya.

Es la Procesión en Valencia de dudosa datación (¿1815, 1820?), pero contundente motivo. Ahí encontrará el curioso la explicación de todos nuestros males, la rabiosa (exacto) actualidad política del país, los trascendentales iconos de una condena: la nuestra.

En primer plano, un par de arrieros acarrean un inmenso cofre, un tesoro, pero la acémila de la derecha ha caído cuan larga es y el mozo se ejercita deportivamente moliéndola a palos. Dos paisanos lo observan con aguda curiosidad científica y las manos a la espalda. Por detrás de la escena serpentea la procesión encabezada por un robusto canónigo cuyo bostezo descomunal ocupa el centro geométrico del cuadro. Le siguen monaguillos, tullidos, piadosas ancianas, tarados, frailes, y todo transcurre bajo la atenta vigilancia de un hidalgón rechoncho a quien acompaña un escomendrijo, probablemente su hijo.

Nuestros iconos familiares cambian de aspecto: dejan los hábitos frailunos, las gorgueras, los jubones, pero conservan el interior del cráneo inalterado a través de los siglos. Antes trepaban a un púlpito para berrear sus sandeces, ahora lo hacen desde el estudio de televisión. La grandeza de sus ideas no ha cambiado de tamaño. Tampoco nosotros hemos cambiado: somos los que se largaron a uña de caballo con Napoleón. Mejor aún, con Pepe Botella, bendito sea.

La eternidad de la tertulia barroca y milagrera no explica nada, pero alivia la desesperación de los afrancesados. Quiere decirse que la insoportabilidad peninsular es cosa meteorológica, orográfica, tectónica, en todo caso, sobrehumana, algo que se produce debido a la deriva de los continentes y no por culpa nuestra y de nuestros padres.

Al atardecer, Zurich es una fiesta. Las terrazas son hormigueros, los cafés bullen, los bares, las brasseries, los restaurantes al aire libre invitan a vivir sin hacer el ridículo. Uno cree estar a orillas del Guadalquivir entre gente sensata y mira con curiosidad los precios de los alquileres, por si las moscas.

Luego recuerda que aquí el verano dura una semana.

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20 de junio de 2006
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Entre los sacrificadores

Fe de erratas: Lo que suele calificarse como “una atenta lectora” de este blog, ha tenido la generosidad de corregirme. En efecto, como ya sospechaba, el de los pajaritos no era Rothko, sino Barnet Newman. Cuando las piezas del rompecabezas coinciden, uno suspira feliz por la perfección del cosmos. La trivialidad queda en el haber de Newman y me alegro. A Rothko le tengo cariño.

     ***

Regresé a Barcelona para estar presente el día del referéndum estatutario. Si estás de viaje y no votas, no es que te abstengas, es que te importa una higa. Así que volví a Barcelona para no votar. Hay que ser cívicos.

Votar que NO habría sido quizás más contundente, pero me desasosegaba interferir en el juego amoroso de una pareja tan bella como el PP y ER unidos en un tango rasgado. Que los conservadores de toda la vida coincidan con los tradicionalistas recién llegados no puede asombrar a nadie más que a los habituales de la opinión tonta. Hay un fondo de intolerancia, de profunda cerrazón hispana, de falangismo, en los independentistas.

Estos pájaros de Su Patria son reaccionarios en el sentido más beocio: partidarios de las colectividades pegajosas y místicas, contrarios a cualquier individuación, entusiastas de la injerencia de políticos y funcionarios en la vida privada de los ciudadanos, entregados a causas trascendentales y a jefes carismáticos, creen ser diferentes de “los rancios españoles” pero son su mejor representación.

Son sus nenes, esos falangistas folklóricos, los que agreden a Arcadi Espada, a Fernando Savater, a los vascos que acuden a Cataluña buscando apoyo contra sus asesinos y a cualquiera que para ellos sea “español”, es decir, la totalidad del PP, pero también los socialistas cuando no les lamen los zapatos. Si eso no es fascismo, que baje Dios y lo vea.

De ahí que el oportunismo de los socialistas catalanes, envolviéndose en una bandera que nunca fue la suya a cambio de un puñado de duros haya sido una catástrofe seguramente irreparable para la democracia catalana. Al fundirse en el colectivismo religioso de los nacionalistas, los socialistas catalanes (sus dirigentes) han destruido el último espacio de racionalidad que quedaba en esta región tan dada al delirio religioso.

Sin embargo, no creo yo que el fracaso rotundo de ese conglomerado nacionalista al que no ha votado ni la mitad de los catalanes sirva para nada. Precisamente porque no son demócratas, es decir, no están al servicio de los votantes, sino que son ideólogos y clérigos que ponen bajo sus órdenes a la población, evitarán por todos los medios reconocer su estrepitoso desastre.

Acabo de oír por la TV a un prebendado del nacionalismo, un tal Jordi Sánchez, decir que la baja participación será aprovechada por la derecha española, por los enemigos de Cataluña, etcétera, etcétera, para atacar a la Patria. El cinismo de esta gente, su desvergüenza, la rusticidad de sus ayatolas, no tiene parangón en ningún otro lugar de España, ni siquiera en el País Vasco.

Las cosas, aunque parezca imposible, empeorarán.

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19 de junio de 2006
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Origen de una leyenda

Siempre me había hecho mucha gracia la respuesta de Rothko a un crítico que insistía en que los artistas estaban obligados a conocer el estado de la teoría artística de su tiempo.

En realidad, aunque no fuera él, tal es la posición (yo creo que muy justificada) de Arthur Danto cuando dice que cada obra de arte debe su significado a un marco teórico concreto e histórico. Así, por ejemplo, las cajas de limpiador Brillo de Warhol no habrían podido ser consideradas “Arte” antes de la Fontaine de Duchamp y sus desarrollos filosóficos.

En todo caso, Rothko, con esa indignación que sólo se les permite a los artistas que gastan bigote, que muestran una altísima conciencia moral o que aman una patria eterna y anterior a los humanos, contestó la frase que se ha repetido luego en todos los libros:

“Los pájaros no tienen por qué saber ornitología”.

¿No era Rothko? Da lo mismo. No hay crítico o historiador del arte contemporáneo que no la haya citado alguna vez, atribuida a este o a aquel pintor neoyorkino.

Como ayuda solidaria para aquellas atribuladas personas que están escribiendo una tesis doctoral, les ofrezco ahora esta nota a pie de página: la verdadera fuente de la frasecita:

La plupart des hommes qui vivent dans le monde y vivent si étourdiment, pensent si peu, qu’ils ne connaissent pas ce monde qu’ils ont toujours sous les yeux (...) par la raison qui fait que les hannetons ne savent pas l’histoire naturelle.

“La mayor parte de la gente que vive en este mundo, vive de un modo tan atolondrado, reflexiona tan poco, que desconoce el mundo que tiene constantemente ante los ojos (...) y eso por la misma razón por la que los abejorros ignoran la Historia Natural”.

Lo escribió Chamfort, uno de los escritores favoritos de Nietzsche, en Maximes et pensées, pero en un sentido exactamente opuesto al de la famosa frase de Rothko, es decir, contra aquellos que creen que pueden vivir sin conocer el marco teórico que los define. En fin, “el mundo”, porque el mundo no es otra cosa que un marco teórico.

Chamfort, plurisuicida, es uno de los personajes más crispados de la Revolución Francesa, un emocionante destructor, el amigo de todas las causas perdidas. Me extraña que Hollywood no lo haya descubierto.

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16 de junio de 2006
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Marte y Venus

Nota: Este blog no se publicó ayer debido a problemas con el operador de internet. Pedimos disculpas a los lectores.

Tras el paseo medieval de ayer, tan gustoso, me tomo unas vacaciones por el pasado del pasado.

Un europeo del año 1800 vivía prácticamente como un palestino en tiempos de Jesucristo, no viajaba, si tenía prisa montaba en mulo, si mercaba dependía del viento y del mar, si labraba miraba con congojo los signos del firmamento, las noches eran eternas, así como el invierno, tenía tantos hijos como le daba la mujer y así sucesivamente.

Por el contrario, la distancia entre un europeo de 1800 y otro de 1870 es el abismo. Entre 1814 y la primera guerra mundial, los europeos no cambiamos de era, cambiamos de planeta.

La mayor diferencia, la máxima incomprensión, radica en la concepción del trabajo honrado. Para una persona educada y de la buena sociedad del Antiguo Régimen, lo principal y más hermoso, la actividad digna, moralmente excelente, el trabajo fructífero, es la guerra. Los caballeros tenían como principal función en este mundo poner en juego su vida para proteger a los suyos y para divertirse. Fuera o no fuera verdad. La verdad es cosa de filósofos.

Bela m’es pressa de blezos
Cubert de teintz vermelhs e blaus
D’entresenhz e de gonfanos
De diversas colors tretaus
Tendas e traps e rics pabalhos tendre
Lansas frassar, escutz traucar, e fendre
Elmes brunitz, e colps donar e prendre

“¡Qué bello es empuñar los escudos de tintes rojos y azules, los estandartes, los gonfalones multicolores. Alzar ricas tiendas, reales y pabellones. Romper lanzas, perforar escudos, hender yelmos bruñidos, dar y recibir golpes...”.

Es la alegría explosiva de Bertran de Born cuando comienzan las campañas de primavera y verano. Ya terminó el insoportable invierno, el encierro entre piedras húmedas junto a pavorosos fuegos que te llenan los ojos de hollín, ya no habrá que soportar las habladurías y enredos de la servidumbre, sus mezquinas peleas, sus líos de alcoba, por fin rompe uno las cadenas de la pedigüeña, la quejumbrosa familia. En cuanto el sol comienza a calentar, empieza el gran juego: vivir, matar y morir.

E ai grant alegratge
Quant vei per champanha renjatz
Chevaliers e chavaus armatz

“Y me llena de alegría ver la campiña cubierta por caballos y caballeros armados, en orden de combate”.

Muchos ciudadanos actuales se espantan cuando leen cosas de este calibre. No les caben en la cabeza. Es su modo de sentirse superiores a los abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, en fin, moralmente por encima de todo el género humano muerto. Hipocresía. Nunca se ha asesinado tanto como en los tiempos modernos.

La guerra era la vida normal de las gentes hasta la Revolución Francesa y el triunfo del poder burgués. Todavía en 1760 el príncipe de Ligne escribía estas curiosas palabras:

La vie que je menais à mon cher Beloeil oú des guerres, des voyages et d’autres plaisirs m’empechaint d’être autant que je l’eusse vulu, était fort heureuse.

“La vida que llevaba en mi querida (residencia de) Beloeil era razonablemente dichosa, aunque las guerras, los viajes y otros placeres me impidieran residir allí tanto como yo deseara”.

Viajes, guerras... y otros placeres. Veo bizquear de espanto a Llamazares, a los obispos, a Suso de Toro, a la Generalitat de Cataluña en su totalidad, a la ministra de Cultura, a todas las almas bellas de nuestro pacífico terruño.

Luego vino el progreso. También la guerra progresó y, como decía Nimier el otro día, se desprestigió mucho en cuanto todo el mundo comenzó a participar en ella.

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15 de junio de 2006
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Ni te cases ni te embarques

Dada la fecha y en homenaje a épocas más dichosas durante las cuales los humanos dejamos nuestro destino al albur de los astros, me voy al Museo de Cluny. Exponen sesenta nuevas piezas. Del siglo X al XVI.

El museo de las termas de Cluny es uno de los más bellos del mundo. La mansión de Jacques D’Amboise, potentado borgoñón del siglo XV, es la única que sobrevivió a las revoluciones urbanas de esta villa cuyo cerebro se recalienta cada treinta años con desagradables derrames de sangre. Han pasado cinco siglos y la mansión del borgoñón está prácticamente intacta. Además, la visita muy poca gente. Sobre todo, niños.

Me lo descubrió, el siglo pasado, uno de los filósofos más duros que ha dado España. Un cráneo lleno de cuarzo y azufre, que trabaja con la silenciosa potencia de un Bentley. En aquella época pertenecía al partido comunista del exilio. Creo que sigue ahí. Le ha dado por la física quántica. ¡En España...!

Cuando la torturada lógica de Hegel le dejaba un instante de recreo, descansaba en el museo de Cluny. Vagar por aquellas salas donde duermen los espíritus que vivieron cuando Europa aún era civilizada, sosegaba el maelstrom de sus neuronas. Pasaba horas absorto delante del tapiz de la Dame a la Licorne, extasiado por el refinamiento del repertorio: la enseña (A mon seul désir), la elegancia indescriptible de la muchacha, la pureza viril del unicornio, la lealtad del león, los pájaros, el simio, las flores, el halcón... toda la simbología de aquel mundo mágico le era mil veces más comprensible que la vertiginosa caída de la filosofía en el nihil, después de que Kant, inesperado David, la lanzara al vacío cósmico con su onda crítica.

Me habría gustado compartir con él un par de nuevas piezas que el museo ha comprado en estos últimos años. La talla en madera de una Santa Clara de ropajes tempestuosos que parece arrebatada por una nube de lana que la levanta hacia el éxtasis. Una Teresa de Bernini nacida a riberas del Rhin.

Y sin duda el enigmático tapiz de la Pirouette, es decir, de la peonza. Tres peonzas yacen ya en el suelo, derribadas, aunque una gire todavía sus últimas vueltas empeñada en perdurar, mísera criatura. En lo alto, sobre la piedra del altar, una mano celeste está poniendo en movimiento la cuarta. Nace una nueva vida. Nace una nueva servidumbre.

Le habría gustado verla, él que ha luchado toda su vida contra la servidumbre en un mundo de esclavos.

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13 de junio de 2006
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El Boomeran(g)
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