Félix de Azúa
Dada la fecha y en homenaje a épocas más dichosas durante las cuales los humanos dejamos nuestro destino al albur de los astros, me voy al Museo de Cluny. Exponen sesenta nuevas piezas. Del siglo X al XVI.
El museo de las termas de Cluny es uno de los más bellos del mundo. La mansión de Jacques D’Amboise, potentado borgoñón del siglo XV, es la única que sobrevivió a las revoluciones urbanas de esta villa cuyo cerebro se recalienta cada treinta años con desagradables derrames de sangre. Han pasado cinco siglos y la mansión del borgoñón está prácticamente intacta. Además, la visita muy poca gente. Sobre todo, niños.
Me lo descubrió, el siglo pasado, uno de los filósofos más duros que ha dado España. Un cráneo lleno de cuarzo y azufre, que trabaja con la silenciosa potencia de un Bentley. En aquella época pertenecía al partido comunista del exilio. Creo que sigue ahí. Le ha dado por la física quántica. ¡En España…!
Cuando la torturada lógica de Hegel le dejaba un instante de recreo, descansaba en el museo de Cluny. Vagar por aquellas salas donde duermen los espíritus que vivieron cuando Europa aún era civilizada, sosegaba el maelstrom de sus neuronas. Pasaba horas absorto delante del tapiz de la Dame a la Licorne, extasiado por el refinamiento del repertorio: la enseña (A mon seul désir), la elegancia indescriptible de la muchacha, la pureza viril del unicornio, la lealtad del león, los pájaros, el simio, las flores, el halcón… toda la simbología de aquel mundo mágico le era mil veces más comprensible que la vertiginosa caída de la filosofía en el nihil, después de que Kant, inesperado David, la lanzara al vacío cósmico con su onda crítica.
Me habría gustado compartir con él un par de nuevas piezas que el museo ha comprado en estos últimos años. La talla en madera de una Santa Clara de ropajes tempestuosos que parece arrebatada por una nube de lana que la levanta hacia el éxtasis. Una Teresa de Bernini nacida a riberas del Rhin.
Y sin duda el enigmático tapiz de la Pirouette, es decir, de la peonza. Tres peonzas yacen ya en el suelo, derribadas, aunque una gire todavía sus últimas vueltas empeñada en perdurar, mísera criatura. En lo alto, sobre la piedra del altar, una mano celeste está poniendo en movimiento la cuarta. Nace una nueva vida. Nace una nueva servidumbre.
Le habría gustado verla, él que ha luchado toda su vida contra la servidumbre en un mundo de esclavos.