Félix de Azúa
Nota: Este blog no se publicó ayer debido a problemas con el operador de internet. Pedimos disculpas a los lectores.
Tras el paseo medieval de ayer, tan gustoso, me tomo unas vacaciones por el pasado del pasado.
Un europeo del año 1800 vivía prácticamente como un palestino en tiempos de Jesucristo, no viajaba, si tenía prisa montaba en mulo, si mercaba dependía del viento y del mar, si labraba miraba con congojo los signos del firmamento, las noches eran eternas, así como el invierno, tenía tantos hijos como le daba la mujer y así sucesivamente.
Por el contrario, la distancia entre un europeo de 1800 y otro de 1870 es el abismo. Entre 1814 y la primera guerra mundial, los europeos no cambiamos de era, cambiamos de planeta.
La mayor diferencia, la máxima incomprensión, radica en la concepción del trabajo honrado. Para una persona educada y de la buena sociedad del Antiguo Régimen, lo principal y más hermoso, la actividad digna, moralmente excelente, el trabajo fructífero, es la guerra. Los caballeros tenían como principal función en este mundo poner en juego su vida para proteger a los suyos y para divertirse. Fuera o no fuera verdad. La verdad es cosa de filósofos.
Bela m’es pressa de blezos
Cubert de teintz vermelhs e blaus
D’entresenhz e de gonfanos
De diversas colors tretaus
Tendas e traps e rics pabalhos tendre
Lansas frassar, escutz traucar, e fendre
Elmes brunitz, e colps donar e prendre
“¡Qué bello es empuñar los escudos de tintes rojos y azules, los estandartes, los gonfalones multicolores. Alzar ricas tiendas, reales y pabellones. Romper lanzas, perforar escudos, hender yelmos bruñidos, dar y recibir golpes…”.
Es la alegría explosiva de Bertran de Born cuando comienzan las campañas de primavera y verano. Ya terminó el insoportable invierno, el encierro entre piedras húmedas junto a pavorosos fuegos que te llenan los ojos de hollín, ya no habrá que soportar las habladurías y enredos de la servidumbre, sus mezquinas peleas, sus líos de alcoba, por fin rompe uno las cadenas de la pedigüeña, la quejumbrosa familia. En cuanto el sol comienza a calentar, empieza el gran juego: vivir, matar y morir.
E ai grant alegratge
Quant vei per champanha renjatz
Chevaliers e chavaus armatz
“Y me llena de alegría ver la campiña cubierta por caballos y caballeros armados, en orden de combate”.
Muchos ciudadanos actuales se espantan cuando leen cosas de este calibre. No les caben en la cabeza. Es su modo de sentirse superiores a los abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, en fin, moralmente por encima de todo el género humano muerto. Hipocresía. Nunca se ha asesinado tanto como en los tiempos modernos.
La guerra era la vida normal de las gentes hasta la Revolución Francesa y el triunfo del poder burgués. Todavía en 1760 el príncipe de Ligne escribía estas curiosas palabras:
La vie que je menais à mon cher Beloeil oú des guerres, des voyages et d’autres plaisirs m’empechaint d’être autant que je l’eusse vulu, était fort heureuse.
“La vida que llevaba en mi querida (residencia de) Beloeil era razonablemente dichosa, aunque las guerras, los viajes y otros placeres me impidieran residir allí tanto como yo deseara”.
Viajes, guerras… y otros placeres. Veo bizquear de espanto a Llamazares, a los obispos, a Suso de Toro, a la Generalitat de Cataluña en su totalidad, a la ministra de Cultura, a todas las almas bellas de nuestro pacífico terruño.
Luego vino el progreso. También la guerra progresó y, como decía Nimier el otro día, se desprestigió mucho en cuanto todo el mundo comenzó a participar en ella.