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La señal de la cruz

La sensación es rara. Me asomo a la ventana y veo enfrente la llegada en fila de los automóviles, la mayoría con un solícito chofer uniformado, que van depositando a damas y caballeros elegantes ante las puertas del Hotel Phoenicia, el de mayor solera de la ciudad. Sin embargo, si mi mirada, como la de una cámara, se desvía en una leve panorámica hacia la izquierda, alejándose de la línea costera, lo que los ojos ven es distinto: a pocos metros del esplendente edificio del Phoenicia se yergue un rascacielos sin luz ni lujo alguno ni habitantes en su interior, distinguidos sus veinte pisos por la evidente ruina de las instalaciones, los muros horadados, las barandillas partidas, el vuelo en este anochecer ventoso de unos jirones de toldo en las terrazas altas.

     La escena tiene lugar en Beirut, y el vaciado esqueleto que todas las mañanas veo al abrir las cortinas de mi habitación es el del hotel Holiday Inn, que fue por poco tiempo uno de los cinco estrellas de la capital libanesa, hasta que la guerra civil, iniciada poco después de su inauguración, lo convirtió en lugar predilecto de los francotiradores, contra quienes recíprocamente disparaban su fuego las fuerzas rivales. La guerra terminó, después de quince años, en 1990, pero la reconstrucción de la atractiva ciudad por la que hoy paseo no fue completa; incluso en los barrios céntricos  -no afectados por los bombardeos de la operación Lluvia de Verano emprendida en diversos puntos del país por el ejército de Israel en julio del 2006-  se siguen viendo fachadas con muesca de balas, interiores domésticos despanzurrados, esquinas rotas. El Holiday Inn, orgullosa su mole junto a la cornisa marítima, nunca se restauró; para qué molestarse, debieron de pensar los empresarios de la gran cadena hotelera, siendo posible que al cabo de un tiempo volvieran a tan estratégico lugar los hombres armados de una u otra facción, parapetados en las habitaciones sin huéspedes o haciendo otros blanco en sus cristales.

     Beirut es seguramente la ciudad más viva y estimulante del Oriente Medio. Tiene desde luego una topografía un tanto escabrosa, de laderas y calles empinadas y aceras poco transitables, en las que a menudo la silueta de un tanque y un pelotón militar con metralleta son las señales de tráfico más perentorias. Aun así, ahora es una ciudad pacífica, y sus habitantes lo manifiestan de un modo abigarrado y -al menos en apariencia-  despreocupado. Claro que en estos veinte años últimos de paz civil, el país ha sufrido, aparte de los bombardeos de Israel contra las milicias de Hezbolá, el asesinato de varios de sus políticos más destacados, y entre ellos el primer ministro Rafik Hariri, muerto el 14 de febrero del 2005 por la explosión de un coche-bomba atribuido a los servicios de inteligencia sirios. De vez en cuando, me dicen los amigos de Beirut, disparos en la noche oídos no lejos de donde viven indican algo más que un rifirrafe vecinal. Los milicianos chiítas de Hezbolà, una fuerza potente en el país (y muy significada en todo el valle de la Bekaa), siguen en posesión de un amplio arsenal, que alguna vez sacan a la calle, sin por ello abandonar la coalición gubernamental de la que forman parte.

      El alma de la ciudad, sin embargo, se muestra indolente, y en ella destaca la presencia de las mujeres, sin duda las de mayor grado de libertad, al menos gestual, de todo el mundo árabe, lleven o no velo; sorprende y gratifica la imagen de tantas de ellas, jóvenes y maduras, fumando en los numerosos cafés del centro, el llamado ‘downtown', no sólo cigarrillos sino la tradicional pipa de agua o ‘narguilé', que en Egipto o Marruecos, por ejemplo, parecen patrimonio exclusivo de los varones. Nada en su desenvoltura, en la animación de los restaurantes y las tiendas de gran empaque, en el populoso paseo junto al mar cuando la tarde es cálida, sugiere la martirizada condición del país, que, por si sus edificios achicharrados no fueran suficiente recordatorio, mantiene latente la amenaza de una nueva guerra de aniquilación interna, de otro conflicto sangriento con los imperiosos y justamente desconfiados vecinos hebreos del sur. Me resultaba inverosímil, en el contexto de ese plácido y jovial discurrir cotidiano, leer invariablemente en la prensa libanesa publicada en inglés y francés las noticias de un más que posible, tal vez inminente, retorno a la matanza y la destrucción.

     Nos escandalizamos en España, y con razón, de las escaramuzas casi diarias en los juzgados, del goteo sistemático de la corrupción de los electos, de la grosera animosidad permanente en cuestiones no de partido sino de estado. Ahora bien, para la gran mayoría de nosotros, la guerra civil y sus víctimas son las sumas de una grave cuenta moral que deberíamos saldar; una cuenta pendiente, en efecto, pero no la hipoteca de nuestro futuro. Vivimos amenazados por otros daños: el empobrecimiento de las clases más débiles, el difícil acomodo de los emigrantes, que nos sacaron baratamente las castañas cuando había un fuego en el que no queríamos quemarnos las manos, la banalidad de una clase política (de todos los colores ideológicos) cada día más literalmente ‘desmoralizada' y por ello aferrada a su mera permanencia en el ‘hit parade'. Pese a todo, hace ya al menos tres generaciones que no nos despertamos en mitad de la noche al oír un tableteo pensando que han ‘paseado' a alguien del barrio, e incluso la estampa de un iluminado siniestro entrando pistola en mano en el parlamento ya ha adquirido, para los jóvenes que se encuentren con ella en algún documental o libro de texto, ribetes de fábula astracanada.

     Viajé al interior del país, cerca de la frontera con Siria, conducido por un taxista amable y poco locuaz, un hombretón de mi edad dotado, como suelen estarlo los hombres del lugar, de un recio bigote, en su caso muy negro. A menos de un kilómetro del centro urbano, mi conductor se santiguó, un gesto que yo mismo hice mucho de niño y aquella mañana, instintivamente, me chocó en persona de tanta edad y fortaleza. Lo vi de reojo, sentado como iba, para disfrutar mejor del paisaje, en el asiento delantero, y de nuevo la cámara de mis ojos hizo una panorámica, esa vez hacia la derecha: había una iglesia católica en la carretera, y hubo (pues me entretuve en contarlas) nueve más en el camino de ida, y otras tantas en el de vuelta. Ante cada una de ellas se persignó el taxista, y llevado yo no sé si por la extrañeza inicial o por un fondo de ateísmo recalcitrante le conté medio jocosamente a un recién conocido -que antes de vivir en la zona vivió en Serbia- ese hacerse de cruces del chofer. No le hizo gracia la anécdota. Según él, esas manifestaciones externas de fe eran posibles no porque ahora hubiese una tregua (frágil, de creer los indicios,) sino porque el chofer iba dentro de su propio coche y con un español. "¿Con un español?", le repliqué. "Claro. Él asumió que tú también eras cristiano, y encontrarías normal, aceptable, la señal de la cruz. Un signo que podría costarle la vida en otras circunstancias. ¿Nunca has estado en un país en guerra?".

    Al poco de volver a España leí la impresionante entrevista que Juan Miguel Muñoz le hizo para ‘Babelia' a David Grossman, que también sabe de pérdidas, de desconfianzas vecinales, de cautelas. El novelista habla por supuesto (con mucha lucidez y gran valor, a mi juicio) desde ‘el otro lado', pero sus palabras sirven para ambos cuando, a la pregunta del entrevistador sobre la actitud de Netanyahu, contesta que según él el primer ministro israelí sabe perfectamente que la ocupación de los territorios palestinos y la relativa calma actual son engañosas y no pueden durar: "es una ilusión que estallará en un río de violencia muy pronto". Parece pues inevitable que las ilusiones de paz se rompan, tal vez una detrás de otra, en aquellas tierras aquejadas, en palabras del palestino Edward Said, de un exceso de rotundos credos religiosos. Mientras, nosotros, los europeos y los norteamericanos (¿amigos de unos y de otros?, ¿cómplices de los más poderosos?, ¿ciegos de lo que no queremos ver?), observamos cómo se resquebrajan, preocupados aunque no demasiado inquietos en nuestra equidistancia, en nuestra cómoda lejanía de lo real, sabiendo que cuando "el río de la violencia" se desborde nos quedarán los gestos simbólicos. Una manifestación, una carta de protesta, un envío solidario. Señales de humo para contrarrestar la hoguera que condena y mata a quienes tienen la desgracia de vivir un poco lejos de nuestra apaciguada conciencia.

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20 de mayo de 2010
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¿El sur?, el sur, ¡el sur!

Faro. Canal Beagle. Ushuaia. Los escritores que se reunieron en el FINN (Festival literario del Fin del Mundo en Ushuaia) han dejado una larga estela de videos, mesas redondas, clases magistrales, premios literarios y sobre todo conversaciones de café, todas acopiadas celosamente por Andrés Hax para el diario Clarín. Pueden ver algunos videos e informaciones aquí, aquí, aquí y aquí. (este post se actualizará a lo largo de las semanas) 

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20 de mayo de 2010
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Intimidad forzosa

Cuenta Boris Pasternak que a medida que se degradaba la Revolución Rusa y se imponía el totalitarismo, se generalizaba el uso del tuteo como forma cotidiana de dominación. En El doctor Zhivago, en efecto, los comisarios del pueblo quieren reducir la resistencia de sus supuestos adversarios con un "oye, tú, camarada" que, tras el aparente igualitarismo, implica la transformación de las personas en meros componentes de una masa que debe ser aleccionada y doblegada. El objetivo es claro: la intimidad forzosa, lejos de ser una muestra de amistad o familiaridad, es un método de sometimiento.

Por eso me alarma que en nuestra sociedad nada igualitaria se prodiguen cada vez con mayor frecuencia las expresiones de una intimidad no voluntaria. Esto es particularmente claro si te hallas en manos de quien va a imponer su intimidad, lo quieras o no. Llama la atención, por ejemplo, que una mayoría de médicos y enfermeros se permitan tutear a sus pacientes, sobre todo en los grandes hospitales y clínicas. Quien ha entrado en el recinto siendo una "señora" o un "señor" es convertido, mediante el tuteo, en un ser al que no sólo le falta la salud, sino también el respeto y la dignidad. Y algo semejante pasa en el transporte aéreo. Como también estás en sus manos, cada vez hay más pilotos y azafatas que se dirigen a los pasajeros con la familiaridad que antes se reservaba para los niños. Acaso porque en ambas situaciones sobrevuela la sombra de la parca, lo cierto es que se hace progresivamente difícil mantener el estatuto de persona en una cama de hospital o en un asiento de avión.

Pero lo decididamente insoportable es que el Estado se haya sumado al festín de la mala educación, con fórmulas que recuerdan lo evocado por Pasternak o, como ficción futurista, por Orwell en 1984. "Ponte el cinturón de seguridad", "si bebes, no conduzcas", "disminuye la velocidad", etcétera. En medio del capitalismo más feroz, el Estado (casi podríamos decir "el camarada Estado") se comporta como si el comunismo hubiera triunfado, aunque únicamente en el terreno de la vulgaridad.

Y quizá los publicitarios de esas campañas tuteadoras lleven razón y sea cierto que el comunismo de la banalidad ha triunfado. Sin embargo, no quiero esta intimidad forzosa con el Estado. Mis amigos los elijo yo mismo, y es con ellos con quienes comparto mi intimidad.

 

El País, 10/04/2010

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20 de mayo de 2010
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Si nos organizáramos

Lo malo es que no estemos organizados, debería haber una organización en cada casa, en cada calle, en cada barrio, Un gobierno, dijo la mujer, Una organización, el cuerpo también es un sistema organizado, está vivo mientras se mantiene organizado, la muerte no es más que el efecto de una desorganización… De Ensayo sobre la ceguera, Alfaguara, 1996, p. 329 (Selección de Diego Mesa)

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20 de mayo de 2010
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Goles que marcará Brasil

El balón es el símbolo obligado del encumbramiento de Brasil como superpotencia. Su brillante tradición deportiva obliga a evaluar en términos futbolísticos sus crecientes éxitos económicos y diplomáticos. Así lo ha hecho el ministro de Exteriores, Celso Amorim, a la hora de calificar el acuerdo obtenido por su presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, junto al primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, y al presidente Mahmud Ahmadinejad, sobre el programa iraní de enriquecimiento de uranio: "Brasil sólo ha colocado la pelota en el área".

Muchas son las interpretaciones suscitadas por este compromiso tripartito, que sigue los pasos del último intento pilotado desde Naciones Unidas para evitar que el programa iraní desemboque en la fabricación del arma nuclear; y por el que Teherán se compromete a entregar a Turquía 1.200 kilos de uranio poco enriquecido, de los que devolverá a los iraníes una décima parte, a su vez enriquecida al 20% para uso médico. Desde Washington puede verse como una jugada de los nuevos países emergentes para cerrar el paso a la cuarta serie de sanciones económicas que Estados Unidos estaba preparando y que presentó el martes, pocas horas después de la firma a tres en Teherán. Desde Israel, donde su Gobierno desconfía de las sanciones ante un régimen al que considera una amenaza existencial, cabe considerarlo como una bofetada a Obama, que carga de razón a quienes todo lo fían a la destrucción por medios militares de las instalaciones nucleares iraníes. Desde Europa sólo puede interpretarse como lo que es en cualquiera de los casos: ese balón que sitúa a Brasil en mitad del escenario y desaloja en cambio a quienes tuvieron el máximo protagonismo en los últimos años, tanto a través del llamado Grupo 5+1 (los cinco del Consejo de Seguridad, de los que dos son europeos: Francia y Reino Unido, más Alemania) como del Alto Representante de la UE, Javier Solana, a quien los Seis delegaron el grueso de la negociación, cosa que no han hecho con su sucesora, Catherine Ashton. Los intereses de Turquía y su premier desembocan directamente en la región a la que Lula ha viajado en dos ocasiones en los tres últimos meses. Están en juego las relaciones de vecindad y el liderazgo regional, aunque también cuenta la competencia con Rusia. Para Brasil, en cambio, todo se juega en la mejora del estatuto internacional del gran país sudamericano. Lula se ha colado en un escenario reservado hasta ayer a las viejas superpotencias por la misma infalible regla de tres con que su país se incorporó al G-20 a la hora de enfrentarse con la crisis financiera, o entró en la cocina decisiva de la Cumbre de Copenhague sobre cambio climático. Esta actitud responde a una política internacional de cuño realista, que está guiada sobre todo por los intereses de Brasil como potencia americana con vocación global. Es un envite que compite directamente con los europeos, cuya nutrida presencia en las instituciones internacionales, además de acentuar su cacofonía y su capacidad divisiva, no hace más que subrayar la senectud de una arquitectura internacional que se mantiene casi intacta desde que terminó la última guerra mundial hace 65 años. Lula ha desplegado siempre una gran actividad internacional. Pero este año 2010, el último de su presidencia, ha registrado un salto cualitativo, marcado por dos desplazamientos al exterior que indican como las sondas la profundidad de la vocación de Brasil. El primero le llevó en marzo pasado a Oriente Próximo, zona geográfica que jamás había ocupado a presidente brasileño alguno. El segundo le ha conducido ahora hasta Teherán y le ha proporcionado el raro privilegio de entrevistarse con el Guía Supremo de la Revolución, el ayatolá Alí Jamenei, algo que sólo está al alcance de una nómina muy restringida de mandatarios extranjeros. Con su imagen de bonhomía proletaria y su enorme prestigio, Lula está actuando como un cohete propulsor de Brasil en la nueva etapa geopolítica multipolar. Está bien claro que, como parte de su legado político, quiere dejar a Brasil situado en lo más alto posible de la escena internacional y especialmente bien colocado en sus apuestas institucionales. De ahí que quiera jugar un papel en el proceso de paz en Oriente Próximo y ahora en un conflicto como el que mantiene Occidente con Irán, vinculado directamente a la política de no proliferación. Lula ha centrado el balón, que está ahora dentro del área. Pero serán sus sucesores quienes deberán empezar a meter los goles como en los mejores tiempos de la selección amarilla.

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20 de mayo de 2010
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El falangista, el comunista y el ideario kantiano

Tras un doble coloquio en Madrid, por un lado con colegas psiquiatras en la Universidad Autónoma  y por otro lado con el filósofo Fernando Savater en casa de éste, el instigador de ambos encuentros, mi amigo José Lazaro,  profesor de Historia de la Medicina, me escribe una larga carta de la que hoy  extraigo los siguientes párrafos:

"Sigamos dándole vueltas, Víctor, que me parece muy escaso lo que he logrado aclarar y mucho lo que me queda por entender [...] Tú sueles  invocar las máximas subjetivas de acción kantianas como criterio para determinar la intrínseca nobleza de un buen proyecto emancipatorio e instaurador de la justicia en la comunidad humana. ¿En qué se diferencia lo que los filósofos llamáis "máximas subjetivas de acción" y lo que los simples aficionados a la especulación llamamos "buenas intenciones"? Y, esa diferencia, que seguramente existe y tú puedas explicarme, ¿logra evitar el conocido riesgo de que de máximas subjetivas de acción esté el infierno lleno?

Tú sitúas la nobleza racional del proyecto emancipatorio en el pensamiento que logra "poner de relieve como las estructuras alienantes del orden social determinan todos los aspectos de la vida y hacen imposible la realización de la esencia humana". Por el contrario, denuncias como ideologías alienantes los "sistemas de creencias que te permiten no enfrentarte a lo real". No consigo ver, Víctor, esa diferencia esencial entre nobles pensadores que nos iluminan e infames profetas que nos confunden. Veo en todos los pensadores que me interesan rasgos humanos, demasiado humanos, de lucidez y confusión, de clarividencia y ceguera, de nobleza y debilidad, de generosidad y miseria. En muy distintos aspectos y en muy diferente grado. Esas diferencias son las que me lleva a frecuentar más a unos y a evitar en lo posible a otros..."

La carta de Jose Lazaro ilustra  el problema desde diferentes ángulos que conciernen a la religión cristiana, a las ideologías ecologistas radicales, o a la dificultad de discernir entre la actitud subjetiva de un falangista ingenuo que se creía las patrañas de la revolución social para el bien de España  y la de  un revolucionario comunista que, de hecho, contribuía a afianzar el orden estalinista. Intentaré responder a varias de sus preguntas, retomando en cada momento párrafos de la carta, pero empezaré hoy por la última, la cuestión de la diferencia entre la máxima subjetiva de acción entre revolucionarios y fascistas: entre afiliados comunistas durante la República (después resistentes al franquismo) y falangistas, por poner el ejemplo más cercano a nosotros.   

 

Cuando la buena fe es a costa del juicio

En la carta de José Lázaro se indica algo muy razonable, a saber: no estaba excluido que el falangista actuara motivado por algún ideario de fraternidad o de liberación. De hecho creo que tal era el caso de algunos de los que hablaban de una revolución social y que  se sintieron decepcionados al constatar la violencia  que para los débiles supuso el régimen del general Franco.

No obstante algo de la verdad de la cosa deberían haber olfateado al ver los grupos sociales que constituían cuando menos compañeros de viaje: clero feroz, terratenientes despóticos, patriotas fanatizados, nostálgicos de un imperio que había supuesto la sumisión de pueblos enteros, etcétera...Había muchas razones para sospechar que las ideas liberadoras falangistas eran tapadera para una fuerza de hecho reactiva.  Reactiva contra un ideario racional, un ideario que, en última instancia, apuntaba  a que se dieran las condiciones sociales de realización de la humanidad.

Ideario ciertamente optimista, cuyo punto de partida es que todo individuo humano (al igual que los individuos de las demás especies animales) tiende a actualizar las potencialidades de su naturaleza, y que, residiendo el rasgo esencial de esta naturaleza en la capacidad racional y lingüística, todo individuo humano tiende a vivir de manera inteligente ("todos los humanos en razón de su propia naturaleza tienden a eidenai- inteligir" dice desde el arranque de la Metafísica  Aristóteles). Ideario afirmativo  que, al constatar que el orden social efectivo hace imposible tal realización de la naturaleza propia...conduce a levantarse contra el mismo, en la "Toma de la Bastilla" y en la "Toma del Palacio de Invierno".

 

Significado del "muera la inteligencia"

 

Sin duda, como me señalaba Fernando Savater, la subjetividad del nazi que  se complacía en la persecución y tortura de judíos, no puede ser homologada a la del falangista que creía actuar por el bien general de España.  Pero este falangista "de buena fe" actuaba contra razón, pues la pretendida bondad de su causa no toleraba un análisis. Era imposible sostener lucidamente que la acción falangista o franquista tenía como objetivo alcanzar un orden social en el que la fertilización de la razón y el lenguaje (a través  del arte, la ciencia y la filosofía) serían la muestra de que en cada hombre en particular estaba actualizándose aquello a lo que por naturaleza el hombre está llamado.

Y de hecho ni falangistas ni franquistas creían que tal fuera nuestra naturaleza, no creían que el objetivo de la vida humana fuera la riqueza concreta del espíritu, es decir, la fertilización  de las capacidades cognoscitivas y creativas del conjunto de los humanos. En este sentido  el "muera la inteligencia" era algo más que chulesca expresión  de un militar desubicado; expresaba la renuncia  al eidenai aristotélico, y hasta el deseo  de erradicar en todos y cada uno la  aspiración a inteligir; era en suma un signo de profundo nihilismo.

Nada de esto en la tremenda explosión espiritual que conduce a la Bastilla o al Palacio de Invierno. La realización de la condición  humana, la eclosión de las potencialidades del ser de razón y palabra, era el fin que, más o menos oscuramente, determinaba las subjetividades,  determinaba la máxima subjetiva de acción. Por eso mismo "la Terreur" y otras derivas de la Revolution debió ser algo tan doloroso para los que se alzaron contra "l'Ancien Régime". Como fue doloroso para los militantes comunistas del Paris de mis años mozos el descubrir que la persecución de los homosexuales por el régimen cubano era algo más que propaganda del imperialismo. Pues en ambos casos se trataba de signos de un fracaso esencial, un fracaso en las tentativas del hombre para alcanzar aquello a que está llamado, un fracaso realmente de la razón humana, un fracaso en lo que constituye nuestro rasgo genuino, un fracaso de nosotros mismos...nada que ver con los fracasos de aquello que desde el principio nos aliena.

Quizás estamos condenados a no alcanzar un orden social que permita la plena asunción por el hombre de su condición de ser racional y  lingüístico, quizás este ideario genere inevitablemente distorsiones que suponen grandes males. Pero no por ello hemos de abrazar la  alternativa consistente en  que los humanos vivan entre la esclavitud y la distracción, que hace la esclavitud soportable. Menos aun cuando esta alternativa aparece como resultado de un movimiento feroz, tendiente a abolir los espacios de libertad ya efectivamente alcanzados. Repito que un falangista lúcido no podía dejar de desconfiar de los compañeros de viaje que apoyaban su pretendida revolución. ¿O es que la confluencia de señoritismo agrario, moral asfixiante del clero, estrategias anti-republicanas de una burguesía amenazada en sus intereses, etcétera, no constituían indicios suficientes de que tras la retórica falangista se escondía un movimiento contrario a los esbozos de emancipación, un movimiento literalmente reaccionario,  no sólo enemigo de ámbitos de libertad a alcanzar, sino supresor de libertades ya alcanzadas?

 

"...válido para todo ser razonable"

Siempre he pensado que tras la Revolución de Octubre (y no sólo tras la Revolución Francesa) se encuentra una exigencia acorde con la convicción kantiana de que la razón y el lenguaje (es decir, aquello que marca nuestra radical singularidad entre las especies animadas) han de ser erigidas en causa final de nuestra práctica, y que ello pasa por garantizar que la esclavitud social no aleje de tal perspectiva a una parte de la humanidad. Aunque no sea explícitamente reflexionada, es legítima toda "máxima subjetiva de acción" movida por este ideario. Por hoy me limito a citar un párrafo clave de Kant:

  "La máxima es el principio subjetivo de la acción y debe ser diferenciado del principio objetivo, es decir de la ley práctica [ley por adecuación a la cual se mide el carácter moral de un comportamiento]. La máxima determina en base a las condiciones del sujeto (muy a menudo en base a su ignorancia, o bien a sus inclinaciones) y constituye así el principio en conformidad al cual el sujeto procede, mientras que la ley es el principio objetivo, válido para todo ser razonable, el principio en conformidad al cual debe proceder, o sea un imperativo"

Cuando haya dado respuesta a los otros interrogantes de la carta de José Lazaro retomaré este texto de Kant. De momento me atrevo a sostener lo siguiente: al combatir la moral asfixiante  del clero,  el imperialismo nostálgico,  la negación de la igualdad entre lenguas (concretamente las que se hablan en España), los empresarios cuyo interés objetivo (determinado por la efectivamente feroz competencia)  pasaba por la sobre-explotación de sus trabajadores,  el señoritismo feudal, etcétera, el revolucionario actuaba en conformidad al "principio objetivo, válido para todo ser razonable"; al aliarse con todo ello la actuación del falangista se resistía al mismo.

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20 de mayo de 2010
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El expediente Sanguineti

Edoardo Sanguinetti Muchos medios han comentado hoy la muerte del poeta y crítico italiano Edoardo Sanguineti (el teórico más notable del Gruppo 63). Lo que pocos saben es que, detrás de esa muerte, puede haber una novela policial. Dice la nota en Revista Ñ:

La Comisión de Investigación de la Cámara de los Diputados italiana sobre errores sanitarios indagará las circunstancias de la muerte del poeta Edoardo Sanguineti, fallecido después de ser operado de urgencia por un aneurisma torácico abdominal.Sanguineti, que fue uno de los teóricos más importantes del ?Gruppo 63?, falleció ayer en el hospital Villa Scassi, de Génova, su ciudad natal, a los 79 años, tras ser hospitalizado por un fuerte dolor abdominal.?Aportaremos nuestra contribución para esclarecer lo sucedido, actuando de forma paralela a la magistratura?, señaló el presidente de la Comisión sobre errores médicos, Leoluca Orlando.Orlando explicó que se ha solicitado al responsable de Sanidad de la región de Liguria, cuya capital es Génova, ?un informe detallado sobre todo lo sucedido, con todas las informaciones útiles para evidenciar eventuales responsabilidades individuales o sobre disfunciones estructurales?.Por otro lado, la fiscal Patrizia Petruzziello ha ordenado la confiscación de la historia clínica de Sanguineti y ha anunciado su intención de pedir la autopsia del intelectual.

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19 de mayo de 2010
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Arránca (te) el ojo que te escandaliza

 

 

Cuidado con tu amigo optimista. A veces se le confunde con un ciego y a su lado parecerás un lazarillo. Le asombra cualquier cosa. Dile lo mal que va el mundo y se encogerá de hombros: ¿tú crees que esto es una mierda? Y tiene razón. Salvo que estés en el suelo a punto de ser aplastado por un camión oruga...

¿Por qué tu amigo no ve lo que nos escandaliza?

Sin la deslumbrante mímica de las expresiones faciales, ¿cómo entenderá un ciego las palabras del mundo? ¿Cómo percibe la contradicción entre lo que decimos con la lengua y negamos con las manos? ¿Sonará en la voz la música que nos desmiente?

 Al optimista, una especie de ciego feliz, inclinado a esperar sin enojo tiempos mejores, le ha sido negado sufrir el engaño. Padece sus consecuencias pero respira siempre con alivio. Nada le ofende. Su sentido del humor le salva de esa ominosa presencia. Los malvados no pueden fastidiarle el día.

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19 de mayo de 2010
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Nos urgen

No me acuse el lector de oscurantista. Tengo una fe ciega en el futuro, y hacia él se extienden mis manos. Pero el pasado está lleno de voces que no callan y al otro lado de mi sombra aparece una multitud infinita de sombras que la justifican. “A donde dan los portalones?”, in Las maletas del viajero, Ediciones B, S.A., 1998

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19 de mayo de 2010
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I. Sueños traicionados y algo más

No pocas veces toca explicar la situación presente de Nicaragua en foros públicos internacionales, entrevistas de prensa, y aún entre amigos siempre deseosos de saber qué fue de aquella revolución de hace tres décadas, la última del siglo en América Latina, como estos que han venido de tantas partes al Festival de la Palabra en San Juan.

Generalmente se entiende como un asunto de sueños traicionados, para quienes vivieron y acompañaron aquella gesta, y para otros, que toman en cuenta la democracia como un asunto esencial en nuestro destino futuro, de autoritarismo a la moda, en lo que la persona de Daniel Ortega no vendría a ser el único, y excesos de corrupción de los que ahora se repiten como una plaga a lo largo del continente.

Nada particular entonces. Los decorados extravagantes que enmarcan las comparecencias del líder supremo, sus estilos histriónicos frente a las cámaras, la multiplicación de sus efigies gigantes en calles y plazas, la pirotecnia populista de sus discursos, también se repiten allende las fronteras de Nicaragua, país donde no se han inventado sino más bien se copian, y el padre reconocido de esta nueva manera de gobernar desde las tarimas y por encima de las instituciones, que poco vienen a importar, no es Ortega, sino Chávez. Por tanto, la atención pública internacional en quien se centra es en este último, verdaderamente poderoso porque tiene las llaves de las fuentes de petróleo, con lo que los padecimientos democráticos de Nicaragua pasan al tercer plano, y no suelen atraer a los reflectores.

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19 de mayo de 2010
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