Víctor Gómez Pin
Respecto a la cuestión del animalismo y en general del ecologismo reitero que yo me considero profundamente ecologista si de lo que se trata es de revitalizar el sentimiento de nuestra pertenencia a la naturaleza y la exigencia de proteger la biodiversidad. Me siento profundamente ecologista si se parte de la premisa la salud de la naturaleza es condición de la dignidad material y espiritual del ser humano, las cuales han de constituir el objetivo, aquello que determina nuestras máximas subjetivas de acción. Reitero que mi divergencia sólo empieza cuando constato que el ecologismo se convierte en ideología y que (a través de una interpretación reducionista del alto grado de homología genética que se da entre humanos y otros animales) se procede a una inversión de jerarquía que supone una revolución en el concepto que tenemos de comportamiento ético: este no pasaría ya por la exigencia de no instrumentalizar a los seres de razón, de tratar al hombre como un fin y nunca como un medio, sino por la empatía con todos los seres susceptibles de sufrimiento, en cualquier caso con aquellos dotados de sistema nervioso central. Como indicaba al propio José Lazaro en una conversación anterior en Barcelona, la compasión, sentimiento noble e indispensable, que debe regir nuestro comportamiento con los seres humanos y los animales de compañía, no puede sin embargo determinar en exclusiva nuestros principios éticos. Pues en ocasiones la compasión conduce a ser más sensibles al destino del ave que a nuestra vista cae de su nido que de seres humanos de cuyo sufrimiento, por alejado de nuestra vista, no somos testigos. Transcribo al respecto lo que escribí junto al filósofo francés Francis Wolf en el diario El País:
"…Si se trata de repudiar los comportamientos crueles, obviamente de acuerdo. Si se trata de mejorar las condiciones de vida de los bueyes y los pollos, más de acuerdo. Pero si se trata de "liberar" a los animales de todo tipo de dolor y, en consecuencia, de toda subordinación al hombre; si se trata hoy de prohibir la corrida de toros para mañana prohibir la pesca y la caza y hasta el consumo de carne (es decir prohibirlos exclusivamente a los hombres, no a las demás especies animales) entonces se hace evidente que la conciencia animalista, pese a su disfraz de generosidad no es una extensión de los valores humanistas, sino más bien la negación de los mismos.
Este nuevo culto de una naturaleza mítica es peligroso. Cada vez que se ha erigido la defensa de la naturaleza en imperativo categórico absoluto se ha desvalorizado al se humano. De hecho el Animal empieza a tomar existencia absoluta en los lugares del mundo en los que Dios parece perderse en la niebla. Que los hombres inventen el Animal cuando dejan de creer en Dios no es necesariamente para ellos una buena noticia".