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Los sediciosos catalanes odian a Barcelona, la menos nacionalista de sus ciudades, y los barceloneses son inhábiles para defenderse de la ruina

Anduve la semana pasada por Barcelona. Hacía un año que no la pisaba. Recorrí el barrio del Museo de Arte Contemporáneo (Macba), edificio y plaza muy estimados por la Escuela de Arquitectura de aquella ciudad cuyos mandarines trataron de gentrificar buena parte del Raval. Con toda objetividad se puede decir que en un año no sólo no ha habido mejora alguna, sino que todo ha decaído. Es una ruina.

El caso es que los sediciosos catalanes odian a Barcelona, la menos nacionalista de sus ciudades, y los barceloneses son inhábiles para defenderse. Los muros sucios de garabatos y signos macabros, las calles tomadas por patinetes, ciclos, tablas, patines y toda suerte de baratijas, los domicilios robados legalmente, todo recuerda al Nápoles de hace 40 años, pero sin gracia.

El proceso que ha llevado a la ruina a aquella parte del país está muy bien descrito en el sagaz ensayo de Anne Applebaum titulado El ocaso de la democracia (Debate). Allí describe el temible cuadro del actual populismo fascistoide. Los casos de Hungría y Polonia, que conoce de primera mano, son demasiado parecidos al de la Cataluña sediciosa. Una pulsión autoritaria y agresiva por parte de unos burgueses mal alfabetizados, resentidos y de una singular incompetencia, aunque expertos en el manejo de las pasiones de una muchedumbre irracional y pía a la polaca.

Por supuesto el fenómeno no se reduce a la Europa post-bolchevique, a Trump, a Vox o al Brexit. Applebaum menciona el caso de Venezuela donde estuvo en 2020 para constatar el cruce del rancio marxismo-leninismo con el corrupto populismo nacionalista. Extrema derecha y extrema izquierda se abrazan, como la CUP y los separatistas. Eso sí, con la benevolencia del Gobierno de España.

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25 de mayo de 2021

TEXTOS HÍBRIDOS: Revista de Estudios sobre Crónica y Periodismo Narrativo

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Periodismo y literatura: amantes que caminan hacia el encuentro

 

La revista académica Textos Híbridos acaba de publicar su dossier El periodismo narrativo latinoamericano (Vol. 8 No. 1). Tuve el privilegio de participar con sus coordinadores en la selección y edición del número, incluir un ensayo sobre nuevos caminos de la crónica… y presentar esta edición con la introducción que aquí les comparto. Usando los cinco potentes artículos sobre cronistas de México, Argentina, Brasil y Chile, lanzo una propuesta sobre el camino que están emprendiendo los periodistas narrativos y los literatos de no ficción: un abrazo amoroso, híbrido y anfibio en medio del puente que nos une.

En 1972, en la introducción a su antología seminal El nuevo periodismo, Tom Wolfe postuló con brillante desfachatez que el periodismo narrativo o literario (que combina temas y apego a los datos como el mejor periodismo, el tono y estructura narrativa como en las grandes novelas y la inmersión lindante con la más acuciosa observación etnográfica) no era tan solo similar o comparable a la mejor literatura de su tiempo: era la forma más avanzada y estimulante de escritura literaria, y que reemplazaría a la novela como manifestación escrita del espíritu de la época.

Con igual optimismo desafiante, en 2012 Jorge Carrión llamó a su antología de periodismo narrativo hispanoamericano Mejor que ficción.

Entrados ya en la tercera década del siglo XXI, la lectura atenta de los artículos de este dossier muestra que ambos tenían razón. Y también que estaban equivocados.
Los “cuentos-reportajes” de João Antônio, las crónicas-ensayos de Óscar Contardo, los perfiles inmersivos de Leila Guerriero, el arte de “escribir escuchando” de John Gilber y las lacerantes historietas de denuncia de Andrea Dip y Alexander de Maio están entre lo más potente, creativo y literariamente relevante que se publicó en cualquier género en los últimos años (con la excepción de las obras de João Antônio, el corpus estudiado en este dossier es de la década de 2010). Estos artefactos narrativos salen bien parados de cualquier comparación.

Pero en su mismo hibridaje y diálogo con saberes, artes y prácticas narrativas, son parte de un fascinante colectivo que difumina los lindes entre periodismo y literatura, entre relato y ensayo, entre el mundo otrora prestigioso de las bellas letras y los bajos fondos de las redacciones de periódicos. Por eso, por textos como los analizados en este dossier pierde sentido la comparación entre ficción y no ficción.
No tiene sentido hoy en día decir cuál es más o mejor, porque todo viene barajado y repartido con arte y observación. Desde la verdad los autores analizados en estos artículos se acercan a las artes, pero desde las artes también se está usando cada vez más herramientas del periodismo, de la divulgación científica, de la escritura académica. La creatividad es hoy anfibia, híbrida.

Ese encuentro viene de las dos orillas. Ya las novelas de este tiempo, como las inclasificables Magnetizado de Carlos Busqued, Los errantes de Olga Tokarszuk o de El nervio óptico de María Gainza, entre muchas otras, son tejidos de historias reales e inventadas, experiencias propias y ajenas, ciencia y fábula, informe, análisis y poesía, dramaturgia, guion y manifiesto. También en el audiovisual se cruzan cine de ficción, documental y reportaje; en el podcast, voces que cuentan, analizan e imaginan con ruidos, música y efectos sonoros; en los relatos gráficos, danzan la foto, el dibujo animado, la infografía y la cartografía como arte.

Con ese acercamiento dialogan en alegre mixtura los cinco textos aquí presentados. Y cada uno lo hace a su manera.

1. El extraño caso del cuento-reportaje (Brasil)

En los años sesenta y setenta del siglo pasado, el cronista brasileño João Antônio se sumergió en el linde entre ciudad y mar para contar Um dia no cais (Un día en el muelle), y se auto-internó en un manicomio para gritar y susurrar desde adentro Casa de loucos (Casa de locos).
En el artículo de Filgueiras de Souza “A literatura é uma porta aberta em Casa de Loucos: um conto-reportagem brasileiro” (La literatura es una puerta abierta en Casa de locos: un cuento-reportaje brasileño), se da cuenta de la escalofriante valentía de este pionero y de la modernísima invención de un término inexistente en castellano, el “cuento-reportaje”, que usaba técnicas de inmersión y observación participante que en esa época desarrollaban los antropólogos, y plasmaba sus experiencias en un estilo personal único.
Ese continente entero que es Brasil, que durante décadas se mantuvo ignorado por las prácticas periodísticas y las indagaciones científicas de los estudiosos del periodismo narrativo de la parte hispanoparlante de América, viene ahora a darnos a los que hacemos y pensamos la literatura de no ficción del resto de los países de Latinoamérca la pieza que faltaba para contarnos la historia del “informar contando”. El conocimiento de João Antônio nos dota de un valioso antepasado para entender el camino por el que ahora transitan los cronistas de Argentina, Colombia, México, Perú o Uruguay.
Impresiona en el exhaustivo estudio de Filgueiras de Souza la radical modernidad y renuencia a plegarse a los códigos y compromisos del periodismo de su tiempo que llevaron a este innovador a contar no solo la clínica (la “casa de locos”) desde dentro, sino la enfermedad mental desde su vertiginosa esencia en la mente desquiciada.

2. Nuevas voces en la tradición de la crónica urbana (Chile)

En el siguiente artículo, el diálogo se estrecha entre la crónica y la columna de opinión, entre el ensayo y el cuento real, entre contar, especular y soñar despierto.
“El framing urbano en la crónica de Oscar Contardo”, de Claudio Lagos-Olivero y Carlos Lange, presenta al escritor, ensayista y articulista chileno Óscar Contardo como un flaneur a la vieja usanza y también un agudo observador de las actuales visiones de la ciudad desde la sociología, la arquitectura, el urbanismo, la historia, la psicología social. Podríamos definirlo como un paseante crítico.
Sus crónicas urbanas en el diario La Tercera son un proyecto valiente, porque van a contrapelo de la línea editorial del mismo diario. Los autores colocan estos textos breves de Contardo en el justo punto entre el proyecto intelectual de desmontar el feliz empacho de los gobernantes de ese 2012 (el año de las columnas analizadas) en que los gobernantes, los empresarios y los poderes mediáticos de Chile postulaban que el país entraba satisfecho al Primer Mundo, y el detenerse como cronista en anécdotas, detalles, personajes, pasajes y edificios que desmienten esa pretensión.
El análisis de estos textos muestra un hilo de continuidad con la crónica urbana, que en Chile incluye la mirada patricia de Joaquín Edwards Bello y el desplante marginal de Pedro Lemebel, y un quiebre en su discutir con el discurso oficial. Así, contrasta el relato de éxito con las señales de alarma que llevaron casi una década más tarde al estallido social.

3. Inmersión extrema en artistas de dos mundos (Argentina)

A primera vista, pocos artistas son más distintos que el joven bailarín de malambo Rodolfo González Alcántara y el veterano pianista clásico Bruno Gelber. Pero ambos son argentinos, y la celebrada cronista Leila Guerriero construyó con ellos la compleja y caleidoscópica identidad de su país.
Carolyn Wolfenzon analiza los libros que Guerriero dedica a seguir e intentar entender a ambos personajes. Su artículo, “Opus Gelber y Una historia sencilla de Leila Guerriero: una reflexión periodística del arte”, pone el ojo en una práctica poco habitual en el periodismo narrativo latinoamericano: tomar en serio el mundo del arte no como un negocio, una industria o una fuente de chismes personales, sino como una forma profunda de conocer los cambios y meandros de una sociedad en transformación.
A primera vista, Gelber es el colmo del engolamiento europeizante, y González Alcántara, una caricatura de las anticuadas destrezas campestres. Parecen el estiramiento hasta el paroxismo de dos personajes de Jorge Luis Borges, el gaucho intenso y el exquisito hombre de mundo, ambos fuera de época en la década de 2010.
Sin embargo, en el estudio preciso Wolfenzon, se entienden estos perfiles periodístico-literarios como viajes radicales para entender a dos obsesionados, uno en un arte solo conocido y solo concebible en Argentina; el otro cultor al teclado de la obra eterna de Beethoven y los compositores románticos.
El recorrido de la autora por los métodos de investigación, observación, entrevista y escritura de Guerriero muestran la profundidad de un proyecto narrativo ambicioso, que abreva en la estructura de la novela de viaje hacia un personaje fascinante, y en los destellos de prosa poética que caracterizan las crónicas breves de la escritora.

4. Aprender a escuchar a las víctimas (México)

Después de tres buceos en las voces de acento fuerte y reconocible como son las de João Antônio, Contardo y Guerriero, Sam Law y Gabriela Polit Dueñas se adentran en otro de los caminos innovadores del periodismo narrativo actual: el testimonio de víctimas como un profundo aprendizaje del escuchar para saber qué y cómo escribir.
El artículo “Escribir escuchando. La crónica de Ayotzinapa de John Gibler” sigue el proyecto investigativo de Polit sobre periodistas de México, Argentina y Colombia que escriben sobre el horror, las violaciones a los derechos humanos, los femicidios, la violencia impune.
En este camino, la obra de Gibler se inscribe en la tradición del testimonio, la transformación de los dichos de los entrevistados en monólogos cuasi-teatrales, como las historias orales de la mexicana Elena Poniatowska (La noche de Tlatelolco; Nada, nadie; las voces del temblor) y Svetlana Alexiévich (Voces de Chernóbyl, Los muchachos de zinc).
Como señalan los autores, Gibler ha tomado dos decisiones valientes, arriesgadas: dejar que los sobrevivientes y familiares de estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa cuenten sin el dictado de preguntas que dirijan su relato, y dejar fuera las voces del Estado y los defensores de la versión oficial.
Desde el título mismo de su nombre, Gibler toma partido: Fue el Estado. Los ataques contra los normalistas de Ayotzinapa. Una Historia Oral de la Infamia. En esto se inscribe en la larga tradición que se remonta a los orígenes de la versión latinoamericana del Nuevo periodismo en los años sesenta, con Miguel Mármol del salvadoreño Roque Dalton, Biografía de un cimarrón del cubano Miguel Barnet y Hasta no verte Jesús mío, de la mexicana Elena Poniatowska (todos publicados en 1966).
Pero hay un elemento nuevo que destacan Law y Polit: que la historia que cuenta Gibler está en permanente discusión y búsqueda de controvertir y dejar en evidencia las mentiras y tergiversaciones de la versión oficial y las construcciones de los medios del poder. En ese sentido, en diálogo con los otros artículos de este dossier, el trabajo de Law y Polit destaca la forma en que Gibler entrecruza en sus “voces de Ayotzinapa” un relato fiel de los hechos y un cuestionamiento a las mentiras y fabricaciones interesadas de los mismos hechos.

5. Explosión de formas narrativas (Brasil)

El periodismo narrativo actual escapa, supera, crece desde la palabra impresa para incluir diálogos con otras herramientas narrativas, y una de las más creativas y estimulantes es el cómic o historieta de no ficción.
Desde el pionero Joe Sacco, a la vez artista y periodista (Ferraz y sus coautores mencionan que el fenómeno estalló en Brasil con la llegada de los primeros libros de Sacco, Palestina y Notas al pie de Gaza), el uso de expresivos dibujos a la vez permite contar hechos reales con un lenguaje cercano a lectores más jóvenes y a un público poco habituado al periodismo de investigación, y en casos como este, acerca y crea empatía con las historias terribles de personajes vulnerables sin exponerlos como haría una foto o una descripción.
En “Memória e o testemunho como ferramentas potencializadoras para o jornalismo narrativo na HQ Meninas em jogo” (Memoria y testimonio como herramientas potenciadoras para el periodismo narrativo en el cómic de no ficción Niñas en juego) los autores analizan la forma en que se planeó, se investigó, se realizó y se difundió el trabajo de la cronista Andrea Dip y el dibujante Alexander de Maio, los testimonios de niñas prostituidas en la antesala del Mundial de Fútbol 2014, que se jugó en Brasil.
Al presentar en su trabajo académico ejemplos de los “quadrinhos” (la palabra en portugués, “quadrinhos”, me parece especialmente bella y evocativa), se amplifica la explicación del potencial de estas nuevas formas de narrar para adentrarse en un tema tan delicado.
Impresiona el valor de los textos, sintéticos y bien imbricados dentro de las imágenes. Al dibujar también a la periodista que entrevista a las niñas, se abre a escenas que usualmente están fuera de una crónica, como el momento en que aparecen dibujados los tatuajes en la piel de la cronista, y después de que los lectores lo notan, la entrevistada le dice a su entrevistadora que le gustan. Hay poesía y empatía en esta forma de comenzar el diálogo, hablando de este elemento antes de que las víctimas cuenten su drama.
Hay en esta historieta tantas fuentes y tanta información como en un reportaje al uso, pero este artículo resalta cómo se usan para revelar y denunciar una situación traumática desde los testimonios de las víctimas y, como dicen los autores, “para liberarlas de sus propios fantasmas”.

Encuentros híbridos

Esperamos que este recorrido por el periodismo narrativo actual (Gibler, Guerriero, Contardo, Dip y De Maio) y este rescate de grandes referentes del pasado como João Antônio interese, haga pensar y enriquezca la mirada sobre formas de contar la realidad de los lectores tanto como nos gustó hacerlo al equipo de Textos Híbridos y a mí, el presentador de este dossier.
Quiero agradecer a los autores de los cinco excelentes textos, y a Ignacio Corona, a Claudia Darrigrandi y todo el equipo por el tremendo trabajo realizado en este número, en las difíciles condiciones de la pandemia y con un entusiasmo y cariño encomiables.
Estos artículos presentan una defensa convincente de la vitalidad y audacia del periodismo narrativo de hoy. Y sí, tal vez tenían razón Tom Wolfe y Jorge Carrión: ¡en su apego a la realidad con tanto arte, son mejores que la fantasía!

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24 de mayo de 2021
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El Generalísimo del brazo largo

En septiembre de 1956 se celebró en Panamá una cumbre de las Américas a la que asistió el general Dwight Eisenhower, presidente de Estados Unidos, quien se vio rodeado de lo más conspicuo de la fauna de dictadores latinoamericanos, todos en sus más vistosas galas militares, y el pecho sobrados de medallas.

Era el tiempo de las repúblicas bananeras, cuando en plena guerra fría los hermanos John Foster y Allen Dulles, el uno jefe de la CIA, el otro secretario de estado, quitaban y ponían presidentes en el Caribe, si así lo quería la United Fruit Company.

Las fotos tomadas en aquella ocasión en los salones del recién inaugurado hotel El Panamá, son memorables. En ellas aparecen, disputando el sitio más próximo a Eisenhower, entre otros, el general Anastasio Somoza de Nicaragua, el coronel Carlos Castillo Armas de Guatemala, el general Marcos Pérez Jiménez de Venezuela, el general Gustavo Rojas Pinilla de Colombia, y el general Fulgencio Batista, de Cuba. Falta, sin embargo, el más poderoso e influyente de todos aquellos sátrapas vestidos con trajes de opereta, el Generalísimo Rafael Leónidas Trujillo. Dueño del poder absoluto en la República Dominicana, por razones protocolarias no podía estar presente en el conclave, pues había dado en préstamo temporal la presidencia a su hermano, el general Héctor Bienvenido “Negro” Trujillo, quien ocupa su lugar en la foto de familia.

El Generalísimo, que no había tenido empacho en llamar a la capital Ciudad Trujillo, en su propio homenaje, aparentando pudor había dejado en depósito la banda presidencial a Héctor Bienvenido, el más dócil y apagado de sus hermanos, mientras él preservaba en su puño todos los poderes, empezando por el de vida o muerte.

Esta fauna tan peculiar no tardaría mucho en desaparecer del mapa. Somoza fue muerto a tiros, al apenas regresar a Nicaragua, por un poeta desconocido; Rojas Pinilla fue obligado a renunciar por un paro nacional en mayo de 1957; en julio del mismo año Castillo Armas cayó bajo las balas de un custodio del palacio presidencial; Pérez Jiménez fue derrocado en enero de 1958; y Batista huyó de Cuba la nochevieja de ese mismo año. Y el gran ausente, el Generalísimo Trujillo, fue emboscado y muerto el 31 de mayo de 1961, hace ahora sesenta años.

El Generalísimo se consideraba situado en un sitial más alto que el de sus demás colegas del zoológico. Somoza, tras una visita oficial a Ciudad Trujillo en 1952, regresó quejándose de que en las reuniones oficiales, el sillón de su anfitrión se hallaba siempre colocado en lo alto de una tarima, lo cual lo obligaba a mirar hacia arriba. Tampoco se conformaba Trujillo con reinar solamente en su isla; y fueron sus ambiciones de poder más allá de las fronteras, y su sed de venganza, llevada también más allá de las fronteras, lo que terminó perdiéndolo. Y, astuto como era, tampoco pude leer el cambio de los tiempos.

El primer clavo de su ataúd lo puso con el secuestro, en plena quinta avenida de Nueva York en 1956, del profesor Jesús Galíndez, un exiliado vasco que tras la caída de la república española había vivido en República Dominicana. Fue trasladado en un vuelo clandestino a Ciudad Trujillo, y asesinado por la policía secreta en las ergástulas de la dictadura, en venganza porque Galíndez había revelado en un libro un secreto de alcoba: Ramfis Trujillo, heredero del Generalísimo, no era hijo suyo.

En 1957 extendió su largo brazo hasta Guatemala para asesinar a Castillo Armas, también por venganza ante la vanidad herida: Trujillo lo había apoyado con armas y dinero para derrocar al coronel Jacobo Árbenz en 1954, y esperaba que lo invitara a presenciar el desfile de la victoria; o que, una vez en la presidencia, lo condecorara con la Orden del Quetzal. La tarea de dirigir el complot la confió nada menos que el jefe de sus servicios secretos, Johnny Abes García, a quien acreditó como diplomático en la embajada dominicana en Guatemala.

Y por último, el atentado contra el presidente Rómulo Betancourt de Venezuela, en junio de 1960, lo cual lo llevó a meterse en aguas profundas, y fatales. Betancourt era un respetado líder, electo democráticamente tras la caída de Pérez Jiménez. Sobrevivió, con quemaduras, a la carga de explosivos que estalló al paso de su caravana en una avenida de Caracas; pero Trujillo pagó esa cuenta, y muchas otras, antes de que se cumpliera un año. Como la historia se suele contar mejor en las novelas, hay tres que leer sobre la era Trujillo: Galíndez, formidable y poco frecuentado libro de Manuel Vásquez Montalbán; La fiesta del chivo, de Mario Vargas Llosa; y La maravilla vida breve de Oscar Wao, de Junot Diaz.

Tres enfoques diferentes pero que concurren a develar la figura del dictador de bicornio emplumado que se propuso él mismo como candidato al Premio Nobel de la Paz, y se dio a él mismo una infinita cauda de títulos entre los que se hallaban los de Padre de la Patria Nueva, Paladín de la Libertad, Invicto de los Ejércitos Dominicanos, Primer Agricultor Dominicano, Primer Maestro de la Patria, Genio de la Paz, Protector de Todos los Obreros, Héroe del Trabajo, Primer Anticomunista de América.

 

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24 de mayo de 2021
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En el súper

Llevo una semana de jefe de urgencias de un hospital de proximidad y no ha pasado día en que no recordara el artículo de Fernando Savater, publicado en El País, sobre la dificultad extrema en la apertura de botes y latas de conserva. Me refiero a las cuasiamputaciones de dedos, a diestro y siniestro, causadas por latitas de origen chileno de berberechos y caballa, y a los cortes profundos en la palma firmados por el vidrio de unos cilíndricos y chatos envases navarros de puntas de espárragos. Pero hoy, sábado, jornada en que libro, no he recordado a Savater sino a César Aira, a su genial relato “El carrito", la historia de un carro de supermercado que disfruta de vida propia y que, harto de tanto manejo y tanto transporte, se encara con el narrador para aterrorizarle gritando ¡soy el Mal! Pero a mí, el carro no me ha hablado, he sido yo, quien tras cargarlo, descargarlo en caja y volverlo a cargar para descargarlo en el maletero del coche, le he interrogado, también a gritos, espetándole de forma furibunda cuándo, ¡por Dios!, iba a dotarse de ese lector del total del contenido, lector que traslada directamente a la tarjeta de crédito el importe de la compra, lector que las secciones de tecnología de los diarios vienen anunciando desde hace años como de aplicación inminente. Claro, antes de devolver el carrito al supermercado, he cerrado las puertas del coche, y esta distracción la ha aprovechado, muy disgustado por la reprimenda, para moverse y rayar el guardabarros trasero derecho.

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24 de mayo de 2021
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De nuevo sobre la problemática “ciencia del hombre”

Decimos: “el hombre es uno de los resultados de la evolución natural”. Si además añadimos: “no hay variables exteriores a la naturaleza que hayan intervenido en la emergencia del hombre”, entonces parece lícito afirmar: “el hombre es un mero ser natural”. Sin duda a lo largo de la historia se han avanzado hipótesis contrarias a esta reducción, y ello en base a inquietudes espirituales de elevadísima profundidad. Pero simplemente tales hipótesis no pueden entrar en juego cuando el marco de discusión es el científico. La ciencia, no lo olvidemos, tiene emblema en la física, y lo que da nombre a esta, su objetivo no es otro que la naturaleza (physis).

En base a la premisa de que el hombre es un ser meramente natural, en el radar de la ciencia (que tiene como objetivo explorar la naturaleza y hacerla inteligible) estaría el espectro del hombre. Y sin embargo es la propia ciencia, o al menos la reflexión sobre sus presupuestos de base, la que hace que surjan escrúpulos sobre el proyecto de una ciencia del hombre. Por ello vengo señalando que la naturalización del hombre (su reducción a potencial objeto de la ciencia natural) es algo problemático.

Tan indiscutible como que se da en el ser humano la disposición que caracteriza al espíritu científico, es el hecho de que la misma se inscribe en un marco previo: el hombre habla y entre las manifestaciones de la facultad de hablar se halla como un caso particular el hablar científicamente. Simplemente, la ciencia es un producto del lenguaje. Primero está el hablar y eventualmente este hablar llega a ser hablar como un matemático o en hablar como un científico. Y separo ambos aspectos en razón de que, aunque las descripciones de la ciencia se hayan revelado indisociables de la matemática, la esta última se da con independencia de la física, es decir, con independencia de la disciplina que es modelo mismo de la ciencia. Grandes civilizaciones en las cuales no se daba una concepción de la naturaleza que posibilitara la ciencia física, sí se daba ya un profundo conocimiento matemático. Se diría que la matemática (como barrunta Platón en el diálogo Menón) es mayormente inherente a las estructuras elementales del lenguaje que la ciencia de la naturaleza (habrá ocasión de retornar sobre este asunto).

Pero si el hablar que objetiviza aquello de lo que trata, el hablar que da cuenta de la la naturaleza, es sólo un modalidad del hablar, ¿cómo podría dar cuenta del ser que habla, del ser cuya propiedad singular es el hablar? Sostener que cabe dar cuenta científica del ser que habla, supone (explícita o implícitamente) dejar de considerar que la ciencia es un decir y que lo resaltado por la ciencia es algo dicho. Siendo anterior al decir, lo natural deviene vida, código, y en fin lenguaje.

Tenemos sin duda certeza de ser animales, y asimismo certeza de que hablamos. Pero no podremos nunca tener certeza alguna del origen del lenguaje, por razones que ya en su día puso de relieve el padre de la lingüística Ferdinand de Saussure, y que aquí he retomado desde un ángulo diferente que cabe expresar así: la ciencia sólo podría dar cuenta del lenguaje situándose ella misma fuera del lenguaje.

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21 de mayo de 2021
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Escribir desde una casa abandonada

Se dan pocas experiencias más vibrantes que la de descubrir que un escritor o una escritora ha (d)escrito exactamente uno de nuestros pensamientos o sensaciones. Gracias a ese doble ejercicio, el de la escritura y el de la lectura, damos forma a una realidad cuando adquiere sentido a través de la palabra. De nuevo la metáfora del espejo: escritura como reflejo de lectura, y al revés. Mireia Calafell (Barcelona, 1980) –poeta, gestora cultural y comisaria del festival Barcelona Poesia, que justo esta semana ha cerrado su última edición– se lee y se escribe a la vez en sus poemas. Necesita la palabra manifestada para dotarse de un cuerpo, una encarnación que se produce al escuchar su propia voz, que se dirige a ella misma desde la segunda persona. Entonces, una vez conquistado el cuerpo y el yo, es el momento de abandonarlo, porque es capaz de verlo desde fuera: “És senzill, esgarrifosament senzill, / abandonar el teu cos i a poc a poc ja no necesitar-lo. / També això succeeix amb els meus versos.” (Es sencillo, estremecedoramente sencillo, / abandonar tu cuerpo y poco a poco ya no necesitarlo. / También eso sucede con mis versos.)

La distancia o abandono de Mireia Calafell es un ejercicio de desdramatización y de humildad, un deseo de relativizar la importancia del ser que habla en un mundo cada vez más contaminado, más violento, más cubierto de plástico y de sangre. El desencanto hallado en los propios sentimientos dota de una gran fuerza a sus imágenes. La vida no es sólo un sinsentido porque la voz poética sufre la ausencia o el abandono de la persona amada o la frustración de cualquier ilusión, lo es porque todo ese dolor se confunde y se diluye en un contexto de horror asimilado que niega cualquier posibilidad de serenidad. La esperanza, como la pureza, son mitos clásicos que hay que desenmascarar.

En una poesía que se esfuerza por deshacer los mitos, el amor romántico es tal vez el más vapuleado, pero también lo son las expectativas y fantasías en las que se ha basado durante mucho tiempo la educación recibida. El dolor propio se mezcla con el colectivo, con el sinsentido de una realidad percibida que ya es incapaz de crear un entorno seguro para nadie: “Les nits sense dormir fins que abandones i l’empasses, / un got d’aigua mig buit i la pastilla, i encara un no pot ser, / fes el favor i dorm, dorm ja per tu mateixa, dorm ara i no exageris / que mentre fas voltes al llit un home està plorant perquè s’ofega / i el mar és fosc i dens, i és fred, i atura ja els sanglots sota la manta” (Las noches sin dormir hasta que abandonas y la tragas / un vaso de agua medio vacío y la pastilla, y todavía un no puede ser, / haz el favor y duerme, duerme ya por ti misma, duerme ahora y no exageres / que mientras das vueltas en la cama un hombre está llorando porque se ahoga / y el mar es oscuro y denso, y es frío, y detén ya los sollozos bajo la manta”).

Desmitificar es una manera de aprender a ver cuando ya no puede evitarse la punzada de la decepción. El insomnio como la lucidez anómala que imposibilita el sueño, físico y metafórico. Sin embargo, todavía es posible el consuelo de entender la frustración para integrarla como se acepta una cicatriz. En algunas ocasiones, la voz poética se esfuerza por aprender a vivir a través de la imitación, que es una estrategia muy extendida, aceptada y estudiada como modelo cognitivo. No obstante, no siempre funciona, por lo que el deseo de comprender empuja a la búsqueda de la autenticidad, de la pieza que encaje aunque acabe mostrando una imagen que no siempre satisface. Se acepta la tentación de la dicha, el juego de la felicidad, pero siendo conscientes del autoengaño que comportan. Y siempre es más fácil creer que lo vivido fue bello una vez pasado, porque el amor en los poemas de Mireia Calafell es un sentimiento desencantado que quiere reconfortarse en el recuerdo, o, dicho de otro modo, un desencanto amoroso que busca consuelo en la memoria porque, como ya escribió Machado, lo importante era sentir la espina.

En su ejercicio de renombrar, para representar el mundo en su dureza y a la persona que lo habita en su desconcierto, la reflexión y la indagación sobre la propia escritura están muy presentes. Desde el título de su último libro, Nosaltres, qui –publicado por LaBreu Edicions en pleno confinamiento y con el que ganó el Premi Mallorca de poesía 2019– hace que nos cuestionemos quién es ese “nosotros” y su significado. Entrar en un poema, nos dice, es como adentrarse en una casa abandonada hace tiempo y enfrentarse al ejercicio de reconocer los objetos y estorbos que allí se han ido acumulando y que, aunque casi los hemos olvidado, explican nuestra historia minuciosamente: “S’escriu des d’una casa abandonada / on un dia vas viure. S’escriu per tornar-hi, / per poder tornar-hi com aquel tren de l’avi. / Perquè algú com tu m’ajudi a entrar-hi” ("Se escribe desde una casa abandonada / donde un día viviste. Se escribe para volver, / para poder volver como aquel tren del abuelo. / Para que alguien como tú me ayude a entrar.")

Efectivamente, leer los poemas de Mireia Calafell es como habitar en una estancia no del todo cómoda, donde se percibe un poco de corriente de aire, un ruido tenue pero agudo; donde, sin embargo, al llegar, nos sentimos como en casa y pensamos que en pocos sitios podríamos tener tal protección.

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20 de mayo de 2021
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Sin batalla

Guerras de religión, guerras de ideología, guerras por territorios usurpados, o segregados, guerras de orgullo; terrorismo, racismo, violencia machista. Cuánta, cuánta guerra. Hay sin embargo una sin bandos oponentes, sin bombas ni desfiles. Y sin victorias. Es nuestra guerra peor, y la contaba el pasado domingo en este periódico, en forma de diario, un joven maliense de 25 años, Moussa, que la sufrió. No vamos a decir que su relato fuese original. Salió de Mauritania a primeros de abril en un cayuco con 63 ocupantes, pero sólo él y dos más sobrevivieron al cabo de 22 días de travesía. Los tratantes en carne humana eran descritos en crudo, pero la trama ya sabida le quita al crimen suspense. ¿Crimen?

Se trata de una guerra sin precedentes históricos en los últimos cien años; el pequeño criminal está identificado, pero no se le encuentra, como disculpándole de que busque solo dinero y no gloria racial o militar. Así que dos continentes, Europa y África, y sus mares, están llenos de criminales de guerra sueltos, y el lugar soñado por sus víctimas, Europa, no les impide actuar: no los persigue en sus guaridas, no destruye sus embarcaciones letales, no los juzga ni los condena, demasiado ocupada en los frentes internos. Execrable.

Europa carece de sentido si no acaba con el asesinato a mansalva a manos de unas mafias o de un alto interés geopolítico. ¿Difícil? Nunca se ha dicho que extirpar el crimen sea tarea fácil. Más urgente que ayudar económica y sanitariamente a los países que exportan a sus jóvenes como mercancía es decir la verdad; decirlo todo, incluso lo terrible, por su nombre. Cuánta, cuánta guerra es el título de la gran novela bélica y lírica de Mercè Rodoreda en la que, según escribe en el prólogo la autora catalana, “batalla, lo que se dice batalla, no hay ninguna”. Tampoco ahora las hay abiertamente en la migración. Y se sigue matando.

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20 de mayo de 2021
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Todo viaje hacia fuera es un viaje hacia adentro y todo viaje hacia adentro es un viaje hacia fuera

Es un placer releer este libro en edición bilingüe, magníficamente editado y traducido, y que contiene cinco obras de Henry Michaux, tres de ellas fundamentales, a saber: La noche se agita, Lejano interior y Plume. La escritura de Michaux supone un revulsivo contra la literatura fácil y acomodaticia de nuestros días, y es una lástima que esté tan olvidado, habría que decir tan arrasado, por la literatura de consumo y la escritura-basura. Una situación que en nuestro país está adquiriendo niveles de una vulgaridad y una zafiedad alarmantes y contra la que nadie parece dispuesto a hacer nada.

Nacido en la antes muy sombría ciudad belga de Namur en 1899, Michaux pasó buena parte de su vida viajando por el mundo y por el interior de sí mismo, consciente de que todo viaje hacia fuera es un viaje hacia adentro y todo viaje hacia adentro es un viaje hacia fuera. En los años sesenta y setenta del siglo pasado alcanzó cierta notoriedad, incluso en España, debido a sus experiencias con las drogas más que a la deslumbrante riqueza de su escritura. A Huxley y a Jünger les pasó casi lo mismo.

Michaux fue un precursor, y tanto en La noche se agita como en Plume el lector hallará procedimientos que posteriormente van a aparecer en más de una novela existencialista y en el Nouveau roman, y que suponen un enfrentamiento radical a la literatura convencional de todas las épocas.

La historia de Plume empieza de la siguiente manera: “Al sacar las manos fuera de la cama, Plume se sorprendió de no encontrar paredes”. Podría ser una definición de la literatura de Michaux: una literatura sin paredes, ni exteriores ni interiores, una literatura abierta a las estepas del mundo y las estepas del alma, exhaustiva en su denuncia del dolor personal y colectivo, afincada en los vértices más puntiagudos de la conciencia, salvaje, culta, oscuramente redentora, claramente innovadora y siempre dispuesta a denunciar las omisiones y mentiras del humanismo clásico. “Uno nunca acaba de conquistar su propia humanidad”, dijo en una ocasión en contra de los que se llenan la boca con las presuntas excelencias del hombre y omiten sus abominaciones para aligerar la conciencia y digerir mejor lo indigerible: nuestro lejano interior.

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19 de mayo de 2021
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¿Con quién andas?

No es en absoluto fácil distinguir a un imbécil de un malvado. Uno de los modos más eficaces de proceder a la distinción es observar con quién se trata el personaje

No es en absoluto fácil distinguir a un imbécil de un malvado. Cierto: lo más abundante es el malvado que además es un imbécil, pero lo interesante es que a veces puede uno pensar de alguien que es un malvado, que hay que andarse con ojo y a poder ser esquivarlo, cuando en realidad se trata de un simple tontazo. La distinción es relevante porque el malvado hace maldades dolorosas, en tanto que el imbécil, aunque por pura estupidez pueda causar daño, también da risa.

De modo que es prudente aprender a distinguir. Uno de los modos más eficaces de proceder a la distinción es observar con quién se trata el personaje. Si sólo se asocia con idiotas, no hay peligro o no suele haberlo. El malvado prefiere la compañía de gente inteligente, si se deja. El malvado los usa en su beneficio y luego los humilla, los hiere, los arruina y los elimina. Por esta razón hay que fijarse mucho y en política perdonar sólo a los bobitos.

Un ejemplo. Los franquistas de la inmediata posguerra eran casi todos ellos muy malvados. Fusilaban, desterraban, censuraban, encarcelaban, reprimían. Con el tiempo se les fueron debilitando las fuerzas mentales y acabaron por ser simplemente una masa de idiotas que ni siquiera distinguía a la gente valiosa de la que no valía una higa. Por esta razón cometían errores ridículos. Censuraban las novelas de Vargas Llosa, cortaban películas de Ford o metían en la cárcel a estudiantes inocuos. Eran el hazmerreír de Europa.

Y así como las compañías son excelente señal para distinguir entre malvado y necio, la segunda señal es aún más certera: todo aquel que hace el ridículo suele ser un idiota. Ni siquiera tiene entidad para ser malvado. Aplicado a la política, permite entender mejor el acoso a Cercas y Trapiello.

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18 de mayo de 2021
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Desordenada

Parece una tontería ponerme a escribir sobre esto, pero todos tenemos ciertas manías, más inútiles que carismáticas, cuando leemos. Evitaré extenderme demasiado.

Confieso que omito páginas de la lectura que me incumbe. A menudo, dejo de leer y salto a otro capítulo para luego volver a atrás y deleitarme con lo que me he perdido. Otras, hago un ajuste transversal y me entero de todo rápidamente, así puedo saltar sin problemas. Entiendo que será un defecto de universitaria con demasiadas prisas, aunque no se lo he visto hacer a otros. Otra manía: no me gusta, pero me sitúo en la última página y me obligo a leer la última palabra. Achino los ojos y evito leer el resto de la frase. No hace falta que diga que acabo leyendo la frase por completo; a veces, incluso, la página entera. Un autosabotaje en toda regla.

Otros dejan constancia del número de páginas leídas día tras día, en aplicaciones como Goodreads, o se apuntan a retos lectores Leer treinta libros en un año, ¿lo conseguirás? y eso para mí es imperdonable.

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17 de mayo de 2021
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El Boomeran(g)
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