Francisco Ferrer Lerín
He recibido dos revistas que por su encuadernación, formato y gran número de páginas podrían considerase libros.
PARAÍSO. REVISTA DE POESÍA llegó la primera. Vistosa por la barroca ilustración de las cubiertas, es una publicación de periodicidad anual financiada por la Diputación Provincial de Jaén y en la que a los habituales poemas inéditos se suman algunos artículos y reseñas. La segunda, BARCAROLA. REVISTA DE CREACIÓN LITERARIA, más voluminosa, de periodicidad semestral, financiada por el Ayuntamiento y la Diputación Provincial de Albacete, dispone de un reparto de contenidos similar a PARAÍSO. Ambas podrían catalogarse como tipográficamente suntuosas y ambas me han llevado a recordar una de las secuelas, quizá poco estudiada, del cacareado mayo del 68.
PARAÍSO publica un breve trabajo, firmado por Noelia Díaz Viciedo, sobre la poetisa valenciana María Beneyto Cuñat (1925-2011), lamentando la poca atención crítica que mereció su obra y, para abundar en esta circunstancia, reproduce un párrafo de Max Aub, de su libro de memorias La gallina ciega, en el que se denuncia el silencio en torno a María Beneyto, párrafo que se abre y se cierra con dos declaraciones; la primera, ‘Es una mujer hermosa’, y la segunda, ‘no hay razón para callarla aunque ella no diga nada’; declaraciones que merecen la siguiente consideración por parte de Díaz Viciedo: ‘Pero, ¿qué había de decir y a quién?, ¿a alguien que empieza una crítica literaria por elogiar su físico?’.
BARCAROLA lleva en su cubierta una imagen del poeta manchego Ángel Crespo Pérez de Madrid (1926-1995) al que le dedica un elevado número de artículos, de hecho un sustancioso dossier. Pero aunque nos digan que Ángel Crespo es un poeta, y lo podamos ratificar leyendo sus composiciones, su aspecto, su figura, no corresponden a lo que se espera de un hombre con ese oficio. Ahí, retratado, en una buena fotografía en blanco y negro, comparece un individuo de mediana edad, entrado en carnes, sentado en equilibrio inestable sobre una piedra, vestido con un grueso y floreado jersey, pantalones de difusa hechura, y una expresión bonachona extrañamente acompañada por grandes manifestaciones de capilaridad en el cráneo, patillas y cejas; estamos ante el señor José de la tienda de ultramarinos de la plaza Mayor que, a regañadientes, se ha visto obligado, por sus sobrinos, a pasar un día en el campo.
No es ahora, con lo políticamente correcto, con Me Too y similares, cuando, por primera vez, yo corra el riesgo de ser crucificado; sabemos que a partir de 1968 fue vetado cualquier comentario acerca del aspecto físico de las personas, cualquier comentario acerca de la fealdad, de la belleza, de la vulgaridad, del señorío, de la falta de higiene… aquel terrorífico ‘cada uno hace lo que quiere con su cuerpo’ quizá significara el más destacado santo y seña de la algarada.