Skip to main content
Blogs de autor

De repente, un novelón en valenciano

Por 2 de julio de 2021 Sin comentarios

Juan Lagardera

Desde su configuración la novela como género literario admite recursos narrativos prácticamente infinitos. Existen grandes corrientes temáticas, no obstante, que apuntan a modo de subgéneros más o menos obvios, desde las novelitas de pulp fiction al noir.

Hay caminos más íntimos pero igualmente clásicos y prolíficos, como las novelas de iniciación, de aprendizaje, la Bildungsroman que dicen los alemanes tomando un rotundo galicismo: la pérdida de la inocencia que transcurre en el mundo contemporáneo desde la infancia a la adolescencia, la juventud, el sexo y los desengaños de toda condición. Tantas cosas que solo existen desde la revolución industrial.

La modernidad, que no la vanguardia, ha dado obras maestras en dicho capítulo, como El guardián entre el centeno, el Retrato del artista adolescente, Demian, El joven Torless, Ada o el ardor, Rojo y negro, David Copperfield… y buena parte de las historias femeninas de Jane Austen o de las hermanas Brontë que tan bien viene reeditando en castellano la colección clásica de Alba editorial. En cambio, la literatura vanguardista, como la música del mismo frente, han resultado carreteras sin salida.

Existen también novelas de la tierra cuyo paisajismo ha fructificado mucho mejor en el cine. Entre mis películas favoritas de este capítulo: Dersu Uzala, Siberiada, Los emigrantes, Las aventuras de Jeremiah Johnson, El renacido, La llamada salvaje, La hija de Ryan, El hombre tranquilo, No man’s land, A años luz…

El relato audiovisual, sin embargo, no favorece los ambientes urbanos. La ciudad funciona de modo superior en la literatura, tal vez porque las historias verdaderamente intensas son siempre humanas, proporcionan mitos y leyendas antropomorfas, tienen poco que ver con la arquitectura.

Una cervecería corriente y moliente, sin valor estético alguno pero visitada en su juventud por James Joyce, se convierte en un espacio de culto para mitómanos del autor de Dublinesses, quien precisamente escribió esta obra entre los cafés literarios de la Trieste de Italo Svevo. Lo mismo ocurre con la Lisboa de Pessoa, el Brooklyn de Auster, el París de Cortázar, la manniana Muerte en Venecia alcanzando el Lido, la Barcelona de Mendoza o el Madrid de Ramón Ayerra.

Una ciudad que no trascienda literariamente no es una ciudad ni es nada que diría el fundador de Planeta, el legendario José Manuel Lara. La ciudad novelada llegó a ser una obsesión en algunos escritores del periodo naturalista. Emile Zola y sus obras sobre la misma París, Marsella o Roma. Oviedo que no existiría sin su Clarín. Blasco Ibáñez que igual narraba la epopeya de un pescador de la Albufera como la de un jornalero agrícola o un tendero del Mercado Central de Valencia.

Y es precisamente a raíz de Blasco, de su negación como escritor vigente, y también en el entorno menestral del Mercado ubérrimo de Valencia, el cuerno de la abundancia bajo sus bóvedas de modernismo agrarista, que una joven novela está causando furor en la capital levantina. Noruega, de Rafael Lahuerta.

Lahuerta ha escrito una obra cenital. La gran novela de la ciudad histórica, de su decadencia a lo largo de los años 70 y 80 fruto del ensanche de la metrópoli y la llegada de legiones de turistas y cruceros. Ese es el contexto en el que su protagonista, un aspirante a escritor como el Martin Eden de London, irá desvelando el paso de la adolescencia en grupo a la subjetividad juvenil, salto decisivo en un novelista.

Noruega es un novelón, y así lo palpan los lectores, pues de boca en boca ha alcanzado ya una segunda edición a pesar de su publicación por una modesta editorial, Drassana, y hacerlo en un valenciano coloquial, perfectamente entendible por cualquiera. Lahuerta espera que alguna de las grandes editoras se interese por lanzarlo en castellano, o bien que el mercado catalán acepte su libro original plagado de modismos sureños.

Al respecto caben algunas reflexiones. La primera que Cataluña es endogámica en casi todos los niveles, incluyendo el literario. En el micromercado de las letras catalanas, que al menos existe como un pequeño mercado, no parecen caber los autores valencianos salvo entre minorías pírricas o cuando el escritor de turno se pasa el día en TV3 declarando su amor y su fe soberanista. Cataluña piensa en términos mentalmente expansivos y ortodoxamente ideologizados cuando habla de los Países Catalanes, pero en realidad ni entiende ni acepta la insularidad ni el sur de su propia cultura, demasiado diversa y criolla para convivir con la idea de una singularidad independiente.

El caso del cantante de Xàtiva, Raimon Pelejero, Al vent, es revelador al respecto: residente en Barcelona desde hace más de cuarenta años, considerado un genuino representante de la cançó catalana, pero conocedor de la realidad valenciana, se manifestó contrario al proceso independentista unilateral, por lo que padeció una excomunión en toda regla por parte del sanedrín nacionalista.

Lahuerta, por lo demás, es un buen ejemplo de convivencia fértil entre dos lenguas y dos culturas en un mismo territorio, cuya vecindad en todos los órdenes hace innecesarias más explicaciones sobre las contaminaciones lingüísticas. El individualismo valenciano, libre de posicionamientos políticos, tiende a la coexistencia cultural. De hecho, podría ser un buen ejemplo de cohabitación entre la castellanidad y la catalanidad a poco que se le propusieran los políticos en un gran acuerdo regional que afinara la enseñanza lingüística.

El autor de Noruega es todo un abanderado de ese tipo de mixturas. De joven fue el dirigente de la peña futbolística de la Universidad Politécnica, el llamado Gol Gran de Mestalla, donde cada domingo de partido se desplegaba una pancarta gigante con algún aforismo inteligente sobre el fútbol como materia de los sueños y emociones, escrita en castellano o valenciano, indistintamente. Igual citaban a Benedetti que cantaban como una de Pau Riba.

profile avatar

Juan Lagardera

Juan Lagardera (Xàtiva, 1958). Cursó estudios de Historia en la Universitat Autònoma de Barcelona. Ha trabajado a lo largo de más de treinta años en las redacciones de Noticias al Día, Las Provincias y Levante-EMV. Corresponsal de cultura del periódico La Vanguardia durante siete años. Como editor ha sido responsable de múltiples publicaciones, de revistas periódicas como Valencia City o Tendencias Diseño y también de libros y catálogos de arte y arquitectura. Desde su creación y durante nueve años fue coordinador del club cultural del diario Levante-EMV. Ha sido comisario de diversas muestras temáticas y artísticas en el IVAM, el MuVIM, el Palau de la Música, la Universidad Politécnica, el MUA de Alicante o para el IVAJ en la feria Arco en Madrid. Por su actividad plástica recibió la medalla de la Facultad de Bellas Artes de San Carlos. En la actualidad desempeña funciones de editor jefe para la productora de contenidos Elca, a través de la que renovó el suplemento de cultura Posdata del periódico Levante-EMV. Desde 2015 es columnista dominical del mismo rotativo. Ha publicado tanto textos de pensamiento como relatos en diversos volúmenes, entre otros los ensayos Del asfalto a la jungla (Elástica variable, U. Politécnica 1994), La ciudad moderna. Arquitectura racionalista en Valencia (IVAM, 1998), Formas y genio de la ciudad: fragmentos de la derrota del urbanismo (Pasajes, revista de pensamiento contemporáneo, 2000), La fotografía de Julius Shulman (en Los Ángeles Obscura, MUA 2001), o El ojo de la arquitectura (Travesía 4, 2003). Así como la recopilación de artículos de opinión en No hagan olas (Elca, 2021), y sus incursiones por la ficción: Invitado accidental. El viaje relámpago en aerotaxi de Spike Lee colgado de Naomi C. (en Ocurrió en Valencia, Ruzafa Show, 2012), y la novela Psicodélica. Un tiempo alucinante (Contrabando, 2022).

Obras asociadas
Close Menu