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Hermann Hesse y el orientalismo

Por 30 de junio de 2021 Sin comentarios

Rosa Moncayo

Hermann Hesse fue uno de los escritores más leídos por los jóvenes solitarios e inconformistas de los años 60 y 70. Debo incluir a mi padre en este grupo, le he robado hasta los puntos de lectura de esos ejemplares únicos que sacó Alianza Editorial. Demian, El lobo estepario, Viaje al Oriente… Qué ediciones más pulcras. Hesse nació en 1877 en Alemania, fue un niño meditabundo e independiente que desarrolló un fuerte apego por la poesía y la vida intelectual. Trabajó de aprendiz de relojero y librero. Siempre intentó llevar una vida al margen de la sociedad arquetípica y biempensante, nunca quiso entrar en el mundo académico. ¿Para qué ceder ante algunos académicos? Aficionado a la música, pintor y políglota. No se pierdan sus pinturas.

La obra de Hesse está cargada de simbolismo y constituye una síntesis de las filosofías de Oriente y Occidente. Especial predilección por según qué temas. La crítica a la educación escolar, vana e improductiva; el conflicto entre la libertad artística y el sistema burgués establecido; la búsqueda de la unidad estética espiritual frente a la disolución de la conciencia y la configuración de una armonía en los valores culturales.

La decadencia alemana de la Segunda Guerra Mundial supuso un punto de no retorno. Cualquier intento por encontrar una solución, por muy utópica que fuera, al problema del espíritu era insustancial; el trauma de las dos guerras irrumpió con fuerza en la escritura de Hesse. Hombre de una individualidad implacable, en una carta dirigida a su amigo André Gide, se despedía de la siguiente manera: “Reciba una vez más el saludo de un viejo individualista que no tiene intención de adaptarse a ninguna de las grandes maquinarias.”

Una única voluntad: ser libre. Un outsider que luchó a favor de la recreación de los valores espirituales de la mente. Podría decirse que fue inspirador del movimiento hippie. En un mundo patentado y economizado, la década de los 70 y el capitalismo imperante crearon una sociedad de consumo que provocó una tendencia contestataria. La materialización de la sociedad y la rápida industrialización eran los símbolos de un mundo moderno al que todos debían adherirse si no querían ser excluidos.

El orientalismo se difundió por Europa a finales del siglo XIX, aunque se presentaba bajo una mera función ornamentalista. La catarsis literaria de Hesse fue la piedra angular de esta nueva perspectiva para el mundo occidental. Una de sus novelas más emblemáticas fue Siddhartha, escrita en 1922 tras el abismo que dejó la Primera Guerra Mundial. No trata sobre la vida de Buda -aunque está presentada en situaciones análogas a la vida de Gautama-, trata sobre el hijo de un brahmán que ansía encontrar la satisfacción total y el equilibrio entre su vida y el mundo. Es más, Siddhartha significa «aquel que alcanzó sus objetivos». Sus tres habilidades son la paciencia, la meditación y el saber escuchar. Junto a su amigo Govinda, emprende un viaje espiritual y se une a los samanas, los ascetas del bosque para buscar el samsara. De ellos, aprende el arte de abstraerse e insensibilizarse contra el hambre. Siddhartha o el firme reflejo de un Hesse que se debate entre la lucha incesante por preservar su espíritu y la fenomenología de una conciencia supeditada a los estragos de la vida europea. Hesse y sus ideas fijas: la insatisfacción vital puede vencerse gracias a la espiritualidad.

El desequilibrio entre el progreso espiritual de la sociedad y el avance a pasos de gigante del ámbito científico, económico, industrial y tecnológico contribuyen a impulsar una tendencia, siempre en una sola dirección, hacia un último fin vacío de misticismo y sensibilidad. El hombre y su consecución de logros no va acompañado de un sentimiento de felicidad, sólo se contempla la ganancia monetaria y un sentimiento de mejora gradual y continua en la comodidad cotidiana. El espectro de posibilidades e idearios que confluyen en la obra de Hesse aspiran a una armonización de este progreso dinámico para que puedan verse reflejados en el cultivo de la espiritualidad humana y lograr la famosa insustancialidad (Anātman). Somos espectadores de una degeneración irreversible de la mundología interna y su privación del sentimiento de realización.

El corpus antropológico de esta brusquedad se da en el declive del hombre occidental. Necesitamos sentirnos dioses. En estos últimos dos siglos, el hombre ha sido capaz de desafiar las leyes de la gravedad, crear máquinas que detectan la verdad y la mentira, alargar la esperanza de vida, viajar a la luna, postergar la muerte y crear vida mediante técnicas artificiales. Glorificamos el ego, lo aplaudimos. Nuestro sesgo: no nos sentimos parte de la naturaleza. El hombre occidental cree estar por encima de ella, ser sobrenatural pues es el artífice de un progreso que nunca se creyó posible. Todavía no hemos interiorizado nuestras limitaciones, no hemos aceptado nuestra mortalidad ni respetamos la naturaleza. La perspectiva budista aparece en contraposición a este supuesto porque la vida sólo debe ser entendida una vez nos hemos concienciado sobre la muerte y su imperativo. El sufrimiento es connatural al acto de vivir.

 

 

El pájaro pelea hasta que consigue salir del huevo. El huevo es su mundo. Todo ser debería intentar destruir el mundo.

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Rosa Moncayo

Rosa Moncayo (Palma de Mallorca, 1993) estudió Business Administration en la Universidad Carlos III de Madrid. Con 20 años, le concedieron una beca para realizar sus estudios en Seúl, Corea del Sur. Actualmente reside en Madrid. En 2020 publicó La intimidad en el sello editorial Barrett. Fotografía: Laura Carrascosa

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