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I. Bañistas sin rostro

Armando Morales (1927-2011), quien acaba de morir a los 84 años de edad, se consagró como uno de los grandes pintores latinoamericanos del siglo veinte hasta convertirse en un verdadero clásico, uno de los grandes milagros del trópico centroamericano porque se hizo pintor a sí mismo en la Managua provinciana de los años cincuenta teñida por el gris de la dictadura somocista, con una sola escuela de bellas artes mal provista, pero, y he aquí otro milagro, dirigida por un maestro ejemplar que había estudiado en Italia, Rodrigo Peñalba. Desde esa humilde escuela partiría hacia su destino de pintor, en Nueva York, en París, en Londres, en Madrid y Barcelona, donde instaló sus talleres.

            Muy joven aún fue premiado en la Bienal de Sao Paulo, cuando pintaba abstractos, la primera de sus etapas, y a partir de allí fue capaz de entrar dentro de sí mismo para explorar sus propios recuerdos que tienen en sus telas la textura de los sueños, un paisaje recurrente extraído de las honduras de su memoria, el paisaje de su ciudad natal de Granada junto al Gran Lago de Nicaragua, habitado por bañistas desnudas en la madurez de su edad, que nunca tienen rostro, caballos famélicos triscando la hierba en la costa desolada o tirando de un coche sin cochero y sin pasajeros, el muelle antiguo que penetra en las aguas agitadas por un oleaje en sombras, un paisaje que habrá de repetirse en su obra con maestría obsesiva.

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23 de noviembre de 2011
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Transiciones peligrosas

No hay transición sin peligro. Nada es gratis en la vida, y no lo iban a ser también los cambios de régimen, de gobierno o de chaqueta. A los márgenes de incertidumbre inherentes a toda transición, hay que añadir los peligros exógenos. En cuanto empieza un tránsito, se relajan los viejos sensores y sistemas de control, se activan en cambio los detectores de las debilidades y se producen percances o incluso ataques desde los límites exteriores.

El peligro suele estar muy acotado en las transiciones más pautadas y experimentadas, como suelen ser los relevos del poder en los países democráticos, pero incluso estas transiciones suelen ser momentos delicados, especialmente en el escenario internacional. Los británicos, con sus añejas instituciones imperiales todavía vivas, efectúan el tránsito en un plis plas. El primer ministro derrotado apenas tiene tiempo de coger los bártulos porque en dos días tiene delante de la puerta del número 10 de Downing Street al camión con los muebles del vencedor en las elecciones y a la familia del nuevo premier que llega para distribuirse las habitaciones. Sus primos americanos, en cambio, hacen una de las transiciones más largas del mundo, entre la cita electoral del primer martes después del primer lunes de noviembre y el 20 de enero, aún a riesgo de encontrarse con disgustos notables, sobre todo en la escena exterior. Podemos hacer la lista demostrativa sobre las asechanzas del interregno presidencial: el desembarco y espectacular fracaso de Bahía Cochinos, preparado por la CIA, se produjo dentro de los cien días de John F. Kennedy; la larga ocupación de la embajada de Teherán, que electrizó todo el último año de la presidencia Jimmy Carter, terminó el mismo día en que Ronald Reagan prestaba juramento como presidente; la fracasada intervención humanitaria en Somalia, que termina con la retirada americana, empezó con Bush y tuvo que ser gestionada por Clinton: o el ataque israelí a Gaza, denominado operación Plomo Fundido, se produjo también aprovechando el intervalo entre Bush y Obama. Ahora mismo, la escena internacional se halla ocupada por la crisis financiera, que mantiene en vilo a todo el mundo por la solvencia cada vez más dudosa de algunas economías europeas, como la italiana y la española, y la creciente fragilidad incluso de otras economías aparentemente más a resguardo, como la francesa, la holandesa o la belga. Uno de los principios más elaborados de las teorías de la transición americana es que Estados Unidos no tiene nunca a dos presidentes a la vez. Para que esto sea así, desde el primer día se ponen a trabajar conjuntamente los equipos del presidente saliente y del entrante, de forma que quien sigue presidiendo y encabezando las decisiones es el primero pero nada se hace sin el acuerdo y el consentimiento del segundo. El relevo de gobierno y presidente actualmente en marcha en España plantea unos problemas muy similares, aunque en este caso la fragilidad internacional no viene porque se puedan producir crisis bélicas o de seguridad sino por la posibilidad de agravamiento de la crisis, con nuevos incrementos de la prima de riesgo, más caídas de las bolsas, rebajas en las calificaciones de la deuda y los ataques especulativos de rigor. Algo se ha hecho bien acortando al máximo los plazos. Hasta 1933 el presidente americano electo tomaba posesión el 4 de marzo, fecha que se avanzó en 42 días precisamente por las urgencias de la crisis bancaria que dominó la transición entre Hoover y Roosevelt. Era la Gran Crisis; ahora es la Gran Recesión. La parsimonia y el silencio no pueden formar parte de un método en estas circunstancias. Rajoy debe hablar. Que lo haga a su estilo: conciso, pero concreto. Pero que lo haga sin demora.

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23 de noviembre de 2011
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¿Quién mueve los hilos?

De nuevo, un término tan literario como abismo aflora en primera plana de la actualidad. Se utiliza sin mesura, aunque también sin intención poética. La imagen de una negritud indefinida, la frontera entre los contornos posibles y la nada. Nos acompaña el lenguaje catastrofista durante este año: hundimiento, debacle, precipicio… junto a una jerga técnica que el ciudadano, ayudado por la pedagogía de los medios, utiliza con progresiva desenvoltura: prima de riesgo, keynesianismo, default. La palabra que titula la primera década del siglo XXI es sin duda mercados. En plural, cobijada tras su sombrío anonimato. Dicen mercados cuando podrían decir bancos, de forma que el sujeto se esconde tras la suma de fuerzas abstractas responsables de que el dinero emprenda una caída en picado o aliente una remontada. Pero, sobre todo, ha conseguido que pasemos de lo físico a lo intangible. La economía ha ganado la partida a la política y ha tecnificado tanto el discurso público que sólo los tecnócratas ?que el mercado coloca al frente de los estados aparcando incluso transitoriamente la decisión de las urnas? parecen capacitados para manejar las arcas públicas mientras gobiernan un futuro incierto que Merkel cifra en diez años. El pensador de moda Jeremy Rifkin asegura que sólo el talento y la empatía, un compromiso activo que nos hace parte de una experiencia colectiva, nos sacarán de esta crisis. Pero hay que restar el declive del liderazgo que dominaba la retórica emocional y que ha sido eclipsado por el desplome de sus utopías. Así, ha emergido el profesional de la política, por dejación de aquellos que conseguían contagiar la esperanza con las metáforas de sus discursos. «Hoy no hay ningún líder idealista y esto conduce a la desazón de los indignados, esa especie de minirrevolución ciudadana por todo el mundo», asegura el consultor político Luis Arroyo, que ha llevado a cabo un estudio para la Fundación Ideas que pronto verá la luz. En él se llega a una curiosa conclusión: el 90% de los españoles está de acuerdo en la intervención estatal para evitar la acción de los especuladores. Y sin embargo la misma abrumadora mayoría se muestra contraria a ello si dificulta el libre funcionamiento del mercado. ¿Hallará Rajoy, que ha prometido poner en práctica un paquete de medidas anticrisis exprés, el dorado punto medio para encauzar la recuperación? ¿O será una pieza más de la economía globalizada que dicta medidas y tumba gobiernos? La prueba concluyente de la acumulación de poder en unas pocas manos la ofrece un estudio publicado en New Scientist que viene a confirmar a través de las matemáticas los eslóganes de los indignados en todo el mundo: un selecto grupo, menos de un 1% de las empresas multinacionales, tienen en sus manos el poder financiero mundial. Se llaman JP Morgan, Goldman Sachs, Meryll Lynch, Deutsche Bank, Credit Suisse… El propósito de la investigación era trascender la ideología para identificar empíricamente las redes de poder. Y no es que su acumulación desproporcionada sea negativa en sí misma, indica el estudio, lo más peligroso es la conexión entre estas compañías, de forma que contagian sus oscilaciones a la economía global moviendo los hilos del planeta. Nunca habíamos visto tan borroso, ni habíamos sentido reptar con tanta intensidad la incertidumbre a nuestro alrededor. La realidad nos empequeñece, por eso es tiempo de simplificar las rutinas y volcarse en los afectos desplazando ambiciones por placeres sencillos. Contemplar cómo avanza el invierno y cómo va emblanqueciendo el amanecer a pesar de que oscilemos entre números rojos y negros, mientras de nuevo nos decimos menos es más. (La Vanguardia)

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23 de noviembre de 2011
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La tumba de la poesía

Conocí hace un tiempo a un hombre que no leía poesía pero tenía una extraña predilección por las tumbas de los poetas. Era un buen viajero, y antes de cada uno de sus viajes se documentaba concienzudamente sobre los cementerios de las ciudades que visitaba, a la búsqueda de lugares donde reposaran los restos de algún poeta.

Al llegar a su destino siempre encontraba alguna hora para visitar la tumba decidida de antemano, sin importarle mucho si el poeta en cuestión era una gloria universal o un modesto talento local, ni si estaba sepultado en un suntuoso panteón o en un humilde nicho. Permanecía largo rato ante la lápida elegida y ese hombre, mal lector de poesía, tenía la sensación de que oía versos primorosamente recitados en las más distintas lenguas y, aunque no entendía las palabras, sí creía comprender el espíritu de los murmullos que llegaban a sus oídos. Estaba convencido de que todos esos versos aparentemente incomprensibles que llegaban a él en los distintos camposantos eran fragmentos de un único poema, cuyo espíritu sólo lograría captar si, de tumba en tumba, conseguía juntar las múltiples piezas del rompecabezas. Deduje, de sus explicaciones, que cada poeta particular no significaba nada para él, y que lo realmente importante era la poesía en su conjunto, no tal como la reflejaban los libros sino como la resguardaban las tumbas de los que habían escrito estos libros. Este hombre extravagante, que no leía jamás poemas, creía conocer, así, la esencia de la poesía.

Hace unos meses, en Peredelkino, me acordé de él. Peredelkino es una población dispersa compuesta por pequeñas dachas inmersas en bosques de robles. En ella vivieron muchos escritores que la describieron como un paisaje idílico. En la actualidad, cuando uno se aparta de la recia protección de los robles, surgen, amenazantes, los gigantescos bloques de viviendas con los que Moscú coloniza los campos circundantes. A medida que han muerto los antiguos habitantes de las dachas, o simplemente han sido desalojados, los nuevos ricos se convierten en moradores de lo que acabará siendo un barrio residencial de la metrópoli.

El dinero fácil ha hecho que se multipliquen los detalles de mal gusto y, en muchos casos, la anterior austeridad de las casas ha sido sustituida por esa ostentación en forma de partenones y cúpulas acebolladas con los que se deleitan los poderosos en Rusia. La perla del lugar es una imitación a gran escala del San Basilio moscovita que, según me contaron, se está construyendo para el solaz del patriarca metropolitano, quien, de este modo, ha trasladado parte de la plaza Roja al bucólico pueblo de antaño.

Sin embargo, pese a la invasión, Peredelkino sigue poseyendo la atmósfera singular de los escenarios en los que han sido creadas grandes obras del espíritu. Transformada ahora en pequeño museo, está la casa en la que Boris Pasternak vivió los últimos años de su vida y en la que escribió El doctor Zhivago. Muchos de los paisajes de esta novela están inspirados en los alrededores de Peredelkino.

La vida de Pasternak está unida a esta población, y también su muerte, pues está enterrado en su cementerio, una húmeda colina cruzada por caminos serpenteantes. Un sobrio monolito con la cabeza del poeta esculpida en bajorrelieve, advierte de la presencia de su tumba. Frente al monolito, a unos pocos metros, hay un banco de madera y, entre ambos límites, la frondosa vegetación no oculta el jarrón de flores que una admiradora del poeta depositó en el suelo, justo antes de mi llegada.

Me senté en el banco mirando, alternativamente, el jarrón de flores blancas y la cabeza -"caballuna", como él decía- de Pasternak. Traté de recordar algunos de sus versos pues en otra época me sabía poemas de memoria. Pero no recordé ninguno. Tenía la sensación de que los oía, e incluso de que los comprendía, sin que ningún verso acudiera a mi cabeza con mediana claridad. Era una experiencia sumamente agradable, por más que al principio me incomodara mi torpeza para recuperar los poemas de Pasternak. De hecho me di cuenta de que no estaba en condiciones de recordar ningún verso de ningún poeta. Entonces, inevitablemente, resurgió en mi mente la figura del aquel curioso visitador de tumbas que había conocido años atrás: quizá me ocurría, como a él, que los poetas ya carecían de importancia porque la poesía no podía ser captada en ningún otro idioma que no fuera el que recoge el roce del viento con los pensamientos sellados en las tumbas. O sencillamente me había vuelto amnésico, felizmente amnésico, porque hubiera continuado horas y horas sentado en aquel banco de madera en el que creía oír lo inaudible.

Habría querido contar esta experiencia a nuestra anfitriona de Peredelkino pero ella nos contó una historia que no me dejó muchas opciones. Durante años, según dijo, en aquel banco de madera frente a la lápida, que tanto me había cautivado, fueron instalados, por parte de la policía secreta, micrófonos ocultos para grabar todo lo que comentaran los ciudadanos que iban a honrar la sepultura de Pasternak. Se trataba de averiguar qué conspiraciones se escondían bajo la supuestamente frágil coraza de los versos. Boris Pasternak, calumniado en vida, fue perseguido también tras su muerte mediante la persecución de sus seguidores. Los micrófonos grababan lo que serían, luego, acusaciones. Una historia grotesca y atroz.

Sin embargo, lo que con toda seguridad no pudo grabar la policía secreta fueron los murmullos que oía el visitador de tumbas, y que yo creí oír aquella tarde. Afortunadamente ninguna policía del mundo puede sospechar que exista algo semejante.

 El País, 13/11/2011

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23 de noviembre de 2011
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Una elegante lamentación del tiempo presente

El breve ensayo de John Lukacs publicado por Turner es una elegante lamentación del tiempo presente y, ya en las páginas finales del libro, una sarcástica reivindicación de sí mismo. No
está exenta de ese inconfundible murmullo humorístico que distingue a una inteligencia cínica (en la más griega de las acepciones) y por ello puede mostrarse resueltamente hostil con los colegas y editores que le han defraudado.

Esos que se han negado a citar sus numerosos y radiantes ensayos históricos, ya sea por rivalidad o temor, envidia o simple malevolencia (esa forma de ociosidad tan productiva en
la comunidad intelectual), están socavando los notables logros de la tradición cultural de occidente. O esto al menos es lo que nos da a entender.  

La negligencia de las revistas especializadas, abrumadas por la abundancia de una bibliografía
descomunal, la especialización fragmentaria de los expertos en un solo asunto, las exigencias políticas de la carrera académica y el indolente abandono de los requisitos imprescindibles a un historiador -veracidad y honestidad-, contribuyen a consumar el más grave deterioro cognitivo de nuestra civilización: la pérdida progresiva de nuestra capacidad de atención.

El prolífico y radiante historiador norteamericano (nacido en Hungría en 1924) se pregunta en este reconfortante pero demoledor ensayo qué quedará de nuestra tradición culta y libresca. Qué futuro le espera a la Historia y cuál será el destino de los historiadores. Cuánta inteligencia sobrevivirá a la desparramada confusión contemporánea.

Reconocido autor de deliciosos relatos históricos (Cinco días en Londres, Sangre, sudor y lágrimas), Lukacs es un pensador que venera la literatura. Como historiador no deja de indagar la naturaleza de los hechos que estudia pero como escritor tan sólo quiere acompañar al lector en la delicada resurrección del tiempo pasado. Lukacs identifica los sucesos verdaderamente
significativos y centra toda su energía en lo que ya es el registro vertebrador de su método: "lo que piensan y creen las personas constituye la esencia fundamental de lo que sucede en este mundo".

Lukacs acoge con escepticismo la influencia de una tecnología que propicia la dispersión, la
superficialidad, y la conformidad con unas fuentes cada vez menos sujetas a la verificación.
Le asombra la ingenuidad con que muchos de sus estudiantes, que apenas leen libros, dan por buena la información que repliegan en Internet. Y no puede dejar de preguntarse una y otra vez a dónde nos conducirá el desenlace de nuestro suspense cultural. "La larga transición de la era verbal a la gráfica nos conduce a una nueva forma de barbarie llena de nuevos peligros".

Otra de sus observaciones adquiere en estos momentos su especial lucidez: "hay que darse cuenta de que las personas no tienen ideas. Las eligen".

Por breve que sea su recusación no deja de sonar con estruendo la descripción que hace de nuestra época: "desde 1920 la publicidad gobierna la opinión y los sentimientos de la mayoría". Y más adelante, sentencia: "lo que marca el devenir histórico de las sociedades no es la acumulación de capital, es la acumulación de opiniones".

Para Lukacs el historiador es sobre todo el investigador de la mentalidad dominante en cada
época. Y la huella de estas ideas, sensaciones, impresiones y creencias ha sido brillantemente captada por los novelistas. La novela y la Historia, dice, se criaron juntas. Y un Historiador, por ejemplo, del siglo XIX debe leer La cartuja de Parma, Guerra y Paz, Historia de dos ciudades y La Educación sentimental.

Sus reflexiones sobre la novela son augurios imprescindibles y no deja de ser alentador que de este mundo nuestro en transformación Lukacs espere la llegada de un escitor que finalmente renueve el género narrativo por excelencia y sepa elaborar lo que nuestra época necesita.

Como especialista en su campo, Lukacs está libre de muchas contemplaciones y no le importa arremeter contra lo que considera un intento fallido de hacer literatura histórica. (Contra Roth por su Conjura contra América y contra Mailer por su meta ficción sobre Hitler). "Muchos de estos libros, dice, quedan viciados cuando incorporan, tuercen, deforman y atribuyen pensamientos, palabras y actos a unos hombres y mujeres que existieron de
verdad".

Creo que invitaré a Javier Cercas y a Jordi Gracia a leer este libro. Sin duda será de su agrado,
y cada uno por sus respectivos motivos, acometer alguna refutación convincente.

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23 de noviembre de 2011
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La técnica y el ser del hombre: del control del fuego a la medida cuántica XV

XV Nuevas perspectivas en la ciencia...permanencia de la interrogación filosófica

En 1968, a la par que se fraguaba en París la atmósfera que conducía a los acontecimientos culturales y sociales conocidos como Mayo del 68, en la también por entonces  políticamente convulsa california se confirmaba una hipótesis científica de primera magnitud.  A lo largo de  la década de los cincuenta (en experimentos realizados mediante radiaciones que iban de 100 a 1000 mega-electrón voltios por electrón) se había consolidado la  conjetura de que la apariencia homogénea de neutrones y protones escondía una estructura compleja. Pero sólo en el evocado 1968,  gracias al acelerador de electrones de Stanford (que permitía alcanzar niveles energéticos de 10000 mega-electrón voltios)  se conseguía penetrar en el núcleo del átomo y descubrir que efectivamente la ausencia de carga del neutrón no es sino la expresión del equilibrio entre partículas más elementales, los llamados quarks,  las cuales sí se hallan  positiva o negativamente cargadas; por su parte la carga positiva del protón no expresaba sino una composición no desequilibrada entre tales partículas elementales,.

Se repetía así la historia "leibniziana" de descubrir la pluralidad de lo aparentemente puntual  desde  el punto de vista cualitativo. Y el avance se completaba me atrevo a decir que dialecticamente con el descubrimiento de las anti-partículas, entidades con las mismas características que las partículas (masa, magnitud, movimiento rotacional y monto de carga eléctrica), pero con el signo de la carga opuesto.

Al nivel de las partículas elementales seguían en 1968 dándose grandes incógnitas  a las que nadie ha respondido. Nunca se ha conseguido localizar un quark fuera del lazo que le víncula a otros quarks,  forjando protones o neutrones, es decir nunca se ha conseguido apartarlo de ese  reducidísimo universo que es la magnitud de un protón o electrón y nadie ha podido explicar si es una partícula realmente elemental  o si su masa (sorprendemente grande, pues 10 veces la del electrón con quien de momento comparte la condición de soporte último de la organización de la materia) es ya un conglomerado de desconocidas partículas.  Pese a la persistencia de  terrenos ignotos, desde la época en que se avanzaban las hipótesis de la teoría cuántica sobre la estructura de la naturaleza (las conjetura por Bohr sobre la estructura del átomo de hidrógeno por ejemplo) en el plano estrictamente científico,  el progreso ha sido enorme. Y sin embargo... en lo referente a lo esencial la interrogación no sólo persiste sino que los elementos de perplejidad se han acentuado.

En esos mismos años cincuenta en los que el progreso tecnológico permitía introducirse en los universos diminutos de las partículas, el físico Hught Everett, intentaba responder al auténtico escándalo que para los cimientos de nuestra concepción del orden natural  plantea la Mecánica Cuántica, avanzando una interpretación que recupera el mundo de siempre (es decir, un mundo en el cual las mismas causas conducen a los mismos efectos, la única forma de influir sobre un objeto separado es estableciendo algún lazo de contiguidad con el mismo, un gato o bien esta vivo o bien está muerto,  etcétera) al precio...de sostener que paralelamente al nuestro existen tantos mundos como posibilidades se contemplaban, mundos eso sí tan "clásicos" como el nuestro.

Y no sólo los progresos propiamente científicos no han venido a zanjar las interrogantes filosóficos sobre la esencia del orden natural que plantea la Mecánica Cuántica, sino que los han agravado. Así los múltiples experimentos que siguieron al efectuado en 1981 por  el físico francés Alain Aspect y sus colaboradores, no han hecho sino corroborar que comportamiento de las partículas elementales  no da soporte a lo que siempre hemos considerado ser el mundo natural, y que Einstein intentaba salvar con hipótesis realmente filosóficas que la ciencia ha venido a desmantelar. Pues resulta que en presencia  de  determinados fenómenos o bien decimos que las cosas no tienen propiedades independientemente de la constatación que los físicos (y alguno ve tras ellos el nosotros  designativo del hombre que sería efectiva medida de todas las cosas) efectuamos de que las tienen, o bien la propiedad que una cosa tiene podría ser alterada por el hecho de que se efectúa una modificación en la propiedad de una segunda cosa alejada de  la primera  y sin contiguidad de ningún tipo con la misma.

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22 de noviembre de 2011
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Los curas y los borrachos

La revolución de las comunicaciones, tan bendecida, ha mutado en la comunicación de la revolución ocasionalmente satánica. Una y otra se han fundido tan íntimamente, sea en los países árabes, como en los países ricos (enhiestos, antes y renqueantes, después) que lo más placentero para la comunicación es la revolución y viceversa.

Esta lésbica alianza a la máxima velocidad ha devastado el sexo de las leyes, el sexo de los jueces y el marchito sexo de la política en general. Emasculados todos, la comunicación de la revolución cruza el espacio sin apenas trabas, ocupa los rincones y la misma plaza central.

Los políticos, cada vez más turbados, siguen asegurando que la crisis económica es una crisis política. Por supuesto que sí. El derrumbamiento de sus amadas (y rentables) instituciones ha convertido en escombros la consistencia democrática y su abatimiento ha dejado abierta la escena para cualquier botellón especulador. Tóxico y salvaje.

Frente al viejo hacer de los procedimientos políticos (cuatro meses para convocar elecciones, un mes para formar Gobierno, 15 días para una reunión del G-20, 12 para la Comisión Europea, meses para aprobar un rescate, más de un año para que un político distinga la gravedad financiera) la información y la comunicación corren y aplastan ese Estado anciano. Mientras las fuerzas políticas ya corruptas se descomponen, el mercado de la especulación encuentra las mejores condiciones para su verbena.

Sucede como en los procedimientos judiciales del sistema democrático en pleno vigor. Los centenares de miles de folios que deben cumplimentar el sumario logran que al fin su suma sea igual a cero y la justicia no operando enseguida, sea una nulidad. El sistema no nos representa. Pero hay más: el sistema no se presenta. Y menos cuando se necesita que llegue con rapidez.

Si los males de esta crisis han crecido tanto y aumentan sin cesar se debe a que la velocidad de los mercados perversos no halla trabas ni contrapesos del mismo tenor. No hay reacciones que neutralicen la insidia y su perversidad engulle el bien y el mal hasta hacerlo todo fosfatina.

El mal económico, como en los cómics, se relame ante la insignificancia del poder político. No es solo que la codicia ha hecho ricos a algunos y empobrecido a tantos, sino la grotesca incompetencia de las democracias en la defensa de la equidad.

Como en las películas de gánsteres, antes y ahora, la mafia ha corrompido al poder y lanzada ya a un fraude masivo ha hallado tanto la importante complicidad de en los explosivos mass media como la debilidad de los vigilantes que convertidos en estafermos tardaban siempre en reunirse y ponerse de acuerdo, tardaban en aprobar presupuestos, se retrasaban y retrasaban como si el tiempo fuera tan barato como siglos atrás. El tiempo no solo es oro, idealmente, sino que el instante real vale miles de billones de dólares más o menos en las operaciones del ordenador.

Mientras los políticos cuentan billete a billete, los mercados incluyen toneladas de monedas en la electrónica con la ventaja, de que no pesan y apenas se ven, Es decir, se presentan, como sucede ahora, a la manera de enormes e inesperados fantasmas.

Este lenguaje próximo a la ficción, nada tiene que ver con la oratoria y los debates de la reunión presencial. La velocidad de la información, llameando en las varias revoluciones de hoy, se burla ante los sorbos de agua mineral en que se demoran los ministros y presidentes congregados para tratar de apagar el fuego.

De una interconexión instantánea a una dificultad (todavía) para la conexión nacional e internacional, de una época política a otra que ya no lo será. Este mundo que se inaugura es el tránsito (por el momento) desde la liturgia procedimental de hace un siglo a las salvajadas de una economía tan borracha como impune, lanzada a sorbernos a todos de la cabeza a los pies.

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22 de noviembre de 2011
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Historias de secretarios

 

Los mayores del lugar recordarán los felices años doctrinarios del siglo pasado en que había tantas historias como pensadores. Se hablaba de la Tercera Historia de Morin, de la historia diferencialista de Lefebvre, de la  situacionista del otro, y de la extracotidiana del de la moto. Pues ahora,  entre los historiadores de la antigua Grecia, se menciona el fenómeno de la intentional history (en alemán intentionale Geschichte), definido por Gherke como “la proyeccción temporal de elementos de categorización subjetiva y autoconsciente que construye la identidad de un grupo como tal”. Es, en otros términos, la constatación de que la historia es dotada de significado por determinados agentes, que esa dotación puede ser inventada o manipulada, y que concita la perenne tentativa de serlo. Aunque la observación del fenómeno se ciñe al ámbito de la antigua Grecia, no es difícil encontrar hoy un apaño idéntico en nuestros bravos historiadores comarcanos que proyectan sus alegres “nosotros” sobre siglos recauchutados.

También estuvo en boga la historia referencial: aquella que por conocida o documentada adquiere un valor fiducial que la hace muy socorrida en comparaciones y referencias. Hitler, por ejemplo, se acordaba mucho de Napoleón y su campaña rusa, era su historia referencial. Aquellos manuales donde se veía a los franceses de retirada mientras eran lanceados por los cosacos en la estepa nevada fueron el origen de la orden de Hitler de no retirarse de Stalingrado, lo cual adelantó el punto de inflexión de la guerra.

Hoy,  después de leer la descripción cautelar que emite la Casa del Rey del perfil de García Revenga, el secretario personal de las infantas, y una vez conocido su nicho en la cadena trófica de los graciosos dineros, ignoramos qué peripecias históricas le aguardan. Lo cierto es que este actual funcionario de libre designación dejó su oficio de profesor de colegio para ser factótum y tesorero, si no de la realeza, al menos de sus inmediaciones. El lance tiene su historia referencial en Charles Collin, administrador de la Pompadour, personaje frecuentado por los historiadores franceses y del que consta una documentación copiosa, desde que dejó su oficio de procurador para servir a una de las mujeres más inteligentes y poderosas del siglo XVIII.

Cuando se hizo amante de Luis XV, la Pompadour necesitó un procurador para obtener la separación oficial de su marido, y recurrió a Collin. Este fue tan eficiente que consiguió la sentencia de unos magistrados muy laboriosos y motivados que la firmaron a las seis de la mañana. Como la Pompadour necesitaba adquirir propiedades a fin de colocar sus fondos para cuando el favor regio declinase, y al mismo tiempo precisaba de alguien capaz de  discutir planos, facturas y bocetos con arquitectos, banqueros, pintores y relojeros, pensó en Collin como administrador. 

La nueva marquesa disfrutaba de un cargo de libre designación, de modo que Collin disfrutaría a su vez de una incertidumbre doble, la duración de la confianza de su señora en él mismo, y la del rey en su señora. Luis XV ya había visto a Collin haciendo reverencias en la antecámara de la Pompadour y aprobó la elección de su amante.

Al principio, la contabilidad parecía fácil porque, aunque los ingresos eran menores que los gastos, los financieros adelantaban dinero a la amante regia, que podía permitirse incluso buenas obras por mano de Collin. Así consignó una pensión para la señora Lebon, “que la había predicho, a la edad de nueve años, que un día llegaría a ser la amante de Luis XV”. Todas las generosidades se ejercían por intermedio de Collin, que las anotaba cuidadosamente. De ese modo es sabido que la Pompadour le entregaba anualmente trece mil libras “para ser distribuidas en los graneros de Versalles”, porque la miseria era enorme en aquella ciudad hecha de contrastes, donde la opulencia los grandes señores alojados en sus fastuosos hoteles se paseaba al lado de los obreros y artesanos hacinados en tugurios.

En 1751, la marquesa de Pompadour dejó de ser la amante del rey, aunque siguió siendo para él la más incomparable y preciosa de las amigas. En las cuentas comenzaron a figurar menciones de ventas de diamantes, brazaletes y perlas. La marquesa liquidaba sus joyas y Collin se encargaba de las transacciones. En la corte redoblaban los ataques contra ella y los prestamistas reclamaban su plata. Hasta Collin llegó a preocuparse por su propio futuro y solicitó el puesto controlador de la orden de San Luis,  que  obtuvo con facilidad. La distinción conllevaba una pensión más o menos elevada según el grado. Varios agentes administraban los fondos y su gestión estaba sometida a controladores que verficaban las cuentas. Collin, de paso que controlaba, se hizo con dos cruces de San Luis y comenzó a comprar terrenos y casas.  No se casó, y su fisonomía se conoce por un retrato al pastel de Mauric: labios gruesos, hoyuelo en la barbilla, mofletes rotundos y mirada maliciosa. En la época en que  los favores y regalos del rey disminuyeron, y la Pompadour tenía dificultades financieras, Collin le adelantaba importantes sumas. 

A los treinta y cinco años de edad, la marquesa de Pompadour intuyó que nunca llegaría a ver su sueño de una Europa francesa y dictó su testamento a Collin. Aún vivió seis años. Tenía tuberculosis y deseaba retirarse, pero el rey necesitaba sus consejos, hasta el punto de que por favor insigne se le permitió morir en Versailles, cosa que el protocolo prohibía a cualquiera que no fuera miembro de la familia real.

Collin, entretanto, adquirió el cardo de “tesorero general de la Montería, Cetrería y Caza de su Majestad”, y se conviritó en uno de los personajes más considerables de la corte. Un año después de la muerte de su señora, Collin era sesentón y procedió a redactar su testamento. En el documento no hace alusión alguna a sus convicciones religiosas, ni a sus funerales. Lo único que parece buscar es no olvidarse de nadie. Va desfilando todo su personal doméstico, criados, pajes, cocheros, cocineros, así como amigos, y a todos les va legando diversas sumas. Señala pensiones a gente mayor que él mismo y a su ejecutor testamentario le indica que “podrá efectuar estos legados y pensiones sin ningún riesgo”. Porque Collin sabía muy bien la dimensión de su fortuna. A una de sus porteras le señala 500 libras de pensión, “tanto si yo poseyera aún  esa casa, como si ya la hubiera vendido.” Vendió finalmente esa casa y adquirió un pequeño parque de ocho hectáreas y media, con una casa de dos plantas, provista de dos salones de sociedad, un salón comedor, varios salones pequeños, y numerosas habitaciones con todas las comodidades deseables. Hizo transportar sus enseres, entre los que figura una riquísima bilbioteca con las obras de Voltaire, los enciclopedistas y los amigos ilustrados de su señora, cuadros, estampas, muebles, relojes, tapicerías, una colección de medallas y una bodega opulenta con millares de botellas de vino y champán. Vivió seis años como un gourmet dedicado en exclusiva a su propia tranquilidad y, cuando murió, fue inhumado en presencia de dos de sus primos que ninguneó en su testamento, si bien ellos no lo supieron hasta meses más tarde. Collin, desde luego, no se empobreció al servicio de la Pompadour. Y se ve que nunca nos dejamos de historias.

 

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22 de noviembre de 2011
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Lunes sin Pradera

Me han faltado una lectura y una conversación. La lectura era la de la columna de Pradera con su análisis de los resultados electorales, habitual en casi todas las jornadas como la de ayer. La conversación, telefónica en los últimos años, era con él mismo por la mañana del lunes. Puedo abrir el foco sobre lo que le faltará a este periódico e incluso a este país sin su mirada crítica, sus argumentos rigurosos y honestos. Muchos lo han hecho ya con más autoridad y conocimiento. Pero cabe también que limite el haz de luz a mi estricto quehacer y entonces también pudo percibir cuánto me ha faltado hoy esta lectura y esta conversación, en la resaca de la España azul, la Cataluña convergente y el País Vasco nacionalista y cuánto me faltarán esta lectura y esta conversación, con jornada electoral y sin ella.

Su último comentario, escrito el jueves, publicado el domingo, que ya no pudo ver en letra impresa, gira alrededor de una pregunta: ?¿Qué podría ocurrir el lunes 21 de noviembre de 2011, una vez celebradas las elecciones españolas, si estallase con todo el fragor imaginable una nueva explosión de la crisis de la deuda soberana en la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional se viese obligado a una intervención en Italia y en España??. A la vista de lo que ha ocurrido hoy con la popularísima prima de riesgo y con las decaídas bolsas no hay duda de que era la pregunta de la jornada. La política democrática europea y española trabaja a una velocidad de caracol en un mundo donde los movimientos financieros circulan por tubos aceleradores de vértigo. Al buen analista le basta a veces con saber formular la pregunta adecuada. El resorte periodístico por excelencia es la pregunta, normalmente formulada de forma reflexiva e introspectiva y solo más tarde derivada en cuestionamiento público. Por eso las preguntas de Rubalcaba a Rajoy en el debate único celebrado ante las cámaras de televisión fueron lo que más interesó de aquel espectáculo televisivo tan pautado y reglamentado. Aznar le criticó con su peculiar sarcasmo: por preguntón, por periodista. Son las mismas razones por las que se le pudo elogiar. Hizo de periodista cuando los periodistas no podían hacer preguntas. Aprender a preguntar, saber preguntar, acertar en la pregunta que corresponde a cada problema: Javier era un maestro en estas artes y enseñó, nos enseñó, a quienes tuvimos la oportunidad y quisimos declararnos aprendices. Me quedo con las ganas de discutir con él cuál es la siguiente pregunta.

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21 de noviembre de 2011
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Apología del cinismo

 

 

 

Ellos piensan: el dinero todo lo compra. Un puesto público, alianzas y fidelidades, impunidad. Compra silencio. Y el dinero, además, llama al dinero. O piensan: el poder todo lo puede. Destruir a los enemigos, acallar a los críticos, doblegar a la prensa. Quizás todos los políticos del mundo -en todas las épocas- han pensado algo semejante. Sólo que éstos, además de pensarlo, lo dicen en público. Sin ruborizarse, sin dar a entender que se trata de una broma, sin preocuparse por ofender a sus interlocutores (o a los votantes). Y, si lo dicen, es porque han comprobado que es cierto.

            No son lerdos, como afirman algunos, ni se hacen los graciosos: sus salidas de tono -recogidas en todos los medios, que sin falta entran en su juego- no son producto de un desliz etílico o la simple erborrea: son un arma de combate. Más aún: sus peroratas, sus insultos, sus descalificaciones y sus gracejadas los definen. Una vez que han probado las mieles del escándalo, sus impertinencias se transforman en su mejor escudo, la coraza que los protege frente al escrutinio. Al hablar así, diciendo lo que nadie diría -lo que cualquier persona sensata no se atrevería a imaginar-, se vuelven inexpugnables, invencibles. O eso creen.

            La estrategia ha sido cuidadosamente planeada: si alguien exhibe mis negocios turbios, me burlo de él en una entrevista o me presento como víctima de una conspiración (de los masones, de la mafia, de la Iglesia, de los comunistas, de la derecha). Si alguien cuestiona mi ética, respondo que la moral es un árbol que da moras (o, ya otros han reparado en el calambur, Moreiras). Si alguien demuestra que me he enriquecido en mi cargo público, respondo que mis acusadores son resentidos o envidiosos que no toleran mi éxito.

            La maniobra parece burda, incluso suicida, pero funciona. Quien se atreve a practicarla, es cierto, ya no se puede echar atrás: nada peor que un graciocillo cuando se pone serio. Volver a la gravedad o a la contención, incluso en momentos trágicos, resulta inapropiado, imperdonable. El bufón no puede dejar de serlo. Pero, mientras se mantenga como tal, mientras el respetable continúe celebrando (o deplorando) sus ocurrencias, él habrá asegurado un año, un mes o una semana más en su cargo.

            Porque su objetivo es ése: ganar tiempo. Son como Bernie Madoff, el estafador neoyorquino, sólo que en el ámbito político. Su fama funciona como un esquema Ponzi: le quito a Juan para darle a Pedro. Sé que el esquema terminará por derrumbarse (la simulación nunca puede ser eterna), pero mientras haya música, seguiré bailando. Es decir: mientras logre seguir escurriéndome de la policía o de los jueces gracias a mis pullas y a mis gritos, habré ganado mi apuesta.

            Los malhadados filósofos griegos que acuñaron este nombre en el siglo IV a.C. no podían imaginar que resultaría pervertido a tal extremo. Los Cínicos originales pensaban que el propósito de la vida era llegar a la virtud en consonancia con la naturaleza. Para conseguirlo, rechazaban la religión, los modales y las costumbres. El cristianismo, empeñado en desacreditar a sus rivales, los tachó de pervertidos. Y el cinismo pasó a ser una burda mezcla de de acrimonia, desconfianza y soberbia.

            Nuestros políticos, en cambio, han conducido el cinismo a un nuevo límite. En una época que descree de los sistemas -o que, tras la implosión del campo socialista, ha impuesto un individualismo a ultranza-, lo han convertido en su única ideología. Lo único que les importa, claramente, son ellos mismos: conservar su poder y su dinero. Pero exhiben su poder y su dinero como la medida de su éxito, de erigirse como triunfadores en una sociedad de loosers. Y, con un cinismo a toda prueba, convencen a los electores de que, si ellos han llegado hasta allí, cualquiera puede hacerlo. No importa sortear la legalidad o, mejor aún, crear leyes que sólo los benefician a ellos. Cualquier trampa -y cualquier discurso- están permitidos. 

            Hoy, los políticos cínicos del mundo deberían mostrarse melancólicos o inquietos ante la caída de quien mejor los ha representado -de quien los ha inspirado- a lo largo de dos décadas: Silvio Berlusconi. Pero, como son cínicos, se apresurarán a desplegar la lista de sus crímenes. Casi podría escuchar a Humberto Moreira, Fernando Larrazábal o Jorge Emilio González, tácitos discípulos, renegando del maestro.

            Por desgracia, aunque ahora veamos a Berlusconi como un personaje patético, al fin defenestrado, sigue siendo un modelo para los cínicos del mundo. Durante veinte años disfrutó de una impunidad y un poder ilimitados, se vanaglorió de sus delitos y sus faltas, se burló de jueces y fiscales. Y lo peor de todo: no fueron sus rivales democráticos quienes lograron destronarlo, sino -paradoja tragicómica- otros cínicos: los inversores que apuestan contra la deuda italiana. Como sea, Berlusconi aún goza de fuero y pagará a los mejores abogados para ganar, al menos, más tiempo.

 

twitter: @jvolpi

 

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21 de noviembre de 2011
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El Boomeran(g)
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