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John Jennings. Unsplash

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Escribir como quien da un paseo

Hubo un tiempo en que se debatía si era más fecundo escribir enamorada o, todo lo contrario, acomodarse en los grises para evitar una prosa con exceso de brincos. Kingsley Amis apreciaba mucho el estado de resaca, pues aseguraba que dicho malestar le aportaba cierta lucidez metafísica. Y la historia, por su parte, demuestra que se ha escrito no solo en todo trance, sino también en las circunstancias más extremas. Ahí están los cuadernos de Wittgenstein rasgados en las trincheras, los versos de Verlaine desde la cárcel de Mons o las líneas que Agota Kristof anotaba mentalmente en la fábrica de relojes suiza donde trabajó. No fue la única: Jacques Rancière habla en El espectador emancipado de aquellos obreros que, al salir de la cadena de montaje, escribían poemas y se desalineaban.

Cuesta imaginar, cuando todo es incierto y volátil, a quienes se entregan al folio como manera de resistir, o desaparecer. Un acto de fuga y a la vez de búsqueda, como necesidad de encuentro y acuerdo. Ahora llegan las obras concebidas durante los dos años de pandemia, un tiempo ralentizado en el que la muerte comía y cenaba con nosotros. Pienso en el pequeño acto de rebeldía que supuso para sus autores dejar de ser ellos en ese contexto enajenado, o acaso existir a través de las vidas de otros. “Es escritor el que persiste en su propia estupidez”, le escuché decir en una ocasión a Pablo d’Ors, capaz de resumir el verdadero sentido de la escritura, alejado de la vanidad que implica publicar.

La fina artesanía practicada por quienes arman una historia fatiga las manos a una de­terminada edad, pero las ideas disparan los dedos, que olvidan los dolores del cuerpo, reencarnado en los de sus personajes. Dos ejemplos: en La Loca (Ediciones B), Cristina Fallarás presenta una voz muy distinta de Juana I de Castilla, una mujer calumniada y encerrada durante 46 años en una sola estancia del monasterio de Tordesillas; con su prosa hipnótica, una cuchilla sobre hielo, desmonta la falacia histórica que estereotipó el personaje durante siglos. Y Ana Merino ha accedido al archivo personal de Joaquín Amigo, compadre de Lorca, para dar forma a Amigo (Destino), una apasionante novela de campus que se entreteje con una investigación poética e histórica.

Narrar sigue siendo la mayoría de las veces un acto improductivo –excepto para los best sellers–, aunque no conozco a nadie que pretenda hacerse rico con un libro. Para eso están los bitcoin, las start-ups, el arte NFT o la creciente industria de la marihuana legal. “Escribir es un lujo y un despilfarro”, sentencia Juan Evaristo Valls en su Metafísica de la pereza (Ned Ediciones), un formidable ensayo que dispara las sospechas en torno al llamado “mal del ímpetu” y desarrolla su contrario: la ética de la inoperancia. “El único gesto rebelde hoy es el de no hacer nada”, escribe. Y anima a dejar de producir, de conectar alarmas, responder correos, atravesar ciudades que son selvas.

Ya basta de ser infelices, de tragar ansiolíticos, abandonando la creatividad en el amor, en la mesa, en el punto de vista. “¡Parad! O de lo contrario el triunfo más grandilocuente se cernirá sobre vosotros y os aplastará con la tremenda furia de sus promesas”, insiste el autor.

Hoy, la sociedad del rendimiento da paso a otra más perezosa, que pugna por ampliar el tiempo de ocio, además de pensarse desde el cansancio. Y que, rubrica Valls Boix, entiende –y necesita– la escritura como “una larga espera en la que nunca sucede nada, y, por ello mismo, puede cambiar algo”.

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21 de marzo de 2022
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Cuando “las palabras no mienten”

Las metáforas pueden ser verbales o visuales. Entre estas últimas quiero situar en contrapunto dos imágenes: por un lado  la doble hélice del ADN, junto a la cual  se fotografían los descubridores Crick y Watson; por otro lado  la escultura conmemorativa realizada en 2010 por Charles Jencks para la Universidad de Cambridge.  La  primera imagen no parece aspirar a otra cosa que a servir de trampolín para la intelección por parte de quienes carecen aun del concepto propio de lo que está en juego. La segunda tiene una pretensión ornamental, pero también  me atrevo a decir que artística (aunque el autor era un teórico del paisaje más que un escultor). No se trata de la misma dimensión: una cosa es una imagen como peldaño de la ciencia, otra muy diferente la imagen como obra de arte.

Si de metáfora aun  se trata, hemos pasado a un plano ortogonal al que estábamos. Pues  si el recurso utilitario a la metáfora se da en arte y en ciencia, cabe decir que para el arte el verdadero trato con la metáfora no es  algo que tenga que ver con el uso. Las metáforas entonces no tienen  ya (o no tienen exclusivamente) valor de uso, porque al menos en ciertas modalidades de arte, la metáfora es causa final, sólo se sirve a sí misma.

Marcel Proust comparaba el trabajo del arte a la inmersión en un pozo artesiano en el que la ascensión es proporcional a la profundidad  Tratándose de metáforas en poesía, cabe añadir  que lo emergente de las profundidades  es sólo  una forma redimida de lo que ha hecho inmersión: mientras en el arranque la palabra parece estar al servicio de la representación, en el retorno (como en Góngora o Paul Éluard) la metáfora en nada externo se detiene y-cabe decir-  sólo persigue  a la metáfora. ¿Es la Tierra  azul como una naranja? Así ha de ser si las palabras no mienten  (La terre est bleue comme une orange/Jamais une erreur les mots ne mentent pas).

La metáfora nada tendría que ver con aspectos del arte desvinculados de lo epistémico, claman los que ven la utilidad del arte.  Sostienen además (como Veit y Ney en el artículo del que me he ocupado arriba)  que la mayoría  de las metáforas en literatura y otras disciplinas artísticas  serían potentes representaciones de la realidad Como simple contra-ejemplo pediría  que se  me indicara si cabe reducir a valor epistémico o a representación de la realidad,  los siguientes versos cargados de metáfora:

“La piedra es una espalda para llevar al tiempo/ con árboles de lágrimas y cintas y planetas”.

No discuto la legitimidad de preguntarse  qué quiere decir Lorca en estas líneas, de qué verdad el poeta se siente portavoz. Estoy diciendo simplemente que esa verdad no consiste en adecuación a una realidad extrínseca, y que  lo esencial en tal decir no es de orden epistémico,  que lo conmovedor del asunto reside simplemente en otro decir, esencial a la razón humana y a lo que  Kant, en estos asuntos ineludible, intentó aproximarse. La metáfora no  es aquí ese “instrumento” al que a veces ha querido ser reducida. Y desde luego no cumple la exigencia de subordinarse a un relato ajeno a la propia metáfora.

Porque la piedra tiene simientes y nublados/ esqueletos de alondras  y lobos de penumbra”.

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18 de marzo de 2022
Hijos del pintor en el salón japonés. Mariano Fortuny, 1874.
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¿Arte o engañifa?

La sensación de engañifa al pasear por un museo de arte contemporáneo es ineludible para los pocos mortales que seguimos sin captar el sentido de algunas obras que nos ofrecen como arte. Año 2022: a veces, sólo a veces, una no sabe si está en un museo o en un parque temático. En este sentido, podría decirse que el museo Tate Modern de Londres es insufrible. Hice una única visita en 2017, salí tan escaldada que, ahora que me encuentro pasando unas semanas en Londres, sería el último museo en mi lista de quehaceres turísticos.

Hemos perdido el nexo de adhesión subliminal entre la obra de arte y quien la contempla. Si la obra es comprensible a primera vista, ¿significa que ya no es arte? A pesar de todos sus intentos, el dogma del escándalo ya no impresiona. Sacos de patatas dispuestos alrededor de una sala vacía, nudos marineros hechos con cabellos de cien mujeres distintas, montículos de arena, calaveras con joyas o animales encerrados en habitaciones oscuras hasta morir de hambre son ejemplos de lo que algunos llaman arte contemporáneo. Me refiero a este tipo de arte, aunque quizás lo propio sería llamarlo arte contemporáneo en la era del sensacionalismo repulsivo de las redes sociales.

Tendemos a romper lo que funciona de mala manera. Ya no se producen obras de carácter mundano, lo bello y lo sublime se ha evaporado. Mando y dinero se presentan como sucedáneos místicos. La distorsión es tan absurda que no veo más que jeroglíficos incomprensibles bajo la excusa del dichoso arte contemporáneo. La razón de ser del productor de este arte es la del artista maldito, sufridor e incomprendido, con toda una sociedad en su contra que bien lo subvenciona y aplaude con fervor. Ese es el artista que triunfa en nuestra época y la rebeldía superficial es el producto con el que comercia.

La belleza del arte debe ser un misterio en sí misma. Jamás habrá otro Goya. ¿Volveré a tener un Gauguin tan cerca como aquel Nafé Faaipoipo sin dimensión? Ni manchistas ni manchadores, los macchiaioli. ¿Volverán? ¿Tendremos otro urinario de Duchamp? ¿Campos de color de Clyfford Still? ¿Pollock y sus chorretones? El arte deriva hacia un nihilismo terrible. Hace falta sensibilidad, mucha sensibilidad, la propia, la que surge del espíritu de cada uno, la que no está deformada por la ideología imperante, la publicidad a mansalva y las instituciones de adoctrinamiento. Tiempos difíciles, la insignificancia se alza al estatus de milagro. La trampa es muy fácil: cuando criticamos lo sincrónico es como si, al mismo tiempo, se hiciera un juicio malvado e injusto hacia lo transgresor. No es así. Nunca debería ser así.

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16 de marzo de 2022
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Admirable

La tan gastada palabra “solidaridad”, que ya ha perdido todo significado, se reanima y fortalece gracias a los gestos de gente que actúa libremente para aliviar el dolor ajeno, sin que ninguna organización o ente del gobierno los anime a ello.

El espanto que provoca una guerra tan sucia como la de Putin contribuye a percatarse de los privilegios que gozamos sin apenas merecerlos. Con la excepción de algunos grupos excluidos que realmente viven en la pobreza, casi todos emigrantes de sociedades crueles e insoportables, la mayoría de la población española quizás tiene problemas para, como se dice, “llegar a fin de mes”, pero en unas condiciones en absoluto dramáticas. En las democracias capitalistas lo cierto es que se vive con razonable comodidad, a pesar del odio que suscitan en gente mal resuelta.

Me tiene admirado el proceso de absorción o asimilación de los dos millones y medio de ucranios que han huido de Putin. Por una parte, es cierto que ponen en evidencia cómo segregamos a unos emigrantes de otros, pero, por otra parte, es la prueba de acero de la capacidad de nuestra sociedad para ayudar a quienes se encuentran en riesgo de muerte. No son sólo las familias que reciben en sus casas a una nube de desconocidos, son también algunos grupos de trabajadores (en Madrid han sido los taxistas) que organizan por su cuenta caravanas capaces de cruzar miles de kilómetros para llevar alimentos, mantas y medicamentos hasta la frontera polaca, y traerse de regreso a niños y mujeres en una procesión antagónica a la de los satánicos tanques rusos.

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15 de marzo de 2022
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El único animal que necesita justificar sus actos

El ser humano es el único animal que necesita justificar sus actos, incluso cuando los que quieren imponer la ficción de su única verdad recurren a las armas para someter a los que están dispuestos a compartir otras verdades en paz. Siempre he creído que todas las vidas importan, en cualquier lugar del mundo, pero también que somos arbitrariamente selectivos a la hora de elegir qué muertes nos afligen. La guerra de los Balcanes primero y ahora la sangrienta invasión de Ucrania nos recuerdan que la historia de los europeos no ha dejado de beber de la sangre del crimen y la guerra, del mito de la violencia fundadora de identidades y de las formas simbólicas que todas las culturas han inventado para expiar el espanto del horror y sobrevivir como especie. Y mucho me temo que para Occidente y Rusia el chivo expiatorio es el pueblo de Ucrania.

Desconfío de la pureza de los políticos ucranianos, de los ciegos estrategas de Washington incapaces de abandonar su dinámica de la Guerra Fría y de sus procónsules bizantinos de Bruselas, aunque el problema del relato que culpa a Occidente de haber provocado en Ucrania al humillado león dormido es que estaba resentido pero no dormido y que Putin aceptaría una Ucrania neutral sólo en espera del momento propicio para colocar en Kiiv un gobierno vicario. Sus pasos se oían de Libia (maldita pifia de la OTAN en territorio afín a Moscú) a la Siria del déspota Bashar-el Asad, de Armenia y Grozny a Donetsk, de las mazmorras del FSB en Rusia al títere de Minsk. Soy de los que creen que, por muchos errores que se hayan cometido, el único responsable es la camarilla de sátrapas que gobierna Rusia, un país que nunca ha sido democrático, y que la idea de una casa común europea no fue más que el espejismo del vencido en los años 90, un delirio pasajero sin futuro. Y he recordado la dialéctica del deseo de reconocimiento del otro que planteó Hegel.

La sonámbula Europa había olvidado que es periferia, una provincia en la frontera de dos imperios heridos en declive, con un tercero al alza amenazante y con mil demonios devorando su propio jardín. Demonios interiores, no externos, ni euroasiáticos ni árabes. «Nichts ist wahr, Alles ist erbaut». «Nada es verdad, todo está construido», decía Nietzsche. En un diálogo imposible le podría haber corregido Voltaire: “Croyez-moi, mon ami, l’erreur aussi a son mérite”, que también aconsejaba “Il fait cultiver notre jardin”, esa frase tan mal interpretada por aquellos intelectuales, que la esgrimen como un mandato para justificar su retiro narcisista, cuando lo que Cándido dice a Pangloss es que aun sabiendo el error que somos, porque la rectitud no existe (¿acaso no está el eje sobre el que gira la Tierra torcido?), hemos de seguir levantando diques éticos, libres, igualitarios y justos, restaurando con la acción el significado de las palabras nobles que ahora mancillan tantos tartufos palabreros aspirantes a autócratas.

La memoria de los pueblos y sus gobernantes es corta y los encargados de decir lo que no se quiere oír han sido relegados a adornar las fotos de los premios institucionales y las llorosas páginas de sus necrológicas. Su lugar lo ocupan escritores vacuos, celebridades de la nada, cantantes beyoncés, periodistas a sueldo, funcionarios de la política o los sacerdotes de las tecnociencias, una rama de la astrología moderna, experta en brujulear predicciones.

El pensador alemán Sigfried Kracauer se desesperaba en los años 30 pensando qué podían hacer los intelectuales para oponerse al auge de los autoritarismos. Su crítica se centró en cinco grupos. La pregunta es si su lista sigue vigente hoy:

1.- Los intelectuales de guardia al servicio de quien les da de comer.
2.- Aquellos que son conscientes de la gravedad de la situación, pero cuyo escepticismo les lleva a creer que no podrán salir de ella y cloroformizan su conciencia crítica.
3. - Un tercer grupo son los que se debaten entre una necesidad de creer en el futuro y una nostalgia nerviosa, aislados en un gregarismo sectario.
4.- El cuarto grupo sería el de aquellos que, vanidosos, se enorgullecen de su permanente negatividad crítica y su soledad estéril.
5.- Y, por último, el objetivo central de sus puyas: los intelectuales que promovían una revolución conservadora.

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14 de marzo de 2022
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Rótulo

Buscaba un documento, aquella pintoresca antología que firmó Leopoldo María Panero, en 1979, sobre poetas españoles no españoles, cuando apareció un folio, sin duda traspapelado, en el que yo proponía a la editorial Tusquets diversos títulos para una de mis obras. No recordaba la propuesta y, menos aún, la mayoría de los títulos. Así las cosas, de repente, hubo uno, que me dejó clavado en la silla, me entusiasmó, era más que genial, contenía la suficiente carga de imprecisión, de ambigüedad, para convencerme de que era material urgente y obligatoriamente recuperable. Lo desvelo ya, no mantengo el misterio por más tiempo; el título era, nada más y nada menos: HIENA Y OTROS.

Ahora aquí, con el título en la mano, me enfrento a una dificultosa tarea: acompañarlo con un texto. He vuelto a la adolescencia, casi a la niñez, a los albores de mi vida literaria, cuando con las frases, con los nombres, sin duda brillantes, que constantemente se me ocurrían, con ese exiguo bagaje, garabateaba rápido un poema; pero aquella facilidad terminó, el automatismo para redactar, para crear de la nada, quedó atrás, de hecho la existencia misma de ese folio, con títulos fruto de la duda, da la pista de que con la madurez, y no digamos con la senectud, se tiende a la seriedad, a la consistencia, a la rutina constructiva, y que después, en todo caso, sin ningún interés y prisa, se inicia la incómoda búsqueda del título mediante un proceso peliagudo, insano, casi doloroso.

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14 de marzo de 2022
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Una izquierda jurásica

 

Así como desde lejos es imposible apreciar los relieves de un paisaje, hay que adentrarse en los meandros de la izquierda latinoamericana para darse cuenta de que está lejos de representar un todo homogéneo. La variedad es extensa. Una izquierda que tomó en algún momento las armas y creyó en la revolución; una izquierda que nunca se desapegó del credo de la tercera internacional; la izquierda populista, que llegó al poder para quedarse; la izquierda nostálgica, la izquierda académica. La nueva izquierda.

Pero lo que un examen cercano mejor nos deja ver es la división entre izquierda autoritaria e izquierda democrática. Entre la que considera anatema todo lo que se oponga a la hegemonía de un solo partido o de un solo líder; y la que busca rescatarse a sí misma afirmando su fidelidad a la democracia sin apellidos que permite elegir libremente a los gobernantes, y se adhiere al respeto a las libertades públicas y a los derechos humanos. Ni democracia proletaria ni democracia burguesa. La democracia.

“Izquierda cobarde” llama Nicolás Maduro a esta izquierda que se atreve a desembarazarse de los ropajes del pasado que huelen a naftalina. Y la invasión de las tropas rusas a Ucrania ha servido para dejar patente esta diferencia fundamental, que desde las concepciones ideológicas del poder se extiende a los alineamientos geopolíticos.

La falla geológica que se abre en el paisaje entre izquierda autoritaria e izquierda democrática, la vemos mejor al comparar las declaraciones del caudillo boliviano Evo Morales con las del nuevo presidente de Chile Gabriel Boric.

 "Rusia ha optado por la guerra para resolver conflictos. Desde Chile condenamos la invasión a Ucrania, la violación de su soberanía y el uso ilegítimo de la fuerza. Nuestra solidaridad estará con las víctimas y nuestros humildes esfuerzos con la paz", escribe Boric en un tuit. En otro tuit, Morales escribe: “hacemos un llamado a una movilización internacional para frenar el expansionismo intervencionista de la OTAN y EE.UU. La humanidad clama por pacificación, la conflagración no es la solución. La hegemonía armamentista e imperialista pone en riesgo la paz mundial”.

El lenguaje de Evo Morales es una herencia de la guerra fría, cuando la izquierda latinoamericana creía su deber militante no apartarse del evangelio del Kremlin.  Es así que cuando en agosto de 1968 las tropas del Pacto de Varsovia invadieron Checoeslovaquia para aplastar “la primavera de Praga”, Fidel Castro, que entonces representaba a toda la feligresía revolucionaria, respaldó la intervención apelando a los intereses supremos del socialismo mundial.

Sólo había un imperialismo, el de los Estados Unidos; la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia defendían la Paz Mundial. Evo Morales, medio siglo después, no se aparta de ese guion.

Por una suerte de artilugio ideológico, Putin encarna a ese mundo soviético de los manuales leninistas anterior a Gorbachov, aquel mismo de ancianos miembros del politburó, que protegidos con gruesos gabanes y sombreros de fieltro revistaban los desfiles militares desde arriba del mausoleo de Lenin, desfile que cerraban los cohetes cargados con ojivas nucleares, las mismas con las que Putin amenaza hoy al mundo sino le dejan consumar su conquista de Ucrania.

Putin, cuyo apoyo político se teje en una red de organizaciones ultranacionalistas y antisemitas, padrino de una mafia de oligarcas multimillonarios que se apropiaron de los despojos de la era soviética, y decidido a reconstituir la vieja Rusia de los zares, es para los nostálgicos de la vieja izquierda uno de los suyos, y por eso mismo justifican la invasión de Ucrania, o apartan la vista y se diluyen en declaraciones que no dicen nada.

Lula de Silva, sin señalar quién invadió a quién, ofreció un consejo conciliador tanto a Putin como a Zelenski: “gobernantes, bajen las armas, siéntense en la mesa de negociaciones y encuentren la salida del problema que los llevó a la guerra'”. Y nada más. Muy cerca, quién lo diría, de Bolsonaro, que en vísperas de la invasión voló a Moscú para tomarse la foto de ocasión con Putin y que al regresar a Brasil declaró: “no tomaremos partido, seguiremos siendo neutrales”.

Boric, al contrario, recuerda con sus palabras que, si la izquierda tiene algún fundamento, es el humanismo, y que las guerras de agresión son un crimen. Quien no puede quitarse las telarañas ideológicas de los ojos para ver los bombardeos sobre la población civil, los ataques aéreos contra hospitales y edificios de apartamentos, el éxodo de millones de seres humanos obligados a buscar refugio en los países vecinos huyendo de la destrucción y la muerte, demuestra su fidelidad a la izquierda jurásica, o se ha quedado perdido en los vericuetos del cinismo y la dualidad.

Nada más sublime, agreguemos, que estas opiniones de un científico social argentino de izquierda, publicadas en un diario de Buenos Aires: “las apariencias no siempre revelan la esencia de las cosas, y lo que a primera vista parece ser una cosa -una invasión- mirada desde otra perspectiva y teniendo en cuenta los datos del contexto puede ser algo completamente distinto”.

Igual que la famosa frase atribuida a un presidente mexicano de tiempos del PRI, pero que en realidad es de Mario Moreno, Cantinflas: “ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario”.

 

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14 de marzo de 2022
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Evgueni Vodolazkin, un viaje mítico a los orígenes del alma rusa

 

Surgida como respuesta al cinismo post-soviético, la polémica 'Laurus' es a un tiempo relato de amor, 'bildungsroman' y tratado de filosofía medieval sobre el tiempo

Al este de la cuenca del Dniéper se puede trazar una línea que une los motivos y dilemas presentes en la cultura medieval, que allí duró casi siete siglos, con su literatura contemporánea, pasando por Leskov y Dostoievski. Este largo periodo, que arranca con la conversión de Kiev al cristianismo ortodoxo y va hasta la modernización emprendida por el zar Pedro el Grande, dejó un gran poso en el imaginario colectivo, cuyo aroma a incienso ni siquiera perdió después del rodillo soviético. Porque la Edad Media (eso que en Occidente entendemos por un periodo intermedio entre la cultura de la Antigua Roma y el Renacimiento), para Rusia marcó el inicio.

De ahí que la exploración del misterio del alma, la tensión entre la razón y la fe, entre la eternidad y lo efímero, o el significado del sufrimiento sobrevenido, tengan un papel tan destacado en sus letras, pero no solo: la filmografía de Tarkovski, por ejemplo, arranca con Andréi Rubliov, el relato de un iconista medieval. Evgueni Vodolazkin (Kiev, 1964), filólogo, experto en textos medievales y autor del superventas y laureado -nunca mejor dicho- Laurus (2013), afirma que lo principal para él no es la historia en sí, sino "la historia del alma", lo mismo que afirmó Svetlana Aleksiévich en su discurso de aceptación del Nobel. Vodolazkin, de hecho, subtituló esta obra que reseñamos como "novela ahistórica".

EL PODER DE LA PALABRA

Dividida en cuatro partes -Libros del conocimiento, de la renuncia, del camino y de la tranquilidad-, Laurus cuenta la evolución vital de Arsénij en la Rus del siglo XV azotada por la peste, "años en que había más casas que personas". La omnipresente muerte lo convierte a corta edad en huérfano y pasa al cuidado de Xristofor, el abuelo, un curandero de los tiempos en que la frontera entre chamanismo y medicina "era relativa" y, más que creer en pócimas, se creía en el poder sagrado de la palabra: "la voz rusa vrach, 'médico', viene de vráti 'hablar, conjurar'".

Muerto Xristofor, Arsénij, que tiene el don de predecir si un enfermo va a sobrevivir o no, toma su relevo. Una refugiada de la epidemia, Ustina, llama a su puerta un día y surge el amor, tan intenso como fugaz. Ella no sobrevivirá al parto del hijo de ambos, y el dolor y la culpa empujan a Arsénij a un viaje de redención, que lo llevará por Europa hasta Jerusalén, y luego de vuelta al punto de origen. Se trata, pues, del periplo de transformación del protagonista -de sanador a "loco por Cristo" (yuródivi), peregrino, monje y, finalmente, ermitaño- que se reflejará en sus sucesivos cambios de nombre, hasta llegar al Laurus del título, en su búsqueda del sentido de unidad de la experiencia humana. Novela de amor, bildungsroman, hagiografía y tratado de filosofía medieval sobre el tiempo, Laurus surgió como respuesta al cinismo postsoviético.

Pero ¿por qué ahistórica? O, mejor dicho, ¿cómo consigue Vodolazkin transmitir la textura de eternidad, o la sensación del protagonista de estar "separado del tiempo"? Mediante el lenguaje, de una manera que recuerda la idea subyacente en La historia de tu vida de Ted Chiang (titulada La llegada en la versión cinematográfica de Denis Villeneuve), en que el peculiar idioma de los heptópodos alienígenas altera la manera en que se percibe el tiempo.

EL FUTURO DESDE EL PASADO

Vodolazkin mezcla orgánicamente el eslavo litúrgico y de la época -volcado aquí con el castellano de La Celestina- con jerga soviética y ruso moderno en la descripción de un universo en el que el presente aparece preñado de visiones proféticas y augurios -al pasar por Oswiecim, lo que será un día Auschwitz, vaticinan el horror futuro, "la tragedia se siente ya ahora"-, y así, por ejemplo, al derretirse la nieve en abril, emergen anacrónicamente botellas de plástico, o la ciudad natal de Arsénij se llama por su nombre moderno, Belozersk, y no por el de entonces, Beloózero.

Este virtuosismo queda perfectamente trabado con el encofrado de su construcción, cuyo diseño culmina al final. La estructura de la vida no es circular, viene a decirnos, sino en espiral, como la del ADN: "la experimentación de algo nuevo, pero no desde cero. Con el recuerdo de lo vivido antes".

Laurus, tercer título traducido al español de este autor después de El aviador y Brisbane (Rubiños 2018 y 2021), es un pequeño milagro literario que, además, nos recuerda que vivimos limitados en la linealidad de las cronologías de las redes sociales y las fotografías que se suceden, al hacer scroll, como un sucedáneo de eternidad.

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9 de marzo de 2022

Friedrich Hölderlin.

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El don

 

Son tan malos tiempos para la poesía que lo urgente ha de ser mencionar lo que de ella va quedando. Por eso hoy escribo sólo para quienes sean capaces de interesarse por un trabajo de 640 páginas dedicado a un solo poema

Son tan malos tiempos para la poesía que lo urgente ha de ser mencionar lo que de ella va quedando. Por eso hoy escribo sólo para quienes sean capaces de interesarse por un trabajo de 640 páginas dedicado a un solo poema. Bien es verdad que se trata de uno de los más insignes de la poética europea y nos ha llegado en dos versiones porque a su autor se le quemó el cerebro mientras lo iba acabando.

Me refiero, claro está, a Pan y vino (Brod und wein) del más grande de todos los líricos, Hölderlin. Firma la traducción, el comentario verso a verso y el ensayo Félix Duque, uno de los últimos filósofos vivos que nos quedan (Abada). El asunto del poema es sencillo: el autor comienza considerando el mundo real, con su comercio y su descanso, sus calles y carruajes, para luego recordar el tiempo en que los dioses compartían la vida de los mortales. En el momento final muestra su esperanza de que una última divinidad, síntesis paradójica de Dioniso y Cristo, vuelva con nosotros. Lo escribió en 1801, cuando Napoleón destruía las monarquías europeas e instalaba en su lugar repúblicas pacíficas que Hölderlin veía como propicias para un futuro luminoso. La segunda versión data de 1802-1803 y para entonces Napoleón había mostrado ya la garra tiránica que iba a ganarle una corona imperial. Hölderlin, claramente trastornado por un viaje (a pie) que le permitió conocer el horror en las calles de París, regresó a su hogar para ser encerrado el resto de su vida, más de 30 años, en una buhardilla junto al Neckar. La segunda versión quedó rota, como su vida, por el eclipse de la esperanza. El último don, el pan y el vino, ya no eran divinos.

Este formidable doble poema bien merece que un filósofo le dedique 700 páginas, pero debe advertirse al audaz lector que su lección requiere entrega, conocimiento, pasión, entereza, y pan y vino.

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8 de marzo de 2022
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Ucrania: preguntas sin respuesta

Hay guerra, guerra en las ciudades de Ucrania que los rusos llaman “operación militar especial”. Y un aluvión informativo. Programas de tertulia que duran horas. Análisis de generales que nunca antes habían tenido ventanas de oportunidad en la televisión. Infografías y mapas a docenas en los medios escritos. Eslavos que huyen, eslavos que vienen y se van… Una conflagración de apenas dos semanas que deja muchas más dudas que certezas. Las siguientes son las propias de un servidor:

1 Lo que ahora se llama “el relato”, lo van ganando los ucranianos (o se dice ucranios, aunque ucranios suena a ciencia-ficción, y ucraniano es más de Tintín). Putin y Lavrov por el lado ruso, nunca sonríen. La horterada de mesa neozarista que utiliza el presidente Putin tampoco le ayuda a mejorar el mensaje y hacer creíble que los malos son ucranianos.

2 Volodímir Zelenski resulta de película. Un cómico que alcanzó la fama con la serie de televisión Servidor del pueblo interpretando a un presidente. La ficción se hizo realidad. Arrasó en las elecciones y ahora se comporta como un héroe teatralizado en las redes sociales. A pesar de la situación dramática, Zelenski parece siempre optimista, transmite serenidad y hasta entusiasmo. Es como si en España ganara las elecciones Javier Cámara tras el éxito de su serie Vota a Juan.

3 Las grandes guerras recientes empezaron por incidentes menores que desembocaron en conflictos mundiales, como el magnicidio de Sarajevo o la invasión de Polonia. Las alianzas poseen efecto dominó. Cuidado con las alianzas, protegen pero también señalizan peligros.

4 La historia lo puede justificar todo. A Putin (como a Stalin) le encanta la historia, y se remonta al siglo X para reivindicar el carácter ruso de Ucrania. A Musolini le dio por el Imperio Romano, a Hitler por las mitologías de Wagner y a Franco por los Reyes Católicos, la pérdida de las colonias y los almogávares. La historia no es la verdad, lo es todo, la mirada multifocal sobre el pasado. Puro relativismo.

5 Ucranianos y rusos se entrelazan en Ucrania como si fueran siameses. Y aunque nunca Ucrania había tenido su propio Estado –si exceptuamos la Rus de Kyiv–, desde el romanticismo se añoraba poseerlo. Como en Cataluña. Nikolái Gógol situaba esa esencia patriótica entre los cosacos zapórogos de Taras Bulba, luchando en las estepas contra la dominación polaca. Los catalanes construyeron como héroe de la resistencia al conseller austracista Rafael Casanova.

6 Hace dos años volé con Aeroflot a Moscú. Me llamó poderosamente la atención que las azafatas seguían vestidas con las chaquetas que llevaban bordadas la hoz y el martillo. En el Kremlin siguen la momia de Lenin y la tumba de Stalin. Rusia no se ha olvidado de la Unión Soviética y, en paralelo, ha recuperado oficialmente la religión ortodoxa de San Basilio. Todos los hoteles occidentales más lujosos del mundo abrieron sus franquicias en torno a la ciudadela de las murallas rojas, visitada por ríos de turistas.

7 También se regodea el pasado zarista. La exposición más visitada de los últimos años en Moscú estaba dedicada a la pintura historicista del periodo Romanov: cuadros de más de ocho metros con escenas de batallas, de felices trabajos campestres o de la vida cotidiana de los zares y las zarinas.

8 Sabemos poco en Occidente de la Europa eslava, la que Rusia considera su gran familia, a la que debe “proteger”. El Intermares y también la Serbia de los Balcanes. Se le va la mano. Tanto que la sovietización de Polonia, Hungría, Chequia y todos los demás países del Telón de Acero provocó un profundo sentimiento antiruso. Ucrania está en la frontera de la frontera, la insoportable levedad del ser.

9 Más allá de los componentes ideológicos, las conflictos parecen motivados por disputas profundas de carácter antropológico. El nacionalismo airea esos caracteres y las viejas controversias. El nacionalismo resulta la añoranza de un pasado imaginado. Si no cuenta con Estado propio se vuelve melancólico; si lo tiene, se convierte en carcelero de sus minorías, de sus diferentes.

10 Solo nos acordamos del antisemitismo alemán o de los acarreos stalinistas de poblaciones enteras, pero ya en la Primera Guerra Mundial se produjeron liquidaciones en masa de sociedades multiétnicas. Hasta los años 20 prosiguieron las matanzas de armenios, la hecatombe de Esmirna, las expulsiones en Salónica… Se han olvidado pero siguen estigmatizando a Europa.

11 La desinformación sobre la guerra ucraniana va en aumento. Hay que coger con pinzas las declaraciones y análisis que circulan por todos los medios. No sabemos realmente cómo va la guerra. Cuántas armas y soldados le quedan a Ucrania. Cuántos muertos hay entre los soldados rusos. ¿Quién escribe más renglones del guion: el Pentágono o el Kremlin?

12 Para tener una idea aproximada del paupérrimo nivel del argumentario bélico conviene ver (está en Prime Amazon) una película de autoficción documental que se llama como la región en litigio, Donbass. Se presentó en Cannes durante el festival de 2019. La dirige Serguéi Loznitsa, quien vino a España para un ciclo en la Filmoteca. Es bielorruso de nacimiento, ucraniano de bachillerato y moscovita de formación como cineasta. Ahora vive en Lituania. Sabe de qué va ese territorio de frontera que se traza desde el Báltico al mar Negro y sirve de colchón entre Europa central y Rusia, el Intermares.

13 Rusia, y así aparece en la citada película y en los discursos de Putin, sigue obsesionada con la Segunda Guerra Mundial y los nazis. La Gran Guerra Patriótica que conmemoran con todos los honores a sus 26 millones de muertos. Pero aunque sea verdad que existen neonazis en el movimiento Maidán, ahora es el espíritu europeísta, liberal y democrático el que ha seducido al pueblo ucraniano.

14 Apostar por las conversaciones de paz y no por el envío de armamento recuerda el ridículo histórico de Neville Chamberlain y los acuerdos de Munich por los que se cedieron los Sudetes a Alemania. ¿Más diálogo? ¿Acaso se ha invitado a la UE para que participe, siquiera como observadora? Puede que no solo algunos rusos sientan añoranza de la URSS.

15 Esta puede ser la guerra de los drones. Artilugios voladores que miran y que disparan. También ruedan imágenes. En Siria vimos Alepo desde un dron, reducida a escombros. Antes únicamente "sentimos" esa visión en Varsovia, en la ficción de El Pianista de Polanski, y en algún documental sobre el bombardeo de Dresde. En Siria parecía real. La suerte de las grandes ciudades ucranianas será la de Alepo; si resisten, les susurran amenazantes Vladímir Putin y Serguéi Lavrov. Los turcos le han vendido drones a Ucrania. Putin tuvo su primer destino como agente del KGB en Dresde, cuando la RDA.

16 A raíz de las sanciones económicas a Rusia, produce sonrojo conocer la existencia de amplios circuitos mundiales para el blanqueo de dinero ilícito. A Suiza le han apretado las clavijas. Chipre y Lituania también han dicho que se salen de la lujuria por los billetes sin procedencia. Singapur y los Emiratos Árabes siguen lavando. Curiosamente, países con millonarios que han comprado equipos de fútbol europeos, el Valencia CF y el Manchester City.

17 No he visto más tiendas de lujo que en Moscú. El ruso era el mercado de mayor crecimiento entre las marcas más caras y exclusivas. Italia ha querido salvar ese negocio. La National Crime Agency del Reino Unido calculaba en 100.000 millones de libras anuales el flujo de dinero negro hacia la que llaman Londongrado.

18 “Quan entre Odessa i Moscou sonen els canons de bronze, l’arròs que hui està a nou, demà pujarà a onze”. El verso, casi un ripio, es de Bernat i Baldoví (1809-1864), autor de la parodia agropecuaria El virgo de Vicenteta. La guerra de Crimea data de los años 50 del siglo XIX.

19 Citada por el filósofo José Luis Villacañas; la tesis de Louis J. Halle, profesor del Graduate Institute of International Studies de Ginebra, años 60, en su libro, The Cold War as History: "Desde el comienzo en el siglo IX hasta el presente, el instinto primario de Rusia ha sido el miedo. El miedo, más que la ambición, es la principal razón para la organización y expansión de la sociedad rusa. El miedo, más que la ambición en sí misma, ha sido la gran fuerza impulsora. Los rusos, tal y como los conocemos hoy, han experimentado centurias de un miedo constante y mortal. Esta no ha sido una experiencia conciliadora. No ha sido una experiencia calculada para producir una sociedad ingenua, abierta, inocente y cándida".

20 La dualidad rusa, como la exhibía Tolstói. De la tristeza a la euforia, de Europa a Asia, entre la sencillez del mujik y la grandilocuencia palaciega, entre los excesos de la ebriedad y el ascetismo religioso. Llegó a decir Umbral en una de sus columnas Spleen, que en la melancolía de Pushkin ya se reflejaba el espíritu prerevolucionario. La musicalidad aterciopelada de sus poemas en ruso no tiene parangón con el sonido seco de los misiles, su antítesis. La ciclotimia rusa.

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7 de marzo de 2022
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El Boomeran(g)
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