Víctor Gómez Pin
Las metáforas pueden ser verbales o visuales. Entre estas últimas quiero situar en contrapunto dos imágenes: por un lado la doble hélice del ADN, junto a la cual se fotografían los descubridores Crick y Watson; por otro lado la escultura conmemorativa realizada en 2010 por Charles Jencks para la Universidad de Cambridge. La primera imagen no parece aspirar a otra cosa que a servir de trampolín para la intelección por parte de quienes carecen aun del concepto propio de lo que está en juego. La segunda tiene una pretensión ornamental, pero también me atrevo a decir que artística (aunque el autor era un teórico del paisaje más que un escultor). No se trata de la misma dimensión: una cosa es una imagen como peldaño de la ciencia, otra muy diferente la imagen como obra de arte.
Si de metáfora aun se trata, hemos pasado a un plano ortogonal al que estábamos. Pues si el recurso utilitario a la metáfora se da en arte y en ciencia, cabe decir que para el arte el verdadero trato con la metáfora no es algo que tenga que ver con el uso. Las metáforas entonces no tienen ya (o no tienen exclusivamente) valor de uso, porque al menos en ciertas modalidades de arte, la metáfora es causa final, sólo se sirve a sí misma.
Marcel Proust comparaba el trabajo del arte a la inmersión en un pozo artesiano en el que la ascensión es proporcional a la profundidad Tratándose de metáforas en poesía, cabe añadir que lo emergente de las profundidades es sólo una forma redimida de lo que ha hecho inmersión: mientras en el arranque la palabra parece estar al servicio de la representación, en el retorno (como en Góngora o Paul Éluard) la metáfora en nada externo se detiene y-cabe decir- sólo persigue a la metáfora. ¿Es la Tierra azul como una naranja? Así ha de ser si las palabras no mienten (La terre est bleue comme une orange/Jamais une erreur les mots ne mentent pas).
La metáfora nada tendría que ver con aspectos del arte desvinculados de lo epistémico, claman los que ven la utilidad del arte. Sostienen además (como Veit y Ney en el artículo del que me he ocupado arriba) que la mayoría de las metáforas en literatura y otras disciplinas artísticas serían potentes representaciones de la realidad Como simple contra-ejemplo pediría que se me indicara si cabe reducir a valor epistémico o a representación de la realidad, los siguientes versos cargados de metáfora:
“La piedra es una espalda para llevar al tiempo/ con árboles de lágrimas y cintas y planetas”.
No discuto la legitimidad de preguntarse qué quiere decir Lorca en estas líneas, de qué verdad el poeta se siente portavoz. Estoy diciendo simplemente que esa verdad no consiste en adecuación a una realidad extrínseca, y que lo esencial en tal decir no es de orden epistémico, que lo conmovedor del asunto reside simplemente en otro decir, esencial a la razón humana y a lo que Kant, en estos asuntos ineludible, intentó aproximarse. La metáfora no es aquí ese “instrumento” al que a veces ha querido ser reducida. Y desde luego no cumple la exigencia de subordinarse a un relato ajeno a la propia metáfora.
“Porque la piedra tiene simientes y nublados/ esqueletos de alondras y lobos de penumbra”.