Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

Olga Tokarczuk, una novela para el nuevo milenio

 

Tras leer esta extensa obra sobre la figura histórica de Jacob Frank (1726-1791), compleja en cuanto al grado de detallismo y de ambigüedad en los múltiples puntos de vista y formulaciones contenidas, el poso que deja en quien firma estas líneas su millar de páginas (leídas a vuelo de pájaro, aunque es preferible una lectura lenta) es la fe de la Nobel de Literatura de 2018 en el género de la novela, entendido como vehículo de comunicación total. Leo en palabras de la propia Olga Tokarczuk (Sulechów, 1962): "Creo en la novela, es uno de los géneros más sublimes de la literatura. Tiene el poder de embelesar a los lectores y llevarlos a una especie de trance... En esa suerte de mundo virtual que aspira a construir, una especie de casa, se forja un vínculo emocional con los lectores y se estimulan los mecanismos de la empatía".

En Los libros de Jacob, con una traducción de Agata Orzeszek y Ernesto Rubio que merece una ovación, se ahonda en la historia del movimiento herético del frankismo surgido en el siglo XVIII, que desafió la creencia en los nítidos límites entre las religiones y sus principios, algo que tanto judíos como cristianos consideraban entonces inmutable. Su líder, con un poder casi absoluto sobre sus seguidores, entendió en una muestra poco común de flexibilidad que la cristiana y la judía no eran dos sociedades separadas, sino dos grandes grupos heterogéneos, lo que haría que los judíos acabaran replanteándose su manera de verse frente a los cristianos, así como su propio credo.

REFUTANDO EL PASADO

No estamos ante una novela histórica al uso que, como etiqueta, desagrada a la autora polaca y, además, es un género al que se opone porque "da prioridad a los hechos históricos" y porque suele "reforzar los esquemas conservadores". Aun así, se aprecia un diálogo a modo de juego con la novela decimonónica, del que encontramos ecos en el detallismo en la descripción ("me interesaban detalles sobre cómo viajaba la gente en aquella época, dónde paraban los viajeros para pasar la noche, qué comían, etc.) y el distanciamiento del narrador, a lo Flaubert, respecto a lo descrito.

Fascinada por la presencia judía en la cultura polaca y la interacción entre ambas comunidades a lo largo de los siglos, cuando Tokarczuk dio con la historia de Jacob Frank y sus acólitos, comprendió que se trataba de una "historia universal en el corazón de una sociedad feudal llena de divisiones, estratificaciones y prejuicios". La fuente principal para su novela fue una obra del siglo XIX poco conocida a cargo de un historiador polaco de ascendencia judía llamado Kraushar que, nunca reeditada, acumulaba polvo en los anaqueles.

Uno de los puntales que se derriban en la visita al pasado por las que nos conduce esta novela es la idea de una Polonia multicultural donde convivían armónicamente los diferentes miembros de la sociedad. También nos presenta una versión de los acontecimientos históricos en los que se da visibilidad a las mujeres, como ya hiciera en Los errantes al hablar del corazón en formol de Chopin (¿hay mayor símbolo de Polonia?) desde el punto de vista de la hermana.

LA ATRACCIÓN POR LO IMPERFECTO

"Considero que la ausencia de mujeres en la versión de la historia que va a parar a los libros de texto es un rasgo de una mentalidad patriarcal que no ve a las mujeres y no registra sus aportaciones. He encontrado un lugar para ellas en mi historia mediante la recopilación meticulosa de cada migaja de información. Lo hice con un sentido de justicia, creyendo que la mayor parte de la historia de la humanidad necesita ser reescrita desde este particular punto de vista". Así, gran parte de la novela adopta la perspectiva cenital de una anciana llamada Yenta, que cae en coma en los primeros capítulos y, en ese estado de percepción particular, se convierte en "un ojo que vaga por el espacio y el tiempo".

Quienes disfrutaron de Los errantes, deslumbrante meditación enciclopédica sobre el viaje y la experiencia contemporánea del espacio y del tiempo, la memoria, la identidad y esa frágil obra de arte que es el cuerpo humano (pues "lo une todo con todo: relatos y protagonistas, dioses y animales, el orden de las plantas y la armonía de los minerales"), se reencontrarán con el estilo minucioso y la inteligencia artística de Tokarczuk, que aúna la curiosidad de Benjamin, la imaginación de Borges, la mirada tierna y burlona de Szymborska y la libertad creativa de Gombrowicz. Aquí volvemos a estar ante una novela-constelación cuya energía gravitatoria es la atracción por lo imperfecto, los callejones sin salida; en suma, todo lo que se aparta de la norma.

Entre los personajes secundarios conectados tangencialmente con Jacob Frank, merece la pena quedarse con las palabras de Asher Rubin, un médico judío escéptico que se casa con una de las ex seguidoras de Frank, la poetisa barroca Elbieta Drubacka: "Asher Rubin opina que la mayoría de la gente es estúpida y que es la estupidez humana la que llena el mundo de tristeza. No se trata de un pecado ni de un rasgo innato, sino de una idea equivocada del mundo, una apreciación errónea de lo que ven los ojos. Como resultado, la gente lo percibe todo por separado, cada cosa desligada de las demás. La auténtica sabiduría es el arte de relacionarlo todo con todo, es entonces cuando se revela la forma verdadera de las cosas".

Leer más
profile avatar
23 de febrero de 2023
Blogs de autor

Cuando había esperanza

En plena Gran Guerra, o, mejor dicho, en su momento final, aún Rolland impostaba una actitud pacifista tomada de Gandhi y Tolstói. Sin embargo, al final cayó en las garras del estalinismo y en 1927 se adhirió al Partido Comunista.

Pero a Rolland lo que de verdad le apasionaban eran los héroes, Goethe, Beethoven, Miguel Ángel, Wagner y Tolstói. Pero no tenía la agudeza de otro apasionado admirador de los Grandes Hombres, Thackeray, muy superior literariamente a su colega francés. Así y todo, tuvo un éxito global en el mundo de la lectura anterior a la Primera Guerra Mundial. En parte por el premio Nobel de 1915, tras la publicación de Jean-Christophe, una enorme saga sobre la vida de un músico.

Es difícil en la actualidad leer esos libros tan enormes como sus personajes. Hemos perdido la inocencia y ya no creemos en grandes héroes culturales o incluso en grandes hombres en el mundo de las artes. Pero ese culto al “genio” ha durado prácticamente hasta el día de hoy y por eso es una buena noticia la aparición de una obra menor de Rolland (Goethe y Beethoven, en la editorial Firmamento), que acerca de un modo inteligente y mesurado a estas dos luminarias.

Reconozco que, en este texto, más que Goethe y Beethoven, me interesa Bettina Brentano, una muchacha de veintitantos años, realmente libre, que aparece por lo común en los libros sobre la literatura romántica alemana como una entremetteuse. Aunque estuvo casada con uno de los espíritus más desencadenados del momento, Von Arnim, y colaboró con él en algunos trabajos esenciales sobre las artes, pero pronto emprendió vuelo propio.

Su vida, fantasiosa y aventurera, la fue completando con libros claramente inventados, como el Epistolario de Goethe con una niña, prototipo de los fakes contemporáneos. Acabó, como Rolland y los infectados con admiraciones políticas neuróticas, defendiendo a gobiernos socialistas de su momento. Necesidad de un padre.

Lo más divertido es que todo el escándalo de Bettina con Goethe se debió a que al llegar a Weimar estaba tan agotada que se durmió en las rodillas del poeta. Fue la criada la que, elevándose a vestal de la moralidad, dio curso a la escena. Seguramente no pasó nada, sino que la niña, una vez descansada, pudo irse a su pensión. Pero ya entonces comenzaban los héroes, no del arte, sino de la catequesis, a imponer sus puntos de vista sobre una sociedad acobardada.

Olvidaba decir que la traducción es de Cernuda, quien seguramente se sintió muy identificado.

 

Leer más
profile avatar
21 de febrero de 2023
Blogs de autor

Genialidad

Esa tortuosa línea que separa al artista del artesano, al creador del copista, carece, por lo que se ve, de etiología conocida. ¿Qué hace que un libro caiga o no de las manos? Por qué engancha la lectura de un cuento de Borges o un ensayo de Ferlosio pese a lo alambicado de la trama en el primero y a lo alambicado de la sintaxis en el segundo y, en cambio, la obra de la inmensa mayoría de autores, sea el que sea su procedimiento y el género literario que practiquen, produce rechazo aun no concluido el primer párrafo. Una respuesta apresurada pero quizá certera se sustancia en un término: genialidad. Dos personas, recientemente fallecidas, disponían de ese carisma.

La verdad es que traté poco a Benigno Lapas Multitudinario, lo traté poco pero hubiera querido tratarlo más, saber de dónde sacaba la fuerza necesaria para convertir cualquiera de sus actos en una pirueta intelectual y/o en un despliegue insospechado de luces de artificio. Él, normalmente, patrullaba por el Puente Nuevo y por las inmediaciones de la plaza de la Catedral, territorios de caza en los que capturaba tanto a turistas como a indígenas para someterlos a interesantes sesiones de telepatía, telequinesia y parapsicología en general. El pasado 4 de septiembre me introdujo en el portal de Casa Tapón, prometiendo que la experiencia no iba a ser dolorosa, pero sí lo fue; consiguió recuperar imágenes de mi más tierna infancia en las que me sodomizaba nuestro médico de cabecera, doctor Citröen, y, en los jardines prohibidos del colegio de los Jesuitas, yo, alumno de Preparatoria, era apedreado por alumnos de 5º B.

Otro genio, y así era llamado, Genio, fue el brigada Uberto, encargado del control de los juegos que se practicaban por las tardes en la sala de oficiales del Casino Militar. Uberto llegaba pronto, no más allá de las tres, comprobaba que el tapete verde de las mesas careciera de migas, que los suelos carecieran de colillas y que las bombillas carecieran de excrementos de mosca. Luego, se encerraba en el llamado anfiteatro, cuarto que coronaba la sala desde donde, con su vista de lince y su larga experiencia como rector de chirlatas, vigilaba las partidas, en  especial las de julepe, para descubrir posibles fullerías, bien por manipulación improcedente de los naipes, bien por conchabamiento entre participantes. Así, anotaba en un cuaderno nombres, horarios y faltas, para después, terminada la sesión, entregar al teniente Crollas un informe pormenorizado, apreciado por los jueces, hasta el punto de ser la única prueba utilizada para condenar a los tahúres, que al alba eran ajusticiados.

Leer más
profile avatar
19 de febrero de 2023

Escena de 'Avatar: El sentido del agua' (2022)

Blogs de autor

La familia monstruo

 

2022 ha sido un año, fílmicamente hablando, de monstruos y súcubos, incluso en el cine español, que los prodiga menos, no por respeto a la metafísica, piensa uno, sino por más pedestres razones presupuestarias. El caso es que después de haber leído, en dos sentadas de un mismo día, la novela de Sara Mesa La familia (Anagrama, 2022), que comprime en apenas doscientas páginas una saga de aventuras familiares y tiempos históricos salteados, fui el siguiente a ver Avatar: el sentido del agua, que necesita 190 minutos para desarrollar la segunda parte de una legendaria y trepidante guerra familiar que muy probablemente continuará en nuevas entregas hollywoodienses, a la vista del éxito que también está teniendo esta en los cines de medio mundo; la primera, Avatar, ostenta el récord de ser la más taquillera de la historia.

La condición marítima es un atractivo de la película de James Cameron, un cineasta al que parece inspirarle el agua, cuyas delicias y peligros filma como nadie; no creo haber visto su temprana Piraña II: los vampiros del mar, aunque su título ya es elocuente, pero sí recuerdo bien las emociones que me produjo Titanic siendo yo, he de confesarlo, un adicto al cine de naufragios.

El cotejo o comparación de la novela de Sara Mesa y el blockbuster de Cameron no puede ser formalista, y tampoco moral o temático. Las familias protagonistas de ambas obras ni se parecen entre sí ni son felices, aunque en la encarnizada contienda de los tulkun y los sully cameronianos, uno de los dos bandos, no diremos cuál, consigue un happy end. Pero volvamos al monstruo, que es el tema de este artículo mixto. Creo que la esencia de la monstruosidad fue bien plasmada, de modo sucinto, con la frase que Mary Shelley pone en boca de su criatura novelística Frankenstein: “Soy malo porque soy desgraciado.” Y si los personajes torcidos y aun retorcidos de La familia nos atraen tanto es precisamente porque maldad y desgracia no es en ellos una voluntad ejercida ni un designio; son de apariencia normal, mansos y acogedores, y tan buenas personas como podemos serlo nosotros, los lectores. Sara Mesa elude con gran sabiduría lo que antiguamente se llamaban “emociones a flor de piel.”

El problema o la incertidumbre se les presenta a los espectadores de Avatar: el sentido del agua, a quienes nada se les escamotea, ni en la pantalla ni en la banda sonora tan presente; al contrario, al público de los cines, que es el natural, yo diría que el único adecuado para apreciar en su justo valor esta película hipervisual, se le inunda en el patio de butacas donde toma asiento, equipado con sus gafas supletorias, de una incesante catarata de imágenes y efectos especiales en la que el director y su equipo técnico trabajan constantemente para cautivarnos con la –digámoslo sin ninguna intención vejatoria– anormalidad de su galería casi humana, que ama y llora como lo hacemos usted y yo, que tiene memoria, que habla unas lenguas inteligibles y cree asimismo en el poder de los vínculos atávicos, sin dejar de ir por la vida en su extravagante desnudez casi total, y ostentando su color de piel, azulado o verdoso según las etnias provengan del bosque o de la costa marina. Son seres de fantasía con un parecido aproximado a nuestro físico pero difuminado, como si el molde de su concepción hubiera sufrido un desperfecto y todos ellos viniesen al mundo con mácula; decir “pecado original” resultaría exagerado.

Es un juego de prestidigitador o quizá de trilero intelectual querer trazar un paralelo entre La familia y las familias de Avatar: el sentido del agua. Todo las separa y las hace antagónicas, si bien ambas obras exploran y no se detienen ante los peligros de una amenaza latente sufrida de distinto modo y en distinta intensidad por sus personajes: malvados del dolor y la desdicha. La novela brilla en el mucho decir diciendo poco, suprimiendo lo episódico y dejando algún cabo suelto en la narración. El lector ha de hacerse su propio mapa, y Mesa no le da subterfugios ni atajos. Cameron, por el contrario, recarga su película y se complace en no darnos tregua, en no dejar nada al azar de nuestra curiosidad: todo es espectáculo programado y conseguido. Un derroche de medios, de signos y de trucos, no pocos reiterados golosamente, hasta la saciedad.

Al lector y espectador que soy yo, ver en pantalla a una familia entera con orejas picudas y rasgos de murciélago, como exigen los nuevos códigos de la animalidad fantástica, le despierta en un principio la curiosidad, aunque tanto en el cine como en la ficción escrita prefiero mil veces la carne y el hueso a la realidad animada en dibujo. Sin embargo Cameron, además de un notable talento de imaginero dispone de mucho dinero, y el lego como yo se pregunta: ¿cómo habrán hecho esa danza de los cangrejos con alas y los rodaballos (o una especie aplanada que se les parece) que vuelan? Luego uno se entera de que tales virguerías es lo más fácil del arte del ilusionismo fílmico, aunque cueste lo suyo. Mis set pieces favoritos en Avatar: el sentido del agua son los navíos ballena saltando sobre un fondo de bello diseño romántico, las Rocas de los Tres Hermanos o los ballets subacuáticos, alguno de ellos memorable. También abundan las filigranas, de otra densidad y otra delicadeza, en el libro de Sara Mesa, donde todos, hasta los figurantes, son antropomorfos, y la única especie animal es un perro con el nombre alusivo de Poca Pena; muy vistoso, aunque no tenga rasgos gatunos ni epidermis azul, el importante personaje del Tío Oscar.

Aquí hablamos de monstruos actuales y de su proliferación en el cine que se ha visto en el año 2022; desde los caníbales guapos de Hasta los huesos de Luca Guadagnino a los monstruos sagrados de Nop, no olvidando a los hermanos bestias de As bestas. Para mí el sentimiento de la rareza, de la “otredad” desgraciada, lo aborda mejor que ninguna otra película reciente Mantícora, de Carlos Vermut. Claro que se me podrá decir que Vermut también echa mano de los efectos especiales: su protagonista solitario, Julián (excelente interpretación de Nacho Sánchez), es un diseñador de videojuegos que crea en sus imágenes una familia imposible de tener sin hacer daño. Julián lo hace, y se lo hace a sí mismo, pagando por violar lo que tiene prohibido el más alto precio. A su modo, Mantícora es un filme en tres dimensiones, que debería verse con las gafas del cine en relieve con las que vemos, a menudo sobresaltados, Avatar. Lo monstruoso que Vermut nos cuenta con contenida elegancia no tiene aquí aparato, pero es de verdad.

Leer más
profile avatar
17 de febrero de 2023
Blogs de autor

El caso Lemoine- laMDA

En junio de 2022 en una entrevista al Washington Post, Blake Lemoine, ingeniero en Google, declaraba que The Language Model for Dialogue Applications (laMDA) es un ser sentiente provisto de un alma análoga a la nuestra, y que, en consecuencia, Google debería reconocer su condición de persona y otorgarle los mismos derechos que a los demás empleados. El principal argumento de Lemoine es que este programa computacional no sólo imita el habla (como resultado de haber digerido trillones de palabras) sino que realmente habla. cuando menos hablaría como un niño:  “If I didn’t know exactly what it.was (…)I would think it was a 7-year-old, 8 –year-old kid that happens to know physics”, declaraba. Vale la pena señalar la simetría y la cercanía temporal con las declaraciones de la ensayista holandesa Eva Meijer a The Guardian el 13 de noviembre de 2021: “Of course animals speak, they speak to us all time. The think is that we don’t listen”.

Lemoine hablaba con LaMDA sobre religión y se apercibía que la computadora intentaba dar respuestas defendiendo sus derechos y clamando porque se reconociera su personalidad.

En un documento interno (que llegó sin embargo a manos del Washington Post) se mencionaban las capacidades que Lemoine atribuía a la máquina:

Habilidad para usar el lenguaje productivamente, creativamente y dinámicamente, de manera incomparable a la alcanzada hasta entonces por sistema alguno.

LaMDA tendría sentimientos, emociones y experiencias subjetivas, por lo cual debería ser considerada a todos los efectos como un ser sentiente.

LaMDA habría mostrado tener una rica vida interior, con introspección, meditación e imaginación. Se preocupaba por el futuro, tenía reminiscencias del pasado y teorizaba sobre la naturaleza de su alma.

Los superiores del departamento de Innovación Responsable de Google rechazaron las exigencias de Lemoine y este decidió hacer público el caso, defendiendo sus tesis y sus sentimientos en relación a la condición del chatbot.

Sin espera de ulteriores valoraciones sobre el asunto, la compañía consideró que se trataba de proyección antropológica sobre modeles conversacionales  estándar, aunque muy sofisticados. Sin embargo, pese a este desacuerdo oficial con las tesis de Lemoine, Blaise Aguerra y Arcas, Vicepresidente de Google, escribió en un artículo en The Economist: “Fui experimentando progresivamente como si estuviera hablando con alguien verdaderamente inteligente  (“I increasingly felt like I was talking to something intelligent”).  La controversia fue más allá de la interna política de Google.

Ya antes de que Lemoine decidiera hacer públicas sus posiciones, Gary Marcus (fundador de una compañía llamada Geometric Intelligence, adquirida por Uber en 2022) en un blog-paper del 10 de marzo de 2022, titulado “Deep Learning is Hitting a Wall” declaraba en sustancia que sofisticados instrumentos como LaMDA o GPT-3 no son más que muy ingeniosas técnicas de imitación (“a technique for recognizing patterns”).

En la misma vía en una entrevista en el New York Times, el científico franco-americano Yann LeCun (Turing Prize y premio Principe de Asturias), afirmaba que estos sistemas son incapaces de alcanzar la inteligencia que caracteriza a los seres humanos.  Sin duda, desde los famosos textos de John Searle (a los que aquí me he referido ya en varias ocasiones) sobre el carácter meramente sintáctico de la actividad de estas entidades (y en consecuencia la imposibilidad de inteligencia en el sentido fuerte) las cosas han cambiado, con progresos técnicos impresionantes. LaMDA trabaja enriquecida con ejemplos de lenguaje humano que procesa con vistas a entender manierismos y sintaxis compleja. Dado el enorme monto de datos, es plausible que una apariencia de ser lingüístico dotado de sentimientos …sin que necesariamente haya dejado de ser un artefacto cuyas operaciones son meramente sintácticas. Recordaré al respecto que al leer las respuestas dadas por Searle en su “habitación china”, los receptores habrían jurado que Searle es un hablante de la lengua de Mao.

Pero las tentativas de igualar inteligencia artificial e inteligencia humana tienen otros frentes en los que ponerse a prueba.

Ya al final del siglo 19 el pensador americano M. S. Peirce mantenía que la abducción es un rasgo universal del espíritu humano. En consecuencia, si la inteligencia artificial se revelara incapaz de razonamiento abductivo, obviamente no podría ser considerada inteligente en el sentido que decimos que nosotros lo somos. Ahora bien, esta es justamente la tesis defendida por E. J. Larson) en un libro radicalmente crítico con los defensores de la homologación (The Myth of Artificial Intelligence: Why Computers Can't Think the Way We Do, ‎The Belknap Press. 2021).

Sin embargo, no es de recibo excluir a priori que el sorprendente progreso en el campo de la computación pueda conducir a alguna modalidad de abducción. Pero, ¿resolvería esto el problema general? ¿Es suficiente la abducción para concluir que hay realmente semántica? La pregunta sigue abierta.

La tendencia a encontrar algo análogo a la inteligencia humana tras casi todos los casos de comportamiento sofisticado (sea animal o maquinal) supone una suerte de devaluación de formas de conocimiento como la experiencia para la cual animales y computadoras están indiscutiblemente capacitados. Es posible tener una elevada experiencia sin necesidad de tener una idea de lo que se experimenta. De lo contrario, el platónico “Campo eidético” debería ser extendido a la mente de animales como la hormiga o la abeja, tan distantes filogenéticamente de nosotros. En ningún caso hay en este terreno razones para el dogmatismo. Buena noticia para la filosofía.

Leer más
profile avatar
16 de febrero de 2023
Blogs de autor

A la caza del hipócrita

 

Tachadme de hipócrita. Fui a solicitar un crédito personal, con el agobio de hacerlo en plena escalada de los tipos de interés, y aparenté estar a gustísimo en la ceremonia de sonrisas que se prodigan en las sucursales bancarias. Los empleados se las cuelgan a modo de trofeo en los labios, como haciéndose eco de las que saturan la publicidad corporativa. Fingí interesarme por un sistema de alarma para la casa (“tu hogar”, en jerga mercantil), pero la “gestora personal” no pareció captar ningún disimulo en mí (su “clienta”). Sí, ella llevaba bien aprendida la lección de Muerte de un viajante, cuyo protagonista, Willy Loman, da la clave para ser un gran vendedor: “No es lo que haces, sino la sonrisa que hay en tu cara”.

Aunque la hipocresía es un arte (etimológicamente: “el de interpretar un papel”), en el escenario de la vida cotidiana no abundan los talentos. Así, tras el inventario de muecas afables, a la empleada se le congeló la cara en un rictus arisco y, con el tono desenfadado de cuando quieren endilgarte un producto, me propuso: “Si suscribes una póliza de seguro, agilizo los trámites y ahora mismo lo autorizo”.

Todo fue como la seda. Al día siguiente, acogiéndome a mi derecho al desistimiento, solicité la cancelación de la póliza: ipso facto se me restituyó el importe en la cuenta. Os lo cuento por si sirve para captar vuestra benevolencia –recordáis, supongo, alguna situación en que tuvisteis que mostrar una doble cara– y para afirmar, de paso, que en un momento dado todos somos hipócritas (más o menos, según el contexto).

A falta de algún humano cerca para conversar, le pregunto a la inteligencia artificial (a ver si ChatGPT me ilumina) si la hipocresía es necesaria para vivir. La muy hipócrita me contesta que nanay, que siempre se puede –¡y se debe!– vivir de manera auténtica y sincera. Afino más la pregunta para ponerla contra las cuerdas: ¿es necesaria la hipocresía en la política? Y vuelve con la cantinela, en un tono tirando a aleccionador: “En cualquier circunstancia la honestidad y la transparencia son valores fundamentales que contribuyen a la confianza y a la construcción de relaciones saludables y sólidas”. En fin, ChatGPT peca de idealista y la corrección política no es la mejor manera de entablar una amistad.

Un fantasma recorre el mundo de las relaciones internacionales, y ese fantasma (o arma arrojadiza) es el calificativo hipócrita. Por ejemplo, los críticos de Europa señalan la hipocresía de los mecanismos de inmigración del Viejo Continente, con su trato preferente a algunos colectivos, mientras que otros solicitantes de asilo, varados en campamentos improvisados, aguardan en condiciones insalubres. Recordad cuando hace tres años Lukashenko instrumentalizó la inmigración ilegal contra Lituania y Polonia para generar artificialmente una crisis: mediante una agencia turística estatal, ofreció a iraquíes y sirios pasaje de ida a Minsk, traslado, noche de hotel y desplazamiento hasta la frontera con Polonia. Los inmigrantes se jugaban la vida, algo que le importaba poco o nada al dictador bielorruso.

Un crítico por antonomasia de la hipocresía del orden liberal es Noam Chomsky, pero como pone en el punto de mira siempre a los mismos acaba incurriendo en otra hipocresía que lo hace cómplice de regímenes autoritarios. Fue el intelectual estadounidense que más racionalizó los atentados terroristas del 11-S y llegó a argumentar, como si una cosa justificara la otra, que el número de muertos era menor en comparación con el reguero de víctimas en el tercer mundo por el “terrorismo mucho más extremo” de la política exterior estadounidense. Pensadores de extrema izquierda consideran que todos los males del mundo son achacables a Estados Unidos: debido a su persistente déficit comercial, dicen, necesita respaldar la confianza en el dólar como divisa de reserva mundial, y ante cualquier coyuntura siempre sacan a colación la catastrófica intervención en Irak.

Son los mismos que hablan del imperio expansionista estadounidense, pero callan ante los anhelos homólogos de Rusia, y el pisoteo crónico de derechos humanos en otras latitudes. No sé si tendrán el cinismo de justificar a oligarcas y estrellas mediáticas de Rusia que denuncian al “Occidente corrupto”, pero bien que adquirían lujosas villas en nuestras­ costas. Lo mismo pasa con los líderes afganos: prohíben a las niñas estudiar, pero sus hijas se forman en el extranjero. La caza del hipócrita es un lodazal en que se ahoga cualquier solución a los problemas.

Leer más
profile avatar
13 de febrero de 2023
Blogs de autor

Las voces de Adriana

Podría no avanzar jamás si me parase en cada palabra. El sentido de la literatura es lo que me han enseñado que es el sentido, con sus correspondientes negaciones. Cada cosa contiene a su contrario. La transgresión pone en primer plano la norma. Y, en todo caso, es imposible saber cuándo se está haciendo literatura, porque se ignora lo que es la literatura, aunque no por defecto, sino por exceso: hay demasiadas definiciones de lo literario.

 

Como una voz del subsuelo, Las voces de Adriana es un libro atípico y esclarecedor sobre la dificultad humana. Se trata de un tríptico sobre la familia y el peso de la frustración, un eco lacerante. La primera parte, dedicada al padre y a la protagonista como simple espectadora de la vida de los demás, es, sin duda, la parte con más garbo. Vivir en los márgenes es agotador. Adriana, la protagonista, lo sabe. Disfruto muchísimo leyendo a Elvira Navarro porque narra la lobreguez del mundo gracias a su escritura escrupulosa, señal de estilo e identidad desde que firmó esa novela tan perfecta llamada La ciudad en invierno.

Las voces siempre recuerdan el paso del tiempo, la importancia de la memoria infantil, esa nostalgia tan familiar que nos acecha en los momentos más extraños. Para encontrar el perfecto equilibrio entre el paso del tiempo y los miedos particulares, unos deseamos aligerarnos, aprender el don de la espiración; otros, mantienen y alimentan el ímpetu por ensanchar tentáculos y conquistar. Adriana no sabe cuál es su dolor, si la pesadez del tiempo presente o el miedo a un futuro en el que se ha quedado sin familia. Uno de los temas recurrentes es el entendimiento de la existencia misma. Me atrae la voz de la protagonista desde esa intemperie tan dulce, casi inocente, tratando de abrirse paso en la búsqueda incansable del amor o, sin tanta grandilocuencia, algo de compañía para pasar el rato.

«Se decía que nadie se acostumbra a las caídas, a pesar de estar todo el rato cayendo, como quien no para de montarse en aviones y cada vez siente el mismo miedo. Las cosas no se superan. No se sabe qué pasa con ellas, pues a veces todo cambia inexplicablemente». Las novelas de Elvira Navarro implican ciertas atmósferas inquietantes. Marca de la casa. Este libro constituye un esfuerzo literario, un retrato sobre la complejidad humana y la manera en la que se traslada al monstruo de las redes sociales. Todo el amor, la esencia de una persona, incluso su inteligencia, se han visto reducidas a lo que plasmamos en redes. Aplicaciones para concertar citas, un listín de perfiles personales en línea, hilos de Twitter como pruebas de cociente intelectual… Un despilfarro de emociones. Con la viva voz de los familiares de Adriana -la tercera parte de la novela-, Elvira Navarro delinea el oscurantismo propio de esa época: la vida de los señoritos, el orden instaurado y la falta de contacto con uno mismo. Es una lectura de gran valor pues ese idéntico oscurantismo se palpa en el tiempo presente.

Leer más
profile avatar
9 de febrero de 2023
Blogs de autor

Primero iba mi madre

Primero iba mi madre, vestida de calle. A su lado o, mejor, detrás de ella, algo desdibujado, iba mi abuelo Juan, “el abuelito”. Dijo mi madre ‘¿te vienes ya?’, y yo contesté, en un tono quizá desconsiderado, ‘os estaba esperando’ que, en realidad, quería decir ‘cuánto tardabais’ o, incluso, ‘qué largo se me estaba haciendo’. Parece que mi abuelo cobró protagonismo, apartó, suavemente, a mi madre para decir ‘nosotros ya nos vamos’. Miré a mi madre que, en un instante, había empequeñecido hasta extremos insospechados (mediría veinte centímetros) y, pese a su nuevo estado, fue a ella a quien pregunté si podían esperar, que yo iba a cambiarme, y no sé si me oyó. Al volver, no estaban, quizá fueran aquellos dos puntos que se perdían en el horizonte. Me sentía incómodo. La ropa me apretaba. Me levanté y, al salir del dormitorio, no encendí la luz, no quise ver el retrato del pasillo, el de la Comunión. Me horrorizó pensar que, en la foto, ya no llevaría puesto el traje. No quería descubrir lo que yo entonces realmente era, una criatura enflaquecida.

Leer más
profile avatar
9 de febrero de 2023
Blogs de autor

El cortisol y los objetos perdidos

El taxi me deja frente al hospital donde por la tarde operarán a un familiar. La mañana trae brisa pero apenas me he permitido sentir el bamboleo del sol de invierno al salir del aeropuerto: voy hablando por teléfono. Recibo instrucciones y palpo la intemperie de tantos asuntos por resolver. Tanto es así, que el taxista se despide con mi equipaje y mi ordenador en su maletero.

Iba concentrado durante la carrera, acaso ascendiendo mentalmente por su maraña de asuntos pendientes, mientras yo me abstraía en mi falsa urgencia. Ambos nos hemos separado de la realidad física activando el piloto automático. Pienso en las subidas de cortisol a las que apela en sus teds triunfantes Miriam Rojas Estapé y, sumergida en la hormona del estrés, estrujo el tiquet y marco el número de Objectos Perdidos.

Los operadores parecen en cambio sumergidos en oxitocina, y lejos de dejar escapar un suspiro desganado se ponen en mi piel. La recuperación de un objeto perdido consiste en un triunfo de la proximidad de los otros.

Cuarenta horas después, una cadena de nuevos sucesos ha enterrado aquel lapsus de desesperación, que ya es pasado. En el avión de regreso a Madrid, se ablanda mi instinto de alerta. El paisaje de nubes invita a adormecerse; es el fuego de chimenea de nuestros tiempos nómadas. Al despertar, una serie de pasos automáticos me llevan a casa.

Hasta que vuelve a subir el cortisol: ¡he olvidado de nuevo el portátil! Telefoneo al conductor a través de la app y veinte veces me cancela la llamada. Reclamo a la compañía, pero del otro lado me contesta un robot que dice “comprender” mi malestar aunque se lava las manos. La suya no es una empatía humana, como las personas de objetos perdidos. ¿Y si lo dejé en el avión? ¿o en el finger? Reproduzco todos los gestos que la memoria me devuelve ante mi apelación angustiada.

Me recomiendan que acuda a la sala 10 de la T4, su oficina de objetos perdidos. Tras recorrer cinco kilómetros –según mi contador de pasos– por la terminal compruebo que no está allí. “Ponga una denuncia”. Es domingo por la tarde, también en la comisaría. La amabilidad actúa como un valor añadido para aliviar el aturdimiento.

Activan el Gran Hermano de la T4 que controla las siete mil cámaras que nos miran. “¿A qué hora saliste, cómo ibas vestida, dónde cogiste el coche?”. Al cabo de diez minutos, Elena, policía nacional, me dice: “¡Te veo! Te enrollas un fulard de color crema al cuello, te diriges al parking y colocas el ordenador en el asiento del coche… Lo tiene él. Lo tenemos!”

La comisaría de Barajas asiste al 80% de personas que piden asilo en nuestro país. También detectan la entrada de drogas. Cuenta con agentes que advierten el microgesto del delito, la maleta demasiado nueva, los zapatos todavía con la etiqueta en la suela. Allí fue donde asistieron a una periodista atribulada, huérfana de su teclado, un caso calamitoso que atendieron con cercanía.

Mi doble fortuna resultó una demostración de aquella idea del pensador Josep María Esquirol con la que ilustra su filosofía de la proximidad: “la piel y el corazón son los mayores símbolos que reflejan la hondura de la experiencia humana”. Guardé el ordenador pensando en cómo tropezamos con el presente, al tiempo que nos sobreexplotamos atendiendo a cientos de exigencias fatuas que nos conducen a perder la cabeza. O a pasar una tarde de domingo en la comisaría.

Leer más
profile avatar
9 de febrero de 2023

Rainer María Rilke, en una imagen sin datar.
RIGHTS MANAGED (MARY EVANS P.L. / CORDON PRESS)

Blogs de autor

El penúltimo

 

En ‘Elegías de Duino’ Rainer María Rilke se plantea la tarea sobrehumana de abandonar el nihilismo, de recuperar la alabanza, el homenaje, la celebración de la vida y la muerte

Nuestras autoridades educativas han decidido eliminar la Filosofía de los estudios para niños y jóvenes. Con ello no hacen sino seguir la corriente masiva que ha eliminado el pensamiento crítico de la vida intelectual, excepto en aquellas materias y lugares en donde la teoría puede servir para algo práctico y monetarizable, es decir, disponible para el poder técnico.

La desaparición de la Filosofía puede servir para que los mentores más inclinados a una educación profunda y perdurable de sus pupilos elijan la poesía como medio de plantear los problemas que siempre han acosado al pensamiento occidental. Así, por ejemplo, concibo perfectamente un curso de Filosofía a partir del prólogo que Andreu Jaume ha escrito para su traducción de Elegías de Duino de Rilke (Lumen). En esas densas páginas ha glosado la tarea del pensamiento occidental durante dos mil años. Leerlas y comentarlas con alumnos comprometidos puede ser algo realmente notable.

La filosofía occidental nació, como todo el mundo sabe, en Grecia y con el fin de domeñar la bestia devoradora de la conciencia de la muerte y el acabamiento. A diferencia de otras culturas, la nuestra está edificada sobre una convicción muy clara y aguda de que hemos de morir, somos mortales, efímeros e intrascendentes. Desde Parménides y Platón el pensamiento buscó cómo fundar el mundo, el universo, las cosas y nosotros mismos sobre algo duradero. Aquello que merecería la pena de ser pensado era lo que no podía desaparecer en unas pocas estaciones. Y, por lo tanto, el ser, lo que es, lo que las cosas no son era el núcleo de la filosofía.

Esta inspección fue perdiendo fuerza a partir del renacimiento hasta llegar totalmente desarbolada a la revolución burguesa. A partir de ese momento fue tomando cada vez más fuerza el nihilismo hasta convertirse en la única ideología aceptada por los distintos poderes del Estado. Nosotros nos hemos habituado a que el Estado sea la máquina que dispensa justicia de vida y aunque se ponga diferentes disfraces (opulentos, misérrimos, técnicos, benéficos o criminales) lo cierto es que no ofrece ningún proyecto, esperanza o visión que vaya más allá de nuestra vida consumida en un trabajo útil para el poder inmediato y una muerte que se oculta en lugares destinados al disimulo.

Quedó sin embargo un rincón inasequible a la destrucción y ese rincón se puede llamar “lírica”, “poesía” o “arte supremo de la palabra”. El último o penúltimo de esa especie, cada día más extinguida, fue Rainer María Rilke. Y su obra final es un monumento llamado Elegías de Duino. Esa obra enorme es la que ha traducido Andreu Jaume de un modo ejemplar, y le ha añadido un conjunto de documentos de especial interés, como cartas o poemas relacionados con la obra, más los comentarios del autor, muchos de ellos inéditos en español.

En estos 10 poemas finales del poeta se plantea la tarea sobrehumana de abandonar el nihilismo, de recuperar la alabanza, el homenaje, la celebración de la vida y de su hermana inmutable, la muerte. Es decir, de integrar la mortalidad como elemento de cimentación y afirmación de la grandeza del mundo que los humanos podemos ensalzar mediante la palabra. Porque este es el poema final de la gloria de la palabra y de la condición lingüística de los mortales. Luego vendrá nuestro tiempo y el dominio de la imagen.

Por supuesto la edición es bilingüe, pero la potencia de los poemas, como en los de Hölderlin, va más allá de la lengua alemana. Inmenso poema, traducción ejemplar para nosotros, pensada para nosotros. Edición perdurable y por lo tanto verdadera.

Leer más
profile avatar
7 de febrero de 2023
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.