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Lo bello

 

Hay en Sevilla una pequeña editorial que fabrica libros preciosos, aunque no son fáciles de encontrar por librerías. Este inicio, que parece de un cuento de Washington Irving, responde a la realidad de la editorial Athenaica, cuyos dueños prefieren hacer libros como breves joyas a superventas de peluquería. Lo sé de buena tinta porque me editaron una Venecia como nadie me la había editado.

No obstante, hoy les comento un libro excepcional que es para gente de gusto afinado, el Giotto de John Ruskin, cuyo original data de 1860. Sobre el singular personaje de Ruskin y el origen de este ensayo que cuenta las pinturas de la Capilla de los Scrovegni, en Padua, figura un soberbio prólogo de Andreu Jaume que me ahorra dar explicaciones. Baste saber que el conjunto padano es la obra maestra del gótico italiano. O quizás podría decirse del prerrenacimiento, pues data de 1306 y es de una grandeza racional y serena más propia del clasicismo renacentista que del último cristianismo.

Recibió Ruskin el encargo cuando una sociedad culta londinense, la Arundel Society, editó un conjunto de grabados con la totalidad de los frescos giottescos y aunque Ruskin no estaba muy complacido con la colección (“los mejores resultados obtenibles mediante el esfuerzo mecánico no serán más que planos de los cuadros, no espejos de estos”) consideró un deber explicar cada una de las imágenes. El resultado es deslumbrante, tanto si se ha visitado ya ese monumento absoluto como si no. Pero si no lo ha visitado, llévese consigo la guía de Ruskin, no la hay mejor y cabe en el bolsillo.

Por supuesto, la visión del ensayista es la de un prerrafaelita y tiene el valor documental de la invención medieval en Inglaterra, un rearme espiritual de acuciante actualidad para nosotros. Así, por ejemplo, le irrita que a la Virgen se la represente como una matrona y no como una doncella a la manera, digamos, de Burne-Jones (p. 122), pero esa era la forma monumental de presentar a la madre de Dios. Porque lo maravilloso de Giotto es justamente el aspecto marmóreo, grandioso, de sus figuras sagradas y profanas, tan próximas a la escultura de los Pisano y de lo que se conocía de la Atenas dórica. Las fortísimas figuras suelen apoyarse en gráciles arquitecturas aéreas en contraste apolíneo. ¡Qué aplomo, qué equilibrio, qué enormidad! Esta es la historia del sacrificio de Jesús antes de que lo tomaran para sus dramatismos los barrocos y para el minucioso sentimiento los románticos. Es un sacrificio más próximo a Sófocles que a los calvarios del medioevo.

El texto de la edición tiene un gran interés, pero si lo traigo aquí con tanto empeño es porque el libro contiene todas y cada una de las grandes escenas de la capilla. La reproducción es muy buena, los colores responden con acierto al original y el conjunto me parece inmejorable. Téngase en cuenta que la mitad del relato allí pintado por Giotto pertenece a textos pseudo epigráficos sobre la vida de la Virgen que no figuran en el canon bíblico, aunque puede leerse una parte en Los evangelios apócrifos editados por Santos Otero en la Bac. Así que estamos en el mundo de la leyenda cristiana y su inspirada novelería, ilustrada por uno de sus más grandes talentos.

La traducción de Victoria León es excelente.

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7 de marzo de 2023
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A 30 años del ‘choque de civilizaciones’ de Huntington: era un plan y triunfó

A comienzos de 1993, mientras los últimos pedacitos del Muro de Berlín eran vendidos a turistas mitómanos y la guerra fría terminaba de congelarse, Francis Fukuyama se animó a aventurar El Fin de la Historia: la guerra había terminado para siempre, con el triunfo del Primer Mundo, Occidente y el Capitalismo.

En medio de tanta euforia, en un modesto artículo de la revista Foreign Affairs (vol. 72, no. 4), el académico Samuel Huntington, un adusto y atildado profesor de Harvard, le aguó la fiesta: lanzó su teoría de que lo peor estaba aún por venir.

El mundo estaba en los albores de El Choque de Civilizaciones.

En ese ensayo provocador e influyente, Huntington presentaba un mundo aterrador y comprensible: todos los conflictos, matanzas y atropellos tenían su origen en el hecho de que “las diferencias entre civilizaciones son (...) básicas. Las civilizaciones se diferencias unas de otras por historia, lengua, cultura, tradición y – lo más importante – religión. Las gentes de diferentes civilizaciones tienen diferentes puntos de vista sobre las relaciones entre Dios y el hombre, entre el individuo y el grupo, entre el ciudadano y el estado, entre padres e hijos, entre maridos y mujeres, así como diferentes puntos de vista sobre la relativa importancia de derechos y deberes, libertad y autoridad, igualdad y jerarquía”.

Así seguía: “Estas diferencias son el producto de siglos. No desaparecerán pronto. Son mucho más fundamentales que las diferencias entre ideologías o regímenes políticos. Estas diferencias no necesariamente significan conflicto, y los conflictos no necesariamente significan violencia. Sin embargo, a lo largo de los siglos las diferencias entre civilizaciones han generado los más prolongados y los más violentos conflictos”.

Apoyaba el profesor Huntington estas ideas en copiosas citas de expertos, todos norteamericanos y europeos.

En el número siguiente de Foreign Affairs, siete analistas en relaciones internacionales e historia con nombres como Ajami, Binyan o Mahbubani le contestaron: unos cuestionaron su peculiar selección de “civilizaciones”, donde geografía y etnia se mezcla con religión y cultura (en la lista original estaban, en alegre cambalache, ‘civilizaciones’ como “la occidental, la confuciana, la japonesa, la islámica, la hindú, la eslava-ortodoxa, la latinoamericana y posiblemente la africana”).

Otros recordaron que históricamente los conflictos inter-occidentales y las guerras civiles interculturales provocaron más muertos (¡las dos Guerras Mundiales!) y duraron más (¡la Guerra de los Cien Años!) que los choques entre los bloques que Huntington presentaba.

La mayoría también deploró que el profesor mostrara como ontológicos e inmutables características que las sociedades cambiaban a lo largo de los años. ¿O no eran los valores “occidentales” de tolerancia religiosa y respeto a los derechos humanos de las otras “civilizaciones” fenómenos recientes que significaron enormes cambios en sólo cinco o seis generaciones, un lapso brevísimo para la historia de las ideas? ¿No había cambiado radicalmente Japón en el último medio siglo?

¿Dónde estaba entonces el germen del choque de civilizaciones?

Pues no estaba. A principios de los noventa la mayoría de las luchas que estaban a punto de comenzar en los territorios liberados del viejo imperio soviético eran económicas; las batallas entre Estados Unidos, Europa, China y Japón eran comerciales; Latinoamérica bregaba por la integración, no por el conflicto con el Tío Sam; y los movimientos que convulsionaban a los países árabes eran por el dominio a lo interno, no por la conquista del mundo.

Sin embargo, la idea-fuerza del choque de civilizaciones tuvo gran éxito. Foreign Affairs publicó un libro con el artículo original, sus respuestas y la contrarréplica de Huntington, el profesor extendió su ensayo a tamaño libro (publicado en español como El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial por Paidós en 1997) y Tecnos lo publicó en España junto con un meditado ensayo crítico de Pedro Martínez Montávez.

Desde su aparición hace tres décadas, el famoso “choque de civilizaciones” de Huntington ha recogido críticas y vituperios de medio mundo, desde la derecha recalcitrante (Jeanne Kirkpatrick) a la izquierda tradicional (Carlos Fuentes).

Con argumentos y desde puntos de vista variados y hasta antagónicos, los críticos postularon desde entonces que el mundo no era como Huntington lo describía. No veían un puñado de civilizaciones radicalmente inconciliables, luchando a muerte por la supremacía y el dominio.

Lo que los críticos no vieron era que el texto de Huntington no era una descripción. Era un plan.

Y en estos 30 años, el plan se está cumpliendo con precisión pavorosa.

Así estamos: Por un lado, un Estados Unidos en versión obtusa, anticientífica y agresiva (Trump) o atrofiada y reactiva (Biden). Por otro, la Rusia de Putin y la China de Xi despreciando la democracia “a la occidental” y añorando su pasada gloria. Y entre las grandes potencias, las emergentes BRICS con líderes enquistados en antiguos mitos religiosos para facilitar sus poderes que socavan la democracia: Modi en India, Bolsonaro en Brasil, Erdogan en Turquía.

En el comienzo del nuevo siglo el poderoso entramado industrial-militar de Estados Unidos, sus riquísimos ‘Think Tanks’ de la derecha y sus muy influyentes medios, con la cadena Fox de Rupert Murdoch a la cabeza, encontraron en el choque de civilizaciones la idea-fuerza para venderle al elector norteamericano su remedio para todos los miedos: nos atacan porque son civilizaciones que no comparten nuestros valores. Odian la libertad, son el mal personificado, están embarcados en un siniestro plan de dominación mundial desde hace siglos. Hacen falta la guerra permanente y la vigilancia interna para combatir a tan tremendo enemigo.

Los aparatos publicitarios de las otras potencias, sus medios estatales y las fake news desplegadas por las redes sociales difunden versiones del mismo discurso para diversas audiencias.

Con su apoyo irrestricto a la posición intransigente de Israel sobre Palestina, su guerra sin cuartel en Irak, su desprecio a las normas que rigen el trato a detenidos o prisioneros de guerra en Abu Graib y Guantánamo, y su inclusión del complejo Irán en el ‘Eje del Mal’, el actual gobierno estadounidense ha unificado un Islam antes desperdigado y le ha dado una causa común.

Por el lado del Islam, ahora sí estamos sumergidos en el choque de civilizaciones. El poder de conquistar territorios y almas de este genio salido de su lámpara se pudo ver en la fulminante conquista de Afganistán por los Talibanes apenas las tropas estadounidenses anunciaron su partida.

¿Vieron que tenía razón?, dijo Huntington ante el mundo post-11 de septiembre de 2001, y siguen repitiendo sus admiradores y discípulos después de su muerte en 2008. ¡Pues claro! Si le compraron la idea y cumplieron su plan al pie de la letra, ¿cómo no iba a tener razón?

Hitler tuvo a su intelectual, el teórico Karl Schmitt, autor de la teoría del espacio vital y de que todos los pueblos deben encontrar a su enemigo y vencerlo o perecer. Lenin siguió el plan de la lucha de clases del Manifiesto Comunista de Marx. Los luchadores contra el colonialismo en África tuvieron también su Biblia: The Wretched of the Earth (Los condenados de la tierra), de Frantz Fanon.

Huntington se convirtió el intelectual orgánico de la derecha norteamericana de los últimos 30 años, pero jugaba con una trampa y una ventaja: escondía sus cartas. Entendió que, en el mundo del marketing, los medios y las imágenes, no se puede presentar la lucha a muerte como un deseo ‘nuestro’, sino como una necesidad ante la intrínseca maldad y el radical deseo del otro de eliminarnos.

El miedo justifica el ataque disfrazándolo de defensa.

El gobierno de George W. Bush (el aparente necio que no tenía un pelo de zonzo) estiró la cuerda, haciendo estallar conflictos solapados y echando fuego a situaciones ya tensas. Pero sobre todo humilló a pueblos enteros, etnias, religiones e identidades.

Lamentablemente, ese camino no fue cambiado ni por Obama ni por Trump ni por Biden. En todos estos años ninguno de ellos consiguió (ni quiso) cerrar la escuela de tortura y humillación de Guantánamo ni pedir una pizca de moderación a su aliado israelí.

Poniendo en la mira la compleja civilización de los otros – sean los árabes o los mexicanos, a quienes ataca como vagos, corruptos e imposibles de integrar en Estados Unidos en su último libro, ¿Quiénes somos? (Paidós, 2004) – Samuel Huntington ha hecho mucho más que mostrar el camino a la perniciosa administración norteamericana. Ha trazado el mapa para que el territorio sea transitable por las huestes de la intolerancia y se cierren las vías del diálogo.

El éxito electoral del estrambótico Donald Trump, con su pintura de los mexicanos como asesinos y violadores y su propuesta de un muro para contenerlos, es la puesta en práctica de las ideas del sobrio profesor Huntington. Muchos piensan que, si no hubiera sido por la inesperada pandemia, probablemente hubiera ganado la reelección, y ahí sigue dando batalla con las mismas ideas y el mismo choque.

El mapa ha quedado por mucho tiempo minado, como los mares en la cartografía del Renacimiento, llenos de monstruos marinos que engullen a los barcos.

Allí dónde esté, profesor Huntington: ¡Felicitaciones! Las civilizaciones, cual virus enardecidos bajo el microscopio, ya se están comportando como usted había predicho.

 

Publicado en Ideas del diario La Nación de Buenos Aires en noviembre de 2022. 

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3 de marzo de 2023
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Vargas

La narrativa de Vargas guarda un equilibrio fundamental por encima y por debajo de las vicisitudes de su vida y de sus tribulaciones políticas y amorosas, y es de una grandeza innegable.

Cuando leí La ciudad y los perros, que Vargas publicó a los veinticuatro años, me alarmaba pensar cómo un hombre tan joven había asimilado tanta experiencia de la negatividad y había sabido crear una estructura narrativa tan luminosa y tan compleja, donde a la vez que todo era un viaje hacia adelante, lo era también hacia atrás.

Volví a releer la novela hace un año, y permaneció intacto el asombro que había sentido al leerla por primera vez. Había además elementos narrativos esenciales que me habían pasado inadvertidos en otra época. Por ejemplo: la ciudad vista como una jungla del lenguaje, como una jungla mental y sexual, como una jungla de hormigón, luces y cristales, donde el animal menos salvaje es la vicuña que tienen por mascota los muchachos de la escuela militar que protagonizan la historia.

Lo apuntado en La ciudad y los perros estalla como una gran floración selvática en La casa verde y en Conversaciones en la catedral, donde se empiezan a cruzar, como urdimbres y tramas de un mismo tejido, los diálogos además de las situaciones, adensando físicamente la historia, creando conexiones múltiples y propiciándole al lector una visión global y a la vez atomizada de la realidad.

Si es verdad que hay dos clases de novelistas, los que se pasan la vida escribiendo la misma novela, a veces empeorándola, a veces mejorándola, y los que cada vez que comienzan un libro es para hacer algo diferente a lo que hicieron, Vargas pertenece a la segunda especie, y su obra es tan diversa como su vida. A su manera, a tocado todas las teclas, sorprendiéndose a menudo a sí mismo. Por ejemplo: en la época de La casa verde, Vargas juzgaba muy severamente la literatura humorística y en general el humor como elemento narrativo, pero he aquí que de pronto publica Pantaleón y las visitadoras, donde le humor, en todas sus variantes, va a ser el territorio más específico de la novela.

Desde sus inicios como escritor profesional, Vargas ha sido un trabajador infatigable y ha mantenido un nivel de creación constante, y como si fuese en eso discípulo de Gracián, sabe asombrar periódicamente con novelas que suponen una vuelta de tuerca más en su narrativa. Ahora pienso en La guerra del fin del mundo y La fiesta del chivo.

Su influencia en la narrativa escrita en español es vasta y definitiva y ha sido muy enriquecedora porque nos ha enseñado a dirigir la mirada hacia la estructura de la novela en una cultura, la española e hispana, muy dotada para inventar historias pero poco dotada para estructurarlas y con mucha tendencia a la divagación barroca y al desahogo narcisista.

La geografía de las novelas de Vargas se ha ido ampliando tanto como la geografía de su vida, pero ubique donde ubique sus historias, Vargas siempre sabe crear atmósfera. Creó una atmósfera densa y urbana en La ciudad y los perros, y creo una atmósfera transparente hasta cortar la respiración en Lituma en los Andes, donde desarrolla con una magia sorprendentemente negra el mito de Dionisos y Ariadna, sin llenar por eso de irrealidad la historia y dotándola de una profundidad trágica tan envolvente como el cielo andino.

Sus ensayos se leen con el mismo placer que sus novelas porque están dotados de un vivo instinto narrativo y porque en ellos Vargas nos hace doblemente partícipes de su experiencia reflexiva al trasmitirnos su pensamiento y muchas veces también la situación en la que surgió ese pensamiento.

Todo lo cual para decir que nos hallamos ante uno de esos escritores que trazan una frontera entre lo que les precedió y lo que les sucederá. Su aparición rompió con la tendencia a las novelas deshilachadas, caprichosas y narcisistas de la tradición española y latinoamericana, y acabó con una presunta inocencia respecto a los materiales narrativos que había convertido nuestra narrativa en un pudridero irrespirable, al margen de las otras narrativas y muy poco o nada traducida.

Vargas fue uno de los componentes del boom que rompió esa campana de cristal. Parecía imposible, pero a veces basta con un escritor o dos para cambiar la historia de la literatura.

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2 de marzo de 2023
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Una voz en la noche. Oratorio de Nieves Torres

Nieves Torres estuvo en prisión con las Trece Rosas y poco faltó para que compartiera paredón con ellas.

Era una mujer de una honda humanidad que dejó profundos trazos en mi vida a pesar de haberla visto pocas veces.

Su voz trasmitía verdad.

No había en ella ni un ápice de nihilismo. Creía en la dignidad humana a pesar de haberla visto tantas veces mancillada.

Conoció el corazón de horror, pero no se le notaba. Merecía una composición musical.

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27 de febrero de 2023
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A bailar con Sonia Pulido

Ellas ya hace rato que bailan o que están preparadas para empezar a hacerlo. No se sabe cuándo empezó la música ni cuándo puede acabar, ni si procede de ningún otro lugar que no sean sus propios cuerpos en movimiento. Movimientos y posturas que crean un ritmo coral, como los que le gustan a Sonia Pulido (Barcelona, 1973), un colectivo –que es un juego óptico y cromático– haciendo funcionar un engranaje que avanza hacia donde los acontecimientos, indefectiblemente, serán siempre lo mejor que pueden ser.

Afirmar que el universo de Sonia Pulido es una celebración del mundo nos acerca a uno de los tópicos de los cuales ella misma huye en su exigencia de buscar la representación más cargada de sentido, todavía capaz de sorprendernos. No se trata de una pretensión metafísica o espiritual, de caminar hacia grandes experiencias impresionistas ni epifanías. Desde su imaginación transformadora, sus ilustraciones para libros, prensa o carteles representan la carne, los cuerpos y la materia donde reside la vida. Las texturas de fondo, el aire y el cielo que se hacen visibles, así como los estampados de la ropa de las protagonistas, los rasgos faciales y las marcas de la piel son tratadas de la misma manera, depositarias de la memoria que es historia personal y colectiva. Afirma que los carteles deben ser un grito, porque en toda su obra hay una evidente mirada que quiere ser intervención política y social, especialmente dando visibilidad a la mujer. Como ella misma asegura: la acción colaborativa de los individuos representados –incluyo animales y objetos– son «marca de la casa».

Consciente de la tarea principal de una ilustración, y respetuosa con los textos o productos culturales que sus trabajos acompañan, los dibujos de Sonia Pulido no resultan nunca invasivos. Se trata de aportar su ritmo en la proyección de las imágenes para que el mensaje fluya más fácilmente. Contribuir al conjunto como lo hacen las mujeres de sus carteles al cruzar los brazos entre ellas para llegar más alto y conseguir la solidez de un tótem. O reflejando la inquietud oculta en la aparente placidez, unos remos que faltan en las manos de quien se había propuesto navegar en una mañana laborable rutilante: aquí el símbolo capaz de resumir un denso artículo de economía que alerta sobre los planes de jubilación. Aciertos como este en captar la poética de la cotidianidad le han convertido en una firma reclamada en publicaciones como The Wall Street Journal, The Boston Globe o The New Yorker.

El encargo de los carteles para la Fiesta Mayor de la Mercè de Barcelona de 2018 supuso un punto de inflexión en su trayectoria y en su práctica profesional. Los diferentes premios que recibió la campaña demostraron la firmeza de su paso adelante. Desde entonces, ha creado la imagen de citas culturales internacionales destacadas, como el Jarasum Jazz Festival de Corea, o la programación de la Central City Opera de Denver (Colorado, Estados Unidos).

Es necesario seguir avanzando, como los cuerpos y rostros desenvueltos creados por Pulido. Para la exposición que puede visitarse hasta el 6 de abril en Barcelona, en la Sala Teresa Pàmies, del Centro Cultural Urgell, ha escogido como título «Hey, Ho, Let’s Go», emblema de The Ramones. La misma actitud decidida está en su acercamiento a la Naturaleza. Los libros ilustrados de botánica y fauna han supuesto, últimamente, un reto para la ilustradora. Después de muchos años en los que ha contribuido de manera decisiva al auge del libro ilustrado y la novela gráfica en este país –en 2020 recibió el Premio Nacional de Ilustración–, dando forma a verdaderos tesoros, como Caza de conejos, en dueto con el genial escritor Mario Levrero, o Porque ella no lo pidió, con el siempre sorprendente y subyugante Enrique Vila-Matas, o la cubierta para el ensayo de Rebecca Solnit aparecido recientemente en Lumen, ¿De quién es esta historia?, llegan encargos internacionales que le acercan a la divulgación científica, que no reclama estrictamente una ilustración naturalista, pero sí rigor en la representación. La sorpresa, para ella y para nosotros, ha sido descubrir que la propia Naturaleza no es escasa en los juegos ópticos que la cautivan. Sólo se trata de saber mirar para darse cuenta de que la materia se dispone en texturas, colores y luces que quieren sumarse a la danza de la mirada celebratoria de Pulido. También la Naturaleza tiene su propia carga de historia, aunque no siempre es agradable.

Nada más lejos de la idealización. Se trata de acudir al humor y la ironía para asimilar la realidad en sus paradojas. No hay que «dar bola al monstruo, lo arrastro conmigo hacia delante», afirma. Tampoco es hedonismo, ni optimismo: desde una etapa de serenidad conquistada, hace aflorar la voluntad para tener ganas de pasarlo bien y bailar a pesar de todo. Asegura que durante una época tuvo que hacer grandes esfuerzos para no descodificar la realidad constantemente como si la tuviera que dibujar, como si fuera un borrador imperfecto que había que corregir –la cursiva la añado ahora–. Su curiosidad le impide alejarse demasiado de lo que sucede fuera de las propias obsesiones. Afortunadamente para quienes disfrutamos de su obra, no se ha propuesto crear un reino donde evadirse, sino facilitarnos el trayecto a un ritmo que es, sin duda, el mejor de los posibles.

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27 de febrero de 2023
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Sorolla o el paradigma de la premodernidad

Inaugurado el año de Joaquín Sorolla formalmente por las instituciones valencianas y el Ministerio de Cultura, nos aguarda una temporada sorollista de la que podemos acabar enfermando por empacho. Téngase en cuenta que a lo largo de la centuria que se conmemora, el valor de la obra de Sorolla ha vivido un carrusel de sensaciones. El propio artista fue arrinconado por las vanguardias que emergieron a principios del siglo XX pero, al mismo tiempo, tuvo mucho éxito entre la clase acomodada, la única que podía pagarse entonces –y casi ahora– la afición a la buena pintura.

Falleció durante el verano de 1923, cuando Pablo Picasso ya había cruzado una decisiva frontera cultural en 1907, la fecha en la que dio a luz la pieza seminal del cubismo, Las señoritas de Avignon, justo dos años antes del primer éxito multitudinario de Sorolla en Nueva York, donde expuso por mediación de su gran mecenas, el millonario hispanista Archer Huntington, quien encargaría en 1910 al pintor valenciano el célebre ciclo de pinturas regionales de España en gran formato.

Justo en la década anterior, Sorolla descubre el paisaje rocoso del mar de Jávea, su particular Balbec, donde suelta su paleta hasta estados casi expresionistas, pero únicamente lo hace en pequeñas tablillas, en formatos menores. Sus lienzos de mayor tamaño siguen la estela del éxito, la de un arte integrado socialmente en pleno cataclismo estético moderno. Es por esa razón que las siguientes generaciones artísticas lo tomarán como paradigma del pintor al que se repudia. Lo harán tanto los valencianos como también los demás españoles, porque Sorolla muere trascendido como un pintor de referencia académica e incorporando su legado último al Estado con sede capital en Madrid.

Los informalistas, los surrealistas o los artistas pop, y por supuesto los miembros de Estampa Popular bajo la bandera teórica del crítico en aquel tiempo marxista, Tomás Llorens, rechazaron a Sorolla y sus enseñanzas, lo que no impidió la floración de sorollistas entre los muchos pintores contemporáneos de nula trascendencia más allá de círculos locales desinformados. Sorolla, además, murió pintando hace cien años y pintó más que nadie. Una barbaridad, más de dos mil piezas, sin contar bocetos y apuntes. Por esa razón siempre hubo, y hay, “sorollas” circulando por el mercado y las subastas, de Madrid a Londres.

Sorolla influye, junto a la estética de la factoría Walt Disney, en la configuración del canon de los artistas falleros de mayor éxito popular en aquellas décadas de transición. Pero nadie se atreve todavía a reivindicarle en esos años. Su recuperación como artista de referencia es un lento proceso que culmina hacia finales de 2007 cuando la Fundación Bancaja tira la casa por la ventana e invierte la mayor cifra que se recuerda en la restauración, traslado y exhibición por todo el país de la serie Visiones de España que Sorolla pintó para Huntington, encargo que le dejaría exhausto, hasta prácticamente llevarle a la tumba. La millonaria y lujosísima apuesta de Bancaja con las reservas de sus ahorradores tendrá un éxito sin precedentes.

El historiador Felipe Garín diseñaría una itinerancia gloriosa para Sorolla. En Valencia sobrepasa el medio millón de visitantes, en el conjunto de su gira por España supera el millón y medio tras recalar también en el Prado (donde igualmente bate récords y obliga a prorrogar su estancia), en el MNAC de Barcelona, en Bilbao, Sevilla y Málaga. Los gigantescos lienzos de la Hispanic Society neoyorquina entrando mediante grúas por los balcones de un edificio de viviendas remodelado como sede cultural de la antigua Caja de Ahorros de Valencia y las interminables colas de público son irrepetibles en la memoria del arte nacional. Para entonces, todo el mundo se ha vuelto sorollista, incluido Llorens, y los que no lo son, se lo callan. Después de ese boom, Bancaja ha tratado, sin éxito, de desprenderse de aquella decimonónica finca que resulta imposible, y cara de mantener, como espacio para salas de exposiciones y conferencias.

La clase política le echa el ojo al fenómeno. Nadie discute lo que ha costado la operación cajista. Es cultura. Y es más que popular. Es masiva. Las instituciones al completo y los partidos de ideologías dispares se suben al carro. Entonces empiezan los delirios. Surgen voces pidiendo un museo de Sorolla en Valencia, el de Bellas Artes desmonta el relato histórico coherente para inventarse una minúscula sala Sorolla con obra menor del artista; hay quien ofrece pequeñas estancias del Edificio del Reloj en el puerto valenciano. No se recae en que ya existe un museo Sorolla, en Madrid, y cuenta con una descendiente, Blanca Pons Sorolla, que vigila las intrigas en torno a la obra de su bisabuelo.

En la Conselleria de Cultura, en algún cajón, se guarda un proyecto de museo del siglo XIX y su esplendor valenciano, propuesto por Llorens siguiendo la estela del Quai d’Orsay. Otro exmarxista, Facundo Tomás, formulará una idea atractiva y osada: dedicar a Sorolla y su tiempo la modernista Estación del Norte de Valencia (1906-1917) diseñada por Demetrio Ribes y decorada por numerosos artistas de la época sorolliana, el más elegante edificio de influencia Sezession lejos de Viena. Un edificio que Adif realquila a diversos comercios en la actualidad, incluyendo un restaurante japonés take away.

Ahora, con el centenario de la muerte del pintor, los inagotables fondos de Sorolla salen a pasear. El nuevo director del Museo de Bellas Artes valenciano pretende ser el aprendiz de referente y, al paso, mejorar posiciones académicas. Tiene a su favor a un grupo de historiadores locales que aspiran a comisariar futuras exposiciones gracias a sus encargos, pero el museo no cuenta con liderazgo político ni prestigio teórico, ni desde luego con una visión necesariamente más amplia de lo que significa el tránsito cultural de estéticas y costumbres por la premodernidad, de la que Sorolla es epítome.

Hace ya un lustro de la preclara muestra que la Thyssen y el propio Museo Sorolla dedicaron a la moda en la obra del famoso pintor bajo el comisariado de Eloy Martínez de la Pera. Esa museográfica investigación evidenció que la pintura sorollista es el mejor ejemplo tardío del gusto burgués de la época, de ahí su popularidad; un mundo de estética proustiana que había emergido del antiguo régimen para dar lugar a una nueva civilización, industrial y ya a punto de declinar también, que ahora nos parecerá anticuada por añosa, pero que significó una apertura decisiva que dará paso a la ruptura final que propicia la modernidad misma, la de las vanguardias para entendernos: Última fase de un periodo bastante más extenso si seguimos a Stephen Toulmin y su cronología para el humanismo moderno que arranca mucho antes, en Montaigne y los manieristas.

De ahí la importancia de estudiar y mostrar el periodo en su conjunto, su génesis y su autodestrucción mediante el nacimiento de la fotografía o el cine, la mecanización y el decorativismo de la vida cotidiana, el valor de los oficios artísticos, la emancipación de la sexualidad y su correlato: el sufragismo que desemboca en feminismo, la conciencia del tiempo y su relatividad primero literaria y después astrofísica… Tal vez esas ausencias nos expliquen el escaso éxito de las galerías dedicadas al siglo XIX en el Museo del Prado, la centuria que podría aclararnos a los españoles la inestabilidad de la nación.

Mientras tanto, la Generalitat Valenciana, entre brumas de lo artístico por los torbellinos de una gobernanza coaligadamente dispar, adquiere el eclecticista Palacio de Correos (1913-1922) y lo cede a Bellas Artes para que organice nuevas muestras sorollianas que ya han empezado a generar largas colas. Lo hace sin encomendarse a la Diputación –la institución que pensionó al joven Sorolla en Roma– ni al Ayuntamiento valentino, cuyo programa para su propia red museística es ínane, pero en donde se debaten nuevas y cada vez más chovinistas y torpes mociones, incluyendo la absurda por inviable petición para que se traslade a Valencia el museo de Madrid. Un sonrojo.

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27 de febrero de 2023
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Círculos concéntricos

Cuando me han preguntado alguna vez por mi identidad, he dicho que imagino como símil los círculos concéntricos que se abren sobre el agua al caer de una piedra. En el primero de esos círculos soy nicaragüense, en el siguiente centroamericano, en el otro caribeño, y por fin, en el más amplio de todos, el que abarca y ampara a los demás, soy hispanoamericano de las dos orillas.  Es decir, siempre me he sentido de una parte y de todas, y jamás me he visto como extranjero en ningún sitio de los míos. Son identidades sentidas, y compartidas.

El asunto de las fronteras y los pasaportes, de las vallas fronterizas y de los visados, son artificios que han crecido con el tiempo, en la medida en que las migraciones masivas se han vuelto parte de las crisis económicas y sociales, y también a causa de la opresión política, que obliga a la gente al éxodo. Sólo el año pasado 170 mil nicaragüenses solicitaron asilo en los puestos fronterizos terrestres de Texas, Arizona y California, tras un viaje más que azaroso a través del territorio mexicano.

Pero aún la frontera de los Estados Unidos fue en un tiempo lo que podríamos llamar una frontera inocente. En su libro de memorias Ulises Criollo, José Vasconcelos, cuyo padre tenía un puesto de inspector de aduanas en Piedras Negras, recuerda que, a Eagle Pass, al otro lado de la guardarraya invisible, se pasaba sin requisito alguno, y él asistía a la escuela allá, con sólo atravesar un puente. El drama de los migrantes intentando cruzar clandestinos la fronteras amuralladas y vigiladas con drones, o remontar a nado las aguas del río Bravo de noche, a riesgo de morir ahogados, no existía.

Los grandes cataclismos políticos, que provocan fenómenos ofensivos para la dignidad humana, son capaces de borrar ese concepto de fronteras inexpugnables que se ha venido petrificando en las últimas décadas. Lo vimos con los 222 prisioneros políticos, encarcelados ilegalmente en Nicaragua, y expulsados ilegalmente también hacia Estados Unidos, bajo una trampa alevosa, pues fueron dotados de pasaportes, y al apenas aterrizar en Washington, la dictadura los declaró apátridas. Igual que fuimos declarados apátridas poco después otros 93 nicaragüenses, la inmensa mayoría ya en el exilio.

Muchos de esos prisioneros nunca antes habían viajado al extranjero, ni se habían subido a un avión. Llegaron en mangas de camisa bajo un frío invernal, sin familiares ni conocidos que estuvieran esperando por ellos, sin conocer una palabra de inglés. Es la gran soledad del exilio. Recibieron refugio humanitario, y necesitados de techo y de formas de subsistencia, de inmediato se desplegó una red solidaria de organizaciones de refugiados y defensores de derechos humanos, que los han llevado a vivir a diferentes estados, en espera de poder encontrar trabajo, o estudios.

Luego el gobierno de España, sin dilaciones, y con hermosa generosidad, ofreció a todos los despatriados la ciudadanía, y a este ejemplo siguieron ofertas similares de los gobiernos de Chile, Argentina, Colombia, México, que les han abierto sus puertas, como es muy posible que lo hagan también los gobiernos de Ecuador y Uruguay.

Una restitución común frente a un despojo inicuo, que me devuelve a esa idea de la identidad compartida, un círculo que se abre tras otro círculo, de manera cada vez más amplia. «Les devolveré lo que perdieron a causa del pulgón, el saltamontes, la langosta y la oruga”, dice el Antiguo Testamento en el libro de Joel. ¿No es esto, arrancarte de tu tierra, decretar que te la quitan, obra de depredadores?

Al serme concedido el premio Cervantes de literatura en 2017, el consejo de ministros me otorgó la ciudadanía española junto con el gran director de cine mexicano Alejandro González Iñarritu; de modo que cuando la dictadura en Nicaragua me despojó de mi condición de nicaragüense, según sus cuentas, pero no según las mías, aquella decisión honorifica, que tanto aprecié entonces, hacerme español por méritos literarios, se convirtió en mi escudo protector. La fuerza del primer círculo concéntrico.

Luego, de verdad, me he sentido abrumado ante tanta solidaridad. El ofrecimiento del presidente Gustavo Petro, que me transmitió en Madrid el canciller Álvaro Leiva, de otorgarme la ciudadanía colombiana, y la llamada que me hizo el presidente Guillermo Lasso, para ofrecerme la ciudadanía ecuatoriana. Y el ofrecimiento, igualmente generoso, del presidente de Chile, Gabriel Boric; de Argentina, Alberto Fernández; y de México, Andrés Manuel López Obrador, a todos los desnicaraguanizados.

Entonces, esto de la madre patria, y de la patria común americana, que en los libros escolares y en los textos de historia parece como una vana aspiración, o una formulación retórica, frente al drama nicaragüense cobra sentido real. Te despojan de lo que es tuyo y nadie puede quitarte, pero mientras tanto yo te doy mi país, mi casa es la tuya.

Como en el evangelio según San Mateo “todo el que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos o tierras, recibirá cien veces más”. Si te quitan tu país, ahora tiene tantos donde escoger, y eso me devuelve a mi idea de los círculos concéntricos.

Somos de un lugar, de una patria, pero somos a la vez de todas, y tenemos muchas.

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27 de febrero de 2023
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Asombro, aliento, puentes, ojos, abismo

Hay que mirar lo que tienes muy cerca; es más asombroso de lo que piensas.

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La verdad es un aliento musical que llega al mismo tiempo al cerebro y al corazón.

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Nietzsche dijo: "No sólo se ataca para hacer daño a alguien, para vencerle, sino a veces por el mero deseo de adquirir conciencia de la propia fuerza." La idea la formuló antes Hegel en su dialéctica del amo y del esclavo.

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Hay que saber qué puentes debemos cruzar y qué puentes debemos quemar. Bertrand Russell basó en ese conocimiento el arte de vivir y el arte de pensar.

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"Vivir sin filosofar es tener los ojos cerrados y no querer abrirlos nunca" decía Descartes. Temblaría de vivir en nuestros días.

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No hay ninguna construcción más importante que la de uno mismo.

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"Donde está la infancia está la edad de oro", decía Novalis. ¡Qué enternecedora falacia!

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La palabra ocultó la oscuridad y dio forma verbal al deseo.

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La piel es el primer reino del ser. Nos hacen con el tacto.

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El único puente que nos tiende el abismo es el conocimiento.

 

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24 de febrero de 2023
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Olga Tokarczuk, una novela para el nuevo milenio

 

Tras leer esta extensa obra sobre la figura histórica de Jacob Frank (1726-1791), compleja en cuanto al grado de detallismo y de ambigüedad en los múltiples puntos de vista y formulaciones contenidas, el poso que deja en quien firma estas líneas su millar de páginas (leídas a vuelo de pájaro, aunque es preferible una lectura lenta) es la fe de la Nobel de Literatura de 2018 en el género de la novela, entendido como vehículo de comunicación total. Leo en palabras de la propia Olga Tokarczuk (Sulechów, 1962): "Creo en la novela, es uno de los géneros más sublimes de la literatura. Tiene el poder de embelesar a los lectores y llevarlos a una especie de trance... En esa suerte de mundo virtual que aspira a construir, una especie de casa, se forja un vínculo emocional con los lectores y se estimulan los mecanismos de la empatía".

En Los libros de Jacob, con una traducción de Agata Orzeszek y Ernesto Rubio que merece una ovación, se ahonda en la historia del movimiento herético del frankismo surgido en el siglo XVIII, que desafió la creencia en los nítidos límites entre las religiones y sus principios, algo que tanto judíos como cristianos consideraban entonces inmutable. Su líder, con un poder casi absoluto sobre sus seguidores, entendió en una muestra poco común de flexibilidad que la cristiana y la judía no eran dos sociedades separadas, sino dos grandes grupos heterogéneos, lo que haría que los judíos acabaran replanteándose su manera de verse frente a los cristianos, así como su propio credo.

REFUTANDO EL PASADO

No estamos ante una novela histórica al uso que, como etiqueta, desagrada a la autora polaca y, además, es un género al que se opone porque "da prioridad a los hechos históricos" y porque suele "reforzar los esquemas conservadores". Aun así, se aprecia un diálogo a modo de juego con la novela decimonónica, del que encontramos ecos en el detallismo en la descripción ("me interesaban detalles sobre cómo viajaba la gente en aquella época, dónde paraban los viajeros para pasar la noche, qué comían, etc.) y el distanciamiento del narrador, a lo Flaubert, respecto a lo descrito.

Fascinada por la presencia judía en la cultura polaca y la interacción entre ambas comunidades a lo largo de los siglos, cuando Tokarczuk dio con la historia de Jacob Frank y sus acólitos, comprendió que se trataba de una "historia universal en el corazón de una sociedad feudal llena de divisiones, estratificaciones y prejuicios". La fuente principal para su novela fue una obra del siglo XIX poco conocida a cargo de un historiador polaco de ascendencia judía llamado Kraushar que, nunca reeditada, acumulaba polvo en los anaqueles.

Uno de los puntales que se derriban en la visita al pasado por las que nos conduce esta novela es la idea de una Polonia multicultural donde convivían armónicamente los diferentes miembros de la sociedad. También nos presenta una versión de los acontecimientos históricos en los que se da visibilidad a las mujeres, como ya hiciera en Los errantes al hablar del corazón en formol de Chopin (¿hay mayor símbolo de Polonia?) desde el punto de vista de la hermana.

LA ATRACCIÓN POR LO IMPERFECTO

"Considero que la ausencia de mujeres en la versión de la historia que va a parar a los libros de texto es un rasgo de una mentalidad patriarcal que no ve a las mujeres y no registra sus aportaciones. He encontrado un lugar para ellas en mi historia mediante la recopilación meticulosa de cada migaja de información. Lo hice con un sentido de justicia, creyendo que la mayor parte de la historia de la humanidad necesita ser reescrita desde este particular punto de vista". Así, gran parte de la novela adopta la perspectiva cenital de una anciana llamada Yenta, que cae en coma en los primeros capítulos y, en ese estado de percepción particular, se convierte en "un ojo que vaga por el espacio y el tiempo".

Quienes disfrutaron de Los errantes, deslumbrante meditación enciclopédica sobre el viaje y la experiencia contemporánea del espacio y del tiempo, la memoria, la identidad y esa frágil obra de arte que es el cuerpo humano (pues "lo une todo con todo: relatos y protagonistas, dioses y animales, el orden de las plantas y la armonía de los minerales"), se reencontrarán con el estilo minucioso y la inteligencia artística de Tokarczuk, que aúna la curiosidad de Benjamin, la imaginación de Borges, la mirada tierna y burlona de Szymborska y la libertad creativa de Gombrowicz. Aquí volvemos a estar ante una novela-constelación cuya energía gravitatoria es la atracción por lo imperfecto, los callejones sin salida; en suma, todo lo que se aparta de la norma.

Entre los personajes secundarios conectados tangencialmente con Jacob Frank, merece la pena quedarse con las palabras de Asher Rubin, un médico judío escéptico que se casa con una de las ex seguidoras de Frank, la poetisa barroca Elbieta Drubacka: "Asher Rubin opina que la mayoría de la gente es estúpida y que es la estupidez humana la que llena el mundo de tristeza. No se trata de un pecado ni de un rasgo innato, sino de una idea equivocada del mundo, una apreciación errónea de lo que ven los ojos. Como resultado, la gente lo percibe todo por separado, cada cosa desligada de las demás. La auténtica sabiduría es el arte de relacionarlo todo con todo, es entonces cuando se revela la forma verdadera de las cosas".

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23 de febrero de 2023
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Cuando había esperanza

En plena Gran Guerra, o, mejor dicho, en su momento final, aún Rolland impostaba una actitud pacifista tomada de Gandhi y Tolstói. Sin embargo, al final cayó en las garras del estalinismo y en 1927 se adhirió al Partido Comunista.

Pero a Rolland lo que de verdad le apasionaban eran los héroes, Goethe, Beethoven, Miguel Ángel, Wagner y Tolstói. Pero no tenía la agudeza de otro apasionado admirador de los Grandes Hombres, Thackeray, muy superior literariamente a su colega francés. Así y todo, tuvo un éxito global en el mundo de la lectura anterior a la Primera Guerra Mundial. En parte por el premio Nobel de 1915, tras la publicación de Jean-Christophe, una enorme saga sobre la vida de un músico.

Es difícil en la actualidad leer esos libros tan enormes como sus personajes. Hemos perdido la inocencia y ya no creemos en grandes héroes culturales o incluso en grandes hombres en el mundo de las artes. Pero ese culto al “genio” ha durado prácticamente hasta el día de hoy y por eso es una buena noticia la aparición de una obra menor de Rolland (Goethe y Beethoven, en la editorial Firmamento), que acerca de un modo inteligente y mesurado a estas dos luminarias.

Reconozco que, en este texto, más que Goethe y Beethoven, me interesa Bettina Brentano, una muchacha de veintitantos años, realmente libre, que aparece por lo común en los libros sobre la literatura romántica alemana como una entremetteuse. Aunque estuvo casada con uno de los espíritus más desencadenados del momento, Von Arnim, y colaboró con él en algunos trabajos esenciales sobre las artes, pero pronto emprendió vuelo propio.

Su vida, fantasiosa y aventurera, la fue completando con libros claramente inventados, como el Epistolario de Goethe con una niña, prototipo de los fakes contemporáneos. Acabó, como Rolland y los infectados con admiraciones políticas neuróticas, defendiendo a gobiernos socialistas de su momento. Necesidad de un padre.

Lo más divertido es que todo el escándalo de Bettina con Goethe se debió a que al llegar a Weimar estaba tan agotada que se durmió en las rodillas del poeta. Fue la criada la que, elevándose a vestal de la moralidad, dio curso a la escena. Seguramente no pasó nada, sino que la niña, una vez descansada, pudo irse a su pensión. Pero ya entonces comenzaban los héroes, no del arte, sino de la catequesis, a imponer sus puntos de vista sobre una sociedad acobardada.

Olvidaba decir que la traducción es de Cernuda, quien seguramente se sintió muy identificado.

 

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21 de febrero de 2023
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El Boomeran(g)
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