Víctor Gómez Pin
Sean dos virtuosos del piano, interpretando, idéntica pieza de Debussy (por ejemplo, el tercer movimiento de su suite Bergamasque) ante un público digamos exigente. El uno provoca en el auditorio admiración por su control del instrumento, y el prodigioso conocimiento del mismo. Sus colegas músicos eventualmente presentes en la sala, conocedores de la dificultad digamos “desde dentro”, se admiran a la manera del científico pasmado en su día ante el prodigioso cúmulo de conocimiento físico-matemático que suponían las ecuaciones de Schrödinger. Supongamos que al final de la interpretación hay un aplauso unánime pero carente de calidez emotiva. ¿Qué ha ocurrido? Simplemente que unos y otros han juzgado en definitiva el objetivo conocimiento y dominio del intérprete…pues en realidad no se dio allí otra cosa que juzgar.
Supongamos ahora que el segundo pianista provoca todo esto y algo más…A la objetiva y unánime admiración del público conocedor, se añade ahora un singular sentimiento por el que todos se felicitan mutuamente, juzgando que han asistido a algo sublime. No se trata, a diferencia del caso anterior de acuerdo sustentado en un soporte físico, incluso mesurable; si hubiera que justificar qué lo provoca sería imposible remitirse a algo objetivo. De hecho, tal remisión (un discurso del tipo, “¡qué acuidad en la frase x!, ¡qué manera de conjugar la fidelidad a la partitura y la innovación sugerida por el propio compositor en el pasaje y”) no sería más que una tentativa vana de dar cuenta o razón de algo que, constituyendo un juicio de los seres racionales (¡y exclusivamente de los seres racionales!) escapa totalmente a la razón que da cuenta.
Ahí reside efectivamente la dificultad: no remitir al misterio, sino encontrar la diferencia entre las modalidades de funcionamiento de las facultades constitutivas de nuestro psiquismo, y en cada caso la jerarquía existente entre ellas, que permite referirse a un espíritu humano entregado a la operación cognoscitiva, un espíritu humano confrontado a un deber, y un espíritu humano tensionado en el sentimiento de lo bello (o de su contrapunto), para el cual la presencia objetiva es tan solo ocasión fenoménica.