Francisco Ferrer Lerín
Entré en su cerebro a las 18:25. Mes de mayo. Vivía en Vallecas, nevaba, y el tono general era de fiesta. Marcos odiaba mucho, diría que odiar era lo suyo. Así yo, metido en su cabeza, descubría hacia adónde, en cada momento, dirigía el odio. La rubia Betty vendía carpetas en Emilio Ortuño. Marcos la odiaba. Fue, fuimos, hacia ella. Y a esa distancia reglamentaria de los cuatro metros comenzó a insultarla. Bombera, salvaje, sedosa, oí que la llamaba. De hecho lo oí desde fuera, pero también desde dentro; quizá yo también formara parte de la voz de Marcos. Seguimos insultándola: caliente, emotiva, garduña. La dejamos atrás. Avanzábamos. Ricardo Teruel Teruel tomaba sardinas escabechadas sentado en la terraza del bar Percuto. Marcos le arreó una sonora bofetada. Ricardo escupió una sardina. Yo estaba saliendo, o eso me pareció, de lo más profundo del cerebro. Relegado al córtex casi no disponía de poder. La voluntad del energúmeno se me escapaba. Decidí huir. No fuera que yo, como criatura del todo ajena, no pudiera anular la orden. Y Marcos la emprendiera a porrazos, entusiasta, contra mi humilde persona. La próxima vez anclaré mi dominio, buscaré la permanencia. Cogí pues el metro. Y volví a Oviedo.