Francisco Ferrer Lerín
Me muevo bien en el mundo de las coincidencias y, utilizando la expresión que lleva un tiempo de moda, diría que me siento cómodo en ese mundo. Son varios los amigos con los que coincido en el uso de determinados tópicos y prioridades, incluso en el uso de agudas reflexiones sobre asuntos decisivos. Así, puedo citar ahora a Cosme Lobregón Seisdedos y, también, a Dionisio Pérez de Entrambasaguas; con ellos la coincidencia radica en la lectura de libros. Dionisio, por ejemplo, comenta en un whatsapp que “estoy releyendo los Viajes por España, la selección que preparó José García Mercadal para Alianza en 1972”, y, yo, casi me sobresalto al comprobar que ese es el manual que lleva un par de jornadas descansando sobre la mesita de noche. Cosme, al que no veía desde hacía tiempo, lo encuentro en Barcelona, en lo de Obama y Springsteen, y luego, tomando algo por ahí, cuando se despoja del chaquetón veo que asoma, de un bolsillo interior, el genial y misceláneo Papur, una de las obras cimeras de mi primo Ferrer Lerín, en la reciente y pulcra reedición del sello minoritario Días Contados. Quiero decir con esto que no me sorprendo lo más mínimo cuando Margarita, mi amante ocasional y esposa de Esopo, el fontanero argentino con el que anda trasteando mi novia, suelta así de golpe, durante una comida dominical en el altillo del restaurante La Pocilga, el mejor de la zona en relación calidad-precio, que el niño desnutrido, hallado perdido junto a la verja del chalé de sus padres, tiene un enorme parecido con Michelle Obama en cuanto a color y longitud de las piernas y que, la criatura, al hablar, dispone de un acento mezcla de pijo barcelonés y agricultor maño, en la línea del ya citado autor de Papur.