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Metastasio

 

Cercano el 31 de julio, celebración de San Ignacio de Loyola al ser el día de su fallecimiento [1556], he querido releer el texto que con el título Bibliofilia 1 (la serie se prolongó hasta el número 21) escribí quizá en 2004 y que fue recogido, primero en Ciudad propia. Poesía autorizada (La Laguna, Artemisa Ediciones, 2006) y luego en las dos ediciones de Papur (Zaragoza, Editorial Eclipsados, 2008; Barcelona, Días Contados S.L., 2022). El texto, al que me resisto a otorgar la arcaica etiqueta de “poema en prosa” pese a incluirse en poemarios, disfruta de un innegable encanto, que va más allá del regusto mortuorio y de la esfera de las coincidencias, por lo que me he animado a buscar, en los restos de la biblioteca familiar, ese tomo V que se cita y que protagoniza también el relato.

Bibliofilia 1

Ambos fallecieron el día de San Ignacio y a la misma hora de la madrugada. Mi abuela paterna Mercedes en la casa familiar de Ix en 1959 y mi padre Francisco, veintisiete años después, en su vivienda-consultorio de la ciudad de Barcelona. Como primogénito me cupo el honor de entrar el primero, a una semana de su muerte, en la secreta biblioteca contigua a su despacho. Los libros del armario central, todos encuadernados por Brugalla, se disponían por tamaños. Extraje uno, el que quedaba exactamente a la altura de mi brazo, un ejemplar en octavo -el tomo V de las Obras Escogidas de Metastasio, impreso en Aviñón en 1808- y, al abrirlo, cayó planeando hasta el suelo una hojita de papel casi transparente escrita a mano con una elegante letra en tinta ahora rosada y que decía así: “Sé que en el mes de agosto del año de 1986 alguien leerá por fin esta breve nota y que en esos días una dolorosa pérdida anegará su alma.”

(2004)

La búsqueda de ese tomo V impreso en Aviñón ha resultado infructuosa, como también la del resto de la edición. En cambio he hallado el tomo XV de otra edición de las obras de Metastasio, impreso en el Seminario de Padua, también en ese año 1808, edición de la que tampoco hallo el resto de volúmenes; ya digo, son los restos de la biblioteca que iniciaría el abuelo de mi padre, médico comadrón en esa zona pirenaica a caballo entre Francia y España, y cuyos libros adquiriría, según rumores que circularon durante mi infancia, gracias a los beneficios que le reportaban dilatadas partidas de póquer o quizá otros juegos menos santos.

La cuestión es ahora conocer la verdad. ¿La referencia a esa edición aviñonesa es correcta? ¿No sería error del momento, del nerviosismo propio al entrar por primera vez en ese recinto paternal secreto? ¿Cayó planeando hasta el suelo esa hoja manuscrita? ¿Qué hice con ella? Queda claro que Metastasio estaba representado, pero la hoja, en este tomo reliquia que tengo ahora en mis manos, no acierto a encontrarla. Ya sé es otra edición… pero todo se ha vuelto tan confuso.

 

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26 de junio de 2023
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Últimas tardes con Barthes (2)

Viví durante un año en la misma calle que Barthes, la rue Servandoni, en un inmueble muy próximo al suyo. Lo tenía a mi alcance y lo vigilaba mucho. Cruzaba a menudo tras él la iglesia de Saint-Sulpice de parte a parte: entrábamos por la puerta trasera y salíamos por la delantera. Barthes no solía percatarse de mi vigilancia e iba totalmente absorto en sus pensamientos cuando dejaba atrás la plaza y llegaba al café Flore, que más que su cuartel general era la prolongación de su casa. Digamos que el Flore era su salón.

Barthes pertenecía a esa cultura del café ya casi desaparecida, de bares que te cobijaban de verdad como te cobija tu casa, y bien se puede decir que los cafés de París fueron la mitad de su vida. Cuando te acercas a él y a su época te das cuenta de que Barthes vivía en un París todavía muy enraizado, con bares familiares y calles familiares. Sí, estabas en París y a la vez en una aldea, la de tu barrio, donde te conocía todo el mundo.

Hablo de un tiempo en el que las ciudades tenían todavía tejido social: el tejido de las miradas, la confianza, la alegre cotidianidad. Las ciudades ya no son eso y Barthes habitó hasta el día mismo de su muerte una dimensión que ya damos por perdida. Barthes lo tenía todo muy cerca y podía ir a todas partes andando. Era muy normal verlo por la calle, solo o acompañado, a cualquier hora del día pero sobre todo al atardecer. Tenía cerca el café Flore, cerca el Colegio de Francia, cerca los cafés de Montparnasse y el jardín de Luxemburgo. Lugares al alcance de un paseo. Vivía en un escenario prodigioso, el mejor para desplegar el calderoniano teatro del mundo: je suis à Paris donc j’existe. Quizá lo que más cautivaba de aquel París era su capacidad para convertirse en un escenario conmovedor. El mejor fondo para una comedia, cierto, pero también para un drama o una tragedia. El mejor escenario para todo.

Su misma muerte ocurrió en una calle por la que había pasado miles de veces: la calle donde se hallaba el Colegio de Francia que acogía sus cursos. Barthes iba paseando por ella cuando lo atropelló una furgoneta de reparto. Enseguida corrió el rumor de que había sido un golpe muy leve, pero no era cierto. Philippe Sollers sostenía que los medios de comunicación había minimizado el accidente para que nadie pudiera acusar a Mitterrand de gafe. Al parecer Barthes venía de comer y de beber con Mitterrand. Tan solo media hora antes de que la furgoneta se precipitase sobre él, o él sobre la furgoneta, estaba brindando con el candidato socialista a la presidencia de la República, tan solo media hora antes el profesor Barthes hablaba con el político Mitterrand... El lado mágico de nuestro pensamiento tenía el campo abonado para elaborar un curioso sistema de causas y efectos, y al final resultaba que el culpable del accidente había sido ni más ni menos que Mitterrand. Vaya candidato, es como si trajese con él la muerte de la inteligencia, podía pensar el vulgo. Algo que el sistema francés, su misma estructura simbólica, no iba a permitir, de modo que Barthes solo se había hecho unos rasguños, rasguños que, sorprendentemente, le llevaron a la muerte un mes después. Nadie mentaba que el accidente había sido precedido por un almuerzo con Mitterrand, absolutamente nadie. La omisión era tan rigurosa y tan general que parecía cosa de magia.

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22 de junio de 2023
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El Premio Periodismo de Excelencia de Chile cumple 20 años

 

Este año, en medio de penurias económicas, dificultades para trabajar libremente en barrios tomados por el narco y ante el auge de la desinformación, los periodistas de Chile festejaron un hito: el Premio Periodismo de Excelencia, organizado por la Universidad Alberto Hurtado y que desde hace tres años tengo el privilegio de dirigir, cumple 20 años ininterrumpidos de premiar los trabajos escritos, audiovisuales, digitales y universitarios publicados en el país.
Como sucede desde 2003, desde el momento en que se reúnen en marzo los jurados escrito y universitario los editores de El mejor periodismo chileno (en estas últimas ediciones, la coordinadora del PPE Montserrat Martorell y yo) nos lanzamos a editar en 10 días los textos ganadores y finalistas, a aportar las introducciones a cada uno, y en mi caso, a escribir el prólogo que presenta y reflexiona sobre el contenido del libro y cómo este “mejor periodismo chileno” del año traza un mapa de cómo está el país y cuál es el estado de su periodismo.
Cuando en abril nos juntamos en la Ceremonia del PPE, los ejemplares de este libro ya estaban para entregar a los autores y jurados y listos para vender a los interesados.
Comparto aquí mi prólogo de El mejor periodismo chileno 2022. Espero que les ayude a entender cómo estamos, y tiente a varios para hacerse con el libro entero.

El año cuyo periodismo celebramos con este libro ha sido, como todos los años anteriores, difícil y peligroso para el ejercicio del periodismo libre y sin bozal. Lo saben bien los y sobre todo las colegas de México, de Palestina, de Cuba, de Bielorrusia, de Nicaragua y de las zonas remotas y desprotegidas de Sudamérica, donde los depredadores del ambiente y de los pueblos originarios amenazan con silenciar la investigación periodística y las voces críticas.
Tradicionalmente las peores noticias para nuestro gremio venían de fuera. Pero Chile también se está volviendo una sociedad más violenta: este año fue asesinada la colega Francisca Sandoval, con un disparo en la cara durante una marcha por el Día del Trabajo, el 1 de mayo.
Desde 1986, cuando agentes de la dictadura mataron a José “Pepe” Carrasco Tapia, no habían asesinado a un periodista en este país.
Y ese clima de miedo, de dolor, de muerte, siento que empapa los trabajos que premiamos. Como muestran las historias que merecieron el reconocimiento de los jurados de este año, creció el narcotráfico, los crímenes se volvieron más sangrientos y la vida tras la pandemia fue muy dura para los sectores más vulnerables de la sociedad – menores en abandono, adultas mayores en soledad, pobres sin salidas y desesperados que quieren terminar con todo.

Junto con la gracia y elegancia de la pluma y la creatividad de las estructuras, una nube de tristeza cubre los reportajes, crónicas, entrevistas e investigaciones de 2022, como si a las autoras y los autores de los textos recopilados en este vigésimo Mejor periodismo chileno las tristezas y dolores sobre los que investigaron y escribieron se les metiera debajo de la piel y se colara en sus pesadillas.
Los textos que leerán son producto del entrar en las vidas quebradas de tanta gente, para que, contándolo, nos enteremos y así se encuentren menos solos la polola de Elías, que nació con HIV, la familia de Waleska, que se tiró al vacío en el Costanera Center, Víctor Palape, que malvive a la orilla de un río que muere, Edgardo Hidalgo, que sufre noche y día el ruido de las aspas de molinos de viento.
Y también entremos en el dolor de dos madres: la de Paola Alvarado, asesinada y todavía sin aparecer, y la del adolescente Matías, que soñó con ser pandillero y ni a eso alcanzó a llegar.
Estos seres anónimos son rescatados por una cofradía de contadores de historias en su dignidad, su indignación, su forma de interpelar al poder y conectar con los miedos de una sociedad y con el espíritu de una época.
Algunos de los autores y medios son habituales en las páginas de estos libros: Arturo Galarce, Muriel Alarcón, Carola Solari y Estela Cabezas de Revista Sábado, Nicolás Alonso de La Tercera, Macarena Segovia, Benjamín Miranda y Nicolás Sepúlveda de CIPER Chile. Su experiencia muestra un continuo ejercicio de buscar nuevas historias y escuchar nuevas voces.
A su lado surgen medios digitales y autores con otros temas y entusiasmos. Por ejemplo, Jukas Jara y Javier Louit, de La Pública, traen una mirada sorprendente sobre la energía eólica; Amanda Marton de la flamante Anfibia Chile se interna en el dolor y las quejas de los que sobreviven a los suicidas; un río se seca, pero revive en las páginas de Mongabay LATAM por la pluma de Michelle Carrere y Gerardo Alvarez. Y en El Desconcierto, Francisca Varea y Javiera Mora dan voz a una madre que clama por justicia para su hija asesinada y para todas las víctimas de femicidio.
En la siempre fecunda sección de entrevistas, impresionó mucho al jurado la urdiembre de voces con que Carola Solari construyó el relato de la vulneración de derechos de las tres hijas de la jueza Atala. Lenka Carvallo interroga en La Segunda al historiador Gabriel Salazar, Estela Cabezas logra un perfil humano y muy claro de Enrique Paris en Sábado, y Joaquín Zúñiga se adentra en el cerebro del joven músico urbano Polimá Westcoast para El Desconcierto.
En la sección relativamente nueva en el PPE de Investigación, junto con el tradicional CIPER y su descubrimiento de datos incómodos sobre la Teletón, destacan Felipe Díaz y Nicolás Parra, del equipo de investigación de la radio Bio Bio Chile explicando la compleja trama de robo de madera que termina, sorprendentemente, en las mismas manos de algunas de las empresas robadas, y Rocío González Trujillo y Catalina Olate Hidalgo, de El Mostrador, que aportan datos valiosos y hacen preguntas precisas sobre el robo de armas por parte de carabineros retirados y en servicio, y que en muchas ocasiones terminan en poder de los delincuentes que sus compañeros de armas deben enfrentar.

No fue una decisión consciente, pero este año, el trabajo minucioso de los seis equipos de jurados preseleccionadores y de los dos jurados finales de estas categorías Escrita y Universitaria eligieron en su mayoría trabajos sobre los olvidados. Los que no salen en las portadas de los diarios y los resúmenes de los informativos. No encontrarán a la mayoría de estos nombres entre los hashtags de Twitter y las fotos de Instagram. Son las historias necesarias de los perdedores que se rindieron o que, pese a todo, siguen luchando.
También destacan este año las historias no contadas, las sombras, de instituciones o actividades con “buena prensa”, como para demostrar, como sabemos bien los periodistas que, si se investiga a fondo y sin prejuicios, casi nada es enteramente blanco o negro. Los males que puede traer la energía eólica o las cuentas opacas de un emprendimiento tan admirado como la Teletón – el ganador de la categoría de Investigación de este año y un tema inusual para su medio, CIPER – son ejemplo de ello.
Un caso distinto, y por eso especialmente destacable, es del del reportaje elegido como el gran ganador de 2022: La memoria de los fotógrafos presidenciales. Es sobre presidentes, hay también cuenta y trata de poner el dedo en dos injusticias.
Por un lado, la invisibilidad de los fotógrafos, los contadores en imágenes de la trayectoria de los 6 presidentes desde el regreso a la democracia en Chile. Esos fotógrafos y esas fotógrafas que supieron mirar, elegir los ángulos y los momentos y los lugares y los destellos de luz y los gestos en los que se congela y refleja la historia.
Y, por otro lado, que no exista un archivo, que con cada presidente se pierda el legado y la riqueza de las fotos del anterior, como en las estelas mayas, en las que cada nuevo rey ordenaba destruir las imágenes que glorificaban a su antecesor para que solo quede la propia gloria.
Este hermoso trabajo de Pedro Bahamondes, en el otrora admirado medio de investigación y crónicas vigorosas The Clinic, es una mirada al pasado en un año especial: se cumplen 50 años del golpe de estado que rasgó como un cuchillo la piel del país. Para recordarlo, la memoria de estos fotógrafos celebra el legado de los demócratas.
Y sobre los crímenes de la dictadura trata el ganador del Premio Universitario: Te recuerdo Luisa.
Como Víctor Jara recuerda a Amanda y sus cinco minutos de amor, las estudiantes de la Universidad de Chile Gabriela Acuña y Javiera Arias Domínguez relatan, analizan y honran la vida de Luisa Toledo, la emblemática madre coraje que luchó hasta su último aliento por verdad, justicia y reparación por las familias de los desaparecidos en Chile.

Para honrar los 20 años del premio, quiero mencionar dos contenidos muy especiales que hacen que este El mejor periodismo 2022 sea distinto a todos los anteriores.
En primer lugar, una Introducción que repasa la historia de esta categoría Escrita del PPE, por una de las principales estudiosas de la crónica y el periodismo literario en el país, la doctora Patricia Poblete Alday, profesora de la Universidad Finis Terrae. Una mirada conocedora e independiente que nos mira desde la academia.
Y, en segundo lugar, un listado de los ganadores en las dos categorías de estos 20 años, para que su registro, además de poder verse en la web del PPE, figure como corresponde en este libro celebratorio.
Luego, antes de los textos ganadores y finalistas figura, como de costumbre, los nombres y una breve biografía de nuestros jurados de este año.
Finalmente, quiero decirles que si cumplimos dos décadas es porque las y los periodistas de Chile, los medios, las universidades y la sociedad nos adoptó como su principal referente sobre la calidad de los productos periodísticos año por año, y como brújula ética que, si bien ha podido equivocarse en ocasiones, siempre deliberó y decidió con buena fe, con absoluta libertad de criterio y apelando a jurados conocedores, independientes, criteriosos y dispuestos a poner sus decisiones personales a discusión y dejarse convencer con buenos argumentos.

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21 de junio de 2023
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Bailando lento con ORLAN

 

“Soy sensible, no frágil”: esta es la advertencia de ORLAN, la artista plástica francesa y pionera de la performance nacida como Mireille Suzanne Francette Porte, en Saint-Étienne, Francia, en 1947. A lo largo de su trayectoria ha llamado la atención sobre el cuerpo y su manera de sentir y expresarse, y tras la experiencia del confinamiento, ha decidido cantarlo, susurrarlo, en lo que presenta como su más reciente performance: el CD Le slow de l’artiste.

La obra se compone de veinte temas en los que ha contado con la colaboración de diferentes figuras de la música y la escena francesas, como Sir Alice, Jean-Claude Dreyfus, Terrenoire, Yael Naim, La Femme o Romain Brau. En su empeño constante de –en sus propias palabras– “salirse del marco”, crea un espacio sonoro, mental y experiencial para propiciar el acercamiento al prójimo. Canta: “el mundo está en los otros”, con Iury Lech, cerrando el CD.

Mirar y sentir el cuerpo de quien tenemos delante como acto creativo doble. Ella ya ha experimentado sobre el concepto de darse luz a sí misma. Lo hizo en 1964, con la fotografía “ORLAN S’Accouche d’Elle M’Aime”, en la que podía apreciarse cómo de su cuerpo emergía un maniquí. Esa auto-maternidad y los diferentes alumbramientos artísticos han sido su única descendencia, porque asegura que “los bebés suponen más polución”.

Para que renazca el cuerpo, ahora utiliza la música lenta y sensual, gemidos y susurros, para invitar a tocar al otro, a besarlo, a tener sexo, de la misma manera que en 1977 propició que todo aquel que pagara cinco francos recibiera un beso, con lengua, de la artista, en su polémica y célebre performance en el Grand Palais. Nos dice en «Nous sommes blessé.e.s, écorché.e.s., bouleversé.e.s., transpercé.e.s.», interpretada con Blue Carmen, que las canciones que hablan de amor nos atraviesan y nos hieren. Somos sensibles, pero no frágiles, por eso sus letras son también una oposición taxativa a la violencia. Aunque en el fondo cree que la única solución posible para evitar el apocalipsis en el que vivimos sería “un suicidio colectivo”, llama a la resistencia, especialmente a las mujeres.

Si el disco pretende ser una provocación para que los jóvenes aprendan a bailar lento y se abandonen a los encantos de la insinuación y la imaginación del erotismo, sus últimas exposiciones, en la Galería Rocío Santa Cruz de Barcelona y en el Círculo de Bellas Artes de Madrid en el marco de PhotoEspaña, son un llamamiento a las mujeres para que asuman el llanto, pero como un proceso de purificación que les haga “salir del marco”. A través de collages digitales, se ha hibridado ella misma con Dora Maar, a quien “Picasso siempre la pintaba llorando”.

Sigue su lucha artística y feminista. Para denunciar lo nocivo y el absurdo de los cánones de belleza, se sometió a nueve operaciones quirúrgicas, la mayoría convertidas en performances. En su rostro quedan como aviso dos protuberancias sobre las cejas: son dos implantes de pómulos mal colocados. Como descolocados están sus rasgos y las lágrimas de Dora Maar en la serie de hibridaciones que instan a aceptar la vulnerabilidad, sí, pero para convertirla en un arma y bailar sensualmente, descubriendo los cuerpos como algo exquisito, sin amenazas.

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21 de junio de 2023
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El pato Donald contra los nazis

En la entrada de Disney World en Orlando, se plantó hace poco un grupo de manifestantes con vistosas banderas nazis. No era una comparsa de las que son usuales en el reino de la fantasía por excelencia, y donde abundan los disfraces, el Pato Donald o el perro Pluto dispuestos a tomarse fotos con los visitantes. Eran nazis de verdad, portando banderas rojas con el emblema de la cruz suástica, que no se compran en las tiendas de recuerdos del lugar. Una de ellas fue clavada junto a la efigie emblemática del ratón Mickey.

Nazis de los Estados Unidos. Los hay en todas partes hoy en día, de uniformes grises, brazaletes y puño alzado. Estos gritaban insultos contra la corporación Disney. Un comunicado de la oficina del alguacil del condado de Orange expresa: “somos conscientes de estos grupos que tienen como objetivo agitar e incitar a las personas con símbolos e insultos antisemitas… deploramos el discurso de odio en cualquier forma, pero las personas tienen el derecho de la Primera Enmienda a manifestarse".

Disney sostiene una cerrada oposición a la cruzada “antiwoke” del gobernador de la Florida, Ron de DeSantis, que ha hecho pasar una ley sobre Derechos de los Padres en la Educación, conocida como “no digas gay”, la cual prohíbe a los maestros de las escuelas públicas enseñar nada sobre orientación sexual o identidad de género, ahora en todos los grados, desde los cinco hasta los 18 años de edad.

Disney World gozaba de un estatus de autonomía, todo un enclave con sus propios privilegios fiscales y administrativos. En una de las batallas de esta guerra el gobernador le quitó esos privilegios, con lo que la corporación ha recurrido ante los tribunales. Y mientras De Santis amenaza con mandarles a construir una cárcel al lado, Disney ha ordenado suspender su programa de nuevas inversiones por billones de dólares.

Ser contendiente de una guerra semejante parece inusitado para un republicano de hueso duro como De Santis, quien disputa a Trump las banderas más fundamentalistas en la campaña por la candidatura a la presidencia de Estados Unidos. Si alguna empresa representa el triunfo sacrosanto de la libre empresa, esa es la corporación Disney, a la cabeza en el mundo en la industria de la diversión.

Y más inusitado aún, ver al pato Donald enfrentado a los nazis. No he preguntado aún a Ariel Dorfman qué piensa del nuevo giro en la vida política de este personaje que mereció todo un libro, Para leer al pato Donald (1972), escrito por el propio Ariel y por Armando Mattelart, en los tiempos del gobierno de la Unidad Popular, con Salvador Allende en la presidencia.

Con cerca de 40 ediciones, y traducido a decenas de idiomas, este «manual de descolonización», analizaba desde la perspectiva marxista la influencia enajenante de los personajes de Walt Disney, toda una disección de la ideología entremetida en los globitos que salían de sus bocas; esa caterva de patos, perros y ratones de las historietas y dibujos animados, no eran sino un producto de la metrópoli para implantar mentalidades capitalistas, tal como Rico McPato, el tío multimillonario de Donald, supremo egoísta que se baña feliz en sus montañas de monedas de oro como si se tratara de jabón espumante.

Los años setenta son los de Leer al pato Donald, y Las Venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano, libros sacramentales de la izquierda en ebullición. Es la década de las revoluciones triunfantes y en ciernes, guerrilleros heroicos y el hombre nuevo, lucha a muerte contra el imperialismo, conciertos masivos de rock y canciones de protesta, cannabis y cabellos largos ―y más tarde golpes de estado, dictaduras militares, desaparecidos―. Y, dado que la propuesta era demoler el sistema y erigir sobre sus escombros el socialismo, los temas que ahora confrontan al pato Donald contra los nazis no se consideraban estratégicos, o ni siquiera se debatían: igualdad de género, integración racial, derechos de la comunidad LGTBIQ, educación sexual libre en las escuelas. Al contrario, la revolución cubana metió en campos de concentración a los homosexuales y no pocos íconos de la redención social eran machistas redomados.

Acorde con los viejos tiempos, el propio patriarca Walt Disney se encargaba de borrar con su lápiz mágico todo lo que se saliera de la norma ortodoxa masculina. Hoy, sus herederos corporativos hacen una revisión del canon tradicional. En Fantasía, la película ya clásica de 1940, aparecía una empleada doméstica que además de negra era torpe, como si fueran condiciones gemelas. En Dumbo, la pandilla de cuervos que hostigaban al inocente elefante, representaban a los negros haraganes; el jefe, para dejar atrás toda duda, se llama nada menos que Jim Crow.

Ahora, en La sirenita, Ariel es negra, ya no rubia de cabellos de oro, con sensacional éxito de taquilla. El pato Donald podría ser gay: el personaje de la película Un Mundo Extraño, es un adolescente gay. ¿Expiación, o nuevos nichos de mercado? De cualquier modo, los nazis que agitan sus banderas con la cruz gamada se sienten atacados. El pato Donald se ha convertido en su enemigo. El mundo de las suásticas es de blancos heterosexuales, o no será.

Habrá que leer de nuevo al pato Donald.

 

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20 de junio de 2023
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La genialidad de Kafka a través de los ojos de Canetti

 

Permítanme la libertad de iniciar este texto con un apunte personal. Ciertos escritores resuenan en nuestras vidas de manera particular: al oír sus nombres, reverbera un tiempo pasado que nos marcó. En mi caso, lectora de Las Voces de Marrakech y fascinada con la biblioteca de Peter Kien en Auto de fe, Elias Canetti (Ruse, Bulgaria, 1905-Zúrich, 1994) es para mí, ante todo, el autor del epígrafe que acompañaba cada número de la revista cultural Lateral (1994-2006), al que debía su nombre: "A medida que crece, el saber cambia de forma. No hay uniformidad en el verdadero saber. Todos los auténticos saltos se realizan lateralmente, como los saltos del caballo en el ajedrez. Lo que se desarrolla en línea recta y es predecible resulta irrelevante. Lo decisivo es el saber torcido y, sobre todo, lateral".

La revista, editada en Barcelona, y en cuya redacción se hablaba en catalán y en español (de Perú, Colombia, Ecuador, Argentina o España), fundada por un húngaro (Mihaly Dés) e inspirada en la poética del escritor de origen búlgaro, sirvió de puente entre los creadores nacionales y americanos, siempre con un ojo en Europa Central y del Este. No podría haber mejor ilustración de ese "saber torcido" que proponía el autor de Masa y poder. Lejos de ser esto una concesión a la nostalgia, sirve como ejemplo del género con el cual Canetti se distinguió, el de los Aufzeichnungen, una palabra con tintes burocráticos que se traduce como "registro", "nota" o "apunte".

Canetti aplicó este término a una amplia gama de tipologías textuales -aforismos en el sentido tradicional, simulaciones de diálogos socráticos, caricaturas, reflexiones a partir de sus lecturas, entre otros-, que almacenó en sus cuadernos con el dictum "pienso, luego escribo". La devoción constante que Canetti manifestaba hacia sus apuntes tenía el doble valor de registrar su flujo de pensamientos y funcionar como un diario poco dado a lo autobiográfico. Servía también como confesionario íntimo y muro de lamentaciones, instrumento de creación audaz y taller de experimentación. Seleccionados, reorganizados y revisados, estos apuntes pasaron a formar parte esencial de su bibliografía, como El suplicio de las moscas, del cual se extrajo el epígrafe citado.

Tal es la potencia evocadora filosófico-literaria de sus apuntes que uno solo inspiró toda una revista. "La capacidad de abarcar (del apunte) no conoce límites", concluyó Canetti. Y yo añadiría que es la forma expresiva de nuestro siglo, la que celebra lo breve e inacabado, que no es un fracaso, sino un triunfo. En palabras de Joshua Cohen, es un triunfo del arte sobre la muerte, porque "el aura proyectada por lo inconcluso convierte ese arte en un misterio para el futuro2.

Un arte sin límites

Y si el género de los apuntes ya tiene de por sí algo "lateral", porque se desarrolla en los márgenes de otra cosa -en el caso de Canetti, surgieron como válvula de escape frente a otros trabajos unitarios mayores, específicamente Masa y poder, en cuya creación invirtió décadas-, este aspecto se acentúa cuando los apuntes nacen al calor de la lectura, en ese cuaderno que mantenemos al lado del libro en cuestión, y en el que, desconfiando de nuestra memoria, anotamos lo que debe ser inolvidable, las emociones suscitadas por un fragmento, el detalle que no puede pasar por alto, los mimbres de una teoría aún por desarrollar, las relaciones con otros autores, ideas aparentemente sin sentido, verdades inspiradas en la lectura y deseos articulados en voz baja.

En los apuntes de lectura, entablamos un diálogo tanto con el texto como con nosotros. ¿Estamos, pues, ante una lectura aumentada, por usar la jerga tecnológica? En los apuntes de lectura, el lector no se abstrae, sino que mantiene un canal activo de pensamiento que le permite sentirse inmerso en la lectura e interpelar a lo que lee. En este sentido, Sobre Kafka, los apuntes de Canetti previos y preparatorios para su ensayo El otro proceso (publicado en dos entregas, julio y diciembre de 1968, en Neue Rundschau), basados en la lectura de las cartas del de Praga a Felice Bauer, "que dan testimonio de cinco años de tortura", así como de la (re)lectura en especial de lo que Kafka escribió durante ese periodo y justo después, es una auténtica experiencia intelectual.

Este hecho se ve reforzado en gran medida por el formato de la edición: además de los textos introductorios (de Susanne Lüdemann e Ignacio Echevarría), se ha añadido después de las anotaciones, agrupadas en las anteriores a los trabajos preparatorios (1946-1966), las correspondientes a la primera parte (1967-1968) y a la segunda (1968), y las posteriores (1969-1994) relacionados con Kafka. Se incluye asimismo El otro proceso revisado, dos conferencias -Proust-Kafka-Joyce, de 1948, y Hebel y Kafka, de 1980-, y unas cincuenta páginas de notas que amplían las de la edición original.

El resultado provoca un efecto mágico: ¿leemos a Canetti a través de Kafka, o a Kafka a través de Canetti? Tal es el esfuerzo que el Premio Nobel despliega en este encargo, del que atestiguamos no pocos momentos de flaqueza. Un encargo que afronta con una premisa clara: extraer la esencia a partir de la lectura personal como único asidero, sin mediación de bibliografía especializada. "Me enfrento a las cartas con candor (...) Por tanto, existe el peligro de que, por desconocimiento, escriba algo que ya se ha dicho hace tiempo. ¿Está dispuesto a asumir el riesgo?2, le preguntó, a modo de advertencia, a Rudolf Hartung, redactor jefe de Neue Rundschau.

Extraer la esencia

Cuando Canetti se sumergió en las cartas a Felice de Kafka, cuya muerte ocurrió cuando el él tenía diecinueve años, había leído El artista del hambre y La transformación ("esta única pieza bastaría para asegurarle la inmortalidad"). A partir de ese momento, seguirá sus pasos con dedicación. Las notas, siempre fechadas, y entrelazadas con algunas cartas al editor y algunos acontecimientos de la actualidad que irrumpen por su trascendencia -"1968: Fue el año de los estudiantes en la Sorbona, de la primavera de Praga y de la catástrofe en agosto. Un año salvaje, demostrativo, trágico", recordará en un apunte de 1993-, son, sin duda, una aproximación a Kafka basada en esas misivas que él considera imprescindibles para su explosión creativa inicial.

Las cartas están al servicio de su escritura, de ahí su importancia. Véase El fogonero, cinco capítulos de El desaparecido (o América) y La transformación. En ellas, explica, encontró la energía necesaria a una distancia segura. Canetti indaga en la dimensión física de Kafka, en su delgadez, su tendencia a encogerse y su lentitud. Un cuerpo que fue capaz de captar como ningún otro todo lo que emanaba el poder y la jerarquía. Junto a esta mirada fascinada hacia su objeto de estudio -que no deja de ser crítica, ya que hay textos que lo "avergüenzan", o momentos en los que siente que busca un significado en una correspondencia que cuando fue escrita no aspiraba a tener-, hay también una mirada introspectiva, una que lo lleva a medirse con el de Praga y lo lleva a cuestionarse sobre su propia obra, sobre lo que ha sido y será.

Y el amor, que se desliza con ferocidad hacia Hera Buschor, se mezcla con el recuerdo de Veza, su difunta primera esposa. Son notas de vida, lectura y amor que resuenan con una autonomía propia, encontrando su lugar alrededor de Kafka: "Kafka no acaba nunca. No puede acabar. Interminables se vuelven todos los caminos por la duda".

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19 de junio de 2023
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El perezoso asunto del sexo

 

No solo las series de televisión han matado al sexo. Desde hace cuatro décadas, la práctica de relaciones sexuales mengua en Occidente, cuyos habitantes, tan productivos como exhaustos, le han buscado placenteros sucedáneos. La relación más íntima suele ser con el móvil; tanto es así que cuando creemos haberlo perdido nos sentimos verdaderamente desamparados. La virtualidad colma expectativas en detrimento del contacto físico, hasta el extremo de extenderse (sobre todo entre los jóvenes) la pereza de interactuar más acá de la pantalla.

“Solo tengo tres horas para devolver llamadas pendientes: a las 8, a las 14 y a las 21”, me confesaba hace unos días un directivo del sector del automóvil, y yo me permití imaginar su intimidad: “Estoy reventado”, le diría a su mujer al llegar a casa desposeído de deseo, pero en cambio, a gusto por haber cumplido con el ideal de vida que se ha forjado.

Como él, gran parte de los profesionales multitasking han suprimido los planes improvisados. Cada vez resulta más difícil quedar con los amigos, porque la noción de ocio ha variado; y a la mínima agarramos con avaricia las sobras de tiempo que quedan para desmayarnos a nuestras anchas.

En la cultura de la transición hubo una avidez descomunal por descubrir los sabores del cuerpo. Aquella España pacata que demandaba programas de televisión sobre sexualidad se entregaba a Eros para superar la larga resaca de la represión. Enseguida espabiló el mercado, desde los sex shops hasta los clubs de swingers, y florecieron los paraísos sexuales.

El voyeurismo acabó triunfando. Cuerpos frescos, tangas y prótesis en las nalgas, el twerking y numeritos medio porno ocuparon la escena visual. Las películas de parejas francesas que discutían después del primer polvo qué tipo de relación les aguardaba, quedaron tan anticuadas como los desnudos en las revistas. Tinder, fast sex aparentemente divertido y drogas químicas para follar durante tres días seguidos. Sexo de usar y tirar. Nada importante. Pero la banalización del sexo no le desprendió la violencia, que ha pervivido culturalmente bajo la coartada del amour fou.

El progreso no ha logrado retener la hemorragia, por lo que en esas ciudades prósperas, donde las parejas espacian sus noches calientes y los jóvenes prefieren engancharse a una serie, se denuncia una violación cada tres horas. Aquella fórmula de “tener sexo con un desconocido”, que antaño se publicitara como excitante, hoy causa auténtico pavor. Los expertos afirman que el feminismo también ha impactado en nuestra actividad sexual, al concienciar acerca de lo que es una relación consentida, libre y recíproca.

En Retén el beso (Anagrama), Massimo Recalcati reflexiona sobre el sentido del amor, que puede ser duradero si declina hacia la ternura. Mientras que la pasión sexual fluctúa y termina por agotarse. Recalcati recurre a una cita de Sartre: “La alegría del amor consiste en ser esperado”. Pero, ¿disponemos del tiempo necesario para alimentar el deseo si no encontramos ni un momento para llamar a los amigos?

Las rutinas, un verdadero nido de telarañas, espesan la atracción. Y, mientras la inteligencia artificial sigue tratando de cuadrar el círculo, la gran mayoría de parejas advierte que se quieren más –y mejor– cuando salen de viaje, pues en la soledad del hotel encuentran el tiempo para poder reelaborar el ideal de su amor y hacerle un espacio al deseo. No, el teléfono no ha desbancado todavía los besos de reencuentro.

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16 de junio de 2023
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El tendero y su hijo el abogado

 

Para los tiempos en que comienza esta historia en mi pueblo natal de Masatepe, yo tenía 56 primos hermanos, y el empeño constante de mi padre, Pedro Ramírez, era que me convirtiera en el primer abogado entre aquella multitud familiar; porque como solía martillar a la hora de las comidas sentado a la cabecera de la mesa, yo a su derecha, como privilegio de hijo mayor, él sólo había logrado llegar hasta el cuarto grado de primaria, y eso era bastante en una familia de músicos pobres. Mi abuelo Lisandro, maestro de capilla del templo parroquial, compositor de misas de gloria y de himnos religiosos, y también de valses y otros aires profanos, había formado su orquesta, la orquesta Ramírez, repartiendo lo instrumentos entre sus hijos al no más hacerse adolescentes, violines, cello, flauta traversa, clarinete, y sólo mi padre se había negado a aceptar el suyo, el contrabajo, por tequioso de transportar, y abrió una tienda de comercio frente a la plaza, esquina con la iglesia parroquial.

De modo que crecí convencido de que ser abogado era mi destino, sin ponerme a pensar si aquella profesión me gustaba o no, y cuando me bachilleré, a los diecisiete años, mi padre mismo me llevó hasta León, un largo viaje cambiando autobuses, a matricularme en la Facultad de Derecho, y me instaló en la pieza de estudiantes donde debía vivir, con un catre de campaña, un baúl, una mesa de pino y una silla playera como únicas pertenencias.

Muchas cosas ocurrieron en esos cinco años desde el mediodía en que entre por primera vez al aula de la facultad, caliente como un horno, donde se hacinaban más de cien estudiantes llegados de otros pueblos tan lejanos como el mío, todos pelones, porque los mayores le metían las tijeras a la fuerza a los novatos, y había que raparse; y todos con la ilusión propia, o inducida paternalmente, de hacernos abogados.

El aula se fue despoblando, porque muchos se veían obligados a regresar a sus pueblos, sus ilusiones derrotadas. Y, tiempos de agitación aquellos, el derrocamiento de Batista en Cuba alentaba al derrocamiento de los Somoza, y el foco de resistencia y de protesta era la universidad.  A las pocas semanas de empezados los cursos sobreviví a una masacre perpetrada por el ejército de la dictadura contra una manifestación de estudiantes, en la que yo participaba, un 23 de julio de 1959; y eso de ver la muerte de cerca a los diecisiete años, porque mataron a cuatro universitarios, dos de ellos mis compañeros de banca en el aula, forjó de un golpe mis convicciones, y dio forma a mis ideales.

Y ocurrió también que me hice escritor. En 1963, un año antes de graduarme, publiqué mis primeros cuentos en un pequeño libro, y me presenté en Masatepe para entregárselo a mi padre, antes que el título de abogado, temeroso de su reacción, porque si quería para mí una profesión rentable, y de prestigio, de la que sentirse orgulloso, la de escritor no lo era en la Nicaragua de entonces. En la de ahora es, además, un oficio peligroso, que te puede llevar a la cárcel, o al exilio, o a convertirte en apátrida, ya está visto.

Ahora lo veo fulgurar en mi memoria aquella tarde de un sábado, sentado en su silla mecedora en una esquina de la tienda. Saca los anteojos del estuche, y repasa las páginas de mi libro. Luego alza la vista, y me dice: “bueno, ahora tenés que escribir una novela”. Lejos de cualquier reproche, había orgullo en sus palabras. Fue la entrañable complicidad de un tendero iletrado con un muchacho que antes que abogado quiere ser escritor a toda costa. Para él un cuento era un primer escalón que debía llevar a otro superior, el de la novela. Yo he aprendido que se trata de dos géneros distintos, cada uno con su propio grado de dificultad, pero la suya no era sino una voz de aliento.

Al año siguiente presente mi examen público para obtener el título de abogado en la universidad, y mi padre estuvo presente en la ceremonia de graduación, cuando recibí también la medalla de oro como mejor estudiante de la carrera, la que conservó hasta su muerte. Y en Masatepe hizo cantar el tedeum de Eslava en la iglesia parroquial, mis tíos frente sus atriles con sus instrumentos, y sacó de la tienda estantes y vitrinas para convertirla en el salón de la fiesta a la que invitó a medio pueblo.

Había cumplido mi compromiso con él, aunque no del todo, porque no instalé nunca mi oficina de abogado, ni abrí mi protocolo de notario, ni litigué jamás en los tribunales, ni sostuve ningún alegato en estrados. No había nacido para el oficio.

Mi padre murió en 1981, a una edad que ahora yo he sobrepasado, y lo he recordado cuando la fiel y servicial Corte Suprema de Justicia de Nicaragua me ha despojado de algo que sólo a él debo, mi título de abogado y notario. Es como si en esa resolución llena de galimatías, en la que, tras ordenar la anulación de mi título, me ordenan devolver en el término de la distancia bajo apercibimiento de ley, mis sellos de abogado, de los que nunca dispuse, y mi protocolo de notario, que nunca llegué a abrir, intentaran borrar los sueños del tendero que quiso ver a su hijo abogado, el primero con un título universitario entre sus 56 primos.

Pero entre él y yo, todo está a salvo.

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15 de junio de 2023
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Últimas tardes con Barthes (1)

Roland Barthes abordó muchas veces el tema del deseo y su relación con el placer. Dejó en sus alumnos la herencia de una cierta tradición hedonista y la idea de ensanchar los dominios del placer: el placer del cuerpo, el placer del texto, en placer de pasear o de tomar un café, el placer de conversar, el placer de enseñar, el placer de aprender. La cultura era para él una amplia y paradójica dimensión del placer. Dicho de otra manera: Barthes identificaba el sabor con el saber, por eso su estilo era tan seductor y tan sensorial.

Se notaba que sus cursos en el Colegio de Francia eran para él un placer, y daba sus clases magistrales fumando un habano de la mejor factura. Notabas que se deleitaba con las palabras, que se dejaba envolver por el ritmo oscilante y mareante del francés y del humo que surgía de su veguero. Sus clases tenían algo de interpretación musical, como un concierto de violoncelo al que asistieran, en calidad de espectros, Marcel Proust y Marlene Dietrich junto a muchos alegres muchachos y muchachas. Su cabeza era el atanor donde se llevaba a cabo una alquimia muy notable. El saber llegaba a ti convertido en sabor sin por eso perder ni rigor conceptual ni tensión reflexiva.

Su lengua tenía un ritmo, un tempo, un diapasón que no se advertía en pensadores más profundos que él y seguramente más definitivos. Uno de sus biógrafos, al que recuerdo sentado junto a mi en uno de los cursos, aseguraba hace tiempo que Barthes no tenía pensamiento propio y que todo cuanto decía procedía de otros. Un error. Hay conceptos que en la obra de Barthes cobran un valor especial, que difiere del que le dan sus contemporáneos. Barthes es el pensador del deseo; le da al deseo un valor absoluto, por encima del valor que le daban los estructuralistas y los que vinieron después. Percibimos que cuando en su obra aparece el concepto deseo, tiene un brillo especial, un brillo positivo y muy alejado de la idea lacaniana del que el deseo busca siempre la muerte. El deseo, para Barthes, buscaba la materialización del placer, y esa materialización había que llevarla a cabo a diario, para que ni un solo día de la vida estuviese exento de placer. Parecía el punto de vista de un pagano de la antigüedad: vayamos a lo práctico, vayamos a lo material y lo carnal, vayamos a lo inmediatamente placentero, y después soñemos. En los círculos de iniciados que estaban cerca del maestro, o que sencillamente revoloteaban en torno a él, se decía que Barthes fornicaba cada día con un muchacho distinto. Buscaba, más que Derrida, la différance. La buscaba en las calles al amparo de la noche recién nacida, y cuando llegaba ese momento, daba igual lo que estuviese haciendo, leyendo, escribiendo, cenando con amigos, daba igual porque se dejaba arrastrar por el apetito carnal y buscaba la concreción del placer en unos ojos negros aguardando en una esquina de un oscuro bulevar. Todas las noches buscaba el vértigo pero, ¿qué era el vértigo para Barthes? No la hermosura de los cuerpos, no la posesión, ni la penetración, ni el grito, era más bien mostrar la fragilidad y la carencia cuando se acercaba a un hermoso muchacho: era experimentar la desprotección y el extravío. Barthes creía que hasta en los encuentros más banales ponemos un pie en el abismo, y habló más de una vez de ello en los días que sucedieron a la muerte de Pasolini. Esa desprotección se tornaba aún más aguda cuando descendía a los cuartos negros, como confiesa en su texto póstumo Las noches de París.

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15 de junio de 2023
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¿Qué ha pasado?

 

Recordaba en la columna anterior el debate (que ha llegado al extremo de plantearse la conveniencia de frenar la investigación), a fin de evitar que los algoritmos puedan desplazar al ser humano en muchas de las actividades que este hasta entonces era el único capaz de realizar. Son cotidianas las referencias a la posible sustitución por artefactos maquinales de tareas vinculadas a la recepción, la hostelería o los cuidados de personas mayores o incapacitadas. Pero también técnicos con responsabilidades en múltiples disciplinas podrían ser considerados reemplazables. La preocupación se ha extendido a la abogacía, la jurisprudencia en general, e incluso a la política.  Si un algoritmo puede conocer todas las variables en juego, y calcular en qué sentido modificar el peso de algunas de ellas para que el resultado final se acerque al objetivo… ¿qué será de los asesores políticos o especialistas en mercadotecnia?

 Y hay otra preocupación simétrica. Es usual, tanto en foros académicos como mediáticos o políticos, interrogarse sobre la conveniencia de implementar el bienestar de otras especies, llegando a proponer la plena homologación con la nuestra. Exigencia esta (paradójica muestra de puro y kantiano desinterés) que, de hecho, se ha planteado también, aunque con menor empeño respecto de las entidades maquinales.

Pues bien, sin obviar estas cuestiones (cuyo abordaje exigiría una ascética mediación por diversas disciplinas), cabe poner el acento en otras:

¿Qué ha pasado para que (frente al padre de la biología Aristóteles que se oponía a la hipótesis) se suponga que en entidades sin vida cabe presencia de alma y aún de alma racional, y se apueste (a la vez que se la teme) por la eclosión de tales seres? Y casi en contrapunto: ¿qué ha pasado para que en nuestra época se llegue a otorgar mayor peso al ser animal (versus planta) e incluso al ser vivo (versus materia inerte) que al ser hablante, cuya aparición supuso una singular emergencia en la historia evolutiva, una revolución en el seno de la animalidad y en consecuencia de la vida?

Al hilo mismo de estas preguntas, quisiera recordar que el espíritu humano es la única fuente de las interrogaciones más audaces sobre seres del entorno natural, y sobre eventuales seres lingüísticos que la naturaleza no habría generado por sí misma.  Tales interrogaciones dan precisamente testimonio suplementario de la radical y absoluta singularidad de nuestra especie: la especie que cuenta las cosas, da cuenta de las cosas y, en razón misma de ello, prioritariamente importa.

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14 de junio de 2023
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