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EL AGUA QUE HABLA

Uno de los aportes civilizatorios que mejor amparan la fe en el progreso se encuentra en el milagro cotidiano del agua corriente y caliente. La instalación de agua corriente provocó ya enorme sensación y el primer edificio  que la ofreció en todas sus habitaciones, un hotel de Boston en la década de 1879, alcanzó fama tanto en Estados Unidos como en Europa.

El agua corriente llegó primero a la planta baja, después a las plantas altas y finalmente a cada apartamento. Pero ¿a cada habitación?

Este nuevo prodigio transformó el concepto de higiene porque desde entonces, sin tropiezos, la bañera y la ducha lograban para sí un cuarto especializado inaugurando en la ciudad la popular connotación con el ocio, la naturaleza o la opulencia.

El agua caliente en los grifos introdujo, en medio de la segunda revolución industrial, una amable benevolencia en casa. Quien no se asombre diariamente de este obsequio pertenecerá sin duda a una generación postindustrial que también observa con naturalidad la transmisión de imágenes (y en directo o “en caliente”).

Ahora, sin embargo, hay algo más. Una empresa de grifería llamada Equa ha lanzado nuevos elementos para baños con la particularidad de que una luz interior indica mediante cambios cromáticos la temperatura del chorro.  El agua muy caliente aparece de color rojo, de azul el agua fría y de violeta la templada.

De este modo el agua habla visualmente además de expresar su talante sobre la piel. Recibe, con ello, una suerte de plus animista y aparecerá por las vidas domésticas con un don más cercano a los animales de compañía. Sin agua no hay vida. Pero ahora con este plus es ella misma quien enaltece su carácter vivo.  ¿Despilfarrar el agua? ¿Menospreciarla? ¿Olvidarse de ella? El desdén debe volverse incomparablemente más arduo.

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27 de junio de 2006
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El imprescindible arte de la imitación

El otro día fui a ver El latido de mi corazón, una buena película del francés Jacques Audiard. El hombre es una suerte de secreto bien guardado del cine francés, aunque más no sea porque cultiva el perfil bajo y pasa de todas las modas. Me sorprendió hace pocos años con una peli llamada Lee mis labios. Este Latido también vale la pena, préstenle atención al protagonista Romain Duris: el chico va a dar que hablar. Quizás ya hayan oído hablar de la película, es esa de la que los medios hablan porque es una remake de un film americano de los 70 llamado Fingers, de James Toback. El asunto les ha encantado a los periodistas, porque por una vez se trata de un europeo versionando un film americano cuando la tendencia es siempre la inversa: Hollywood tomando una idea ajena (europea, asiática, sudamericana) y fabricando su propia versión. De cualquier forma, no entiendo el escándalo en torno del tema de las remakes. Versionar nuevamente una obra es uno de los recursos más habituales del arte, tan viejo como el teatro. Si producir la enésima puesta de La tempestad es lo más normal del mundo, ¿por qué deberíamos extrañarnos de que a algún italiano se le ocurriese versionar Citizen Kane utilizando el modelo berlusconiano en lugar del original William Randolph Hearst?

Todo impulso creativo se origina en la imitación. Podríamos sostener esta afirmación revisando la historia, ninguno de los grandes nació original, siempre se vieron obligados a producir primeras obras en las que la angustia de la influencia es evidente (en Shakespeare, el fantasma de Marlowe es inescapable), hasta que consiguen romper el molde, ¡matar a sus padres!, y suscribir sus primeras obras verdaderamente originales. Pero también podríamos defender este principio apelando a la ciencia. En el dominical de El País se hablaba del descubrimiento de las “neuronas espejo”, que se encienden cuando vemos que alguien que no somos nosotros ejecuta cierta acción comprensible: nuestras neuronas no sólo comprenden el acto, sino que generan en nuestro cerebro una suerte de simulación virtual. Vivimos ese movimiento dentro de la cabeza, aunque no lo reproduzcamos con los músculos; nos ponemos en el lugar del otro, lo cual es la base de la empatía. El descubridor de estas neuronas, Giacomo Rizzolatti, de la Universidad de Parma, lo expresa en negro sobre blanco cuando dice: “En Occidente la imitación está muy mal vista, pero es un error. Para ser original, primero tienes que imitar”.

Así que a desprenderse de los prejuicios, y a imitar con ganas. Llegará el momento en que ya no habrá sólo relecturas de Shakespeare y de Beckett, también las habrá de Welles, de Coppola, de Bertolucci y de Visconti. (Cuán poco me costaría encarar una versión argentina o española de Rocco y sus hermanos…) Será cuestión de tiempo, imagino, hasta que alguien pueda usar esas historias sin pagar derechos, lo cual habilita a cualquiera a montar un Ben Jonson sin oblarle royalties a nadie; ¡maravillas del dominio público!

La cuestión es amar el original y tener algo nuevo para decir. El único pecado que no hay que cometer es el que ya cometió Gus van Sant con su versión de la Psicosis hitchcockiana, calcada plano por plano del original. Si alguien necesita pruebas de que una imitación puede perder el alma del original aun cuando su mímesis sea perfecta, allí la tiene: la Psicosis de van Sant nunca es otra cosa que una larga tira de celuloide inerte.

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27 de junio de 2006
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Un ojo que todo lo ve

Leo en la prensa que los servicios de espionaje españoles pillaron a un alto cargo del PNV recibiendo recados de ETA. Ya sabíamos que las diferencias entre ambas formaciones sólo son comprensibles de La Rioja para abajo, pero ello no impide que la conversación fuera una belleza:

“Que si te pasé las mariconadas esas de la hostia, pues”, “Que sí, Pachi, que sí”. En este tono. Hablaban como vizcaínos de chiste. Qué gentecita. Y los recados eran órdenes de ETA sobre la extorsión a empresarios. Y los llevaba un alto cargo del PNV en un bolsillo. Y no pasa nada. Es como para morirse de risa.

Si la policía española tiene ya la capacidad técnica como para poner en evidencia a un jerifalte del PNV, eso quiere decir que las cosas han cambiado y comprendo que los de ETA se palpen el bolsillo.

La capacidad de control se ha desarrollado a tal velocidad que apenas si nos hemos dado cuenta. Todavía en el siglo XVII, un soldado como Martin Guerre tenía que demostrar ser quien decía ser ante el tribunal de Toulouse mediante el juramento público de su propia mujer, porque su tío le acusaba de ser un impostor. Nadie tenía la identidad garantizada más que por el testimonio de los vecinos. Uno era lo que decían sus vecinos.

Todavía durante el Tercer Reich algunos judíos pudieron escapar a la muy eficaz policía alemana. Los esbirros iban casa por casa con una lista de nombres y comprobando que cada nombre se correspondiera con el inquilino buscado. También la colaboración de los vecinos fue esencial: con los actuales sistemas de control no se libraría ni un sólo judío y no serían necesarios los vecinos.

Tengo delante de los ojos el control numérico correspondiente a un día cualquiera de un ciudadano normal en cualquier ciudad civilizada. Todos, absolutamente todos, estamos siendo controlados constantemente, sin que por eso nos sintamos aplastados por un régimen totalitario.

Las principales fuentes de control son: el teléfono móvil, los peajes de las autopistas, las tarjetas de transporte público, las facturas del supermercado, el paso por aeropuertos y estaciones ferroviarias, el uso de cajeros automáticos, los registros de entrada y salida del lugar de trabajo, las cámaras de seguridad callejeras, las de los bancos y comercios, por supuesto todos nuestros pasos por Internet (éste mismo, por ejemplo), y los sistemas secretos que desconocemos, como el que aplicaron al tipo del PNV.

Un comisario de los de antes, colilla al labio y quiniela en el bolsillo, es ahora capaz de decirnos con toda exactitud y en diez minutos lo que hemos hecho en los últimos doce meses, día a día, hora tras hora.

Sin embargo, ¿verdad?, vivimos en una democracia, defendemos las libertades individuales, nuestra prensa es libre porque defiende el equilibrio entre seguridad y libertad, y las ballenas suelen anidar en los abetos cuando llega la época de celo porque se alimentan de cerezas y pastel de queso.

Hay un ojo que lo ve todo, pero nadie nos ha explicado a qué cabeza pertenece. O sea que a nadie le importa.

Obsérvese, sin embargo, que los realmente poderosos (mafias de la droga, de las armas, de la química, de lo nuclear, terroristas auténticos, blanqueadores de dinero, gángsteres, señoritos de la guerra y otros de semejante pelaje), escapan a todos los controles porque pueden pagarse los mecanismos técnicos necesarios para neutralizar a los mecanismos técnicos enfrentados.

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27 de junio de 2006
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Philip Dick perdió la cabeza

Ocurrió en diciembre de 2005, en un vuelo de America West. El experto en robótica David Hanson despertó cuando el avión en que viajaba tocó tierra en Las Vegas, rescató su laptop y bajó. Cuando se dio cuenta de que había olvidado algo a bordo, ya era demasiado tarde. La cabeza de Philip K. Dick había desaparecido del compartimiento de equipajes que estaba encima de su asiento.

Hanson admira a Philip K. Dick, el escritor de ciencia ficción cuyos relatos han sido la inspiración de películas como Blade Runner y Minority Report. Esa admiración redundó en la construcción de un robot tamaño natural que tenía las facciones de Dick, muerto en 1982. El robot, capaz de adoptar expresiones faciales convincentes, podía además sostener rudimentarias conversaciones sobre las ideas y la obra del escritor. De hecho su software incluía información sobre textos inéditos, que fueron proporcionados a Hanson por las dos hijas de Dick. Quien sea que tenga ahora en su poder la cabeza del robot, podrá obtener de sus “labios” –hechos de una sustancia gomosa parecida a la piel a la que Hanson llama frubber- textos que nadie conocía, ni siquiera entre sus fans. Paradójicamente, el resto del cuerpo del androide arribó a destino sin problemas.

Warner Independent Pictures pensaba utilizar el robot en la promoción de la película de Richard Linklater A Scanner Darkly, basada en la novela homónima de Dick, que se estrena en los Estados Unidos el 7 de julio. ¡Hasta tenían la intención de sentarlo junto a David Letterman en su programa de TV!

Parte de la gracia del misterio radica en que Dick –el autor, no el robot- previó que en el futuro los androides y demás formas de inteligencia artificial reclamarían su libertad, al igual que sus antecesores humanos lo hicieron en su momento. Aunque la adaptación de la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? que se convertiría en Blade Runner fue libérrima, la mirada compasiva con que se contemplaba a los Nexus 6 era una traslación fiel del pensamiento de su autor.

¿Fue una mano piadosa la que se apoderó de la cabeza del androide, con la intención de concederle la libertad de su propio creador y de sus empleadores de la Warner? ¿Fue un fan de Dick, ilusionado por la posibilidad de conversar a diario con la cabeza de su ídolo, como en un episodio de Futurama? ¿O simplemente alguien que se sentía demasiado solo y lo arriesgó todo para tener la posibilidad de conversar con alguien –aunque más no fuese con el clon de un autor de ciencia ficción?

“Mucha gente dice que el incidente se parece mucho a las ficciones de Dick,” declaró el pobre Hanson al New York Times, “uno de los giros absurdos que son tan comunes en su narrativa”. Yo creo que el asunto se parece más bien a la realidad, que como suele decirse con tanto fundamento, siempre es más extraña que la ficción.

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26 de junio de 2006
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La condena del Gran Hermano

Bienvenido a Lelystad. Su dormitorio aquí cuenta con una litera personal y una pantalla táctil, en la cual podrá usted revisar su agenda de cada día. Notará que al entrar le han colocado una muñequera telemática. Ella le permitirá hacer compras, ver televisión, pagar cuentas, escuchar la radio o, si lo prefiere, seguir algún programa educativo a distancia. Por supuesto, aquí todo está dispuesto para su confort. Con el tiempo, de no mediar ningún contratiempo, se incrementará la cantidad de canales audiovisuales a los que tiene acceso, así como las llamadas telefónicas y el tiempo para realizarlas.  Mientras tanto, en cualquier caso, puede usted inscribirse en cualquiera de nuestros equipos deportivos o en los grupos de discusión.

Si tiene cualquier inconveniente, por favor, pulse la pantalla irrompible. Un miembro de nuestro personal se pondrá en contacto con usted de inmediato. Las pantallas también perciben las alteraciones en el flujo sonoro regular, de modo que su seguridad está garantizada: incluso si, por ejemplo, fuese asaltado y reducido antes de alcanzarla, nuestro personal recibirá la alerta correspondiente. Pero no se asuste, su intimidad también está asegurada. Los sensores de movimiento no grabarán sus conversaciones.

No, no está usted en un hotel del siglo XXIII ni en una estación espacial. Lelystad es una cárcel, para ser precisos, la nueva cárcel modelo de Holanda equipada con la última tecnología. Sus instalaciones han sido probadas primero por un equipo voluntario de estudiantes universitarios que actuaban como reclusos y luego, por un grupo de presos reales seleccionados por su buena conducta entre los centros penitenciarios de todo el país. 

El principio inspirador de Lelystad es la reeducación para la libertad. Los presos lavan su ropa y cocinan su comida, como si viviesen en un apartamento, y conviven en celdas de seis individuos, lo que les permite entrenarse para la socialización cotidiana. Además, según su comportamiento, van ganando puntos que les reditúan en forma de privilegios de esparcimiento o comunicación con el exterior. La tecnología, además, mitiga la necesidad de guardias de uniforme, que sólo se materializan cuando es necesario. En esa atmósfera de libertad, los reclusos se sienten más como en un kibutz que como en un establecimiento penitenciario.

Lo más increíble: la cárcel electrónica es más barata que la normal. Lelystad se basta con seis guardias para una población de 150 reclusos, que en cualquier prisión requerirían el triple de personal. El ahorro en sueldos y precios de construcción reducen el costo por prisionero y noche de 140 euros a 105. Siguiendo el ejemplo holandés, Japón ha empezado a construir una cárcel electrónica sin barrotes, en que los presos estarán separados del exterior por vidrios templados. 

Hasta el siglo XV, las leyes castigaban físicamente el cuerpo de los delincuentes: así, los hechiceros eran quemados. Los falsificadores, hervidos en aceite. A los blasfemos se les colgaba de la lengua con un gancho. A quien cortaba un árbol sin permiso se le arrancaban las tripas, se le ataba con ellas y se le obligaba a correr alrededor del árbol hasta que quedase enroscado. Pero a partir del XVI, el castigo procuró lesionar un objeto jurídico más abstracto y más preciado: la libertad. Las cárceles se convirtieron en alojamientos forzosos que apartarían al reo de la sociedad que había dañado.

La cárcel de Lelystad ya ni siquiera castiga eso. La libertad de movimiento y comunicación reduce la sensación de aislamiento del interno sin incrementar la amenaza social. Casi uno se sentiría tentado de pasar una temporadita en ese lugar higiénico en que se ocupan de sus necesidades las 24 horas. Pero el castigo de Lelystad no deja de ser refinadamente terrible: es la vigilancia absoluta, la sensación de que no puedes ir al baño, mentir, masturbarte ni maldecir a tus carceleros sin la certeza de que te estarán viendo, de que nada se les escapa, ni un segundo del día. Lelystad quizá sea un modelo de prisión civilizada, pero entre los ingenios del hombre, es el más cercano a la pesadilla que previó Orwell en 1984.

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26 de junio de 2006
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Maneras de verlo

Sobre la dificultad de interpretar algunas figuras retóricas y en especial la ironía, ilustra el siguiente ejemplo tomado de la correspondencia de Shostakovich.

En 1957, durante una visita a Odessa, donde acudió para dirigir alguna de sus obras con motivo del aniversario de la creación de la República Soviética de Ucrania, el compositor escribe una carta a Isaak Glikman cuyo contenido (resumido escuetamente) es el siguiente:

“Salgo del Hotel”.

A continuación, Shostakovich copia la lista completa de los altos cargos del Politburó cuyos rostros adornan las calles preparadas para la festividad. Escribe luego:

“Entro en el Hotel”.

Y le sigue de nuevo la misma lista completa de los altos cargos del Politburó.

El comentario de Zinovy Zinik, de quien tomo la anécdota, es sorprendente: Shostakovich podría haber sido el Warhol de Rusia. Sus manifestaciones políticas podrían interpretarse como una burla, como un rechazo, como testimonio de una admiración, como extática contemplación, como neutralidad fría, como adhesión indestructible, como mera descripción desinteresada, y así sucesivamente.

Casi con toda seguridad, el músico se mofaba del aspecto grotesco de la propaganda soviética, pero es cierto que no puede afirmarse rotundamente, del mismo modo que no podemos afirmar que en sus series sobre accidentes automovilísticos no se sintiera Warhol atraído por los cadáveres atrapados entre los hierros. ¿Rechazo horrorizado del infierno sobre ruedas, o sexualidad fetichista?

Todos los que tenemos la temeridad de hacer públicos nuestros escritos, hemos sentido el desasosiego que produce ser interpretados al pie de la letra cuando estábamos ironizando. Y viceversa. Es como aparecer en la fiesta de cumpleaños inadvertidamente en calzoncillos. Uno se ve a sí mismo vestido con el exigible decoro, pero advierte en los rostros del personal que algo no funciona como es debido. Desasosiego.

No hay remedio, evidentemente: la gracia de las figuras altivas, como la ironía, el sarcasmo, lo que los ingleses llaman innuendo (¿insinuación malévola?), y otras figuras similares que precisan un contrato no realista con el lector, es justamente su ambigüedad. Si fuera tan fácil separar las churras de las merinas, la ironía carecería de sentido.

Cuando uno es malinterpretado, o cuando, por ejemplo, recibe una reprimenda moral por haber narrado un banquete fastuoso haciendo caso omiso de los lectores que pasan hambre, en lugar de reaccionar con ira es conveniente percatarse de que el mecanismo de la distancia ha funcionado. Y que algunos lectores, aquellos con menos sentido de la ironía, atrapados por su incapacidad se ven en la obligación de identificar a un culpable. Para ellos, no entender es sinónimo de error ajeno.

Ciertamente, siempre es mejor tomar al otro por idiota que verse obligado a asumir que uno es tonto.

La ironía es modesta, pero se disfraza de altivez. De ese modo destapa la soberbia de los que van disfrazados de modestos.

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26 de junio de 2006
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LA VIDA CON FONDO O LAS VIDAS PATINADORAS

Cada vez la gente habla menos frente a frente. La conversación, que se ha extendido asombrosamente a través de los aparatos ha crecido en paralelo a la reducción de la tertulia cuerpo a cuerpo. En unas declaraciones recientes, el presidente de la Asociación del Comercio Textil de Madrid decía que una importante proporción de los actuales clientes sólo mantiene una charla con los dependientes de un comercio a lo largo de todo el día. De esa manera los dependientes son requeridos a desarrollar su capacidad de empatía y a improvisar el papel de amigo o neopsicólogo que le demanda el solitario comprador. De hecho, existen numerosos comercios en Estados Unidos que contratan actores para interpretar  con sus palabras, gestos y actitudes la función de acogimiento que otorgará especial aprecio al establecimiento o la marca franquiciada. Wal-mart, la mayor cadena de supermercados y durante los últimos años la primera empresa de facturación mundial –por delante incluso de las mayores petroleras-  cuenta con un equipo de empleados, los greeting people, encargados de recibir afectuosamente al parroquiano, felicitarle en su cumpleaños, interesarse por sus hijos, por un alumbramiento, por la evolución de la posible enfermedad, etc. Dar cariño además de  artículos materiales, ofrecer amor incluso si se trata de una ficción es un plus en el actual capitalismo de ficción caracterizado por esta clase de ofertas “fantásticas”. Ofertas de experiencias que animen la existencia pero también que no la compliquen demasiado.

Todo el mundo parece enchufado al móvil, al chat, al SMS pero se ha reducido (descaradamente, aparatosamente) la comunicación cara a cara y sin aparatos. Es decir, la comunicación que puede enredar más. Obtenemos pues la posible compañía en dosis más simplificadas y discretas. No nos involucramos tanto sino que progresivamente promovemos una interrelación entre funcional e instrumental. No significa esto que el cariño cese pero sí que el afecto se intercambia sin los profundos arraigos de la época anterior a la cultura de consumo.

En la cultura de consumo se aprende a tratar con los objetos con el sobreentendido de que no van a durarnos demasiado. Y esa misma disposición alcanza a otros ámbitos de la vida, desde los compromisos en el trabajo hasta los compromisos  amorosos.

De antemano se vive ya aceptando que esta vida es un cambio de vida y, en cada instante, como dice la ONCE, se deseará volver a cambiar de vida. De este modo ¿cómo esperar que los arraigos sean hondos y las relaciones duraderas y complejas?

En los tiempos del capitalismo de producción -hasta los años sesenta del siglo XX-  los cónyuges aspiraban formalmente a permanecer juntos para siempre e incluso a ser  dos en la misma carne y  cuestiones orgánicas por el estilo. Con esta meta, el mal funcionamiento de la pareja se presentaba como un fallo  que  debía repararse a toda costa. Lo mismo ocurría con los electrodomésticos o con los coches. ¿Cambiar? Antes sufrir que cambiar. Todo lo contrario de la norma actual. La avería del aparato abre enseguida las puertas a la sustitución pero incluso sin que  el artilugio falle, es corriente que se reemplace por un modelo innovador. Y así ocurre cada vez más dentro de las parejas. Se separan a los seis años –media francesa- no tanto porque no se soportan como porque no soportan la vida sin otra novedad. Del otro se celebran con mucho gusto los  jugos frescos pero cuando esta succión está agotándose sexualmente, convivencialmente, rutinariamente, aparece el tedio o la irresistible comezón de  novedad.

No hablar y no verse cara a cara con los demás forma parte de  esta tendencia o hace un bucle con ella. Se demanda una mayor red de contactos pero sin complejidad ni profundidad.  Las redes de conexiones se han multiplicado exponencialmente pero en superficie. No podemos pretender la felicidad si no es en la relación con los demás pero rehuímos las graves consecuencias de un sólido compromiso. Una implicación profunda corre el riesgo de provocar con su ruptura un gran dolor. También, seguramente, una felicidad mayor. Pero hoy cuentan más los disfrutes del  mordisqueo, el experimento portátil, el recambio, antes que la gran inversión que nos coloca en las temibles tesituras de lo absoluto.

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26 de junio de 2006
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HAIKU

Con la publicación de veintidós poemas inéditos empieza la celebración del cincuentenario de Juan Ramón Jiménez. No sé si el acontecimiento habría sido tan feliz para un hombre que al tercer día de recibir la noticia de su Premio Nobel perdió a su esposa Zenobia y se recluyó en sí mismo esperando su muerte. Por lo menos, con Ellos podemos volver a Juan Ramón Jiménez, a la transparencia de su escritura. Como le tengo un especial cariño voy a añadir unos versos a los poemas del maestro, un haiku:

Está el árbol en flor
y la noche le quita, cada día,
la mitad de las flores.

No hay tantos premios nobel cuya obra está originalmente escrita en castellano y puede sorprender que por lo menos uno, que vivió entre España y Puerto Rico, intentó utilizar aquella forma japonesa de la poesía que se escribe en todos los idiomas y la verdad es que funciona siempre. Prueba de esto: los maestros japoneses del haiku aguantan muy bien la traducción. (Hay que acordarse de la definición de su oficio que hizo el poeta Robert Frost, quien nunca escribió un haiku: “la poesía es lo que se quita en la traducción”).

El haiku es un poema breve de tres versos. Casi siempre cuentan respectivamente cinco, siete y cinco sílabas. Juan Ramón Jiménez se extendió de manera considerable con una versión de siete, once y siete sílabas, pero respetó el espíritu y la ambición limitada del haiku: se trata de contar una sensación percibida en un lugar, en el momento preciso en que a uno le viene. La espontaneidad es fundamental, lo aprendí al dedicarme durante días a escribir haikus en inglés para ganar un concurso. Creo que fue para la sección de libros del sitio en Internet del Guardian. El vencedor recibía nada menos que la colección completa de los libros de poesía publicados por Penguin. A pesar de esfuerzos continuos (solo se podía mandar un haiku por día)  fui derrotado, justamente derrotado. Uno no puede pedir o pedirse a sí mismo un haiku, con ánimo de lucro literario. El haiku viene o no viene, pero no viene como el periódico, cada día. Tiene la fragancia fugitiva del instante.

Los hispanohablantes pueden sentir la necesidad de escribir haikus. La página Los mejores haikus en la red, que no es el lugar mejor ordenado de la red, propone entre otras cosas un enlace que se llama «deja tu mensaje» para acceder a un «libro de visitas». Es un ciberlugar donde se ingresan haikus con una continuidad que me pone feliz al comprobar nuevas entregas. Existen por lo menos algunas personas que no ven su día como una serie de anuncios comerciales. La verdad es que visito aquella página mucho más que El rincón del haiku, buen sitio que quizás llegará a ser lo que promete su nombre. Tiene una arquitectura prometedora, pero todavía le faltan contenidos, aunque propone dos haikus de Juan Ramón Jiménez y, entre otros, uno de Jorge Luis Borges que se puede leer como un autorretrato o una evaluación del futuro de aquella forma poética:

La vieja mano
sigue trazando versos
para el olvido.

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23 de junio de 2006
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El escribidor estresado

El autor de los discursos de George Bush se retira. Y no para escribir westerns, como sugerirían las frases del presidente tipo “un hombre debe hacer lo que un hombre debe hacer”. En realidad, el señor Michael Gerson, a sus sólo 42 años, ha sufrido un infarto debido al exceso de estrés, y después de poner en orden su vida, ha decidido buscar un trabajo más pacífico.

Usted se preguntará: “¿Un autor de discursos? ¿Exceso de estrés?”. Pues por lo visto sí. Desde que se unió a la campaña presidencial republicana en 1999, Gerson ha sido uno de los miembros más importantes del círculo íntimo de Bush. El Washington Post lo considera uno de los mejores autores de discursos de los últimos años. Y según un asesor del republicano Dan Quayle, es posible que Gerson “haya tenido más influencia en la Casa Blanca que cualquiera que no haya sido jefe de gabinete o consejero de seguridad nacional”. Quizá es que tiene un título con mucha demanda: Gerson es graduado en teología.

A él debemos, pues, ese lenguaje bíblico al que recurre el presidente para justificar sus cruzadas. La confrontación entre el eje del bien y el eje del mal surgió de su pluma. Y también lo hizo el término conservadurismo compasivo, con que los republicanos justifican el gasto social apelando no a la justicia sino a la caridad.

Pero sobre todo, de su pluma surgieron los términos que debieron justificar la decisión más polémica de Bush: la guerra de Irak. La defensa preventiva, por ejemplo, que es la manera más creativa de decir ataque, es un concepto que permite argumentar a favor de la necesidad de invadir a un país que no hay ninguna razón para invadir.

Lo mismo ocurre con daños colaterales –aunque creo que esta frase ya venía de antes-, un término que refiere a gente que se muere pero que no forma parte de la que queríamos matar en defensa de la vida, muertos que, en el fondo, han muerto por una buena razón dirigida con mala puntería: niños, ancianos, esa clase de gente que se interpone en el camino de las balas.

Supongo que la última obra de Gerson fue el término acciones de guerra asimétrica, con que las fuentes oficiales norteamericanas designaron al suicidio de tres prisioneros sin condena en la cárcel de Guantánamo. No tengo claro qué quiere decir eso, pero imagino que les achaca a esos hombres la responsabilidad por pelear asimétricamente, o sea, por ponerse a hacer cosas que sus carceleros no están dispuestos a hacer, como suicidarse. Y eso, claro, es una manera muy injusta de pelear.

Las palabras, a menudo, no sirven para mostrar la verdad sino para ocultarla, aunque en ese caso es necesario retorcerlas, comprimirlas, estrujarlas y darles vuelta. Imagino que es un trabajo muy estresante ese, así que celebro que, de momento, el piadoso evangélico Michael Gerson haya decidido dedicarse a actividades más relajantes. Yo le sugeriría que pruebe con el origami.

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23 de junio de 2006
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LOS AHOGOS DE LA MEMORIA

Contamos con una técnica para recordar pero no conocemos cómo olvidar. El recuerdo se asienta como una jerarquía que al paso del tiempo es capaz de reordenar la conciencia. Hay una memoria de lo sucedido pero también en el seno de la memoria los elementos interaccionan, se cruzan, conversan y crean por su cuenta una segunda existencia preparada para la evocación.

De este modo todos los recuerdos suelen ser obra de otros recuerdos y los olvidos, acaso, también. Más todavía: recordamos los olvidos pero en esa constatación de impotencia el predominio no pertenece a lo olvidado sino a la memoria.

La memoria, más allá de un punto, atora el recuerdo y produce, como paradoja, olvido. La memoria muy voraz, querida por Borges, se atesta y todo cuanto llega después no cabe o no penetra la trama tan firme y tupida.

Hay una manera de hacer emerger recuerdos o localizarlos mediante la nemotécnica pero el olvido es una facultad natural, incapaz de recibir prótesis tecnológicas. La facultad de olvidar puede, en su extremo, conducir al delirio pero siendo robusta fortalece la vida, otorga vitalidad y  confiere a los seres humanos la oportunidad de pasar por alto muchas cosas. Vivir, en consecuencia, a un nivel más elevado donde la respiración puede expandirse y las venganzas pendientes, con sus respectivos odios, no paralizan o ahogan.

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23 de junio de 2006
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El Boomeran(g)
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