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I (Don’t) Wanna Be Sedated

Supongo que a todos nos pasa, y más a menudo de lo que querríamos: cada tanto surgen fenómenos populares –en la música, pero también en la TV, y en el cine, y en la literatura- que en lugar de producirnos indiferencia, nos crispan los nervios. En estos días me crispa los nervios Ricardo Arjona. No sé cómo poner esto de manera delicada: escucho un verso de las canciones de Arjona y me dan ganas de arrancarme los pelos. Para colmo el muchacho está por llegar a Buenos Aires y ya ha vendido infinidad de shows, lo cual implica que en los próximos tiempos su música me agredirá con frecuencia cada vez mayor hasta que su ida, y por ende el bendito silencio, me permitan recuperar la forma humana. La música es la más intrusiva de las expresiones artísticas, porque nos ataca aunque no queramos en la TV, en la radio, en los taxis, en la calle, en los ascensores… Nos pone en la misma situación del pobre protagonista de La naranja mecánica, cuando le abrían los ojos a la fuerza y le obligaban a ver imágenes que no quería ver: el suplicio es inescapable.

Tenía la intención de buscar las letras de Arjona para poder citarlas en extenso y así sustentar mi juicio, pero no he logrado reunir el coraje; pido perdón, pues, por mi falta de rigor. Diré entonces, prejuiciosamente, que detesto su uso demagógico del lenguaje, ese intento de convencer a su público (al que no cuesta nada imaginar femenino, y de mediana edad) de que lo entiende e interpreta. Esas “historias” tan bochornosas a las que es afecto no me suenan a artista en busca de emoción genuina, sino a vendedor a domicilio (¿o debería decir gigoló, más bien?) tratando de fichar una cliente nueva. Para peor el hombre tiene ese timbre de voz tan engolado y carente de matices, y sus canciones suenan todas iguales. A fin de cuentas, creo que hasta el protagonista de La naranja mecánica la pasaba mejor que yo: ¡él tenía la suerte de que lo forzaran a oír la música de Beethoven!

Todos aquellos que están hartos de ver gente con El código Da Vinci bajo el brazo sabrán comprenderme. Y los que están hartos de los reality-shows y de la telebasura. Y de las películas animadas hechas a las apuradas, en el intento de robarse algo de la magia de Pixar. Y de la manía de convertir toda canción popular en un reggae o en una bossa nova. En cualquier momento a alguien se le va a ocurrir versionar a Los Ramones de esta manera. I Wanna Be Sedated no sería un mal título para una bossa.

Pueden colaborar con la lista, añadiendo sus propias fobias. Este espacio será catártico, o no será.

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12 de julio de 2006
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ESPERANDO ALGO DE CUBA

Mi contestador telefónico se llenó ayer por la noche. Llamadas desde el Caribe, sobre todo desde Venezuela, donde corrió el rumor de la muerte de Fidel Castro. “Ya se murió pero tapan la noticia para preparar a la población” me anunciaba una amiga. No es la primera vez que una ola de llamadas y noticias da por muerto al líder cubano. En marzo de este año la noticia recorrió todo el continente, desde Argentina hasta Cuba, y provocó un desmentido de la prensa cubana. Hoy leo en la edición para suscriptores de El Nacional de Caracas que la noticia “congestionó teléfonos de la cancillería”.

Llamar a un periodista ubicado en París para comprobar lo que ocurrió en Cuba dice mucho sobre la transparencia de la información en la isla. Ahora bien, no voy a huir de las preguntas sobre esta información. Doy la respuesta: Fidel se murió, sí, pero su muerte todavía esta en el papeleo; en Cuba, con la burocracia, todo se demora”. Hablando en serio, más allá de este chiste famoso, solo hay una noticia comprobada, por el momento: el cumpleaños de Fidel será en agosto. Ochenta años.

Ya podemos adivinar lo que provocará una fecha redonda, perfecta: ochenta. En francés, se dice quatre-vingt: cuatro veces veinte años. Decirlo es una manera terrible de recordar que uno ya es viejo.  Aún más viejo en una isla que desmiente cada día la huida del tiempo. No soy de los que esperan la noticia de la muerte de Fidel Castro Ruiz para brindar con champaña. El dictador cubano destruyó a su isla, sí, pero la ineludible noticia de su muerte no va a reconstruir nada.

La verdad es que cada uno tiene sus ilusiones y las mías no tienen que ver con un muro sino con una crónica que acabo de descubrir. Lectura atrasada. Y gran ilusión. Es un texto de Alejandro Armengol en el Herald de Miami. Anuncia que Miriam Gómez, la viuda de Guillermo Cabrera Infante, prepara la edición póstuma de tres libros del escritor cubano que quedaron inéditos: La ninfa inconstante, Cuerpos divinos y Mapa hecho por un espía.

Si hablamos de Cuba, de lo que hubo, de lo que hay y de lo que habrá, podemos dar una noticia que no es rumor, ni apuesta: sobrevive la obra de Cabrera Infante, el infante nunca difunto.

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12 de julio de 2006
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El baile de los presidentes

Los latinoamericanos estamos hermanados en el absurdo. A mi llegada a Quito, con cada persona que conozco, dedico un rato a jugar a nuestro juego más tradicional: el baile de los presidentes. Se trata de una competencia internacional: por turnos, cada latinoamericano va contando los disparates de sus respectivos presidentes, a ver cuál es el más ridículo.

Por lo general, los peruanos tenemos una imagen ganadora: Fujimori bailando tecnocumbia con un intelectual de extrema izquierda y un diplomático ultraconservador, durante la campaña electoral del 2000. Es difícil superar eso, pero la competencia es reñida. Ecuador ha acumulado puntos en la última década, en la que se han sucedido apresuradamente seis presidentes, entre ellos, ejemplares tan apetecibles como Abdalá Bucaram, defenestrado por incapacidad mental. 

Sin embargo, esta vez surge un nombre nuevo en el juego, un firme candidato al título que despierta, además, las más sinceras simpatías en todos los concursantes: Carlos Julio Arosemena, presidente constitucional del Ecuador entre 1961 y 1963.

Hijo de otro presidente y descendiente de próceres de la independencia, el linaje político de Arosemena se extiende hasta Panamá y Colombia. Fue, pues, criado para gobernar, y entre sus logros figuran la promulgación del código fiscal, varias leyes tributarias liberales pero con sentido social y ambiciosos planes educativos. Sin embargo, Carlos Julio tenía un pequeño defectillo casi sin importancia: bebía demasiado. Bebía, por lo visto, todo el día.

Se cuentan innumerables historias de ese vicio. En una de ellas, Arosemena llega al Club Nacional, cenáculo de la aristocracia ecuatoriana, acompañado por una evidente prostituta. La chica está tan vestida de prostituta que el maitre se niega a atenderla con el argumento de que es una mujer pública. Indignado, Arosemena se levanta de la mesa diciendo:

-Vámonos, cariño. Este señor dice que eres una puta muy conocida y no puedes beber con todas estas putas anónimas.
 
La caída de Arosemena empezó cuando fue a recibir al presidente chileno Jorge Alessandri en su visita protocolar. Al parecer, ese día estaba sobrio, pero alguien dejó una botella de whisky en el baño del aeropuerto. Arosemena se pasó ahí dentro como media hora. Cuando salió, se dirigió al mandatario chileno con los brazos abiertos. Alessandri era un hombre serio y adusto, al que por eso llamaban “la viuda negra”. Arosemena le dijo al oído:

-¿Es verdad que te dicen “la viudita”?

Una versión añade que trató de propasarse con su homónimo.

En consecuencia, el Congreso trató de destituirlo bajo la acusación de “dipsómano piromaníaco”. Arosemena se libró de esa medida, pero poco después, dijo en un discurso que “EE. UU. explota a América Latina y Ecuador”. Ya, eso todo el mundo lo sabe, pero él lo dijo en la embajada de EE. UU. Y para subrayar su opinión, orinó en un trofeo del embajador.

Arosemena jamás ocultó su debilidad. Por el contrario, la ostentaba como un “vicio viril” que había causado la envidia de sus enemigos. Sus frases famosas son “mi único vicio honesto es la lectura”, “no me interesa lo que la posteridad diga de mí” y “mi carne habrá pecado, pero jamás mi espíritu”. Quizá Arosemena sea tan inverosímil como nuestros presidentes posteriores. Pero tiene un puntito aristocrático que le da elegancia. Y sobre todo, es el único que ha hecho lo que a todos nos habría gustado hacer. Sin duda se merece el título de rey, al menos duque, en el interminable baile de los presidentes.

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12 de julio de 2006
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EL VALOR DE LA COLA LARGA

Long tail, cola larga, ha sido acaso el mayor éxito en frases cortas de los dos últimos años en los entornos de Silicon Valley. No se refiere propiamente a la informática sino a sus muchas prolongaciones secundarias, su capacidad para crear colas o estelas de diferentes especies.

La expresión proviene del título de un artículo firmado por el editor y redactor jefe de la revista Wired, Chris Anderson, en 2004. Pero ahora acaba de aparecer el desarrollo de la idea en un libro titulado The Long Tail: Why the Future of Business is Selling Less of More.

En efecto, ¿por qué el futuro de los negocios no será también vender menos de más items? La respuesta se encuentra en Internet y, en buena medida, gracias a la incansable tarea de los incalculables bloggers.

Lanzar un producto estrella y recaudar miles de millones continua  siendo el sueño de las empresas. Lo nuevo consiste en que los meticulosos y personalizados procedimientos posibles, gracias al contacto persona a persona o grupúsculo a grupúsculo a través de la red, favorecen la ocasión para demandas y consumos seleccionados con tino, difundidos en menor número de unidades pero que, sumados todos, componen un potencial de notable  importancia comercial.

Empresas como Ecast o Amazon.com venden éxitos a grandes escalas pero simultáneamente están atendiendo múltiples peticiones que, fuera del best seller, interesan a una multitud sin el clamor de la aglomeración. Atender a este número de clientes que aumenta día tras día resulta tan hacedero actualmente que la empresa encuentra una rentabilidad de long tail y largo alcance.  Puede que los títulos solicitados no se encuentren en los anaqueles de los centros comerciales pero pueden hallarse en los almacenes, prestos para ser remitidos o prestos para ser producidos.

Este mundo de partículas que forma una nube larga corre en paralelo al cuerpo central del producto estrella. O bien:  al lado de la la explosión gigantesca del Código da Vinci pulula un ejército de millones de enanos elegidos a mano, obtenidos boca a boca, ponderados tras un intercambio de consejos y comentarios personales en  red.

La long tail no puede llamarse más humana que el hit puesto que la congregación masiva desprende un tufo humanoide, inconfundiblemente nuestro. Pero se trata, no obstante, del origen de una comunidad inaugural donde los sujetos se liberan de los cataclismos del fenómeno de consumo de masas y ensayan, con delectación y semiclandestinidad, relaciones más íntimas con la música, los libros o  las desconocidas marcas de camisetas. 

La posibilidad de que los componentes de esta población cibernética que puede adquirir con parecida facilidad una película de Steven Spielberg que otra de  Saani Taraporevala, un éxito de ayer u otro de hace medio siglo, abre la senda a un  futuro más colorista y divertido, interesante y diverso. La publicidad convencional continúa con sus grandes campañas globales pero en los semisótanos, al modo de la subversión profética de la catacumba,  los blogs difunden –pueden difundir- un disfrute alternativo, una información, un asesoramiento o una melodía de sustitución. Y todo ello, además, desarrollándose  una impensada actividad de periodista, de escritor, de crítico o "correveidile" en multitud de personas que teclean  no ya  con la oscura voluptuosidad narcisista  sino con el soleado gozo de la generosidad y la participación.

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12 de julio de 2006
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SEMÁNTICA FUTBOLÍSTICA

No sé nada de fútbol. No hay manera de esconder mi ignorancia. Mantuve un silencio total durante el Mundial. Pero me corresponde intervenir hoy, en el momento en que las secciones de deportes de los periódicos franceses se convierten en cursos de lingüística. En este momento, Francia, que se hunde en una tristeza real, tiene un solo problema: saber lo que el jugador italiano Marco Materazzi ha dicho a Zinedine Zidane, lo que provocó el cabezazo del jugador francés.

Perder en la cancha es una cosa. Desconocer las palabras que provocaron el principio de la derrota es otra cosa. Es algo insoportable para la prensa francesa, que revisa sus opciones en una recopilación internacional de insultos. El sitio de The Guardian dice que las palabras han sido “terrorista” o “árabe terrorista” –una solución que puede ser entregada a los lectores inmigrantes de los suburbios. Para The Independent era una sabrosa mezcla de insultos hacia Argelia y especialmente a Kabila (de donde procede la familia del jugador francés) y acusaciones de dopaje con esteroides –visión mas internacional e informada para lectores de la prensa de élite. La TV Globo de Brasil, citada en todas partes, dice ahora apoyándose en lecturas de labios, que Materazzi calificó de “prostituta” a la hermana de Zidane –claro que ya estamos en una telenovela. “Fue algo muy serio”, afirmó Alain Micagliacco, el agente del capitán francés, a la BBC.

Nunca habrá un insulto que acabe con el problema que tiene que resolver la prensa francesa: ¿Cómo explicar la ruptura de un ídolo que se construyó de manera continua, hasta olvidar que el jugador tenía en su pasado una obvia dificultad para controlar sus nervios? Zidane sobraba en la prensa como en la publicidad durante el Mundial, pero no había manera de detener lo que el público pedía.

La historia de su cabezazo me obligó a buscar entre mis libros. En The Ring Lardner Reader, que publicó la editorial Scribners, encontré el cuento que recordaba. Su título: “Champion”. Es la historia de un boxeador, Midge Kelly, un ser despreciable que roba a su hermano minusválido, se olvida de su esposa y traiciona a su entorno por dinero. Pero Midge Kelly sabe boxear y su boxeo complace al público. Al final del cuento, cuando el deportista llega a la fama, un periódico publica un gran reportaje sobre su vida: buen chico, dedicado a su deporte y con su pundonor. ¿Qué habría ocurrido si el editor de deportes del diario se hubiera enterado de la verdad? pregunta Lardner al final. Y entrega la respuesta del periodista: “Publicar eso habría sido un problema para nosotros. La gente no quiere verle destrozado: él es el campeón”.

El problema es que lo que se ha visto en la pantalla, no corresponde a lo que se escribió antes. Por eso ahora la búsqueda de las palabras es frenética. Y no se puede decir lo que es muy común: los ganadores tienen mala leche. Así ganan. Y a veces pierden.

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11 de julio de 2006
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LOS GEMELOS DEL DIABLO

El ascenso de dos hermanos gemelos a la cima del poder en Polonia redondea con fascinación el vigente periodo de la institución política. Aunque propio de tiempos vetustos y descaradamente perversos, la república democrática de Polonia ha reeditado la figura del poder de la sangre, el absolutismo familiar y la extraordinaria proeza de ofrecer dos cabezas iguales como una, dos líderes repetidos, un clon de aspecto autómata, entre el asombro correspondiente a la magia y la comicidad asociada al universo de la repetición.

Los hermanos Kaczynski, de 57 años, que ahora copan los cargos de la presidencia de la nación y de primer ministro, han accedido a sus puestos por un método democrático que a partir del resultado invoca antes el efecto de un hechizo que de una elección racional.

El doble suscita pavor y risa, de acuerdo con la situación y su concatenación interior. Ciertamente el humor se encuentra cercano a lo grotesco y lo grotesco por su otro lado comunica muy fácilmente con lo siniestro. La línea completa de la conversión sería esta: lo gracioso induce a la relajación, la relajación y su lasitud a la relativa desarticulación, la desarticulación a la descomposición y la descomposición a la visión de la muerte, el rostro de lo más siniestro.

Los hermanos Kaczynski son unos pillos. Un par de listos muy listos, casi diabólicos. En los años sesenta rodaron juntos una película titulada O dwóch co ukradli ksieyc, según he visto en Google, que allí traducen como Sobre dos que tomaron la Luna.

Los Kaczynski parecían inocentes payasos de cumpleaños para quienes les conocían de vista. Con los labios finos y pegados, especialmente dibujados para lanzar una ironía o un chiste inminentes. Pero no se han ganado la vida con bromas. La Luna infantil del cine se ha convertido en la Polonia presente que, por lo visto, ha seguido tantas vicisitudes en los últimos veinte años como estos aparentes hermanos Tonetti de la política o el doble Rasputin del supercomplot.

La pregunta es de razón: ¿Se ha convertido definitivamente la política en un circo y debemos esperar que la sucesión de números de este género continúe hasta nuestra extinción o ha llegado la política a la agónica imagen de los circos y el espectáculo siguiente consistirá en inaugurar un asilo para sus profesionales más tópicos? Entre lo cómico y lo siniestro estos gemelos idénticos (sólo distinguibles por dos lunares faciales y un anilllo de boda) gobiernan Polonia desde sus menguados 1.60 de estatura.

Si su parecido no fuera tan exacto ni su escala tan ajustada al clown su contemplación sería mucho menos hechizante. Sin embargo, de este modo,el dúo logra tal poder mediático y desasosegante, tal atracción asociada al terror y al destino nefando que su estampa evoca, ante la muy católica Polonia, la mano de Satán y, ante la Europa, largamente desconcertada, una suelta de los espíritus cada vez más numerosos y malignos que ceban el cuerpo general de la política.

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11 de julio de 2006
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El cowboy y sus fantasmas

A primera vista, Jimmy Massey parece un sonriente e inofensivo turista americano paseando por la playa asturiana. Sus gafas le dan un aspecto tímidamente intelectual. De hecho, cuesta pensar que es un asesino, o según su propia definición, “un psicópata entrenado, un depredador”. Para más señas, los marines lo llamaban “Jimmy el tiburón”. Y es que el delgado Jimmy fue entrenado para matar. En masa.

-Los marines ofrecen a sus reclutas algunas cosas intangibles –dice-, como seguridad, disciplina, valor, y otras cosas más tangibles, como formación, ascensos, un trabajo. Además, mi abuelo peleó en la Segunda Guerra Mundial, y en mi familia hay muchos cazadores. De modo que yo crecí rodeado de armas. Pero supongo que, si me enrolé en el Cuerpo, fue porque era joven, estúpido y estaba realmente jodido.

Mientras habla, Jimmy abre tabletas de pastillas y se las mete en la boca. En su mochila lleva un frasco entero. Necesita químicos para despertarse pero también para dormir, usa antidepresivos, tranquilizantes y, la parte natural de su botiquín, mucha marihuana. Son las secuelas. Dice que todos los que regresaron de Irak están así. Y eso no es lo más grave.

-Cuando te han entrenado para matar, pierdes el sentido del amor. Entre el rigor del entrenamiento y el machismo generalizado, te haces duro y desaparece tu capacidad de tener detalles. También te vuelves sexualmente egoísta. Sólo te satisfaces y te vas.

La carrera militar, el duro ambiente de trabajo, la mala paga y la brutalidad de sus amigos le costaron a Jimmy su primer matrimonio. La presión en el trabajo lo obligó a tomar medicamentos que perjudicaban su rendimiento sexual. Pero además, su trabajo era precisamente reclutar a chicos, convencerlos de lo bueno y maravilloso de ser un marine.   

-Era un actor. Iba a las escuelas e institutos con todas mis medallas en el pecho. Incluso me había puesto unas placas metálicas en los zapatos que sonaban a cada paso. Y tenía a un pitbull llamado Tank Balls. Todo para impresionar. A los chicos les impacta el poder. Al menos a los más infelices.

En efecto, la mayoría de los candidatos a marines tenían problemas con la ley, líos de drogas, familias desestructuradas e incapacidad para valerse por sí mismos en la sociedad civil. No podían pagarse una educación, y con frecuencia presentaban cuadros de comportamiento conflictivo. Parte del trabajo de Jimmy era disimular todas las taras y enseñar a los reclutas a disimularlas para pasar los exámenes y cumplir las cuotas de reclutamiento.

Esos son los chicos que lo acompañaron en Irak: costales de testosterona sin formación y plagados de desórdenes de adaptación, a quienes se enseñaba que eran los más hombres de América y que su valor consistía precisamente en eso. Luego los armaban hasta los dientes y los enviaban a la guerra.

En su libro, Cowboy del infierno, Jimmy describe detalladamente cómo él y sus compañeros disparaban a manifestaciones de civiles desarmados, bombardeaban camiones antes de preguntar qué llevaban dentro y ejecutaban incluso mujeres y niños. También describe la medicación diaria que la mayor parte de sus compañeros necesitan y la atmósfera de presión sexual dispuesta a desfogarse con cualquier cosa que se mueva, de preferencia, mujer. El libro no se pudo publicar en los Estados Unidos. 

-Algunas editoriales consideraron editarlo, pero cito nombres y lugares reales, y eso podía producir problemas legales. Luego comenzó la campaña de desprestigio. Los oficiales dicen que soy un traidor y que mis denuncias sólo pretenden ocultar y justificar mi cobardía en el campo de batalla. Sin embargo, también recibo llamadas de apoyo de marines. Todos los días. Incluso de algunos que yo recluté. Me dicen que tengo razón, pero que no lo repetirán en público por miedo a las represalias.

Massey trabaja ahora en la asociación Veterans for Peace, tratando de difundir su historia, crear una cultura de la paz y reducir el presupuesto militar de los Estados Unidos. Sigue yendo a escuelas pero ya no lleva un uniforme militar. Con frecuencia sufre flashbacks y depresiones. Aunque reside en Carolina del Norte, rodeado de bosques y paz, una parte de él sigue en Irak, un desierto que ya nunca abandonará.

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11 de julio de 2006
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¿La película del tesoro, o un tesoro de película?

Viviendo en un mundo con alma de Libro Guinness, no podíamos pasar una semana sin un nuevo récord mundial: el de Pirates of the Caribbean: Dead Man’s Chest, que se acaba de convertir en el estreno más taquillero de la historia de Hollywood, gracias a los 132 millones de dólares que ganó en su primer fin de semana en cartel. (Spider-Man, que ostentaba el récord hasta ahora, sólo recaudó 115 millones.) Esto significa distintas cosas para distinta gente. Para los responsables de los grandes estudios representa un alivio, porque sugiere que en pleno auge del fenómeno del DVD –y de la piratería digital, que permite que uno pueda ver Cars en su casa el mismo día en que se estrenó en las salas-, la gente todavía quiere salir de su agujero y aventurarse hasta el cine.

Esto también es una buena noticia para mí, cinéfilo. Por lo menos hasta el momento, toda la tecnología del mundo no ha conseguido reemplazar la experiencia que representa para mí ver cine en el cine, rodeado de gente que a pesar de ser desconocida, siente, vibra y se emociona a la par que yo. Puedo empatar en mi casa las condiciones físicas de la experiencia: la calidad y el tamaño de la imagen, el volumen y la fidelidad del sonido, pero no puedo reemplazar la sensación que experimento cuando río con otros y trago saliva con otros y rozo los codos con desconocidos que han pasado a ser hermanos instantáneos –a no ser que convierta cada exhibición casera en un evento lleno de amigos y de familiares, lo cual me daría más trabajo que ir al cine y ya. Para mí, qué se le va a hacer, el cine es una experiencia que se vive y se aprecia mejor cuando es comunitaria, como su misma factura. En sus buenos momentos la sala es un templo y la película un rito comunal: compartirlo constituye buena parte de su encanto.

Pero por supuesto, lo que los tipos de los estudios colegirán a partir del éxito de Pirates es más ramplón, incluso literal: hagamos más películas que se parezcan a un viaje en montaña rusa, hagamos más películas inspiradas en atracciones de parque de diversiones (como Pirates), ¡hagamos más películas de piratas! Lo cual supone hacer más de lo que ya vienen haciendo, películas en las que no importa la historia sino la sucesión de situaciones a cual más peligrosa, como el pasar de pantallas en un videogame; películas en las que no haya tiempo para construir personajes ni desarrollar situaciones dramáticas; películas seguras, que antes que emociones o pensamientos prefieren producir estímulos físicos mensurables, como la cantidad de carcajadas por proyección o la producción de adrenalina.

Lo gracioso es que ni siquiera parecen comprender que de esa forma se están disparando en sus pies. En algún sentido imitan el estúpido comportamiento que ya exhibieron en los años 50 y 60, cuando asustados por la popularidad de la TV creyeron que la gente regresaría al cine si hacían las películas todavía más grandotas, más coloridas y más ruidosas, e invirtieron miles de millones en films que salvo excepciones que confirman la regla (las películas de David Lean, sin ir más lejos), eran tan huecas como las predecesoras que habían decepcionado al público –sólo que en 70 mm, o en cinemascope, e infinitamente más caras de producir. Cualquiera que entienda de números debería analizar la curva que estos mega-estrenos trazan una vez que la gente transmite su comentario boca a boca: abren con todo, eso es cierto, pero a partir de allí se hunden como plomo. Superman, sin ir más lejos, también recaudó ciento y pico de millones en una fecha privilegiada y dos semanas después hizo 22 millones; eso, en mi mundo, se llama caída a pico.

Está bien que los productores entiendan, y puedan demostrarle a sus inversores, que la gente todavía ama acudir a los cines. Lo que deberían concluir, sin embargo, no es que el público busca exclusivamente experiencias adrenalínicas como la que ofrece Pirates, sino tan sólo lo obvio: buenas películas. Si hay buenas películas, la gente va al cine y además compra DVDs en cantidades dignas del Libro Guinness. Si no, no. Lo único que hay que comprender al respecto ya lo sugirió Phil Alden Robinson en Field of Dreams, cuando el personaje de Kevin Costner oía voces que susurraban: If you build it, they will come. Si lo construyes, ellos vendrán, le decían, refiriéndose a un campo de béisbol. Pero la frase se aplica al cine de modo inmejorable: si haces una buena película, ellos vendrán. Los productores deberían dedicar sus energías a elegir los mejores proyectos, y dejar que los encargados de marketing encuentren cómo venderlos. De esa forma celebraríamos todos, y quedaría claro que lo que está en decadencia no es el cine, sino tan sólo el cine malo que se he convertido en la especialidad de Hollywood.

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11 de julio de 2006
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UNA SEMANA EN CUBA

Escribí unos libros sobre Cuba y, como muchos periodistas que publicaron información sobre la vida revolucionaria, soy persona non grata en la isla. Ya son más de doce años sin pisar el suelo de lo que un talentoso poeta estalinista (¿es un oxímoron?) llamaba el gran caimán verde. A pesar de todo, paseo semanalmente por la isla. Sus habitantes me cuentan con puntualidad los chistes, chismes y cuentos tristes de su tierra cada vez que encuentro en mi buzón electrónico la “newsletter” del sitio Cubanet. En la oferta “noticias por e-mail” opté por la entrega semanal, rechazando el flujo diario o el aún más apresurado del RSS. Lo que quiere decir que cada viernes es una maravilla pues Cubanet agrupa y edita voces de la isla, para contarme lo que no cuentan los grandes medios de comunicación sobre Cuba.

Basta leer la última entrega, que me llegó el 7 de julio, para saber que esto sí es Cuba: dos reclusos se ahorcaron, dulcería en crisis, viviendas entregadas a periodistas de la prensa oficialista, robos en empresas del Estado, huelgas de hambre, sindicalista golpeado en la calle, arrendamientos de viviendas a extranjeros, control policial en la calle, control policial en las empresas, control policial en las casas, control policial en Internet, robos en una escuela internacionalista, etc. Lo que se pinta en una acumulación impresionista de sucesos es la crónica de la vida diaria tal como la gente la cuenta en la calle.

Los autores son personas que tienen un talento para contar historias muy variable (del promedio periodístico a la pura poesía), pero siempre tienen valor pues publicar en Cubanet no les ayuda en su vida diaria. Muchos usan seudónimos. Otros escriben con apellido y nombre de pila. Entre ellos, la estrella es Tania Díaz Castro, periodista y poeta. Escribe varias veces a la semana y nunca me decepciona. Basta leer, por ejemplo, lo que acaba de contar sobre Gladys, una amiga suya que vive en el barrio de Lawton.

¿Es cierto lo que se lee en Cubanet? Me han hecho tantas veces la pregunta que tengo listas mis dos respuestas:

1. En muchos casos, basta conocer a Cuba para saber si el relato es verosímil.
2. Hay más mentiras y omisiones en la prensa oficial.

Además, el tamaño minúsculo de ciertas noticias no permite que ahí quepa la mentira. Nadie tiene interés en inventar la existencia de una banda de rock que se autodenomina Zeus y critica al gobierno; tampoco se sospecha de la voluntad de clonar a la vaca Ubre Blanca (una máquina para producir leche que llegó a tener su estatua de mármol). Y a veces, se trata de un asunto definitivo, no tanto por lo que dice sino por lo que explica del funcionamiento de la sociedad y del poder. En Cubanet se encuentra el “obiter dicta”, algo que se dice sin que nadie le haga caso aunque lo dice todo. Aquí está un ejemplo, un suceso firmado por un tal Carlos Alberto Domínguez el 13 de febrero del 2003. Su título: “Condenado a diez años por robar mangos y un pavo”.

Es imposible leerlo sin pensar en Los miserables, en Jean Valjean mandado al presidio por el robo de un pan. En este caso, el pan es un pavo. Pero parece, según el autor del artículo que el propietario del pavo era un “pincho” grande. Y la noticia me apasiona por esto. Porque conozco Cuba y sé que diez años de cárcel por robar un pavo de treinta libras a Raúl Castro es algo verosímil. No conozco a Rafael Ramos Rojas, pero de vez en cuando voy releyendo su cuento periodístico digno de Víctor Hugo: Rafael Ramos Rojas fue condenado a 10 años de cárcel por el Tribunal Militar Territorial Occidental, por hurtar unos mangos y un pavo en una granja en la que se dice reside el General de Ejército y Ministro de las Fueras Armadas Revolucionarias, Raúl Castro.

La granja, perteneciente al Departamento No. 2 de la Dirección de Seguridad Personal, está situada en la avenida 25 No.323 de la barriada La Lisa.

Según consta en la sentencia, el acusado Rafael Ramos, el día 15 de mayo del año 2002 concibió la idea de penetrar sobre las tres de la madrugada en la granja No. 2 de la Dirección de Seguridad Personal, con el objetivo de apoderarse de unos mangos. Para ello brincó la cerca que sirve de protección a la referida entidad y que tiene una altura de aproximadamente seis metros.

En el documento se agrega que Rafael Ramos extrajo un pavo de treinta libras, valorado en cuarenta y seis pesos con sesenta y cuatro centavos.

El fiscal, capitán Wilfredo Rodríguez Águila, en su informe oral conclusivo, consideró probados los hechos como constitutivos del delito consumado de robo con fuerza en las cosas y solicitó 22 años de privación de libertad.

El sancionado, de 54 años, y que laboraba como barrendero en la empresa estatal Aurora, espera en la prisión de Valle Grande su traslado a otra institución penal del país para cumplir su condena.

Ramos Rojas opina que su sanción fue tan alta porque robó en casa de "un pincho" (alto funcionario gubernamental en el argot popular).

Solo falta la división en el artículo: diez años para treinta libras, lo cual quiere decir que en Cuba la libra de pavo vale cuatro meses de cárcel.

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10 de julio de 2006
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Caos y creación en Abbey Road

Me lo encontré por pura casualidad. Estaba haciendo zapping y vi el anuncio de la emisión inminente por HBO Plus: un concierto de Paul McCartney llamado Chaos and Creation at Abbey Road. Se trataba de una velada íntima, con McCartney presentando temas de su última obra, Chaos and Creation in the Backyard, mezclados con otros de su carrera solista y de su trayectoria con Los Beatles, en el estudio de grabación donde John, Paul, George, Ringo & George (Martin) registraron sus canciones imperecederas.

La tentación de ver a McCartney en ese ámbito (Abbey Road es el Vaticano de la iglesia beatle) me picó. Me fui quedando frente al televisor como quien no quiere la cosa, y volvió a pasarme lo mismo que años atrás, cuando entrevisté a McCartney en Tokio. En aquel entonces ya me había habituado a entrevistar estrellas internacionales del rock y del cine, y me hallaba embebido en mi propia importancia; John, el beatle a quien más admiraba, ya había muerto; y mis gustos musicales se habían diversificado: debía hacer ya mucho que no escuchaba los viejos discos. Sostuvimos una conversación agradable en los camarines del estadio, bebimos té (la misma infusión a la que Paul glorifica en una canción del último disco, English Tea) y después me quedé a presenciar el concierto. Recién entonces, al sonar las canciones del repertorio beatle y brillar en la pantalla imágenes documentales de aquella locura, con John, George y Ringo incluidos, comprendí lo que acababa de pasarme: me había sentado cara a cara con uno de los creadores más fenomenales de la música popular del siglo XX, el autor de tantas canciones grabadas a fuego en mi alma, esas melodías a las que recurro cuando necesito pruebas de que el género humano vale la pena y merece otra oportunidad. Y entonces me puse a llorar como un chico. ¡Debo haber llorado como dos horas seguidas!

Este sábado volví a llorar. Imagino que las noticias de su reciente divorcio contribuyeron a hacerme sentir que el viejito de 64 estaba solo, después de habernos brindado tantos y tan maravillosos instantes de alegría, tantas epifanías, tantos recuerdos; me habría gustado ofender su británico decoro con un abrazo. Pero como no podía, me limité a oírlo hasta el final. Hubo algunos divertidos insights sobre la forma en que trabajaron en ese estudio: la utilización de la antiquísima máquina de cuatro pistas para registrar una peculiar versión de Band on the Run, una demostración con el melotrón utilizado en Strawberry Fields Forever… Y más música maravillosa, desde una recreación de Lady Madonna en el piano hasta algunos de los temas nuevos. (Nadie sensible a la magia beatle debería perderse Jenny Wren, un perfecto acto de exorcismo).

Releer es mucho más inhabitual que re-escuchar: para releer un libro amado hace falta una decisión consciente, en cambio uno re-escucha ciertas canciones aun cuando no se lo ha propuesto, porque aparecen “solas” en la radio y en la TV. Además el sonido de la canción amada no necesita más que segundos para transportarnos a otro lugar, otro tiempo, otro estado del alma, mientras que un libro necesita tiempo para obrar su magia. Se ve que las canciones de McCartney (y las de Lennon-McCartney, para ser justos) me pescaron sensible este sábado, y volví a sentir todo el peso de su impacto emocional. Esas canciones representan a sus autores, pero también a todos nosotros: son quienes fuimos y quienes todavía queremos ser, nuestra religión, nuestra historia y también, si todavía nos merecemos algo parecido a la suerte, nuestro futuro. Me ilusiona pensar que las próximas generaciones recibirán esa música como parte de su información genética. No puedo evitar pensar que si eso ocurre, si nuestros descendientes ya vienen preparados para reaccionar frente a esas canciones, la especie no podrá menos que levantar cabeza.

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10 de julio de 2006
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El Boomeran(g)
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