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Perdón por las molestias

Por 24 de julio de 2006 Sin comentarios

Vicente Verdú

Llevo tres días de vacaciones en Santa Pola, un inesperado centro de la noticia a partir del pesquero que auxilió a medio centenar de emigrantes cerca de Malta.

Sin la ayuda y la generosidad, la paciencia y la condescendencia de la tripulación del barco santapolero "Francisco y Catalina" es muy posible que los desamparados de la desamparada lancha hubieran perecido. Y, en buena medida, habrían muerto si su salvación hubiera pendido tan sólo de las autoridades, los ministerios, la Unión Europea, los gobiernos, los ejércitos de marinas, las patrulleras oficiales, la totalidad de las instituciones que fueron mirando el fenómeno de los cincuenta y cinco náufragos con una frialdad funcionarial destinada a culminar en repetidos certificados de defunción con sus obligados sellos.

Los marineros, sin embargo, conocen a fondo la fina división entre la vida y la desaparición. El mar supone para un marinero su medio natural de vida y su medio natural de muerte. Muchos amigos santapoleros apenas sabían nadar cuando juntos íbamos a remojarnos tras jugar al fútbol en los antiguos saladares. Ni tampoco trataban de aprenderlo de manera remotamente parecida a como lo hacíamos los veraneantes. El mar les inspiraba temor y a la mayoría de los pescaderos les habría gustado mucho más dedicarse a otra cosa. La prueba ha sido que, con los años del desarrollo, disminuyeron drásticamente los jóvenes que se enrolaban. Casi todos preferían entrar de aprendices en un taller de tapicería, arreglar bicicletas, madrugar para cocer el pan o emplearse en una gasolinera.

Quienes se encontraban en el "Francisco y Catalina" (título que evoca el feliz amor eterno que promueven las millas del mar) son restos de una numerosa proporción de santapoleros que llegaron a componer la flota pesquera mayor de España.

Ahora por la Virgen del Carmen o por la Maredeu de Lorito las fiestas de recibimiento en el puerto no son tan espectaculares ni las verbenas en las que se disfrutaban los reencuentros tan conmovedoras como hace dos o tres décadas. Santa Pola es muy suya y convoca desde hace algunos años unas impostadas Fiestas de Moros y Cristianos en la primera semana de septiembre. Es el momento en que acaba de marcharse la gran masa de pesadísimos forasteros y con ello la localidad de libera de una marea tanto o más abrumadora que el mar. Con esa holgura relacionada con haberse desprendido de unas 150.000 personas añadidas a sus 14.000 habitantes renacen trazos del pueblo marinero, anexo al mar y atado históricamente al mar. El mar como lugar de trabajo y como espacio de separaciones, sacrificios y tragedias. De esta dura relación con el mar, ajena a dulces oleajes o atardeceres de oro, procede el miedo y el respeto al mar o la desarrollada sensibilidad hacia sus variadas amenazas.

La proclamada generosidad que los pescadores demostraron estos días hacia los emigrantes de la patera contiene, en realidad, una solidaridad radical de especie humana. Los marineros santapoleros que conozco han vivido y viven las vicisitudes peligrosas en altamar como una liza entre lo humano y lo monstruoso. Como ellos mismos han declarado: "No podían hacer otra cosa". Concretamente: no sabían hacer otra cosa en cuanto que marineros. No sabían elegir la mezquindad, optar por no prestar socorro, anteponer los cálculos económicos al irresistible impulso de proteger la vida humana. ¿Héroes ahora? ¿Condecorados, premiados, distinguidos, elogiados por la autoridad? El quehacer del marinero se encuentra todavía en ase preindustrial y por ello resulta ser lo menos mediático que quepa imaginar. Sólo aparece (en los medios) cuando desaparece uno o más barcos. Aquí la desaparición pudo haberse consumado antes del rescate. No fue así y la desaparición aplazada se ha comportado como una plataforma argumental que ha favorecido una sustanciosa historia periodística. En ese trayecto recorrido por los medios y no por el "Francisco y Catalina", la tripulación se hizo popular, se podía fotografiar, grabar, radiar, bailar.

Ayer, por primera vez tras la peripecia, cuando el periódico Información de Alicante entrevistó a Pepe Durán, patrón del barco, sobre su impresión de esta calamitosa aventura dijo: "La verdad es que no queríamos causar tanto revuelo y ni mucho menos molestar". Durante treinta años he disfrutado de un amigo marinero y santapolero, Juanito "El Chufa", cocinero en sus años de navegación a Larache que, aunque parezca imposible, habría preferido otra contestación aún más atónita y enteca.

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Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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