Vicente Verdú
La pretendida orgía del amor libre llevó a la deconstrucción del matrimonio. Esta tarea ocupó a la juventud desde la revolución sexual de los sesenta hasta el intervalo superindividualista de los últimos años del pasado siglo. El principio del siglo XXI presenta, sin embargo, un nuevo giro en la relación de amor.
Sin férreos matrimonios que destruir, sin familia nuclear que explosionar, sin más provisión de sexo que reclamar, la pareja libre, desistitucionalizada, desinhibida reaparece como un inesperado problema de represión.
No es la moral religiosa, la regla institucional o la presión social los que crean obstáculos a la libre satisfacción personal. Todo este aparato ha quedado atrás, reducido o desactivado. Justamente, la nueva crisis de la pareja no procede de un mal atribuible a un desajuste social sino eminentemente individual.
De un lado, la pareja constituye hoy lo más cercano e íntimo en un mundo que se conecta extensamente, a distancia y sin profundidad. De ese lado, la pareja es la exquisita excepción.
Pero, enseguida, tal excepción que hasta hace poco constitituía un bien frente al hiperindividualismo y operaba como un dulce resguardo se revela ahora como un recinto donde se enrarece la circulación, se ralentiza la velocidad de cambios, se reduce la disponibilidad y se limitan las potencias de identidad.
Efectivamente el otro contribuye a afirmarnos y a afianzarnos. Pero ¿hasta cuándo estos buenos regalos no se convierten en hipotecas? ¿Hasta cuando la afirmación y el afianzamiento recibido no significan pérdida de movilidad?
El enamoramiento nos da alas pero más tarde el amor subyacente y sus débitos pueden imitar los caracteres de una traba.
La traba forma parte del amor. La traba enardece y entusiasma en sus principios y también por un tiempo indefinido.
Lo peculiar de nuestra época es, sobre todo, el acortamiento de ese plazo sin definición y, también, en plena cultura de consumo, la aguda conciencia del desgaste.
La conciencia del desgaste del otro, del desgaste de la relación y la insufrible sensación personal de estar erosionándose en la rápida percepción de la rutina. No es preciso pues que la rutina haya acampado por completo para que se tema su efecto mortal o corrosivo. Basta el indicio de la repetición, el pavor a la inmovilidad, el pánico a seguir en la misma vida para que la pareja con la que se está aparezca como la principal representante del mal. Siendo el mal todo aquello que se considere inconveniente para cambiar, ser otro, vivir de otro modo. O vivir con otro.
La revolución sexual buscaba difundir la libertad por todas partes y en su extremo ardería la orgía sexual. Ahora la orgía no se halla en el sexo, demasiado común, ni tampoco en ninguna parte que conquistar mediante la revolución. En el antiguo lugar de la libertad ha crecido el espasmo de la compulsión, en el lugar del amor eterno ha crecido el amor fenomenal y en el acotado lugar de la pareja la inconsolable ansiedad del paraje.