Vicente Verdú
He leído en Fast Company, una revista recomendable para estar al día, que el 40% del valor de todas las mercancías producidas en el mundo apenas se corresponde con un 1% del peso total. De este modo el transporte aéreo se ha vuelto rentable y cada vez más. Como también las ciudades que más crecen no son aquellas que se encuentran junto a los mares o los ríos sino aquellas que brotan y se reproducen en torno a los aeropuertos. El nombre de estas nuevas ciudades localizadas en los lugares menos previsibles es "aerotrópolis".
Frente a la regla de que las tres principales condiciones de una localidad próspera eran "localización, localización y localización", hoy el trío de oro es "accesibilidad, accesibilidad y accesibilidad". Las materias primas, los automóviles, las maquinarias correspondientes a la era industrial se sirven de la lentitud de los barcos y los trenes. Los productos de la era postindustrial, desde los componentes microelectrónicos hasta las medicinas, de los aparatos de precisión a los artículos de lujo con gran valor añadido vuelan. El 50% del valor de las exportaciones norteamericanas se realiza en avión. Su peso es tan liviano que el flete es barato y aún más en relación a lo formidablemente cara que llega a ser la carga. De un lado se ensancha la economía del conocimiento, la compraventa de intangibles y, de otra, surgen los macroaeropuertos que fomentan las nuevas y distintas metrópolis de los últimos años. En ocasiones incluso el mismo aeropuerto llega a ser en sí mismo una ciudad de decenas de miles de habitantes como es el caso del Check Lap Kok de Hong Kong donde trabajan 45.000 empleados. El modelo se repite en China con Shangai o Pekín, en Estados Unidos con Memphis o Dallas, en Europa con Frankfurt o Madrid. Y el laberinto se enreda cada vez más.
La terminal 4 de Barajas permitirá ampliar el transporte hasta unos 75 milones de pasajeros anuales y paralelamente a un descomunal valor de mercancías sin peso. La consecuencia, ya visible, es que en torno a Barajas se acumula una monstruosa proporción de oficinas y viviendas, de autopistas y atascos que se resuelven un día para renacer meses después. Este mundo que tiende de un lado a la ocupación extensiva del territorio y las organizaciones en red, posee a su vez la tara de los nódulos de esa red. Enormes tumores que perjudican gravemente la vida. Ciudades corazón de la prosperidad que son, de otra parte, metáforas de unos bultos cancerígenos que atascan la vida. Ningún signo en el horizonte que permita confiar en un giro de esta dinámica casi suicida. Cuando una ciudad observe que su aeropuerto será ampliado y el presupuesto, como en el caso de la T4, rebasa el billón de pesetas está autorizada a evocar los conocidos versos de Dámaso Alonso refiriéndose a Madrid como ciudad de un millón de cadáveres. No se ha llegado a esta escala poética del cementerio. Se ha logrado una fase literariamente peor: Madrid -o París, Dubai, Chicago, Guangzhou-, espacio para una multitud de insatisfechos.