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El año que vivimos en peligro

Por 21 de julio de 2006 Sin comentarios

Marcelo Figueras

De vez en cuando esta ansiedad me ataca como un perro negro: ¿puedo permanecer de brazos cruzados, o limitándome a hacer lo de todos los días, mientras en algún lugar del planeta –a veces distante como el Líbano, o el África; otras, tan próximo como la esquina de mi casa- alguien está sufriendo un sufrimiento innecesario, a menudo hasta la muerte? Por lo general mantengo la calma, me digo que soy un escritor, que mi función es la de escribir los mejores libros que pueda y las mejores películas que estén a mi alcance, a lo sumo aportando mi testimonio como trabajador de la cultura; cuando estoy así de criterioso, imagino que lo mío es inspirar a otros quienes, desde sus propios lugares, harán lo que puedan para que todo mejore, para que nuestra especie termine metiendo en caja su agresividad autodestructiva y potencie, en cambio, su talento para la compasión. Pero cuando el perro negro enseña los dientes me digo que estos no son tiempos para darnos el lujo de perseguir una carrera liberal, como si viviésemos en una era iluminada: vivimos, más bien, en tiempos peligrosísimos, porque el hombre ha desarrollado exponencialmente su talento para lo tecnológico –lo cual incluye a la tecnología armamentística- sin haberse diferenciado mucho, ¡casi nada!, de aquellos salvajes originarios que arrasaban aldeas por pura sed de sangre y para quedarse con el producto del pillaje. Una bestia primitiva en posesión de una bomba atómica: eso somos, en eso nos hemos convertido.

La cuestión esencial está planteada en Lucas 3, 10: “¿Qué debemos hacer?”, le pregunta la gente a Jesús. El fotógrafo Billy Kwan (inolvidable Linda Hunt) convierte esa pregunta en una obsesión durante una de mis películas favoritas, El año que vivimos en peligro. (Nunca más apropiado el título.) Qué debemos hacer. Al filo de la desesperación, la repite una y otra vez, tipeando a los golpes sobre su máquina de escribir. Qué. Debemos. Hacer. Qué…

Me gustaría hacer algo para ayudar a que detengan la actual masacre del Líbano. Ya sé que vuelvo sobre el tema todos los días, pero está claro que las declaraciones no alcanzan. Declaraciones son lo que produce la ONU y nada cambia. Los diarios dicen que Condoleezza Rice esperará unos días más, aún, antes de presentarse en la zona para presionar efectivamente en pos de un alto el fuego; esto equivale a decir que esperará que mueran unos miles más, que miles más pierdan sus casas y sus fuentes de trabajo, que miles más se queden sin futuro, que miles más se conviertan en refugiados y empiecen a depender de programas de asistencia pública que a menudo constituyen una nueva y perversa forma de esclavitud. Por eso no basta con lo que estamos haciendo, por eso hace falta más, ahora, ya. ¿Pero qué?

En algún momento escribí aquí sobre los niños famélicos que existen en este país abundante: una paradoja criminal. Argentina produce alimentos para saciar a medio continente, sin embargo son cientos de miles los niños, adolescentes y jóvenes que no comen aquí lo suficiente para garantizar su desarrollo neurológico; después del genocidio militar permitimos que ocurriese el genocidio económico, sacrificamos a otra generación más. No pasa un día sin que al salir de casa dé dinero o compre algún alimento para los niños que se me aproximan en las esquinas, pero por supuesto esto no basta. Recuerdo que cuando expresé en este blog mi sueño de lograr que ningún niño se vaya a la cama con hambre en este país, alguien me envió sus simpatías y pidió que le hiciese saber si tomaba alguna iniciativa al respecto. No supe qué contestarle. Todavía siento vergüenza. Soy un escritor, un hombre con escasas o nulas capacidades organizativas, con escaso o nulo talento gerencial. Y al mismo tiempo sé que no puedo escudarme detrás de mis propias limitaciones. Porque no es tiempo de excusas. Porque no hay tiempo.

Algo se me va a ocurrir, algo tiene que ocurrírseme. O se le ocurrirá a alguien más, que me permita sumarme a su iniciativa. Por el momento no tengo otra cosa que mi voluntad inquebrantable y mi esperanza en el género humano.

¿Qué debemos hacer?

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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