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EL ENCANTO DE LA NADA

La inanidad arrasa. En YouTube ( el espacio en la red donde cualquiera cuelga su vídeo libremente para que libremente lo vean y lo descuelguen miles de otros cibernautas) la pieza más apreciada la semana pasada -colectada por 360.000 personas- fue la de un muchacho británico de 18 años que él mismo calificaba como "el vídeo más aburrido de todos los tiempos". Todos los tiempos han sentido una rara atracción por lo aburrido siendo lo aburrido el refugio seguro ante el suceso.

El tedio, tan rechazado en esta cultura del entretenimiento continuo, ha venido a convertirse reactivamente en un producto de altísima calidad. Un bien semejante a los productos naturales, la fibra de cáñamo o la slowfood. Lo lento frente a la velocidad interminable, el espesor del tedio frente a la pregonada transparencia en cualquier actividad, política, económica, moral. El tedio da ocasión para sentir el peso del tiempo y recobrar con ello la dimensión de la historia. Hasta hace poco, cuando todavía existía la historia y no sólo el accidente, los objetos pesaban mucho. Pesaban los teléfonos, las radios, las máquinas de escribir.

El reino de la levedad y la transparencia que también acabó con las raíces y los gruesos límites a la libertad ha desembocado en un ámbito abierto en el que brotan los centros comerciales y los parques temáticos, los grandes conciertos rave y las manifestaciones efímeras. La profundidad de los proyectos, la profundidad de las convicciones ha sido sustituida por la superficie de las mil pantallas y, en esas condiciones, lo correspondiente es patinar, resbalar, cambiar. El tedio ralentiza, enrarece el movimiento, vuelve despacioso el pensamiento.

Frente al modelo, en fin, de los filmes de acción y la trepidación de los efectos especiales, renace la tendencia de la visión plana, horizontal, sin variaciones, la cinta continua de una contemplación donde la falta de hechos se convierte en la deseable forma de vida. La vida de la inanidad. O más interesante: la inanidad como alternativa de distracción o el aburrimento como forma de diversión extrema.

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20 de julio de 2006
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CENDRARS EN BRASIL

Blaise Cendrars (1887-1961) es el manco más famoso de la literatura francesa. Perdió un brazo en un combate durante la Primera Guerra Mundial. Tampoco es un Cervantes. Habría conseguido establecerse en el primer rango de la fama con un poco de continuidad en sus acciones pero nunca fue capaz de quedarse en una situación. Era suizo y obtuvo la nacionalidad francesa. Era poeta y se transformó en novelista. De ser reconocido como novelista pasó a ser periodista. Al final, su vida fue una mezcla de destinos de aventurero y de artista. Se movía a lo largo de nuestra tierra. Fue testigo de los prolegómenos de la revolución bolchevique en Rusia y del auge del capitalismo americano en Nueva York.

Fue al lado del Hudson que se inventó el seudónimo Blaise Cendrars. Se llamaba Frédéric Sauser. El éxito del poeta fue para Blaise Cendrars. Trayectoria cortita: entre 1912 y 1924 escribe unos poemas que son opciones posibles para una vida entera de creación: largas narraciones en versos, relatos de viajes en versos, montajes de tipo “collage” en versos. La colección “Poésie/Gallimard” acaba de recopilar todo en un volumen titulado Du monde entier au cœur du monde, que se puede traducir tanto por Desde el mundo entero hacia el corazón del mundo como por A propósito del mundo entero en el corazón del mundo.

Este título ambiguo fue escogido por el propio Cendrars y me parece que define bien su uso de nuestro planeta: todo se puede hacer pero nada puede permanecer; tampoco el propio Cendrars se ha mantenido en un lugar. Su libro más famoso, medio ficción, medio memoria, se titula Bourlinguer en francés, lo que obligó, para la publicación de su edición española, a extraer un verbo, trotamundear, del sustantivo trotamundos. Trotamundear no aparece en los dos volúmenes del Diccionario Aguilar del Español Actual. Me parece lógico. Cendrars no aparece donde lo buscamos.

Leer y releer sus poemas es encontrar a alguien que se escapa. Habría podido ser Reverdy, Apollinaire o Morand y solo deja unas pocas maravillas. Claro que ya había leído y releído su famosa Prosa del transiberiano y de la pequeña Juana de Francia. Es el relato de cómo se fue a los dieciséis años de su casa subiendo al primer tren. Sigue siendo un canto de amor al viaje detrás de un fingido cansancio. En este poema se encuentra la cita que abre el libro de Bruce Chatwin sobre Patagonia: "Sólo queda la Patagonia, la Patagonia, que convenga a mi inmensa tristeza".

Como poeta, Cendrars es insospechadamente latino: la tercera parte de su poesía completa está dedicada a sus viajes por América Latina y, sobre todo, por Brasil. Barco, tren, ciudades y campos, amanecer y cielo del trópico: todo cabe dentro de pequeños poemas que son una especie de borrachera de visiones hasta llegar a un poema que pertenece a los últimos de su obra, que es también su último poema sobre Brasil. Una especie de llegada insuperable para un escritor que no quería repetirse y nunca lo hizo. El título: ¿Pourquoi j’écris? (¿Por qué escribo?); el texto completo: Parce que… (Porque…). Después fue el silencio poético.

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19 de julio de 2006
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CORPORACIÓN DERMOESTÉTICA

Hay un antes y un después de “Corporación Dermoestética”. Su salida a bolsa, le vaya bien o le vaya mal actualmente –que le va mal-, significa la abierta integración del valor en la cotización de los valores. Los precios de la cirugía estética, de la liposucción, de las inyecciones de botox, han sido introducidos en la economía con la misma condición de los demás artículos del mercado.

Nadie ignora que la belleza física favorece el éxito. Pero, llevado al extremo, ¿será responsable quien se conforme con su fealdad o no se imponga mejorar su aspecto? Si el bienestar económico de la familia, la facilidad de los contactos, la posibilidad de nuestro ascenso laboral, el impulso de nuestra elección en los mil castings se relaciona con nuestro porte ¿cómo no tomar en serio las atenciones estéticas e incluir el acceso a sus beneficios entre los derechos de la Constitución?

Conocer mucho o muchísimo de una materia no se estima ya  decisivo para lograr un empleo en el mundo de la creciente flexibilidad laboral y empresarial, pero ser grato a la vista, aparecer atractivo ante los proveedores y clientes, resulta cada vez más importante en la economía personalizada y de servicios.

¿Formarse? Hasta hace poco no había dudas sobre el alcance profesional del verbo. Pero ahora el verbo se hace carne. La instrucción será, en parte, importante pero ¿qué decir de la estética de la corporación?

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19 de julio de 2006
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¿Qué fue primero: el huevo o la publicidad?

Les juro que no me lo inventé. Un artículo publicado el lunes por el New York Times informaba que la emisora televisiva CBS decidió publicitar los programas de su nueva temporada en… la superficie de los huevos. Entre septiembre y octubre, 35 millones de huevos llegarán a los hogares de Estados Unidos con la publicidad de shows como The Amazing Race y CSI escrita en sus cáscaras. Sin poder creerlo del todo, los mismos redactores publicitarios de la CBS se refieren al proceso como egg-vertising.

Todo comenzó con una compañía llamada EggFusion, oriunda de Deerfield, Illinois. La tecnología para imprimir sobre la cáscara de los huevos fue desarrollada con la intención de asegurar a cada cliente que la mercadería que tiene entre manos es fresca: la fecha de expiración de cada huevo se graba durante el proceso de lavado, empleando un tiempo que va entre los 30 y los 70 milisegundos. Pero el verdadero genio debe ser aquel a quien se le ocurrió que la cáscara de un huevo era un espacio vacío, esperando a ser llenado con contenido a razón de seis, doce o veinticuatro veces por caja. Un genio que debe haber contado, por cierto, con la inestimable colaboración del caradura que salió a enfrentarse con las grandes compañías explicándoles que cada huevo era un pequeño cartel publicitario en potencia. Es verdad que los medios están tan saturados de publicidad que para cada empresa distinguirse de las otras se torna tarea imposible. Y en una cultura tan huevo-dependiente (¿o debería decir huevocéntrica?) como la de los Estados Unidos, tarde o temprano en el día uno acabará topándose con el mensajito en cuestión. Según dijo al Times George Schweitzer, presidente de marketing de CBS, lo mejor del concepto-huevo es su carácter intrusivo.

  Pero claro, para algunos de nosotros ese será su rasgo peor. Ya bastante difícil resulta mirar en dirección alguna sin que el panorama resulte contaminado por alguna publicidad. Ahora ni siquiera podremos hacernos un maldito huevo frito sin recibir alguna sugerencia sobre tal o cual producto. Y cuando mi hija mayor dé el examen final en su universidad, al tirarle huevos no estaré tan sólo festejando, como era mi intención, sino vendiendo algo a la vez, ¡sin siquiera cobrar una comisión! Lo único bueno del asunto es que, al menos en lo que a mí respecta, esta nueva tecnología colaborará con los perfectos niveles de mi colesterol.

(Y conste que hasta el momento me he refrenado de hacer las bromas más fáciles, que sin duda aparecerán en los Estados Unidos entre septiembre y octubre, cuando los medios empiecen a decir que la programación de CBS es mala para el hígado, o que simplemente te rompe los huevos.)
Me he quedado colgado de esta noticia, en un mundo inundado por las imágenes de una guerra genocida, porque me pareció que hablaba del otro extremo de la experiencia humana: su costado más liviano, más tonto. Pero todavía no sé muy bien si confiar en que este otro costado nos salvará al fin de nuestra propia ceguera autodestructiva, o si simplemente subraya el hecho de que estamos fritos.

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19 de julio de 2006
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Alemanes tropicales

Con su techo a dos aguas, su puerta de arco gótico y su campanario, la iglesia de este pueblo es un ejemplo de arquitectura bávara. Lo mismo ocurre con las torres de la entrada, típicamente alpinas, y con las pintorescas casitas que se alinean en las calles, como si fueran de juguete. Entre tanto espíritu germano, cuesta recordar que estamos a sesenta kilómetros de Caracas, casi en plena selva negra, rodeados de espeso follaje tropical.

Y es que, más allá del busto de Bolívar infaltable en cualquier plaza pública venezolana, pocas cosas de este pueblo recuerdan al hemisferio sur. La gente es rubia y alta, los niños hacen danzas con faldas rojas y chalequitos tiroleses y la Oktoberfest se celebra todos los años: bienvenidos a la Colonia Tovar, un rinconcito de Alemania en el corazón del trópico.

El origen de este lugar surrealista se halla en 1840, cuando el presidente venezolano José Antonio Páez decidió promover la importación de europeos. La versión oficial dice que fue para activar las tierras de cultivo, pero considerando que eso podría perfectamente haberse hecho con gente de países más cercanos, quizá haya que dar por cierta la explicación más delirante: que el gobierno pretendía mejorar la raza.

Como sea, Páez concedió préstamos a sus empresarios para llevar al país inmigrantes europeos. No es que sobrasen candidatos, la verdad. Pero coincidió que  la zona de Baden, región de Alemania ubicada entre el río Rin y las montañas de la Selva Negra, tenía problemas de productividad agrícola. Dentro de esta zona existía una región llamada Kaiserstuhl (en español “Silla del Emperador”), en la cual se hizo circular un folleto que comenzaba con las siguientes palabras:

"Cuando los nuevos Estados libres de América se encuentran en la necesidad de llamar colonos extranjeros para promover por medio de esta población y el cultivo de las tierras baldías el progreso de la civilización, en los viejos Estados europeos hay un exceso de población que los obliga a tratar de deshacerse de parte de ella ya que hacen peligrar la economía de los Gobiernos".

El folleto era algo así como los avisos para el sorteo de visas a EE. UU. Describía las bondades del clima, las cualidades de la tierra, su ubicación privilegiada y la abundancia de agua. Ofrecía a los emigrantes terreno listo para sembrar, casas nuevas, ganado y herramientas. Además recibirían dinero para los gastos de viaje y financiamiento para la subsistencia hasta que fueran capaces de mantenerse por sí mismos. Todos estos adelantos podrían pagarse en cinco años y sin intereses.

Tres años después de la aprobación de la ley venezolana de migraciones, 239 varones y 150 mujeres provenientes de la parte alta del río Rin se embarcaron rumbo a una nueva vida. Y ahí se quedaron. Solos. No hubo otros grupos como ellos, y nadie colonizó las tierras adyacentes. Durante casi un siglo, estuvieron comunicados con el mundo sólo por vía fluvial. Sólo en los años 30 se construyó una carretera. 

Hoy en día, los habitantes de la Colonia Tovar se dedican a la venta de frutas, la elaboración de cervezas y salchichas y la atención al turismo. La mayoría de ellos hablan español de frutero venezolano y alemán del siglo XIX. El alto índice de endogamia los ha convertido en una de las poblaciones con el mayor índice de síndrome de Down en el mundo. Y es un lugar agradable. La Colonia Tovar, siglo y medio después de su surgimiento, se ha convertido en una travesura de la política migratoria, un raro capricho, un ejemplo de los insospechados recovecos que brotan en el curso de la Historia.

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19 de julio de 2006
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EN EL SENDERO DE LA MEMORIA

La hora azul (Anagrama), de Alonso Cueto, no es una novela lograda. O mejor dicho es una novela que se escapa de su autor en un momento que su lector percibe muy bien sin renunciar a su lectura. Es un libro imperfecto. Decirlo no es denunciar un defecto. Existen seres humanos imperfectos; a veces, son amados y aman con amor correspondido. En el Perú que explora el autor, el Perú del miedo y del dolor de la guerra civil de Sendero Luminoso, el concepto de la perfección no inspiraba el comportamiento de la guerilla o del ejército en la zona de Ayacucho. Hoy, las zonas afortunadas de Lima, en su búsqueda del gozo perfecto de la buena vida, no quieren pensar en lo que pasó cuando la lucha entre Sendero Luminoso y el ejército se resumía en una pregunta: ¿quién es el verdugo de turno?

Un libro de la mala memoria tiene que ser un libro incómodo tanto para su lector como para sus personajes. En este caso hay por lo menos un personaje incómodo, un abogado que  empieza a caminar en el sendero de la memoria. Quiere saber quién era su padre, un oficial responsable de un cuartel cerca de Ayacucho, y lo que hizo en un combate cuya arma de destrucción íntima de los individuos era el terror. El padre era el verdugo, claro, y el libro lleva al narrador a conectarse con una de sus víctimas. Relación del amo y del esclavo; fascinación por el mal y el amor que esconde dentro del mal; cariño a pesar del dolor; culpabilidad y olvido: todos los temas que nutren una novela como La decisión de Sophie, de William Styron, o una película como Portero de noche, de Liliana Cavani, aparecen detrás de la frase “hay una mujer en Huanta”, que designa a la víctima sobreviviente y testiga.

La mujer no está en Huanta ni en cualquier otra parte de Perú. La mujer vive allá donde nadie quiere volver y donde tampoco puede sobrevivir: vive en el pasado. Visitar el pasado detrás del abogado supone, de una manera u otra, imponer al lector algo incómodo, desagradable. No se puede rozar un mundo tétrico con la sensación de la perfección estética. Cueto, que consiguió el Premio Herralde de Novela con este libro, me pareció sumamente irritante con su manera de optar a medio camino por una novela policiaca, y tambien me pareció inconstante con una última orientación psicológica de su relato. De verdad, me sentí incómodo al caminar en un sendero enredado, imposible, de pura destrucción y hasta autodestrucción para un personaje. Pero tengo que reconocer que de esto se trata cuando se habla de lo que fue Perú en una de sus peores épocas.

La novela The dancers upstairs, de Nicholas Shakespeare, traducida como Pasos de baile (Ediciones Destino) y que se transformó después en el guión de una película de John Malkovich que se presentó en el Festival de San Sebastián, era la cara urbana, tensa, de la misma historia, pero contada en el presente desde el poder judicial. Al seguir el cerco y la detención de Abimael Guzmán, la novela de Shakespeare buscaba una dimensión histórica de la que huye Cueto. Lo que quiere y consigue decir es muy sencillo: el terror es un trabajo sucio, miserable, del día a día, que constituye una inversión a largo plazo. Siempre mata, y a veces mucho después del golpe inicial.

Ahora bien: cuidado con lo que escribí. Cueto no es un escritor que produce novelas políticas, lo que sería un proyecto miserable. En una larguísima entrevista del 2003 (de Carlos Gabriel Luna Escudero  y María Elvira Luna Escudero-Alie) que encontré en una página del sitio de la Universidad Complutense de Madrid, el novelista cita una frase de Tolstoi “el destino de toda familia siempre va a ser un destino trágico”. La cita resume, creo, su visión del Perú en la época de Sendero Luminoso: una aceleración del destino necesariamente trágico de los seres humanos.

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18 de julio de 2006
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Altamira

Mi habitación en el hotel Altamira Suites de Caracas parece un palacio. Tiene una sala y un comedor. Tiene una cocina con horno microondas. Tiene balcón. Tiene una nevera con cuatro tipos de cerveza. Tiene hasta condones, porque un cuarto como este te pone en la obligación moral de acostarte con alguna chica. O con muchas: una por cada tipo de cerveza.   

Con el fin de ayudar al cliente a cumplir con esa obligación, el hotel tiene el mejor bar de la ciudad. Está en el piso 19 y tiene un jacuzzi en el centro. Además, cuenta con una de las mejores vistas de la ciudad. La terraza del hotel domina toda la capital, cuyo paisaje de edificios presidido por la monumental montaña El Ávila le da un aire neoyorquino tropical, al menos de noche.

Hoy es sábado, y el bar está lleno de chicas con aretes grandes y pantalones apretados, y chicos del barrio de Chacao. Los asistentes se disponen en parejas y grupos. Parece que soy el único solo. Finalmente, trabo conversación con un americano y su amigo venezolano que beben Manhattans apoyados en la barra. El americano se llama Barry, aunque según me explica, su nombre verdadero es más complicado y él, además, no es americano de nacimiento: es israelí naturalizado en Nueva Jersey. Es amable.

-Desde aquí, Venezuela se ve muy próspera ¿no? –le digo. 
-Espero que sí, yo vengo por negocios.
-¿En qué rama?
-Telecomunicaciones.
-¿Y qué tal la gente por acá? ¿Son muy corruptos?
-Lo normal.
-Bienvenido a América Latina.
-Bueno, no creas que los americanos son unos ángeles. Al contrario, son unas bestias. Y hay más dinero.
-Pero supongo que hay más maneras de controlarlo. Enron era muy corrupta, pero se descubrió.
-Sí y no. Simplemente, son un poquito, no mucho, apenas un poquito más listos. Si quieres comprar a alguien por un millón de dólares, lo contratas para una asesoría. Hace la asesoría, que se limita a compartir un almuerzo y pedirle a algún empleado que redacte un informe sobre algo sin importancia. Y le das su millón de dólares. Todo limpio. El problema aquí es que quieren el millón a cambio de nada.
-Ya.

Conversamos un rato más hasta que anuncio que me voy a dormir. Entonces, por primera vez, habla el venezolano. Se llama Miguel y es mucho más joven que Barry.

-¿Quieres que te lleve a tu casa?
-Estoy alojado aquí.
-¿Y no quieres que te acompañe?
-¿Cómo?
-Podemos tomar la última copa.
-No hace falta. Gracias.

Al pagar mi copa, me impacta la cifra de la cuenta: 14.000. Los dólares aquí se cambian a 2.000 bolívares, aunque en el mercado negro alcanzan los 2.300. Por eso, las cuentas dan miedo: un café cuesta 2.000. Un almuerzo alcanza los 45.000. Una llamada telefónica internacional: 7.900. Todo es mucho en Venezuela.   

Esta noche duermo solo, como todas las demás.

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18 de julio de 2006
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EL PROYECTO DE VIDA

Tengo a una amiga aterrorizada porque en su primera visita al psicoterapeuta la ha interrogado respecto a si posee o no un “proyecto de vida”. Nunca se le había pasado por la cabeza que el asunto fuera tan importante y especialmente central, según el terapeuta, para sentirse bien consigo. Ha preguntado después a un par de amigas y tampoco ellas contaban con un proyecto de vida. ¿Extraviadas todas? ¿Desdichadas? ¿Ligeras?

El llamado “proyecto de vida” ha sido una construcción conspicuamente masculina. El afán de ser alguien, lograr unas metas, edificarse un determinado porvenir, forman parte del serio armazón con que adentrarse en la vida, siendo hombre.

Las mujeres, por el contrario, se bastaron con el afán de ser felices. El proyecto de vida se reemplaza ventajosamente en la mujer con la proyección de vida materna y la felicidad, al contrario de su sentido entre hombres, se tiene por un bien central.

“Prométeme que serás feliz”, han dicho algunas madres a sus hijas. Los padres, por el contrario, ponen su máxima esperanza en que el vástago consiga ser alguien. La diferencia de propósito resulta, al cabo, tan radical que la categoría de felicidad ha sido asociada a las aspiraciones de la debilidad y la de ocupar un puesto notable a los objetivos de heroicidad o fuerza. El héroe no pretende la felicidad sino el honor. El héroe no se entretiene en pasarlo bien sino que se forja en liza con la dificultad. Encaminarse hacia la felicidad quedó para las soñadoras, las madres amantísimas o los místicos, secretamente afeminados y antagonistas de la acción viril.

Cualquier movimiento productivo fue siempre relacionado con los resultados más tangibles, el dinero, la hacienda, el estatus. ¿Es improductiva la persecución de la felicidad? ¿Tiende la felicidad a dejarnos saciados y finalmente pasivos?

La respuesta afirmativa a estas preguntas ha cruzado la cultura del sacrificio, la abnegación y la ética de la renuncia hasta el fin del capitalismo de producción. En buena parte, esta cultura no ha fomentado ser feliz, al hacer de la felicidad un sinónimo de placer y del placer una manifestación de condescendencia, despilfarro y pecado.

La felicidad, sin embargo, ha pasado a ser un asunto central de los últimos tiempos del capitalismo de consumo. Presente en los libros, los videos de autoayuda, las sesiones terapéuticas o las “píldoras de la felicidad” que forman la amplia congregación de psicofármacos, de los antidepresivos a los adelgazantes, desde los estimulantes hasta los rejuvenecedores. La cultura de consumo ha liquidado el pudor de ser feliz y su estrecha relación con el suspiro femenino.

Tanto la extensión de la influencia femenina traducida en estilo general del mundo como la proclamación de la felicidad en los altavoces del sistema de consumo, han sacudido la vieja ecuación que dividía a hombres y mujeres. Unos con la obligación de trazarse un proyecto para llegar a ser verdaderos hombres y ellas con la impulsión a ser madres para realizarse de verdad como mujeres. En el cruce cultural de ambos, el nuevo afán común consistiría menos en el diseño existencial de metas solemnes y a largo plazo, y más en la búsqueda de objetivos cercanos. O, en suma, en lugar de aspirar a una culminación gloriosa a la manera de la metafísica, la alternativa de una degustación viajera a la manera de la idea turística. La existencia, en efecto, siempre se contempló como un viaje. La novedad es que ahora no hay visión del más allá ni itinerario trazado hacia ninguna parte.

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18 de julio de 2006
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El regreso del E.T. original

Sería injusto de mi parte no completar las impresiones sobre el personaje de Superman que escribí días atrás, ahora que vi Superman Returns. Casi diría que el pobre Cristo me inspira ternura, después de haber sido pulverizado por Pirates of the Caribbean: Dead Man’s Chest, película a la que le bastaron tan sólo diez días para convertirse en la más vista del año. Después de todo Kal-El es un inmigrante, y mi corazón siempre está con aquellos que no tuvieron más remedio que abandonar su lugar natal en busca de mejores oportunidades. Ya sé que este inmigrante ha sido aceptado con enjundia por su país adoptivo, pero todos sabemos que en estos países grandes (que no es lo mismo que grandes países) un inmigrante sólo es tan bueno como su último éxito; pregúntenselo, si dudan, a los morochos de la selección francesa de fútbol.

Lo primero que me sorprendió fue que la película me gustase. Supongo que iba preparado para despreciarla, y el hecho de que el relato funcionase no hizo más que multiplicar sus méritos. Lo segundo que me sorprendió fue que la película me gustase a pesar de que todas mis prevenciones estaban justificadas. Me pasé todo el tiempo percibiendo sus incongruencias (¿cómo puede ser que nunca se le despeine el rulito de la frente, ni siquiera cuando acaba de volar a velocidades supersónicas?), sus anacronismos (¿Lois Lane termina un artículo y en vez de enviarlo por ordenador para que Perry White lo lea, le imprime una copia en papel?) y su defensa de los íconos que nunca terminaron de convencerme (¡ese traje que es casi un pijama, esos colores infantiles!) y aún así, me encontré diciéndome todo el tiempo: ¡me gusta!

Supongo que el mérito pertenece por completo al director Bryan Singer, que no había hecho nada que me convenciese, ni siquiera sus exitosas películas sobre los X-Men, desde la buena impresión que me produjo The Usual Suspects. La verdad es que no daba un peso por Superman Returns, en especial desde que entendí que Singer reverenciaba las viejas películas de Richard Donner protagonizadas por Christopher Reeve. (Superman Returns arranca con una secuencia de títulos calcada de aquellos films, utiliza sus diseños para recrear la Fortaleza de la Soledad y los cristales oriundos de Krypton y hasta hace suyos episodios como el artículo que Lois Lane, por aquel entonces interpretada por Margot Kidder, titulaba Pasé la noche con Superman).

Imagino que el truco funciona porque Singer narra con convicción, una pasión tan ingenua como su historia original. Más allá de algunos mínimos toques de puesta al día –como subrayar que Superman actúa globalmente-, Superman Returns está contada desde la fe ciega en el poder de sus componentes primigenios: el origen mítico, la personalidad secreta, la buena voluntad del american boy, el amor oculto por la chica más linda de la división –o de la redacción, que aquí es lo mismo. No hay relectura alguna, no hay ironía, no hay revisión de la función de un superhéroe en un mundo como en el de hoy. (Superman sigue siendo la versión magnificada del buen bombero, o del buen policía; la intervención política le está vedada). Es como si Singer hubiese concluido que la única forma de volver a contar esta historia era pretender que el tiempo no había pasado, que todavía estábamos en los años 70: si en aquel entonces, cuando Superman ya era un anacronismo sólo redimido por los efectos especiales, la cuestión funcionó, ¿por qué no intentarlo otra vez, ahora que los efectos especiales son tanto mejores?

Hay algo en la fotografía de Superman Returns, en la forma de iluminar cada encuadre, que fue fundamental para ganar mi voluntad. Al principio creí que se trataba de un manejo del color que me retrotraía al encanto de la historieta original. Pero sobre el final, en la escena en que Superman le habla a su hijito dormido, entendí que Singer (ya sé que es judío, pero igual) usaba la luz del mismo modo en que la usan las ilustraciones religiosas cristianas, nimbando a la figura central con un aura que comunica su condición trascendental. Lo cual no deja de ser adecuado, siendo en esencia una relectura pop de la historia de Cristo, parecido que Singer subraya todo el tiempo y que seguramente Bush habrá apreciado: Superman como el Buen Samaritano Intergaláctico.

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18 de julio de 2006
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ZIDANE

¿Qué leen los franceses en la red durante estos días de guerra en Oriente Próximo e impotencia de los miembros del G8? Lo reconozco sin vergüenza ninguna: los franceses no leen. Unos escuchan y miran una página norteamericana que les indica cómo resolver sus problemas sin trabajar; los otros se dedican únicamente a mirar una página inglesa. Ambas actividades son como mirar el ombligo de Francia y solo hay un ombligo: Zidane. Zidane y su cabezazo.

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17 de julio de 2006
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