Marcelo Figueras
Sería injusto de mi parte no completar las impresiones sobre el personaje de Superman que escribí días atrás, ahora que vi Superman Returns. Casi diría que el pobre Cristo me inspira ternura, después de haber sido pulverizado por Pirates of the Caribbean: Dead Man’s Chest, película a la que le bastaron tan sólo diez días para convertirse en la más vista del año. Después de todo Kal-El es un inmigrante, y mi corazón siempre está con aquellos que no tuvieron más remedio que abandonar su lugar natal en busca de mejores oportunidades. Ya sé que este inmigrante ha sido aceptado con enjundia por su país adoptivo, pero todos sabemos que en estos países grandes (que no es lo mismo que grandes países) un inmigrante sólo es tan bueno como su último éxito; pregúntenselo, si dudan, a los morochos de la selección francesa de fútbol.
Lo primero que me sorprendió fue que la película me gustase. Supongo que iba preparado para despreciarla, y el hecho de que el relato funcionase no hizo más que multiplicar sus méritos. Lo segundo que me sorprendió fue que la película me gustase a pesar de que todas mis prevenciones estaban justificadas. Me pasé todo el tiempo percibiendo sus incongruencias (¿cómo puede ser que nunca se le despeine el rulito de la frente, ni siquiera cuando acaba de volar a velocidades supersónicas?), sus anacronismos (¿Lois Lane termina un artículo y en vez de enviarlo por ordenador para que Perry White lo lea, le imprime una copia en papel?) y su defensa de los íconos que nunca terminaron de convencerme (¡ese traje que es casi un pijama, esos colores infantiles!) y aún así, me encontré diciéndome todo el tiempo: ¡me gusta!
Supongo que el mérito pertenece por completo al director Bryan Singer, que no había hecho nada que me convenciese, ni siquiera sus exitosas películas sobre los X-Men, desde la buena impresión que me produjo The Usual Suspects. La verdad es que no daba un peso por Superman Returns, en especial desde que entendí que Singer reverenciaba las viejas películas de Richard Donner protagonizadas por Christopher Reeve. (Superman Returns arranca con una secuencia de títulos calcada de aquellos films, utiliza sus diseños para recrear la Fortaleza de la Soledad y los cristales oriundos de Krypton y hasta hace suyos episodios como el artículo que Lois Lane, por aquel entonces interpretada por Margot Kidder, titulaba Pasé la noche con Superman).
Imagino que el truco funciona porque Singer narra con convicción, una pasión tan ingenua como su historia original. Más allá de algunos mínimos toques de puesta al día –como subrayar que Superman actúa globalmente-, Superman Returns está contada desde la fe ciega en el poder de sus componentes primigenios: el origen mítico, la personalidad secreta, la buena voluntad del american boy, el amor oculto por la chica más linda de la división –o de la redacción, que aquí es lo mismo. No hay relectura alguna, no hay ironía, no hay revisión de la función de un superhéroe en un mundo como en el de hoy. (Superman sigue siendo la versión magnificada del buen bombero, o del buen policía; la intervención política le está vedada). Es como si Singer hubiese concluido que la única forma de volver a contar esta historia era pretender que el tiempo no había pasado, que todavía estábamos en los años 70: si en aquel entonces, cuando Superman ya era un anacronismo sólo redimido por los efectos especiales, la cuestión funcionó, ¿por qué no intentarlo otra vez, ahora que los efectos especiales son tanto mejores?
Hay algo en la fotografía de Superman Returns, en la forma de iluminar cada encuadre, que fue fundamental para ganar mi voluntad. Al principio creí que se trataba de un manejo del color que me retrotraía al encanto de la historieta original. Pero sobre el final, en la escena en que Superman le habla a su hijito dormido, entendí que Singer (ya sé que es judío, pero igual) usaba la luz del mismo modo en que la usan las ilustraciones religiosas cristianas, nimbando a la figura central con un aura que comunica su condición trascendental. Lo cual no deja de ser adecuado, siendo en esencia una relectura pop de la historia de Cristo, parecido que Singer subraya todo el tiempo y que seguramente Bush habrá apreciado: Superman como el Buen Samaritano Intergaláctico.