Marcelo Figueras
Les juro que no me lo inventé. Un artículo publicado el lunes por el New York Times informaba que la emisora televisiva CBS decidió publicitar los programas de su nueva temporada en… la superficie de los huevos. Entre septiembre y octubre, 35 millones de huevos llegarán a los hogares de Estados Unidos con la publicidad de shows como The Amazing Race y CSI escrita en sus cáscaras. Sin poder creerlo del todo, los mismos redactores publicitarios de la CBS se refieren al proceso como egg-vertising.
Todo comenzó con una compañía llamada EggFusion, oriunda de Deerfield, Illinois. La tecnología para imprimir sobre la cáscara de los huevos fue desarrollada con la intención de asegurar a cada cliente que la mercadería que tiene entre manos es fresca: la fecha de expiración de cada huevo se graba durante el proceso de lavado, empleando un tiempo que va entre los 30 y los 70 milisegundos. Pero el verdadero genio debe ser aquel a quien se le ocurrió que la cáscara de un huevo era un espacio vacío, esperando a ser llenado con contenido a razón de seis, doce o veinticuatro veces por caja. Un genio que debe haber contado, por cierto, con la inestimable colaboración del caradura que salió a enfrentarse con las grandes compañías explicándoles que cada huevo era un pequeño cartel publicitario en potencia. Es verdad que los medios están tan saturados de publicidad que para cada empresa distinguirse de las otras se torna tarea imposible. Y en una cultura tan huevo-dependiente (¿o debería decir huevocéntrica?) como la de los Estados Unidos, tarde o temprano en el día uno acabará topándose con el mensajito en cuestión. Según dijo al Times George Schweitzer, presidente de marketing de CBS, lo mejor del concepto-huevo es su carácter intrusivo.
Pero claro, para algunos de nosotros ese será su rasgo peor. Ya bastante difícil resulta mirar en dirección alguna sin que el panorama resulte contaminado por alguna publicidad. Ahora ni siquiera podremos hacernos un maldito huevo frito sin recibir alguna sugerencia sobre tal o cual producto. Y cuando mi hija mayor dé el examen final en su universidad, al tirarle huevos no estaré tan sólo festejando, como era mi intención, sino vendiendo algo a la vez, ¡sin siquiera cobrar una comisión! Lo único bueno del asunto es que, al menos en lo que a mí respecta, esta nueva tecnología colaborará con los perfectos niveles de mi colesterol.
(Y conste que hasta el momento me he refrenado de hacer las bromas más fáciles, que sin duda aparecerán en los Estados Unidos entre septiembre y octubre, cuando los medios empiecen a decir que la programación de CBS es mala para el hígado, o que simplemente te rompe los huevos.)
Me he quedado colgado de esta noticia, en un mundo inundado por las imágenes de una guerra genocida, porque me pareció que hablaba del otro extremo de la experiencia humana: su costado más liviano, más tonto. Pero todavía no sé muy bien si confiar en que este otro costado nos salvará al fin de nuestra propia ceguera autodestructiva, o si simplemente subraya el hecho de que estamos fritos.