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Alemanes tropicales

Por 19 de julio de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Con su techo a dos aguas, su puerta de arco gótico y su campanario, la iglesia de este pueblo es un ejemplo de arquitectura bávara. Lo mismo ocurre con las torres de la entrada, típicamente alpinas, y con las pintorescas casitas que se alinean en las calles, como si fueran de juguete. Entre tanto espíritu germano, cuesta recordar que estamos a sesenta kilómetros de Caracas, casi en plena selva negra, rodeados de espeso follaje tropical.

Y es que, más allá del busto de Bolívar infaltable en cualquier plaza pública venezolana, pocas cosas de este pueblo recuerdan al hemisferio sur. La gente es rubia y alta, los niños hacen danzas con faldas rojas y chalequitos tiroleses y la Oktoberfest se celebra todos los años: bienvenidos a la Colonia Tovar, un rinconcito de Alemania en el corazón del trópico.

El origen de este lugar surrealista se halla en 1840, cuando el presidente venezolano José Antonio Páez decidió promover la importación de europeos. La versión oficial dice que fue para activar las tierras de cultivo, pero considerando que eso podría perfectamente haberse hecho con gente de países más cercanos, quizá haya que dar por cierta la explicación más delirante: que el gobierno pretendía mejorar la raza.

Como sea, Páez concedió préstamos a sus empresarios para llevar al país inmigrantes europeos. No es que sobrasen candidatos, la verdad. Pero coincidió que  la zona de Baden, región de Alemania ubicada entre el río Rin y las montañas de la Selva Negra, tenía problemas de productividad agrícola. Dentro de esta zona existía una región llamada Kaiserstuhl (en español “Silla del Emperador”), en la cual se hizo circular un folleto que comenzaba con las siguientes palabras:

"Cuando los nuevos Estados libres de América se encuentran en la necesidad de llamar colonos extranjeros para promover por medio de esta población y el cultivo de las tierras baldías el progreso de la civilización, en los viejos Estados europeos hay un exceso de población que los obliga a tratar de deshacerse de parte de ella ya que hacen peligrar la economía de los Gobiernos".

El folleto era algo así como los avisos para el sorteo de visas a EE. UU. Describía las bondades del clima, las cualidades de la tierra, su ubicación privilegiada y la abundancia de agua. Ofrecía a los emigrantes terreno listo para sembrar, casas nuevas, ganado y herramientas. Además recibirían dinero para los gastos de viaje y financiamiento para la subsistencia hasta que fueran capaces de mantenerse por sí mismos. Todos estos adelantos podrían pagarse en cinco años y sin intereses.

Tres años después de la aprobación de la ley venezolana de migraciones, 239 varones y 150 mujeres provenientes de la parte alta del río Rin se embarcaron rumbo a una nueva vida. Y ahí se quedaron. Solos. No hubo otros grupos como ellos, y nadie colonizó las tierras adyacentes. Durante casi un siglo, estuvieron comunicados con el mundo sólo por vía fluvial. Sólo en los años 30 se construyó una carretera. 

Hoy en día, los habitantes de la Colonia Tovar se dedican a la venta de frutas, la elaboración de cervezas y salchichas y la atención al turismo. La mayoría de ellos hablan español de frutero venezolano y alemán del siglo XIX. El alto índice de endogamia los ha convertido en una de las poblaciones con el mayor índice de síndrome de Down en el mundo. Y es un lugar agradable. La Colonia Tovar, siglo y medio después de su surgimiento, se ha convertido en una travesura de la política migratoria, un raro capricho, un ejemplo de los insospechados recovecos que brotan en el curso de la Historia.

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