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Altamira

Por 18 de julio de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Mi habitación en el hotel Altamira Suites de Caracas parece un palacio. Tiene una sala y un comedor. Tiene una cocina con horno microondas. Tiene balcón. Tiene una nevera con cuatro tipos de cerveza. Tiene hasta condones, porque un cuarto como este te pone en la obligación moral de acostarte con alguna chica. O con muchas: una por cada tipo de cerveza.   

Con el fin de ayudar al cliente a cumplir con esa obligación, el hotel tiene el mejor bar de la ciudad. Está en el piso 19 y tiene un jacuzzi en el centro. Además, cuenta con una de las mejores vistas de la ciudad. La terraza del hotel domina toda la capital, cuyo paisaje de edificios presidido por la monumental montaña El Ávila le da un aire neoyorquino tropical, al menos de noche.

Hoy es sábado, y el bar está lleno de chicas con aretes grandes y pantalones apretados, y chicos del barrio de Chacao. Los asistentes se disponen en parejas y grupos. Parece que soy el único solo. Finalmente, trabo conversación con un americano y su amigo venezolano que beben Manhattans apoyados en la barra. El americano se llama Barry, aunque según me explica, su nombre verdadero es más complicado y él, además, no es americano de nacimiento: es israelí naturalizado en Nueva Jersey. Es amable.

-Desde aquí, Venezuela se ve muy próspera ¿no? –le digo. 
-Espero que sí, yo vengo por negocios.
-¿En qué rama?
-Telecomunicaciones.
-¿Y qué tal la gente por acá? ¿Son muy corruptos?
-Lo normal.
-Bienvenido a América Latina.
-Bueno, no creas que los americanos son unos ángeles. Al contrario, son unas bestias. Y hay más dinero.
-Pero supongo que hay más maneras de controlarlo. Enron era muy corrupta, pero se descubrió.
-Sí y no. Simplemente, son un poquito, no mucho, apenas un poquito más listos. Si quieres comprar a alguien por un millón de dólares, lo contratas para una asesoría. Hace la asesoría, que se limita a compartir un almuerzo y pedirle a algún empleado que redacte un informe sobre algo sin importancia. Y le das su millón de dólares. Todo limpio. El problema aquí es que quieren el millón a cambio de nada.
-Ya.

Conversamos un rato más hasta que anuncio que me voy a dormir. Entonces, por primera vez, habla el venezolano. Se llama Miguel y es mucho más joven que Barry.

-¿Quieres que te lleve a tu casa?
-Estoy alojado aquí.
-¿Y no quieres que te acompañe?
-¿Cómo?
-Podemos tomar la última copa.
-No hace falta. Gracias.

Al pagar mi copa, me impacta la cifra de la cuenta: 14.000. Los dólares aquí se cambian a 2.000 bolívares, aunque en el mercado negro alcanzan los 2.300. Por eso, las cuentas dan miedo: un café cuesta 2.000. Un almuerzo alcanza los 45.000. Una llamada telefónica internacional: 7.900. Todo es mucho en Venezuela.   

Esta noche duermo solo, como todas las demás.

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