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Criaturas de costumbres (volubles)

Suele decirse que somos criaturas de costumbres. Creo que lo más apropiado sería decir que somos criaturas a las que cambiar de costumbres no les cuesta nada. Ayer mi hija más pequeña me mostró una foto vieja, que me retrataba delante de mi primer ordenador. Pensé: qué antigualla (me refiero al ordenador, ya que por entonces yo era bastante menos antigualla que hoy), y de inmediato recordé la máquina de escribir Remington Rand de mi abuelo, con la que tipeé mi primera novela, El muchacho peronista. En aquella época me levantaba casi de madrugada, robándole tiempo al sueño antes de que se hiciese la hora de ir a mi trabajo formal, y escribía a mano para no despertar a la familia con el rat-tat-tat de la Remington que sonaba a ametralladora dentro del apartamento; recién más tarde, cuando mi familia se levantaba, me animaba a pasar en limpio lo escrito en la vieja máquina que aun conservo como una posesión preciada. Hoy escribo sobre una iMac, cuya pantalla se parece más al widescreen de las salas de cine que a aquellos monitorotes de los ordenadores originales. Y a pesar de tantos cambios, no recuerdo haber sufrido trauma alguno al saltar de un medio a otro. Para tratarse de una criatura de costumbres, mis costumbres son bastante volubles.

Hubo una época en mi vida en que sólo usaba transportes públicos, seguida de otra más venturosa en la que sólo utilizaba transportes públicos selectos: vivía a bordo de un taxi. Me compré un automóvil tardíamente, y ahora las extrañas ocasiones que me obligan a subir a un subte me parecen exóticas y llenas de aventura. La frase somos criaturas de costumbres resulta bien corregida por otra del refranero popular: uno se acostumbra a todo, donde se sugiere que aunque nos inclinamos a formar hábitos, no tenemos problema alguno en modificar esos hábitos millones de veces.

En estos días estoy tratando de acostumbrarme a un nuevo cambio de costumbres. Aquí en Buenos Aires (en la Capital, para ser preciso) ha entrado en vigencia la ley que prohibe fumar dentro de espacios públicos. Yo no soy un gran fumador, de hecho soy el único fumador verdaderamente social que conozco: fumo cuando me reúno con gente, o cuando como afuera, pero nunca en mi casa (a no ser que estemos en una reunión o una comida, obvio) y menos aun cuando escribo. (Eso sí, las filmaciones son maratones de tabaquismo: uno recurre a lo que tiene a mano para distraerse en los tiempos muertos.) Esto significa que puedo sentarme en un restaurant o en un café sin sufrir por la prohibición. Pero reunirme a comer como acostumbro con el director de cine Marcelo Piñeyro, que sí es un fumador inveterado, se está convirtiendo en una producción compleja. Antes íbamos al restaurant que nos quedaba más cerca, ahora Piñeyro se toma el trabajo de investigar qué locales conservan una porción de superficie donde encerrar a los viciosos, y allí vamos. Este mediodía, por ejemplo, ignoro dónde iremos a parar, pero estoy seguro de que Piñeyro ya sabe dónde podremos refugiarnos.

El viernes pasado fui a cenar con mi familia a un restaurant que da al Río de la Plata, y entonces descubrí que basta con cruzar la frontera imaginaria entre la Capital y el Gran Buenos Aires (que está a tan sólo tres cuadras de mi casa), para que la prohibición de fumar en espacios cerrados se evapore. La legislación no cuenta del otro lado. No me extrañaría, pues, descubrir que restaurantes y bares del Gran Buenos Aires gozan hoy de un éxito impensado, por el simple hecho de acoger a los fumadores reconvertidos en parias. En lo que a mí respecta, comprendo y respeto el derecho de los no fumadores a protegerse del humo ajeno, pero no puedo evitar sentir que muchos lo esgrimen con la saña del que señala, condena y expulsa a un réprobo. Quiero decir que existe mucha gente a la que le da placer censurar a otro en público, señalar sus presuntas faltas, y que esta prohibición les da carta blanca para fruncir la jeta en una expresión horrible, alzar el dedo índice delante de nuestras narices y gritar: “¡Aquí no se fuma, fuera, fuera!”.

Lo que más me preocupa, en todo caso, es la proliferación de controles de alcoholemia que hay en las calles. A mí me gusta beber buen vino cuando como, que quieren que les diga. Y como basta una copa para ponernos en la zona roja del control, me he visto compelido a modificar mis costumbres (una vez más). El viernes pasado, al regresar a Capital, le cedí el volante a mi mujer. Menos mal que a ella no le gusta el vino tanto como a mí, porque en ese caso me vería obligado a cambiar (por enésima vez) de costumbres, beneficiando al servicio de taxis -o buscándome una mujer abstemia.

Cuán mansos somos, y por todos los motivos equivocados.

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25 de octubre de 2006
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LEER NOS DIFERENCIA

¿Verdad que parece el eslogan de una campaña oficial para impulsar la lectura? De cualquiera de esas campañas cargadas de buenas intenciones y de roñosos resultados. Pues, aunque no lo parezca, lo es. Ciertamente nos diferenciamos por lo que leemos. Si bien creo que la diferencia fundamental la marca lo que no leemos.

Yo, perdón por señalarme, más pronto que tarde me di cuenta de que nunca llegaría a nada. Sería un otoño en Alcalá hacia 1962. ¿Qué se podía esperar de un adolescente que prefería pasarse las horas en la biblioteca municipal leyendo desordenadamente a Tin-Tin, Stevenson, Scott, Tolstoi o Alejandro Dumas que estudiar Física? Las lecturas eran divertidas, no tanto como las chicas. Pero en una lista de asuntos de placer estaba muy bien colocada la lectura. Eso no era lo más normal. Aunque sin duda antes que la lectura estaba el cine. Han pasado los años y creo que ya no está el cine antes que las lecturas para medir nuestros momentos placenteros. Pero entonces, entrar en aquella biblioteca municipal, tan tranquila y acogedora, tan llena de posibilidades, era como una sensación de poder sumergirnos en placeres. No los mismos tan mágicos, inmediatos, oscuros y suavemente pecaminosos que proporcionaba el cine, pero no estaba tan lejos la lectura del cine. Sobre todo cuando nos fuimos dedicando a leer ciertas cosas que no eran aconsejables. Entonces las lecturas ganaron grados de placer, se convirtieron en placeres prohibidos. Había otros placeres, pero no mejores que los prohibidos. Y  si además en las tardes de biblioteca teníamos la suerte de que la hija del bibliotecario -la recuerdo perfectamente como una silenciosa adolescente, blanca de piel, de pelo castaño y buena lectora – que era tímida pero con fugaces miradas, se ponía en la mesa de enfrente, la tarde se rebajaba de lecturas pero se llenaba de miradas y ensoñaciones.

¿Leer me hizo diferente? Es posible. Uno es lo que lee, eso decía, en la presentación del Plan de Fomento a la Lectura de la Comunidad de Madrid, la propia presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre. ¿Qué habrá leído la presidenta, que es más o menos de mi generación, para que yo la vea tan diferente a mí? ¿Qué lecturas nos hacen diferentes? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Quién nos lleva por el camino de encontrarnos leyendo a Beckett o Camus en vez de a Martín Vigil o Alfonso Paso?

La campaña, presentada con mucha formalidad, se presenta como la mayor inversión para propiciar la lectura que nunca haya realizado una comunidad. Las cifras son altísimas en millones de euros. Se comprarán ocho millones de libros para ampliar y mejorar los fondos de bibliotecas. Se creará una red de 700 bibliotecas escolares. Se construirán nuevas bibliotecas de distrito. Se prestarán libros en el metro. Se ha contado con los gremios. Con los libreros, los editores, los bibliotecarios y con algunas fundaciones. Todo parece magnífico. Me marea un poco pensar en la inversión de 500 millones en doce años en el fomento de la lectura. ¿Y si pierden estos políticos las elecciones? Una propuesta cultural como ésta la continuará quien venga. No sé, todo muy bonito. Yo salgo razonablemente satisfecho pero con muchas dudas… ¿Qué libros se comprarán? ¿Quiénes los comprarán? ¿Cómo se distribuirán?... Porque si aceptamos que leer nos hace diferentes ¿cuál será la diferencia entre un libro de Pío Moa y otro de Santos Juliá para el gobierno que impulsa esta campaña? Me gustaría saberlo. Sobre todo porque quiero aplaudir impulsos lectores. Aunque vengan de un lugar tan raro como es el poder. Ya sé que somos muy liberales, sí, pero unos más que otros.

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25 de octubre de 2006
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Por qué le quiero tanto

La publicación de una nueva antología de George Orwell (Matar a un elefante y otros escritos, Turner/Fondo de Cultura), con un sagaz prólogo de Arcadi Espada, nos proporciona la ocasión de declararle nuestro amor. Amamos a Orwell porque es:

A. Un hombre honrado. Y eso quiere decir que uno puede fiarse de él. O lo que es igual: a la hora de ejercer un juicio no distingue entre poderosos y débiles. No se inclina ante el poderoso o ataca en exclusiva al enemigo de “los nuestros”, pero tampoco es zalamero con el débil. Por esta razón fue implacablemente perseguido por los comunistas, una ideología que fundó su poder en mentir   constantemente a los más débiles. Todavía hoy, buena parte de la izquierda paleolítica no lo soporta.

B. Un adulto. Todo lo que escribe da por supuesto que lo va a leer gente normal, preparada, razonablemente informada y autónoma. No hace concesiones paternalistas a la ignorancia, ni tampoco a los acuerdos mafiosos entre masas gregarias. Da por supuesto un alto grado de individualidad en su lector, el cual puede ser conservador, liberal, socialista o comunista, y sin embargo mantener un criterio propio e independiente del partido. En consecuencia, no aburre al lector con la exposición de grandes principios. Va directo al final. Es sobrio.

C. Un escritor que no desea tener “personalidad”. La importancia de lo que nos cuenta está fuera de su persona; está en la vida exterior y no en lo íntimo de su carácter. No quiere ser original, no desea distraer al lector con exhibiciones circenses de bella escritura. No se presenta como un virtuoso con boina de terciopelo rojo. No trata de vender la belleza de su alma. Sus artículos no son gabardinas abiertas que muestran el tamaño de su moralidad. Le importa un bledo lo que el lector piense sobre él. Su intención es que el lector se concentre sobre lo que está escribiendo. Sobre lo que viene al caso.

D. Un buen observador. Siente una profunda curiosidad por las personas que le rodean. No sólo le interesa saber cómo son, sino sobre todo por qué hacen lo que hacen, y cuáles son sus deseos, a veces tan difíciles de expresar. Esa curiosidad va dirigida al personaje singular, al caso individual, a las gentes de una en una. Sólo tras haber observado muchos casos aislados y singulares, puede proponer una generalización. En este punto se comporta al contrario de los actuales periodistas, los cuales primero clasifican al personaje por su generalidad más obvia (“es del PP”, “es conservador”, “es facha”, “es socialista”, “es neocon”, etc.) y sólo luego, si queda espacio, lo singularizan.

E. Una persona respetuosa. Cuando manifiesta sus desacuerdos, lo hace siempre de un modo razonado y buscando la comprensión del adversario. Si no basta con un intento, lo repetirá sin fatiga ni impaciencia. A menos de que constate que su adversario es un ideólogo malintencionado que antepone sus creencias (y seguramente su cartera) a la objetividad. Entonces no duda en usar palabras educadas como “idiota”, “sandio” o “majadero” para despachar al intruso. En el espacio de la discusión no caben los maleantes intelectuales. Curiosamente, los actuales periodistas nunca recurren a palabras como “idiota” etcétera, pero tampoco hacen el menor caso de la argumentación. No le tienen ningún respeto. Respetar el argumento supone, también, poner al adversario en su sitio cuando carece de respuestas. Sacarle los colores.

F. Un ciudadano recto. O lo que viene a ser lo mismo: sabe que entre dos posiciones antagónicas, antitéticas e incompatibles, sólo una de ellas es verdadera. En eso recuerda lo que tantas veces ha repetido Fernando Savater: no es cierto que en democracia deban aceptarse todas las ideas. Sólo hay que admitir las buenas. Aunque pertenezca a la más profunda fe religiosa, la creencia de que hay que humillar y pegar a las mujeres no puede ni siquiera discutirse. Orwell, sin duda, sacrificaba lo que hubiera que sacrificar con tal de dejar bien claro cuál era la postura buena y cuál era la mala. Y lo remarcaba y lo repetía para que no cupiera ninguna duda.

Eso le valió la enemistad absoluta de casi toda la intelectualidad europea el día en que puso a Hitler junto a Stalin como dos modos de lo mismo, y el día en que denunció los asesinatos cometidos por los comunistas catalanes durante la guerra civil. Todavía hoy un libro con el título de Homenaje a Cataluña no ha recibido el más mínimo homenaje por parte de la partitocracia catalana.

Sólo el Ayuntamiento, hace muchos años, le dedicó una plaza, pero es que no lo habían leído. Cuando alguno de ellos lo leyó se quedó horrorizado. Entonces le dieron una calle a Sabino Arana.

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25 de octubre de 2006
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EN EL BLANCO DEL BLOG

¿Adónde apunta el bloguero? Como persona que tiene la doble desgracia de escribir un blog y de teorizar sobre el ciberespacio, siempre he creído que solo existe una respuesta a esta pregunta: el blog no apunta a ningún blanco, es meramente una forma moderna y electrónica de organizar fragmentos. No estimula la construcción de una teoría coherente o la recopilación completa sobre un tema. En otras palabras: el blog es una nueva forma de escritura que no se puede comparar con el artículo del periódico o con el texto del libro.

Es la manera en que miraba en Valencia la semana pasada en el auditorio del «oceanografic», el trabajo de la pequeña tribu de blogueros sentados en un rincón: hacían la cobertura en directo del Primer Congreso Internacional de Nuevo Periodismo. Yo participaba como ponente en el evento, que tenía algo de surrealista pues un acuario gigantesco, que incluía a un par de pequeños tiburones, se encontraba detrás del escenario. El nuevo periodismo se parecía a un pez tropical.

Ahora bien, leí, a veces en tiempo real, casi todos los blogs escritos en el lugar, poblado por muchos estudiantes de periodismo. No eran malos ni tampoco buenos, eran, tal como lo esperaba, unos fragmentos de lo que se decía. Una aceleración de la cobertura para rozar la simultaneidad. Como participante, podía notar el peligro del proceso. Más o menos, cada uno de nosotros tenía veinte minutos para hablar. Después, unas preguntas permitían decir algo más en respuestas apresuradas. Al final, no había tantos errores en los blogs, pero los había. En mi caso, expliqué que la prensa vive la muerte del modelo «Top-down»; es decir, del modelo donde el editor decide desde arriba lo que la audiencia, abajo, tiene que recibir. Expliqué que en lugar de aquella oferta, es ahora la audiencia la que rige el juego al coger en línea lo que le interesa (la forma moderna de la demanda es coger por sí mismo). En unos casos, esto se transformó en una opción última: solo existe demanda de la audiencia para los contenidos producidos por la audiencia. Pero, al final, no hubo tantos errores.

No voy a decir quiénes fueron los buenos o los malos de la película digital pero, después de leer también los artículos de la prensa, voy a admitir quién ganó: el cable (en ciertos países se dice «despacho») de la agencia de prensa. Es donde, más o menos, se acercaban mejor a lo que he dicho. Puedo citar los cables de manera global, tanto de Europa Press como de EFE o de Panorama. Quedó demostrado para mí, que empecé a trabajar como periodista en una agencia de prensa, que lo contrario del blog es el cable de agencia, con su voluntad de recoger todo en un texto escrito según la técnica de la pirámide invertida (lo mas importante en el primer párrafo, y cada elemento menos importante ubicado de manera gradual en cada párrafo siguiente). Creo que en un mundo donde cualquier éxito es una oportunidad para lo contrario, hay un gran futuro para la síntesis como forma periodística. En este sentido, al contrario de lo que acabo de decir, voy a reconocer quién fue para mí el ganador: el cable de un portal que desconozco, que publicó en idioma valenciano una excelente síntesis: «Réquiem por el Ciudadano Kane». PS: para los que lean el inglés hay un reportaje fenomenal en The Guardian sobre talleres de literatura que reciben policías de la ciudad mexicana de Nezahualcoyotl. Se trata, a través de la lectura y de la escritura, de mejorar el nivel de las fuerzas de seguridad. El texto alude a la traducción en código radio del primer capítulo del Quijote: “En un 22 [lugar] de La Mancha de cuyo 62 [nombre] no quiero acordarme”.

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24 de octubre de 2006
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COMPRANDO LIBROS

Sigo en la librería pero antes he dado una vuelta por la red. No diré que he comido botillo, pero he tenido tentaciones. Sí que escuché el disco de Sabina, es más, me puse dos veces la canción de García Montero. Después me acordé de mi admirado Benet, de su capacidad para gozar sin dejar de beber. ¡Qué admirable, ni Ángel González es capaz de imitar tanta dedicación a esas aguas escocesas! De Benet eran notables hasta las frivolidades. Sabio Don Juan capaz de enamorar a poetas, casadas, pelirrojas o hermosas con sabor a manzana. También ahogó pueblos y escribió libros. Una vida breve que dio mucho juego. Repitió algunas cosas. Y repitió en asuntos de amistad. La amistad, ya se sabe, es como la morcilla, como la historia de España, se repite. No está mal que se repita pero sin sangre. No soy obediente ni con los inteligentes. Me gusta equivocarme solo. No quiero llegar a ningunas alturas. Prefiero seguir paseando con hermosas y bebiendo crianzas de camino a los reservas. Y no me importa repetirme. Ni me pienso suicidar porque los jueves se me repitan. Me gusta volver por lugares, paisajes y paisanajes que conozco. En este blog tan reciente en mi vida, creo, porque no me leo, que apenas había frecuentado a algunos amigos que hacen poemas y que cantan. Si además publican un libro importante, para mí y para Corín Tellado, diga lo que quiera Agamenón o su porquero, pues no pienso callarme mientras me dejen seguir haciéndolo. Y conste que me gusta mucho encontrarme rodeado de gente tan lista, tan culta y tan preocupada por mejorar mis desvíos de lo profundo, de lo elevado… pero eso no me quitará el placer de las músicas  de los bajos fondos según Sabina. Ni de descansar o inquietarme con las habitaciones poéticas de García Montero. Y termino con mis amigos. Aunque prometo que volveré con ellos. Y también dos huevos duros.

Vuelvo al principio. Sigo en la misma librería. He terminado mi compra. A punto de salir de la librería entra un cliente. No es muy alto, tiene curva cervecera o de comer botillos, lleva un traje bueno y un tanto descuidado. Es más o menos rubio aunque ya las entradas se señalan seriamente en un estilo que podría ser el de Tin-Tin si hubiera cumplido cincuenta años. Cuando entra pregunta muy decidido por el libro de Bioy Casares sobre Borges, le dicen que todavía no lo han recibido. Se lamenta en voz alta con los libreros. Y se pone a buscar por los estantes. Me interesa saber qué comprará ese cliente. Se llama Miquel Barceló. Una reproducción de uno de sus cuadros con librería cubre una pared de un querido refugio mío. Un  pintor que admiro. Seguro que es un buen lector. Además me gustó su libro de pensamientos y notas sobre el arte, África y otros pensamientos despeinados.

En diez minutos, sin muchas dudas, compró algunos libros que me confirmaron estar ante un tipo tan brillante y singular como parece el pintor. Ya sabíamos que estaba ilustrando el próximo libro de ese “disidente de los disidentes”, del poeta y ensayista polaco Adam Zagajewski. No nos pareció raro que el primer libro que comprara era el recién publicado ensayo, Dos ciudades. Después compró un libro de poemas, de un excelente poeta que mucho tiempo estuvo tapado por el gran narrador que también fue. Hablo del último libro de poemas de Raymond Carver publicado en español, Todos nosotros. Después siguió con un delicioso libro, un libro que indica que debe vivir con su familia y otros animales, Interpretar a los animales, de Temple Grandin y Catherine Jonson y que tanto gustó a Oliver Sacks y a mi amiga y famosa escritora blogera, Almudena Montero. ¡No se me corrige esa fea manía de hablar de mis amigos!

Y para terminar con las compras de Barceló, también se llevó a uno de esos autores que hacen que nuestras noches o nuestros días lluviosos transcurran de manera más interesante, la última entrega del ya clásico Henning Mankell, El cerebro de Kennedy.

No le podré comprar un cuadro, pero le puedo imitar en las lecturas. Le seguiré espiando.

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24 de octubre de 2006
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Sobre la paternidad de la obra artística

Un artículo de Terrence Rafferty en el New York Times me informó sobre la pelea entre dos artistas a los que admiro, y a los que conocí como socios: el director de cine Alejandro González Iñárritu y el guionista Guillermo Arriaga, responsables del tríptico compuesto por Amores perros, 21 gramos y la actual Babel. Según parece, su desacuerdo llegó a tales proporciones que Iñárritu le prohibió a Arriaga que asistiese a la premiere de Babel en el Festival de Cannes, lo cual equivale a que el padre de una criatura le prohiba a la madre que asista a la comunión del niño. Puesto a buscar razones que justifiquen semejante decisión, Rafferty anota que desde el éxito de Amores perros Arriaga se convirtió en “un promotor muy vocal y particularmente insistente” de la importancia de los guionistas –como si esto tornase razonable el veto de Iñárritu, cuando en realidad se trata de un reclamo que, como parte interesada del asunto, considero justo y necesario. “La gente va a ver películas por las historias, y recuerda películas por sus historias”, dice Rafferty que Arriaga ha dicho. En realidad se trata de una exageración, puesto que mucha gente va al cine a ver actores que le gustan, o detrás de géneros predilectos. Pero en lo que Arriaga no se equivoca es en su reivindicación de la importancia del guionista, en las  películas en general y particularmente en aquellas con pretensiones artísticas. “Cuando oigo hablar de cine de autor, yo digo siempre cine de autores,” dice Rafferty que Arriaga dijo: “El cine es un proceso colaborativo y merece varios autores. Sería saludable que existiese un debate al respecto”. No puedo estar más de acuerdo. A esta altura de la historia, la vieja teoría de que un film es hijo tan sólo de su director resulta tan absurda como pretender que una criatura es producto tan sólo de un único progenitor, cuando se necesitan dos personas para procrearla y bastantes más para criarla como se debe.

Rafferty sugiere que este tipo de disputas no le interesan a nadie, dado que a la gente le da igual quién hizo qué cosa en una película. Si bien esto es cierto, también lo es que la percepción pública acepta que el autor de un film es básicamente su director, lo cual supone para el mismo un cachet muy superior al del guionista y mayor crédito artístico. De todos modos estas reivindicaciones gremiales no ocultan el fondo de la cuestión, que tiene que ver con la elusiva paternidad de una obra de arte de naturaleza inequívocamente colectiva. Según parece, Iñárritu se habría ofuscado porque Arriaga reclamó repetidas veces su autoría sobre “el 95 por ciento de la estructura de 21 gramos” y también “el 99 por ciento, o casi, de la estructura de Amores perros”. A mí me llama la atención, en todo caso, que Iñárritu pueda haber entendido que eso equivalía, ¡aun en caso de ser cierto!, a reclamar autoría sobre la totalidad de la película. Yo creo que tanto Amores perros como 21 gramos son mucho más que su estructura, por brillante que esta sea; y además tiendo a creer que incluso en cuestión de su estructura, no sólo Iñárritu debe haber tenido algo que ver, sino también su editor –otro de los autores de un film.

Yo imagino que Iñárritu es tan autor de estas películas como Arriaga, lo cual supone su viceversa: que Arriaga es tan autor de estas películas como Iñárritu, y que los films tampoco serían lo que son si no hubiesen contado con semejantes actores, con su director de fotografía, con sus músicos, con su editor. En lo que sí coincido con Rafferty es en la paradoja del desacuerdo entre estos dos grandes artistas. Sus obras en conjunto hablan precisamente sobre la interdependencia, sobre la forma en que las vidas y los destinos individuales se entretejen, creando una noción de responsabilidad mutua y colectiva que habitualmente se nos escapa. “Hay mucho caos y violencia en sus películas,” dice Rafferty, “que son consecuencia de la agresión irracional, la estupidez, las frustraciones poco comprendidas y la persecución de metas egoístas. Y aun así, las brutalidades que los personajes se infligen entre sí en su aislamiento terminan dando lugar, de alguna manera, a una visión unificada, reconciliadora, que sugiere que todos-estamos-juntos-en-el-mismo-brete. Suena como hacer películas, para mí”.

Lo mismo digo. Estoy seguro de que a Arriaga le costaría encontrar un director que sea mejor que Iñárritu, así como me consta que a Iñárritu le costaría horrores encontrar un guionista con la visión y el talento de Arriaga. A menudo los grandes artistas producen sus mejores trabajos en colisión con otros artistas, porque se impulsan a superarse de una forma que nunca hacen cuando trabajan solos: se sacan chispas, se desafían y terminan produciendo una obra conjunta que es superior a sus obras individuales. Rafferty cierra su artículo citando Let It Be, una canción de Lennon-McCartney, como una forma de rematar el argumento. Lo que también resulta paradójico es que aunque esté firmada a dúo Let It Be es una creación de McCartney por entero. Pero de todas formas, lo que sabemos sobre las canciones que efectivamente Lennon y McCartney crearon en conjunto, o para impresionar al otro, y la comparación con el grueso de sus obras solistas, apuntala con creces el razonamiento de Rafferty. Hoy ya no podemos contar con que existan más obras Lennon-McCartney, pero al menos podemos esperar que existan más películas Iñárritu-Arriaga.

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24 de octubre de 2006
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ESPAÑA ES DIFERENTE

Cada vez me parece más sólida la idea de promover la producción española en el carácter de este territorio, solar o plataforma donde, por unas y otras cuestiones, ha cristalizado la mejor reserva espiritual de Occidente. Esta reserva espiritual que precisamente no tiene que ver con los valores de Dios y de la patria, ni del Cid Campeador ni de Menéndez Pelayo representa sin embargo el patrimonio de valor superior.

Resulta inútil y casi grotesco pretender un próspero porvenir para estas tierras aumentando las inversiones en I+D+i o esperando resultados de nuestra capacidad científica o tecnológica. Ese cuento ha terminado hace tiempo de embobar incluso a los niños.

Probablemente el asunto quedó liquidado desde que José Echegaray pronunciara su discurso de ingreso en la Academia, ya a comienzos del siglo XX y refiriéndose a nuestra realidad de dos siglos antes. Mientras la Ilustración francesa o la Aufklärung desarrollaban el pensamiento, aquí, en este recinto peninsular, se continuaba blasonando en términos nobiliarios y guerreros. Y también, más tarde, casticistas.

El casticismo puro fue nuestro atraso o nuestro arrobamiento romántico. Pero hoy el casticismo reciclado en patrimonio artístico, cultural, gastronómico, humano, tiende a convertirse en la fuente central de riqueza, atracción y desarrollo. A un país como España que fue incapaz de crear una burguesía industrial e inhábil para fundar alguna suerte de teoría contemporánea, no puede demandársele que se comporte de la misma manera que los demás países europeos. El “España es diferente” fue una coartada nacionalista o fraguista válida para el turismo. Todo ello pareció entonces una patraña infame porque nuestra liberación era Europa. Ahora Europa no se libera de sí misma y pesa más que hace volar. Hoy los historiadores coinciden en la verdad de la diferencialidad española. Ningún proceso nacional europeo se parece al español que, como se constata diariamente, sigue sin haber cuajado, ni mucho menos.

Pero también el “Spain is different” valdría para referirse a otras diversidades activas y que son un signo elocuente de otras peculiaridades nacionales de gran valor. Me refiero a la facilidad de los españoles para aceptar esto y lo otro, tolerar al emigrante, aceptar leyes subvertidoras de lo establecido, cambiar la tradición por la aventura, la conservación por la transgresión, la religión por las drogas, el respeto a la autoridad por la temeridad. Todo ello en tiempos récord.

La leyenda de derechas, la mala fama conferida por los análisis de izquierdas y el artefacto de intereses proveniente del mundo exterior, han venido a diagnosticar a España como tierra de la Inquisición y el granito de El Escorial. Sin embargo, no hace falta sino ver con qué facilidad, tolerancia o indiferencia se aprueban leyes o cómo es la discoteca Revival de Torrevieja para inducir que el estilo de la inquisición no ha penetrado en la mayoría de las mentalidades, de hoy y de ayer. Más bien al contrario. La Inquisición que trataba al islam de secta y al judaísmo de herejía hacía ver la estrecha relación y filtreos entre todos ellos. No sólo en cuanto religiones de un Libro sino en cuanto piezas de una realidad peninsular que se definía por las trenzas, las mallas y los mestizajes. Si el catolicismo en España tomó su deriva política y se fundió en los Reyes Católicos, la España de María Santísima, el pueblo escogido, fue precisamente debido, como explicó Américo Castro, a que en los ochos siglos de la Reconquista los cristianos adoptaron los planteamientos teocráticos de sus perdurables, conspicuos y admirados enemigos.

Se fue católico a la manera fanática de los islamistas radicales pero en tanto la religión afloja institucionalmente la sociedad se filtra de laicismo y la tolerancia flota. De hecho, si hoy la tolerancia entre sexos, razas o creencias se extiende por todo el país no se debe a la adopción del modelo francés, al italiano o al norteamericano. Aflora desde el interior de la propia composición de esta tierra llamada España y cuyo potaje general ahora bulle en el caldo de la convivencia.

Con la convivencia fácil, con la tolerancia, el humanismo bullente, el casticismo, el paisajismo, el idioma, el clima benévolo, el cinturón de mares y montes, el servicio hotelero, etcétera, etcétera, este país perdería demasiado proyectándose a imagen y semejanza de los enclaves protestantes, sus fríos y celliscas, sus fast food, su polución industrial, su aislacionismo interpersonal, etcétera, etcétera. “Que inventen ellos”. Los I-pods y toda la pesca ya lo adquiriremos en el mercado y en su última versión. Entre tanto nuestra labor radica en elegir un líder capaz de entender qué de nuevo y diferente, de extraordinario y valioso, puede presentar esta España (o como se diga) en un mundo que día a día demanda como lo más apreciable la clase de vida, el plato, el ritmo, el carácter, el entorno o la bonanza climatológica que se tiene especialmente aquí. ¿Que cómo hacer? Los inversores extranjeros en España ya lo están haciendo. Y mal, desordenadamente, pingüemente.

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24 de octubre de 2006
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El rostro impenetrable

Acaece muy rara vez, pero en esta ocasión sucedió tal y como voy a contarlo. Durante unas oposiciones, el tercer candidato eligió como tema de disertación uno de los más intensos y conmovedores de la filosofía. Como es bien sabido, los homínidos se separaron de los simios a medida que desarrollaron su capacidad para simbolizar. Puede decirse que hablamos de “humanos” y no de “simios superiores” cuando encontramos entre los restos de vida primitiva ciertas señales, huellas, inscripciones, algo que nos haga inferir una simbología.

Dicho más rectamente. Hay humanos allí en donde un simio superior se vio en la necesidad de hacer una incisión, dejar una señal, una huella, algo que es, en verdad, un pensamiento transcrito en piedra, en hueso, en madera, algo que va más allá de los miembros del simio, que perdura en un tiempo que no es el biológico. No una “idea” en el sentido moderno, subjetivo y postcartesiano, sino algo así como un grito de ayuda. O quizás una alabanza sin destino.

Este proceso puede situarse en el horizonte del millón de años. En realidad es más reciente, pero podemos admitir la enormidad de esa fecha impensable. El alumno disertaba pues sobre un viejo asunto que desde Hegel hasta los actuales antropólogos genéticos sigue siendo uno de los pilares de nuestras creencias básicas sobre el humano. De pronto, uno de los miembros del tribunal interrumpió al disertando y dijo: “Perdone un momento”. Y se sujetó la cabeza con las manos.

Nunca había yo visto que ningún vocal de tribunal cortara la exposición del opositor, pero nadie dijo nada, sólo miramos en su dirección y esperamos. El profesor, un joven y bien parecido investigador español, comenzó entonces a explicar la siguiente historia.

“Hace un par de años participaba en un congreso de arqueología mesopotámica en Tel Aviv, cuando uno de los congresistas me preguntó si quería ver algo inaudito, un objeto incomprensible e inquietante. Naturalmente asentí y fui conducido hasta uno de los despachos del Museo Arqueológico, seguramente el del investigador israelita, discreto cubículo con mesa, silla y ordenador, iluminado por un haz de luz que se colaba por la claraboya. Una vez allí, el hombre abrió un cajón y sacó un atadijo que comenzó a deshacer de inmediato.

“Una vez desdoblado el pañuelo, apareció un envoltorio de gamuza y dentro del envoltorio una piedra. “Mírela usted y dígame qué ve en ella”, me sugirió el experto. Le di varias vueltas pero no pude reconocer forma alguna, aunque sí unas líneas cortas en fila continua y quizás unas muescas cóncavas en la base. “Nada veo, lo siento”, le dije al devolverle la piedra. El profesor la tomó entonces con sus manos delgadísimas y la colocó suavemente sobre la mesa en la posición correcta y bajo el haz de luz. De inmediato exclamé: “¡Es una calavera!”.

“En efecto, era una calavera, o quizás no, o, mejor dicho, ojalá que no lo fuera, porque, según dijo el israelita, aquella piedra había sido hallada en medio del desierto y no cabía ninguna duda de que alguien la había acarreado hasta allí. La piedra había aparecido en unas oquedades donde seguramente llevaba semienterrada desde hacía siglos. “¿Muchos siglos?”, le pregunté. El profesor no respondió sino que cabeceó consternado.

“Demasiados. Después de hechas las pruebas pertinentes una y otra vez, y otra vez y otra, hemos llegado a la conclusión de que estas incisiones tienen tres millones de años. Entonces no había ni humanos ni homínidos y apenas si podemos registrar restos de algunos simios. No ha sido llevada hasta allí en tiempos modernos. No se ha movido de su lugar. Algún animal la llevó consigo y la dejó caer seguramente al morir. Pero ¿por qué cargó con ella? ¿Qué pudo ver? Aquellos animales no reconocían las representaciones. El peso debió de dificultarle mucho la vida. Quizás acabó con ella. Y lo más pavoroso… ¿quién había hecho aquellas incisiones?”

“Comencé a protestar y a mostrar mi escepticismo. El israelita, con notable modestia, aceptó todo lo que decía y luego cerró el asunto. “¿Sabe usted cuántos años llevamos haciendo y deshaciendo hipótesis? En ningún momento hemos querido publicar nada. Nos tomarían por estúpidos, o por creyentes, o por gente del new age, o por aficionados a la ciencia ficción o a los marcianos. ¿Cree usted que no lo sabemos? Se lo he mostrado para que forme usted parte del pequeño grupo que se asoma al abismo del origen humano y luego calla por compasión”.

El profesor español acabó su relato y guardó silencio. Luego, como si despertara, pidió perdón al opositor y le rogó que reanudara la exposición. “Disculpe mi grosería. Esta historia me ha venido a la memoria de repente, oyéndole, y he querido compartirla con usted. Su disertación me ha gustado mucho. Me ha emocionado. Quizás he callado durante demasiado tiempo. Han sido dos años muy largos”, dijo.

Ahora ya lo sabemos unos cuantos más.

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24 de octubre de 2006
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LIBROS EN LA TRASTIENDA

Llevaba un rato entretenido en la librería Méndez de la calle Mayor, la más
cercana a casa y una de mis preferidas, hablando con Antonio y Alberto sobre nuestras últimas lecturas, sobre las decepciones y las sorpresas con las que tenemos que enfrentarnos ante tanta novedad y lo fatal de perder el tiempo con alguna lectura equivocada. Yo  había entrado para comprar un libro concreto y, como casi siempre, terminé llevándome otros que nada tenían que ver con la idea inicial. Yo no busco, encuentro.

Me alegré de que el libro de Luis García Montero, su poesía reunida de los últimos veinticinco años, se estuviera vendiendo muy bien. Hace tiempo que algunos poetas rompieron el cerco de que solo los poetas compran libros de poesía. Ahora los compran, además de los poetas, los que quieren llegar a ser poetas. Un mercado en crecimiento.

Era una de esas mañanas en que el libro de/sobre Sabina se encontraba en secuestro judicial. Todos los rumores se habían disparado. Muchos contaban, muy convencidos, que las razones había que buscarlas en un enfado de la Casa Real por una indiscreción de Sabina con un chiste de Letizia Ortiz. Nada de eso era verdad. Al menos no lo era con esa intervención directa de la Casa Real. Puede que no les gustara nada la lengua tan suelta de Sabina pero en ningún caso intervendrían para retirar o censurar el libro. Lo aseguro porque lo sé, palabra de republicano. Las razones eran de índole editorial, de derechos de publicación, de fuga con trampa de una editorial a otra, de dinero y derechos. Una jueza, quizá ella sí muy estricta o posiblemente más realista que los de la real casa, mandó retirar el libro. Esa mañana en que yo estaba en la librería, los Méndez, los libreros, ya habían recibido la noticia del secuestro y tenían ejemplares escondidos en la trastienda. Otra vez la emoción de volver a vender como en los tiempos prehistóricos. ¡Comprar en la trastienda de Méndez! Era como sentirse rejuvenecer. Volver a comprar como cuando a Lucas de la Cuesta de Moyano le comprábamos los libros prohibidos de León Felipe o los de Ruedo Ibérico. Comprar en las trastiendas, como volver a los diecisiete. Yo no creo que contra Franco compráramos mejor, ni leyéramos mejor, pero con el morbo de comprar en las trastiendas me compré dos “Sabinas”, uno me lo habían pedido y el otro se lo haría firmar como el libro secuestrado. Un negocio. Me ofrecieron más ejemplares que tenían en la trastienda. Pero no, no pretendía privar a otros del raro y nostálgico placer de comprar libros prohibidos. La prohibición se levantó a los dos días. Las editoriales en litigio llegaron a un acuerdo. Y a mí me han jorobado. El libro sobre Sabina, autorizado y comprado sin problemas en la librería, ya no tiene la misma gracia. Incluso tiene poca gracia. Lo pienso cambiar por el último CD de Sabina, que además de algunas canciones que me gustan y un himno a la “matria” España, regalan un vídeo/entrevista muy bueno. Palabra de autor.

¿Será esto de hablar de amigos, conocidos y saludados como Sabina y García Montero lo que a un lector del blog le parece de botillo leonés?... ¿Botillo leonés? Me recuerda a mi amigo Feliciano Hidalgo que una vez me invitó a esa rareza tan dura y sabrosa, pero lo bebimos con champagne francés, que todo lo suaviza. Por quitarle casticismo. Me hacen gracia algunos lectores. He tenido dos reproches por hacer entrevistas o comentarios sobre Juan José Millás… y yo sin enterarme. Después de dos años de entrevistas en televisión Millás estará, por primera vez en “Estravagario”, a mediados de noviembre. Es decir, que no era tan habitual. Pero, en fin, me gusta que me digan cosas, aunque sean ricos abrazos desde Colombia y de mujeres hermosas e inteligentes. Uno se hace a todo. O casi.

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23 de octubre de 2006
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HUGH THOMAS EN ASTURIAS

En el universo hispanohablante, Hugh Thomas es un encuentro ineludible. Primer historiador que se atrevió a escribir una historia global de la guerra civil española; se estableció muy joven (¡a los treinta años!) en la figura clásica del anglosajón que dedica su vida a España. Gerald Brenan o Paul Preston son otros ejemplos de esta raza imprescindible, pero pertenecen a una especie más leal. Thomas, por su parte, se fue de España, traicionando su primer éxito con libros mayores sobre Cuba, Europa, la conquista de México o la esclavitud.

Conociendo la ambición de sus trabajos es una sorpresa, una verdadera sorpresa descubrir que ese historiador puro acaba de publicar una cosita, un librito que supera apenas las doscientas cincuenta páginas: Carta de Asturias. Una sorpresa de verdad. «Este libro es un libro de viajes» afirma Lord Hugh, Baron Thomas of Swynnerton, en la primera frase. Es cierto, pero es también un ensayo, un pequeño manual de Historia y ante todo algo fuera del tiempo. Una mezcla de anécdotas y de conocimientos íntimos del Principado consigue convencer al lector que Asturias no se parece a nada, no solo en España sino en el mundo.

La editorial Gadir, que publica el libro, ha jugado un gran papel en esta seducción, pues ha editado un volumen de tapa dura que semeja a un libro de otra época. Las fotografías parecen tarjetas postales de los años cincuenta, los mapas son hechos con lápiz sobre papel, los nombres de calles o de ciudades son escritos a mano con tinta y pluma, y la tapa es una pintura que ningún editor sensato tomaría como instrumento de marketing. Al final, uno tiene la sensación de leer un libro antiguo, algo que tendría que ser aburrido y, sin embargo, seduce pues su identidad y contenidos son justo lo contrario: revelación, seducción ligera, erudición divertida, etc.

Aparición entre el chirimiri de la tierra del norte (en bable, el idioma de Asturias, se habla de «orballo» según Lord Hugh), este texto hará mucho por Asturias. Lo terminé con el deseo de salir de casa ya, para, detrás del autor, revisitar a pie la obra de Clarín o entender mejor si Jovellanos, el economista, ministro, etc., fue de verdad la influencia que más le hizo falta a España en el siglo XIX.

Quiero añadir algo: es también un libro de una cariñosa torpeza. Cuando el autor explica que se bañó dos veces en septiembre en un agua tan fría que repitió la experencia, miente muy mal para decir que la playa es excelente, que se disfruta de una atmósfera tranquila, etc. No llega a reconocer que el agua es tan fría que no hay nadie. Hugh Thomas ama Asturias pero sigue siendo un inglés que rechaza cualquier tipo de entrega personal. En estas páginas, creo que llega a ser más creíble que nunca. No lo dice pero lo entendemos: es un historiador que, por fin, ha logrado ubicarse en la geografía de sus temas de estudio.

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23 de octubre de 2006
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El Boomeran(g)
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