Jean-François Fogel
En el universo hispanohablante, Hugh Thomas es un encuentro ineludible. Primer historiador que se atrevió a escribir una historia global de la guerra civil española; se estableció muy joven (¡a los treinta años!) en la figura clásica del anglosajón que dedica su vida a España. Gerald Brenan o Paul Preston son otros ejemplos de esta raza imprescindible, pero pertenecen a una especie más leal. Thomas, por su parte, se fue de España, traicionando su primer éxito con libros mayores sobre Cuba, Europa, la conquista de México o la esclavitud.
Conociendo la ambición de sus trabajos es una sorpresa, una verdadera sorpresa descubrir que ese historiador puro acaba de publicar una cosita, un librito que supera apenas las doscientas cincuenta páginas: Carta de Asturias. Una sorpresa de verdad. «Este libro es un libro de viajes» afirma Lord Hugh, Baron Thomas of Swynnerton, en la primera frase. Es cierto, pero es también un ensayo, un pequeño manual de Historia y ante todo algo fuera del tiempo. Una mezcla de anécdotas y de conocimientos íntimos del Principado consigue convencer al lector que Asturias no se parece a nada, no solo en España sino en el mundo.
La editorial Gadir, que publica el libro, ha jugado un gran papel en esta seducción, pues ha editado un volumen de tapa dura que semeja a un libro de otra época. Las fotografías parecen tarjetas postales de los años cincuenta, los mapas son hechos con lápiz sobre papel, los nombres de calles o de ciudades son escritos a mano con tinta y pluma, y la tapa es una pintura que ningún editor sensato tomaría como instrumento de marketing. Al final, uno tiene la sensación de leer un libro antiguo, algo que tendría que ser aburrido y, sin embargo, seduce pues su identidad y contenidos son justo lo contrario: revelación, seducción ligera, erudición divertida, etc.
Aparición entre el chirimiri de la tierra del norte (en bable, el idioma de Asturias, se habla de «orballo» según Lord Hugh), este texto hará mucho por Asturias. Lo terminé con el deseo de salir de casa ya, para, detrás del autor, revisitar a pie la obra de Clarín o entender mejor si Jovellanos, el economista, ministro, etc., fue de verdad la influencia que más le hizo falta a España en el siglo XIX.
Quiero añadir algo: es también un libro de una cariñosa torpeza. Cuando el autor explica que se bañó dos veces en septiembre en un agua tan fría que repitió la experencia, miente muy mal para decir que la playa es excelente, que se disfruta de una atmósfera tranquila, etc. No llega a reconocer que el agua es tan fría que no hay nadie. Hugh Thomas ama Asturias pero sigue siendo un inglés que rechaza cualquier tipo de entrega personal. En estas páginas, creo que llega a ser más creíble que nunca. No lo dice pero lo entendemos: es un historiador que, por fin, ha logrado ubicarse en la geografía de sus temas de estudio.