Javier Rioyo
Llevaba un rato entretenido en la librería Méndez de la calle Mayor, la más
cercana a casa y una de mis preferidas, hablando con Antonio y Alberto sobre nuestras últimas lecturas, sobre las decepciones y las sorpresas con las que tenemos que enfrentarnos ante tanta novedad y lo fatal de perder el tiempo con alguna lectura equivocada. Yo había entrado para comprar un libro concreto y, como casi siempre, terminé llevándome otros que nada tenían que ver con la idea inicial. Yo no busco, encuentro.
Me alegré de que el libro de Luis García Montero, su poesía reunida de los últimos veinticinco años, se estuviera vendiendo muy bien. Hace tiempo que algunos poetas rompieron el cerco de que solo los poetas compran libros de poesía. Ahora los compran, además de los poetas, los que quieren llegar a ser poetas. Un mercado en crecimiento.
Era una de esas mañanas en que el libro de/sobre Sabina se encontraba en secuestro judicial. Todos los rumores se habían disparado. Muchos contaban, muy convencidos, que las razones había que buscarlas en un enfado de la Casa Real por una indiscreción de Sabina con un chiste de Letizia Ortiz. Nada de eso era verdad. Al menos no lo era con esa intervención directa de la Casa Real. Puede que no les gustara nada la lengua tan suelta de Sabina pero en ningún caso intervendrían para retirar o censurar el libro. Lo aseguro porque lo sé, palabra de republicano. Las razones eran de índole editorial, de derechos de publicación, de fuga con trampa de una editorial a otra, de dinero y derechos. Una jueza, quizá ella sí muy estricta o posiblemente más realista que los de la real casa, mandó retirar el libro. Esa mañana en que yo estaba en la librería, los Méndez, los libreros, ya habían recibido la noticia del secuestro y tenían ejemplares escondidos en la trastienda. Otra vez la emoción de volver a vender como en los tiempos prehistóricos. ¡Comprar en la trastienda de Méndez! Era como sentirse rejuvenecer. Volver a comprar como cuando a Lucas de la Cuesta de Moyano le comprábamos los libros prohibidos de León Felipe o los de Ruedo Ibérico. Comprar en las trastiendas, como volver a los diecisiete. Yo no creo que contra Franco compráramos mejor, ni leyéramos mejor, pero con el morbo de comprar en las trastiendas me compré dos “Sabinas”, uno me lo habían pedido y el otro se lo haría firmar como el libro secuestrado. Un negocio. Me ofrecieron más ejemplares que tenían en la trastienda. Pero no, no pretendía privar a otros del raro y nostálgico placer de comprar libros prohibidos. La prohibición se levantó a los dos días. Las editoriales en litigio llegaron a un acuerdo. Y a mí me han jorobado. El libro sobre Sabina, autorizado y comprado sin problemas en la librería, ya no tiene la misma gracia. Incluso tiene poca gracia. Lo pienso cambiar por el último CD de Sabina, que además de algunas canciones que me gustan y un himno a la “matria” España, regalan un vídeo/entrevista muy bueno. Palabra de autor.
¿Será esto de hablar de amigos, conocidos y saludados como Sabina y García Montero lo que a un lector del blog le parece de botillo leonés?… ¿Botillo leonés? Me recuerda a mi amigo Feliciano Hidalgo que una vez me invitó a esa rareza tan dura y sabrosa, pero lo bebimos con champagne francés, que todo lo suaviza. Por quitarle casticismo. Me hacen gracia algunos lectores. He tenido dos reproches por hacer entrevistas o comentarios sobre Juan José Millás… y yo sin enterarme. Después de dos años de entrevistas en televisión Millás estará, por primera vez en “Estravagario”, a mediados de noviembre. Es decir, que no era tan habitual. Pero, en fin, me gusta que me digan cosas, aunque sean ricos abrazos desde Colombia y de mujeres hermosas e inteligentes. Uno se hace a todo. O casi.