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26 diciembre

Más allá de la línea del horizonte, en alta mar, un fuerte temporal retrasa la salida de nuestro barco. Algunos pasajeros impacientes reclaman una explicación a los responsables de la naviera. Acostumbrados a prescindir de las inclemencias del tiempo, soportan con mal disimulado enojo los contratiempos.

Luego, una vez que el capitán ordena emprender la travesía, veremos levantarse grandes olas contra el casco del barco, bajo un cielo encapotado por nubarrones grises. Con los elementos en contra -el viento es huracanado y la corriente pretende retenernos en el puerto- el viaje durará más de lo previsto.

Mejor para mí. Leeré de un tirón el nuevo libro de Márquez Villanueva.

El erudito español de Harvard domina con una elegante soltura el relato discursivo y sabe ponerlo al servicio de sus hallazgos. Como en otras ocasiones, el discípulo y heredero de Américo Castro nos obliga a contemplar el embrollado laberinto español a la luz de unas investigaciones recluidas en el circuito de los profesores universitarios.

Pero al que tenga la costumbre de observar con curiosidad crítica su entorno cultural no le asombrará que las proposiciones de Márquez sigan condenadas a parecer una furtiva lectura del caso español.

Pues el drama de los conversos, considerado como el polémico nudo trágico de nuestra historia, es en este libro la única razón que da cuenta del padecimiento intelectual y moral de un país condenado a sufrirse de siglo en siglo bajo la férula de un pasado tercamente redivivo.

Perseguidos por la primera policía política de la edad moderna, acosados por el miedo a ser denunciados, acorralados por la inquina, sometidos a la sospecha del vulgo, cercados por la crueldad popular, los conversos son un fenómeno más amplio de lo previsto por los primeros historiadores. Y ahora no simbolizan tan solo la tragedia de los judaizantes sino el gran paradigma del trasiego español. El de una sociedad regida por la costumbre de la delación.

Durante más de cuatro siglos no existió en España súbdito que no pudiera ser víctima de una acusación irrefutable. Y no hubo plebeyo, clérigo o cortesano que no pudiera ser alguna vez en su vida reo de sospecha. Y no sólo por tener en su genealogía un antepasado judío, o haber practicado él mismo los ritos de aquella religión, sino por anticipar con su pensamiento autónomo el futuro de la inminente modernidad europea: un suave racionalismo escéptico bastaba para perder la vida y, desde luego, la hacienda.

¿Es erróneo concluir que esta tortura psicológica ha sido el crisol donde se ha moldeado un carácter colectivo? ¿No sería ésta poderosa influencia institucional, sancionada por el Estado y la Iglesia, la que mejor explica el hábito inquisitorial de una cultura empecinada todavía en perseguir y ofender al disidente?

Lejos de ser una reliquia de especialistas, el nudo trágico de los conversos merece la más severa indagación crítica que cabe concebir en una sociedad dispuesta a entender su pathos.

Cuenta Márquez que en la masiva persecución de los españoles contra sí mismos destacaron los frailes mendicantes. Con sus prédicas excitaban el odio de la población resentida, haciendo de su ferocidad la más formidable maquinaria de delación y acoso que conoció Europa hasta la era del régimen nazi (y estalinista).

Un fuerte golpe de mar hace tambalear el barco. Los libros caen al suelo del camarote. Parece que la nave aminora la marcha y cambia de rumbo. Subiré a cubierta a ver qué nos dicen.

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26 de diciembre de 2006
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PERIÓDICOS MACHOS

Los periódicos padecen una importante y extraña dificultad para fabricarse en Navidades. La falta de personal podría creerse un motivo pero no es precisamente la razón. Si fuera algo parecido a las deficiencias de producción no habría en ello nada de extraño; lo raro o rarísimo procede del incomodo que siente un periódico hacia los repertorios relacionados con la bondad.

No parece asunto propio de un periódico serio distribuir sentimientos amables entre la población ni tampoco entretenerse en atmósferas confortables ni demasiado afectivas.

La naturaleza de un periódico lo acerca a una construcción dispuesta para la noticia bomba o la diatriba. Se compone efectivamente de otros elementos más pero siempre como relleno si se compara con la importancia desempeñada por las cuestiones crudas.

La espina dorsal de un diario suele ser dura, incisiva, cortante y cosas así. Todos los periódicos nacieron de manos de los hombres y la masculinidad ha sido su marca desde la misma fundación hasta nuestros días, director arriba, director abajo.

No bastó hasta ahora mismo que la redacción contratara mujeres, que algunas grandes señoras invirtieran su cuantioso capital familiar o incluso ocuparan los encimados despachos del poder. Esas mujeres han reproducido casi hasta ahora el modelo recibido de la virilidad o no lo han travestido.

¿Un periódico femenino? Casi resulta una contradicción o una ridiculez testimonial, por el momento. Hay semanarios femeninos, pero diarios femeninos no se conoce ninguno que haya bullido más allá de lo anecdótico.

La práctica generalidad del panorama de la prensa se encuentra teñido (aunque en plena decoloración) de pigmentaciones  masculinas, e incluso las cabeceras sensacionalistas británicas o alemanas siguen inspiradas en la prensa canalla de tipos forjados en los viejos garitos de madrugada. La Navidad no es necesariamente femenina pero ¿cómo dudar que huele a maternidad? La Navidad no es necesariamente pacífica pero ¿cómo discutir que predominan los suaves productos de azúcar y miel? Una pastelería incompatible con la mitología de la tinta, el plomo y la estampida del scoop

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26 de diciembre de 2006
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Mexicanos increíbles, América fantástica

Durante mi último viaje a España vi la película Children of Men, del mexicano Alfonso Cuarón, de la cual hablé maravillas. (Aunque no al punto de creer que es mejor que Blade Runner, como alguien dijo por ahí. En realidad son muy distintas, por lo cual toda comparación sería injusta. Y además eso de meterse con Blade Runner no está nada bien.) Pero también vi en aquellos días otro film que me sacudió con la misma intensidad, y del que no hablé entonces. Se trata de El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro. El hecho de que tanto Cuarón como del Toro sean mexicanos no es la única afinidad entre ambos films; de hecho existe una complicidad entre ambos realizadores, al punto de que Cuarón figura como uno de los productores de este Laberinto.

La historia se desarrolla en España poco después del fin de la Guerra Civil. Su protagonista es una niña al filo de la adolescencia, que llega al puesto militar fronterizo liderado por el Capitán (un siniestrísimo Sergi López), que es además el nuevo marido de su madre –y el padre del hermanastro que la mujer lleva en el vientre. Ya desde el mismo comienzo la narración se bifurca. Por un sendero va la historia “real”, que compete al sufrimiento de la niña bajo la égida dictatorial de su padrastro y al enfrentamiento de los nacionales con una banda republicana que resiste en los bosques. Y por la otra vía se mueve la historia “fantástica”, disparada por la aparición de un insecto-hada y de un fauno que revela a la niña que ella es en verdad la princesa de un reino encantado: para recuperar su condición original, deberá llevar a cabo diversas pruebas de las que es necesario que salga airosa.

Children of Men y El laberinto del fauno comparten su libertad narrativa: eligen hablar de males concretos y tangibles del mundo de hoy, pero lo hacen sin sentirse atadas en lo más mínimo a la tierra plana del realismo. Children opta por la ciencia ficción, es lo que suele llamarse una distopía, una suerte de anti-utopía; como en realidad los males imaginarios que plantea están separados de nuestros males por una delgada línea (que el relato sitúa en un futuro del que sólo nos distancia veinte años), Cuarón hace bien al quedarse lo más próximo posible a las estéticas del presente. El laberinto del fauno, en cambio, ocurre en el pasado, y sus divergencias con el realismo vienen de un pasado aun más remoto: hablo de elementos y figuras míticas como laberintos y faunos, raíces de mandrágora y monstruos consagrados a los sacrificios humanos.

A partir de allí empiezan a diferenciarse. Children emplea sus primeros minutos en convencernos de que ese mundo que cuenta es verosímil, y una vez triunfante en su cometido nos deja allí. En cambio El laberinto del fauno juega de manera constante con los dos mundos simultáneos que describe: cómo uno se funde con el otro, y cómo sus hechos se retroalimentan. Donde Cuarón sugiere que este es un mundo único que no ofrece escapatoria, del Toro apela a los espejos deformantes y pretende que existen muchas cosas que nuestros ojos no suelen ver y que nuestro entendimiento no acostumbra a considerar. La violencia fascista del mundo real no se ablanda al convivir con lo fantástico, muy por el contrario: la fantasía revela cuánto de nuestra historia real puede ser interpretado en clave de miedos atávicos y de arquetipos junguianos.

Es necesario elogiar a del Toro por la maestría con que maneja los efectos especiales: están tan bien hechos que entregarse a la fantasía no cuesta esfuerzo alguno. Pero el elogio mayor debería resaltar su talento como narrador a secas. El mundo en apariencia dicotómico que propone funciona a la perfección, y el combate único que describe (que para ponerlo en términos que me son afectos definiría como imaginación versus violencia) encuentra en este tono de cuento de hadas negro su mejor forma.

Me parece magnífico lo que estos dos tipos están haciendo: tanto Cuarón como del Toro hablan de sus más profundas obsesiones, pero para hacerlo optan por escapar de las convenciones del realismo, recurriendo en cambio a la imaginación desbordada tan característica de la América Latina, que arranca con el Popol Vuh y llega hasta Borges y (en una vena completamente distinta) García Márquez. Siempre creí que la mayor parte de las películas sobre la Guerra Civil y sus consecuencias se equivocaban al narrar de la manera seca y adusta que yo no podía menos que asociar con la estética franquista. (El espíritu de la colmena sería una de esas excepciones que me da la razón.) Déjenme pensar que Cuarón y del Toro están llevando esta característica nuestra al primer plano en el cine, y convirtiéndose, al hacerlo, en puntas de lanza de un movimiento que debería llevar a nuestros narradores (cineastas, escritores, dramaturgos) al sitio de preeminencia internacional que sin duda alguna merecen.

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26 de diciembre de 2006
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CORTAR

La editorial Tusquets publica Diez grandes novelas y sus autores, de William Somerset Maugham. Es la traducción de un libro cuyo titulo original viene al revés, poniendo los artistas antes de las obras: Great Novelists and their Novels. Tengo todavía un ejemplar (primera edición, 1948). El libro no vale más que el trabajo para encontrarlo. Supongo que es muy difícil: su editor, The John C. Winston Company, con sus dos oficinas en Filadelfia y Toronto, no dejó una huella muy grande en el mundo editorial.

El libro tiene como origen dos etapas explicadas por Maugham de manera muy transparente. Primero, el autor inglés hizo una lista de las diez mejores novelas, por solicitud expresa de un editor. Segundo, aceptó escribir, para otro editor, una introducción para la publicación de cada una de estas novelas en una versión más corta. Se trataba de adaptar a la literatura la técnica del Reader’s Digest, el mensual que publicaba entonces con gran éxito resúmenes o versiones más pequeñas de artículos, para ayudar a sus lectores a no perder tiempo.

Las diez novelas escogidas por Maugham vienen en su libro en el orden siguiente:

Guerra y paz de Tolstói
Papa Goriot de Balzac
Tom Jones de Fielding
Orgullo y prejuicio de Austen
Rojo y negro de Stendhal
Cumbres borrascosas de Emily Brontë
Madame Bovary de Flaubert
David Copperfield de Dickens
Los hermanos Karamazov de Dostoievski
Moby Dick de Melville

En realidad, Maugham quería incluir en la lista a la novela de Proust En busca del tiempo perdido. No lo hizo y no sabemos porqué. Quizás Gallimard rechazaba cualquier idea de sacar una versión más corta. Maugham propone otra explicación: a pesar de numerosos recortes, la novela guardaba un tamaño imposible para el editor.

La recopilación de las diez introducciones es el testimonio de un verdugo. Cada texto de Maugham venía antes de una obra clásica acortada para permitir una lectura rápida. Pero el conjunto de los análisis es interesante. Maugham conoce el negocio, los trucos, las técnicas, los fallos más comunes de los escritores.

Su tesis es más o menos la siguiente: una novela no puede contar una historia de manera continua, lo que supondría entrar en detalles insoportables; su autor prefiere crear una especie de cadena cuyos eslabones son descripciones, diálogos, relatos, etc. Es la suma, en un cierto orden, de los elementos discontinuos que crea en la mente del lector la percepción de un relato continuo que se parece a la vida. En realidad, opina Maugham, en todas las obras, incluidas las mejores, sobran los eslabones. Podemos quitar unos sin perder el diseño global y tampoco el argumento de una novela.

Maugham se equivoca. Una novela no es el mero relato de una historia. Tiene una dinámica propia más allá del argumento, con aceleración, inmovilidad, caídas, pasos perdidos y búsquedas fracasadas. Una novela es como la vida: da vueltas. «Ninguna novela es perfecta» prefiere decir Maugham. Y aquí tenemos la limitación de sus apasionantes ensayos: es la gran cocina de un chef descrita por un cocinero. El pobre hombre sabe todo sobre las recetas y los ingredientes pero no entiende que interviene otro factor en el trabajo. Se llama arte y no hay nada que se le pueda quitar sin perderlo todo.

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26 de diciembre de 2006
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ALCOHOL Y FIESTAS

La felicitación que espero con más interés en estos días, sin despreciar otras originales u ocurrentes, es la que cada año envía Pachi, la dueña del bar “El Cock”, uno de nuestros más habituales e históricos refugios del paisaje nocturno madrileño. Es una curiosa colección de pequeños relatos, de selección de textos que tienen que ver con la bebida y el alcohol. Siempre ha sido Gonzalo Armero el encargado de la selección y la edición, un excelente diseñador y otras cosas que tuvo la mala idea de morir antes de tiempo. Sus hijos, Jacobo y Mario, son buenos continuadores de su obra y de su amor por las letras y las buenas barras.

Este año han elegido para esa colección para bibliófilos un texto de Jack London. Un fragmento de su muy curioso relato “John Barleycorn”. Una suerte de memorias alcohólicas que algunos reconocemos muy bien. El personaje de London sabe que no es dipsómano porque durante meses en el barco, en una solitaria navegación, se da cuenta de que no le hace falta beber. Que sólo cuando está en compañía tiene el deseo de beber. Asegura que nadie ha comenzado a beber sin que haya sido por el entorno social. Que la propensión por la bebida proviene de la necesidad de relación social. Que cuando piensa en alcohol piensa en gente. Y que cuando piensa en ciudades, también piensa en bares y bebidas. Y así hace un recorrido por las ciudades y sus bares. Por las bebidas de antaño.

Estaba leyendo en soledad ese relato y me alarmé. Lo estaba haciendo en casa, solo y, sin embargo, me estaba gustando saborear mientras leía mi copa de whisky. Me empecé a preocupar. Creo que después de estas fiestas tendré que dejar de beber si no estoy acompañado. Tendré que volver a unir el alcohol a las fiestas, a lo social y a la compañía en los bares. Tendré que renovar mis bares. Ya no se les puede pedir aquellas cualidades que tanto gustaban a Jaime Gil de Biedma. Intentaré buscar el texto de Jaime Gil.

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26 de diciembre de 2006
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Cómo colaborar con los terroristas

Han llegado a mis manos al mismo tiempo una reseña sobre estrategia contrasubversiva tras el 11-S publicada por Max Rodenbeck en el New York Review of Books y un documental norteamericano llamado State of fear, sobre la guerra del Estado peruano contra Sendero Luminoso en los años 80. Después de revisar ambos, mi conclusión es que los gobiernos más disímiles pueden cometer los mismos errores –diría con más énfasis: las mismas estupideces- en situaciones equivalentes. Y que ambas estrategias contra el terrorismo, en vez de resolver el problema, fueron de gran ayuda para los terroristas.

Rodenbeck resalta que el terrorismo no es nuevo: está documentado por lo menos desde tiempos de Cristo, cuando los zelotas trataban de provocar mediante asesinatos una reacción desmesurada del imperio romano. Y sin embargo, en veintiún siglos, muy pocos grupos han conseguido por sus propios medios el objetivo de tumbar al sistema establecido o liberar un territorio. Su primer objetivo en realidad es que el Estado los tome en serio y los considere rivales a su altura. Eso es lo que hizo Bush.

Las cifras enseñan que las probabilidades que tiene un americano de morir en un atentado terrorista son las mismas que tiene de fallecer por una reacción alérgica a los cacahuates. Cada año mueren seis veces más americanos en manos de conductores borrachos de los que murieron en las torres gemelas. Pero, por la espectacularidad del atentado, América hizo precisamente lo que Bin Laden esperaba. Considerar a Al Qaeda un ejército a su altura y declararle la guerra. Como consecuencia, muchos más americanos han muerto en Irak que en toda la historia previa de Al Qaeda y en todo el resto del planeta. Y ahora hay más terroristas. 

Lo mismo ocurrió en Perú: las sucesivas reacciones del gobierno a comienzos de la década fueron: enviar a la policía, enviar a la policía militarizada llamada sinchi y enviar al ejército. Como resultado, Sendero Luminoso multiplicó sus acciones en toda la llamada zona de emergencia y, lo más importante, recibió más apoyo popular que el Estado, al menos en sus primeros años.

Según Rodenbeck, dejar el problema en manos militares crea más problemas de los que ahorra. Como prueba, argumenta que el apoyo a la resistencia armada entre la población iraquí creció entre fines del 2003 y comienzos del 2004 del 8% al 61%. Lo mismo ocurrió con la invasión israelí de Líbano y las tropas inglesas en Irlanda del Norte en 1969. Y con Perú, claro. Según las evidencias, es tácticamente viable matar a todos los subversivos si y sólo si carecen de capacidad de recambio y apoyo entre la población. De lo contrario, todo golpe les suma argumentos y mártires. La violencia subversiva tiene una motivación política, por eso,  requiere una respuesta política.

Pero lo que no menciona Rodenbeck –y sí un poco State of fear- es que tanto el Estado peruano como el americano de Bush eran democracias. Todos estos absurdos errores estratégicos contaron con el beneplácito de los ciudadanos de sus países, que con frecuencia aprobaron o al menos hicieron la vista gorda ante la tortura, las desapariciones o los abusos. Al Qaeda es conciente de este argumento, con el que justifica sus matanzas de civiles. Pero no siempre lo somos nosotros mismos. Los derechos humanos no son una barrera sino un requisito de la lucha contra el terrorismo, como muestra la relativamente reducida capacidad de aniquilamiento que ha tenido ETA durante cuarenta años (menos de 1.000 víctimas ante un estado español que no se echó en brazos militares; Sendero, en cambio, causó 35.000 muertes en sólo diez años).

Este año que termina se han registrado rebrotes senderistas en Perú, se ha ensayado un proceso de paz en España y EE. UU. ha terminado por desaprobar en las elecciones la estrategia de Irak. Recordar la responsabilidad de los ciudadanos en la paz y la guerra quizá nos ahorre a nosotros y a nuestros enemigos mucha sangre.

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25 de diciembre de 2006
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¿Quién dice «yo soy como soy»?

Hace tiempo que no esperaba tanto la última edición de Granma, órgano oficial del comité central del Partido Comunista de Cuba. Me gustaría leer en Granma la «versión taquigráfica», es decir la versión oficial, del discurso pronunciado el miércoles 20 de diciembre por Raúl Castro frente al VII Congreso de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) en La Habana.

Cuando su hermano Fidel hablaba, el Consejo de Estado entregaba, de manera apresurada, la versión oficial de su discurso. No valía una grabación o las notas del público. Había que tener la versión taquigráfica y el Consejo de Estado, con sus técnicos, y las ineludibles y hábiles revisiones, entregaba la versión oficial, sin demora.

Hoy, tengo que utilizar la agencia EFE, citada por El Nuevo Herald, o un artículo de Mauricio Vicent, el corresponsal del diario El País en La Habana, para conocer las palabras de Raúl. Ambas versiones coinciden, al entregar la misma cita del número dos de Cuba. La misma, o casi la misma.

El País: "Fidel es insustituible, yo lo sé, que lo conozco desde que tengo uso de razón, y no siempre con las mejores relaciones, porque como él dice yo soy como soy".

Efe: "Fidel es insustituible, yo lo sé, que lo conozco desde que tengo uso de razón, no siempre con las mejores relaciones, porque como él dice, yo soy como soy''.

La lectura de estas frases se hace a dos niveles:

1. Nivel político.
Por primera vez, en una isla que celebra a sus héroes sin matices, un revolucionario de primer rango afirma que no siempre ha tenido las mejores relaciones con Fidel. Es algo nuevo. Es una manera fuerte de distanciarse del líder enfermo dentro de lo que permite la retórica oficial de la Revolución.

2. Nivel fraticido-gramatical.
Una coma cambia todo entre las versiones de El País y de Efe. Para El País, que prescinde de la coma, Raúl dice «yo soy como soy». Da a sus rasgos psicológicos personales la responsabilidad de las relaciones entre los dos hermanos, «no siempre las mejores». Para Efe, con el uso de una coma, Raúl cita a Fidel al decir «yo soy como soy» y lo culpa por unas relaciones que no han sido siempre las mejores entre los dos hermanos.

El «servicio taquigráfico» del Consejo de Estado tiene la última palabra: ¿quién es culpable de las malas relaciones, Fidel o Raúl? Esperemos.

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22 de diciembre de 2006
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“ABC” DE LAS ARTES Y LAS LETRAS

Nuestros amigos del ABC cultural, el suplemento de las Artes y las Letras nos invitan a una celebración. Sus primeros quince años. La fiesta, seria y sobria, aunque relajada, fue en la sede del Instituto Cervantes de la calle Alcalá. En el edifico de las “Cariátides” de Antonio Palacios, el arquitecto del Madrid moderno que, como ya ha demostrado en el Círculo de Bellas Artes, construyó edificios multiusos. Lo que fue banco es ahora uno de los lugares del tinglado cultural madrileño. Un edificio que merece la pena visitar y colarse en su cámara acorazada que ahora guardará originales de escritores.

Pues allí fue la fiesta, en un salón que tiene un techo que recuerda al gusto, malo, de una tarta de los “quince años”. Esas tartas que han sufrido casi todas las niñas de la América Latina. Los discursos también fueron dulces, es lo que tocaba. El director de ABC, Zarzalejos, se mostró muy seguro de su periódico, de la renovación de este ABC, liberal, monárquico y abierto. Contento porque, Zarzalejos dixit, con suplementos como el del ABC se demuestra que la cultura no es una cosa de la izquierda. También dijo el director del periódico que el suplemento de las Artes y Letras ya es tan emblemático del periódico como lo son “la tercera” y las esquelas. Se le veía seguro con el camino centrado de este ABC al que consideró el auténtico. A su lado la presidenta Catalina Luca de Tena, que sabe callar y sonreír de manera elegante. Buena editora, sobre todo con el oportuno rescate de uno de los libros más “canallas” de Julio Camba, Haciendo de República.

Después habló el director del suplemento, Fernando Rodríguez Lafuente, hombre fundamental en la renovación del mismo -además de intelectual de aristas muy diversas y de responsabilidades orteguianas y renovadoras-, que desde hace años consigue que muchos que habitualmente no compran el ABC lo hagan los sábados por acercarse a ese suplemento. Sin duda uno de los mejores de nuestro país y “el mejor del mundo”, según la ministra de Cultura, Carmen Calvo.

La ministra no se cortó, dijo algo más. Tanto que los responsables del suplemento y colaboradores, casi tuvieron que rebajar los piropos de la ministra que, ya muy lanzada, comparó al suplemento con el “Oráculo de Delfos”.

No sé en que lugar de los suplementos literarios y de arte habría que situar al de ABC, pero sin duda es una compañía nuestra desde que nació y mucho más ahora que está en los momentos más abiertos e interesantes de su historia. Seguirá siendo una cita sabatina de muchos que no compran o comparten otras cosas, otras firmas y otras informaciones de su periódico. Felicidades.

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22 de diciembre de 2006
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The King of Books

Stephen King también eligió los mejores libros que leyó en este año y los difundió en la revista Entertainment Weekly, pero aquí se tomó otras libertades con el criterio de selección. Es verdad que en materia de cine dependemos más de las novedades –todos tenemos una noción más o menos aproximada de qué se estrena cada semana: la cara de la ciudad, llena de afiches promocionales, lo pone a uno en onda aunque no quiera-, y que en materia de literatura nos manejamos de forma más caprichosa y hasta aleatoria. (Por lo pronto, en mi ciudad no abundan los afiches callejeros que promocionan libros.) Como de costumbre, los comentarios previos de King son jugosos: por ejemplo, cuando sostiene que los libros todavía tienen futuro en nuestro mundo porque “son portátiles, no contienen publicidad, son reciclables, no requieren baterías y además, a diferencia de tu Game Boy, no te los van a sacar si te descubren leyendo uno en clase –uno siempre puede pretender que estaba preparando una tarea”.

King es tan desprejuiciado que hasta se da el lujo de elegir un libro de poemas entre sus favoritos de 2006: Night Mowing, de Chard Deniord. (Yo nunca lo había sentido nombrar, ¿y ustedes?) Después de subrayar que se trata no necesariamente de libros editados durante este año, sino de libros que él leyó durante 2006, se lanza a enhebrar una lista que está llena de gente a la que también desconozco. Bentley Little, por ejemplo, autor de Dispatch, una novela en la que un joven solitario escribe cartas a medios y a gente famosa y descubre que sus mensajes transforman la realidad. O Arthur Phillips, autor de The Egyptologist, novela en la que un mentiroso patológico enloquece mientras busca una tumba en el desierto, poco después de la Primera Guerra Mundial. O James Meek, autor de The People’s Act of Love, relato sobre un fugitivo en plena Revolución Rusa, cuyo impulso narrativo es, según King, simplemente asombroso.

El quinto puesto lo reserva para The Ruins, de Scott Smith, autor además de A Simple Plan, novela que en su momento se convirtió en una buena película de la mano de Sam Raimi. Para King, que algo sabe del asunto, The Ruins es “la mejor novela de horror del nuevo siglo”; habla de estadounidenses perdidos en una montaña mexicana que se encuentran con algo que no esperaban hallar. (Lo cual resume, en buena medida, los últimos años de política exterior del gobierno de Bush.)

Los puestos más importantes se los consagra a The Night Gardener, de George Pelecanos –un escritor del género policial que a King le encanta además porque escribe para la serie The Wire, a la que adora-, a American Pastoral de Philip Roth (una novela de 1997, pero cuya tristeza insondable respecto del Sueño Americano hace comprensible que se la digiera mejor ahora), y a The Road, de Cormac McCarthy, un autor con el que tarde o temprano voy a tener que cruzarme. King dice que esta historia de un hombre que trata de mantener vivo a su hijo en medio de un gran desastre es “el logro mayor de la carrera de McCarthy”, lo cual debería significar mucho tratándose de un escritor tan respetado y laureado en EE. UU.

Si yo tuviese que armar mi propia lista, no podría prescindir de los libros de Haruki Murakami: especialmente Kafka On The Shore, Sputnik Sweetheart y Norwegian Wood. Ni de la Trilogía de Deptford de Robertson Davies (OK, todavía voy por la mitad del libro final, World of Wonders, pero a esta altura pongo las manos en el fuego). Ni de Atonement, de Ian McEwan, por más que hayan intentado enlodarlo hablando de plagio. Quizás debería mencionar también el placer de tantas relecturas: las de V for Vendetta y Terry y los piratas, las de Nine Stories de Salinger y La balada del café triste de Carson McCullers. Me quedaron para el verano On Beauty, de Zadie Smith, El rey de los alisos de Michel Tournier, Pigtopia, de Kitty Fitzgerald y el ocasional Dickens, que me voy guardando porque comparto la teoría del personaje de Lost que se reserva Our Mutual Friend para antes de morir. De eso se trata la vida, en buena medida: de ir encontrando libros para no dejar de leer nunca, de que jamás nos falte una novela que encienda nuestro deseo.

En fin: ahora les toca a ustedes.

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Y por supuesto, muy pero muy felices Navidades para todos.

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22 de diciembre de 2006
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Blog de Navidad

Como el Pitufo Gruñón, yo siempre odié la Navidad. Y como yo, todos los hijos de divorciados le encontraban poca gracia a esta celebración de la familia que habitualmente conllevaba la pelea familiar por cuánto tiempo pasarían con cada progenitor. Unos minutos de retraso en el camino a la casa del abuelo de turno podían desencadenar un conflicto sin precedentes.

Lo más triste no era la competencia familiar, sino la obligación de ser felices. Los comerciales, las campañas navideñas, los centros comerciales, las series de televisión te obligaban fanáticamente a sonreír y dejarte llevar por el espíritu navideño, que parecía ser un cóctel entre la morfina y el gas de la risa: es Navidad, aunque el mundo te parezca horrendo, debes celebrar lo hermoso que es.

Incluso el cine forma parte de la campaña. Hace tres años, fui por última vez al cine a ver una película de Navidad. Nicholas Cage era un ejecutivo de éxito que un día veía cómo habría sido su vida de haberse casado con su novia de adolescencia. En esa vida alternativa, era un provinciano pobre y lleno de hijos que trabajaba como empleado en la tienda de su suegro. Pero terminaba descubriendo que esa era la vida que quería en realidad, y no su éxito egoísta. Era una película para que te sientas bien con la vida que llevas sin importar cómo sea. Era Arte con A de Anestesia.   

Para un adulto real, la Navidad en realidad es una medida del éxito empresarial. La magnitud de las cenas o fiestas de cada compañía grafican su año fiscal. Si en tu fiesta hay elfas en tanga y sirven champaña, sabes que estás entre los triunfadores. Si sólo hay un jefe bebido en un restaurante barato, quizá tu carrera necesita un empujón.   

Hay una imagen que han explotado grandes artistas norteamericanos, desde Tom Waitts hasta los guionistas de Matrimonio con Hijos: Papá Noel apestando a alcohol y con un cuchillo en la mano. Pocas metáforas resumen con tanta precisión mis sentimientos infantiles hacia la Navidad.

A pesar de todo, he empezado a valorar las fiestas. Porque mientras más me alejo de la niñez, más me impresionan los niños. Y ellos en estos días están realmente felices, excitados, creen en todas las cosas que hay que creer y esperan con ansias la llegada de Papá Noel. Supongo que les tengo envidia. Quizá sean manipulados por la atmósfera navideña, pero a mí me gustaría ser manipulado también. Para los niños que conozco, la Navidad es como un día en que la magia existe, aunque para sus padres sea el día en que revienta la tarjeta de crédito.
      
Así que feliz Navidad y sean felices este fin de semana. Pero eso sí, cuando vean a sus niños acercarse al árbol con entusiasmo, o abrir los paquetes, o preguntar por Papá Noel, recuerden: ellos no son felices porque ésta sea una fiesta familiar. Ni porque sea el cumpleaños del niño Jesús. Ellos, en realidad, solo quieren los regalos.

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22 de diciembre de 2006
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