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Blogs de autor

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Un mundo feliz

Si tu vida es una porquería, compra otra. Sólo cuesta diez dólares, y a veces ni eso. Los nuevos juegos de realidad virtual te lo permiten. Puedes descargarte Hotel Habbo o Project Entropía, o puedes ir directamente a la estrellita de los mundos paralelos: Second Life.

Con más de dos millones de inscritos –y previsiones para nueve millones más a lo largo de este año- Second Life está construyendo un planeta aparte, una especie de colonia espacial sin espacio. Al entrar, escoges un nombre y una apariencia que llaman “avatar”: yo me llamo Norman Zhaoying -Norman Bates ya estaba cogido- y soy una especie de engendro intergaláctico sin rostro de la especie de los “cybergoths”. Pero también es posible verte más normal. De hecho, uno de los avatares que ofrece el juego se llama “el chico de al lado”. Y si te va el look hippie, el de animal de discoteca o el de perro con cuerpo humano, también hay una figurita para ti.

Los personajes de estos juegos se dedican básicamente a inventar cosas, comprarlas y venderlas. Uno de mis vecinos ofrece una silla con forma de avión. Es completamente inútil como silla, pero es bonita. Otra de mis vecinas se vende a sí misma. Puedes tener sexo con ella, y es más barata que la silla.

Lo curioso es que se juega con dinero de verdad. Al entrar en el juego te piden tu línea de crédito: un dólar se cotiza a 270 lindens. Y un terreno de 100 metros cuadrados cuesta unos 500 lindens. Al menos la propiedad es mucho más barata que en España. Sólo por eso, ya es una ilusión feliz. Además los lindens pueden volver a cambiarse por dinero de verdad. Una alemana –que en el juego es una china de apariencia misteriosa- es la primera millonaria gracias a los beneficios extraídos del juego. Ha abierto en el mundo real una empresa con 25 empleados para administrar sus posesiones en Second Life. También hay empresas haciendo negocios y construyendo edificios corporativos ahí. Los inspectores de Hacienda tiemblan: ¿Cómo se cobran los impuestos en un mundo que no existe? El gobierno norteamericano ya ha creado una comisión investigadora.

Los juegos de realidad virtual desafían los límites entre lo real y lo imaginario. Parecen funcionar como la literatura, como el cine y como la Playstation, pero el elemento añadido es que juegas entre otros personajes que también plasman ahí su mundo imaginario. No hay autor, no hay Dios, no hay control maestro. Hay sólo otro mundo del que también formas parte. No hay reglas sino interacciones. Tu casa puede tener una torre de palacio barroco y un jardín japonés, si los gráficos lo permiten. Como una colonia virgen, los que van llegando crean un nuevo mundo. Llegará un día en que la tecnología permita apagar el mundo real y quedarnos ahí, en ese universo a nuestra medida. O mejor aún, un día en que la vida virtual invada a la real y la someta a sus normas.

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10 de enero de 2007
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La guerra de las esquelas

En su número de enero Revista de Libros publica una entusiasta recensión del libro Francisco Ferrer y Guardia. Pedagogo, anarquista y mártir, de Juan Avilés, publicado por Marcial Pons.

El artículo de Rafael Núñez necesita más espacio del que suele ocupar una esquela pero a su modo participa en la reciente tendencia española de sacar a desfilar a los muertos. Si bien en ciertos casos la procesión de momias ha sido un acto de piedad retroactiva, en este artículo la exhumación desentierra un cadáver olvidado para darle su merecido.

Rafael Núñez, doctor en historia y profesor de filosofía, hace suyos los criterios de Juan Avilés y a grandes rasgos reproduce la figura de Ferrer que el autor ha desmenuzado “tras una minuciosa revisión de los documentos ya conocidos”:
“No sería exacto –dice Núñez- considerar que la dimensión pedagógica de Ferrer y Guardia fuera solo una mera tapadera para sus otras (sic) actividades subversivas”.
Y acto seguido espolvorea su crítica con asertos que desbaratan la idea romántica que nos habíamos hecho del racionalista catalán:

“Fue una figura intrigante, siempre en la sombra, que urdía, alentaba o financiaba las más variadas maquinaciones. Es más que probable que estuviera directamente implicado en los atentados contra Alfonso XIII".

Núñez admite que quizás las sospechas que comparte con su patrocinado no podrían ser aceptadas como evidencias por un tribunal, pero "hay que reconocer que en este aspecto de tirar la piedra y esconder la mano, Ferrer fue un consumado maestro. Actuó siempre bajo cuerda y con actitudes poco claras”.

Deslizándose sobre los acontecimientos de la Semana Trágica que provocaron el fusilamiento de Ferrer en los fosos del castillo de Monjuitch, Núñez se ve obligado a reconocer que Ferrer “no tuvo un protagonismo en los hechos, pero da la impresión –añade- de que no fue por falta de ganas”.

Cuatro pinceladas más le bastan a Núñez para concluir que “nada hay en la vida de Ferrer que nos permita sustentar el mito”.

Y así acaba el justiciero epitafio que estos dos profesores dedican en Revista de Libros al fundador de la Escuela Moderna.
Es probable que algo parecido se temiera Francesc Ferrer cuando dictó al notario Permanyer de Barcelona (abuelo de Borja de Riquer) sus últimas voluntades:

“Protesto ante todo, con toda la energía posible, por el castigo que se me ha impuesto, declarando que estoy convencidísimo de que antes de muy poco tiempo será públicamente reconocida mi inocencia.

Deseo que en ninguna ocasión ni próxima ni lejana, ni por uno ni otro motivo, se hagan manifestaciones de carácter religioso o político ante los restos míos, porque considero que el tiempo que se emplea ocupándose de los muertos sería mejor destinarlo a mejorar la condición en que viven los vivos, teniendo gran necesidad de ello casi todos los hombres.

En cuanto a mis restos, deploro que no exista horno crematorio en esta ciudad, como los hay en Milán, París y tantas otras, pues habría pedido que en él fueran incinerados, haciendo votos para que en tiempo no lejano desaparezcan los cementerios todos en bien de la higiene, siendo reemplazados por hornos crematorios o por otro sistema que permita mejor aún la rápida destrucción de los cadáveres.

Deseo también que mis amigos hablen poco o nada de mi, porque se crean ídolos cuando se ensalza a los hombres, lo que es un gran mal para el porvenir humano. Solamente los hechos, sean de quien sean, se han de estudiar, ensalzar o vituperar, alabándolos para que se imiten cuando parecen redundar al bien común, o criticándolos para que no se repitan si se consideran nocivos al bienestar general.”

Bueno, el artículo de Núñez y el libro de Avilés realizan una decisiva contribución contra el testamento de Ferrer y Guardia. Con renovados bríos los dos profesores se enfrentan valerosamente al que ya entonces deseaba la rápida destrucción de los cadáveres.

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10 de enero de 2007
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EL MAL Y EL VACÍO

Los mejores poemas de amor son los que cantan la ausencia y las más cautivadoras canciones románticas son aquellas que remiten a la imposibilidad o a la pérdida.

El vacío es el lujo del arte.

La magia de lo invisible caracteriza a la pintura que excepcionalmente consigue suscitarlo. El valor crece a partir del valor de lo imaginado y la presencia se comporta sólo como un pretexto, cuanto más exacto mejor, de un universo inasible.

La arquitectura representa elocuentemente esta ecuación. La creación del espacio en arquitectura es la producción de una atmósfera intangible, presentida, inconsumible. El espacio se comporta como el aliento de lo que no podrá ver nunca y vivirá unido a nuestra aura. Con el espacio en buenas condiciones mejoramos nuestras condiciones. ¿Cuáles? Todas las innombrables, las principales.

Pero igualmente, la vida en general se desarrolla gracias a sus carencias, gana energía e interés a partir del  deseo insatisfecho o de la ilusión no consumada y su trascendencia se sostiene en pie gracias a  su sinsentido.

La negación, el dolor, el mal, el vacío, son creadores insignes. Altamente activos.

Todo lo que proviene del bien absoluto se consolida en su propia obviedad mientras la parte maldita, y tanto más cuanto más arbitrario se presenta, es la materia prima del conocimiento creativo. ¿La gloria? No hay nada tan confortable y a la vez demoledor. ¿La felicidad? No hay nada más dulce y simultáneamente más inverosímil. El dolor, sin embargo, es consistencia, biología.

La falta de dolor es subónimo de indolencia. La indolencia lleva a la inacción y su mayor pasividad a la ataraxia. Ataraxia o  asíntota de la muerte.

Paradójicamente la ausencia de dolor -o el ataque de un dolor insufrible, igualable al desvanecimiento- conduce a la nada mientras su indeseadas e imprevistas visitas acentúan, como una ley radical, la oportunidad física y espiritual de recrear el mundo.

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10 de enero de 2007
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Síncopes

Piensa John Updike que “la invasión de Irak era una idea quizá brillante que se ha convertido en una trágica chapuza desde el punto de vista estratégico y militar”.

Inmediatamente suponemos que se siente intimidado por Lila Azam Zanganeh, la articulista iraní nacida en Paris que le entrevista para Le Monde (el texto lo reproduce El País).
¿Qué otro motivo le obligaría a construir pensamientos enrevesados?

Si sus conocimientos bélicos le permiten imaginar invasiones estratégicamente agradables, debería citar sus fuentes.
¿Corea? ¿Vietnam? ¿Somalia?
Tampoco aclara cuál ha sido exactamente la tragedia. ¿La retransmisión de la masacre? ¿La muerte en Irak de tres mil norteamericanos desde el día que proclaman su victoria? ¿O, nuevamente, el chasco que se han llevado sus conciudadanos?

Updike no describe el significado que para él tiene la chapuza. Da a entender que los militares no han hecho bien su trabajo. Como si las legiones se hubieran dormido en los laureles. Pero ¿y los demás? ¿Ha sido el nuevo orden mundial de Washington una chapuza? ¿O acaso son chapuceros los mercenarios contratados en Irak como “guardaespaldas”?

Es asombroso comprobar cuántas suposiciones caben en una sola frase bienintencionada.
Sin citarlas, el novelista presta un considerable crédito a las razones que ampararon la brillante idea de invadir Irak: armas de destrucción masiva, sede del terrorismo integrista, solución definitiva al engorroso problema de Oriente Medio...

Lástima que un simple punto de vista haya arruinado tanta visión estratégica.

De hecho su nueva novela (Terroristas la publicará Tusquets en mayo) trata de eso. Updike, al parecer, y una vez ensayado su propio punto de vista, se mete en la piel de un joven estadounidense de origen árabe. "Quería ver a través de los ojos de un joven musulmán devoto e ingenuo".

No podía encontrarse nada mejor: un ingenuo inventa a un ingenuo.

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9 de enero de 2007
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¿HACIA LA MIEL?

Decía el tenebroso  Schopenhauer que "la vida es la historia de un sufrimiento". Y, por si faltaba poco, he ojeado El ocaso del pensamiento de Cioran.

Ante esta desaforada acumulación de pesadumbre y dolor surge un inocente ácido de incipiente felicidad. No una felicidad de orden intelectual o siquiera sentimentaloide sino un pulso de dicha puramente orgánica. La supervivencia instintiva hoza entre los montones de adversidad en busca de algún objeto donde se conserve un fragmento de ilusión. Esta dosis menuda y primera representa una golosina hallada sin planeamiento ni confianza, sobrevenida como una gota de miel, y succionar de ella reproduce la escena inaugural de la vida. La desesperada energía de un renacimiento contra la historia mortal

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9 de enero de 2007
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El increíble cine menguante

Días atrás volví a ver El graduado. Esta película de Mike Nichols es de aquellas que se aprecian más a medida que uno crece. Ya me había ocurrido hace algunos años, cuando vi por segunda vez Último tango en París: esa visión repetida fue mejor que la original, porque el tiempo había jugado en su favor. La historia del Paul interpretado por Brando es una cosa cuando uno la recibe a los 18 años, y otra muy distinta cuando uno ha llegado a la edad del personaje; hay angustias que nos parecen puro artificio a los veinte años, pero que a los cuarenta suenan a cosa de todos los días.

Esta vez, además del guión de Calder Willingham y Buck Henry (que además está graciosísimo en el papel de conserje del hotel), de las actuaciones de Dustin Hoffman y Anne Bancroft y de la música de Simon & Garfunkel, me alucinó la puesta de Nichols y su sagaz uso del formato scope. Supongo que en buena medida sentí la diferencia entre lo que era habitual en aquel cine estadounidense de fines de los ‘60 y comienzos de los ’70 –la inteligencia feroz, su iconoclastia, la forma en que reinventaba el medio en cada película- y el promedio del cine hollywoodense de hoy. Ayer nomás conversaba con Marcelo Piñeyro sobre Little Children, de Todd Fields, una peli americana de esas que hoy pasan por adultas y hasta controversiales. A mí Little Children me gustó bastante (a Piñeyro bastante menos), pero confieso que mi apreciación tiene mucho que ver con el hecho de que los standards con que juzgo al cine estadounidense de estos tiempos se parecen a los que uso cuando juzgo al dinosaurio Barney: esto es, con una pretensión cercana a cero. Si cada vez que me siento en el cine para ver una peli made in USA lo hiciese con la esperanza que esté en el nivel de Taxi Driver, Five Easy Pieces o El padrino, mi vida sería mucho más triste de lo que es.

Supongo que en aquellas décadas los estadounidenses estaban muy dispuestos a verse en el espejo sin anteojeras, y a confrontar el espacio –o en algunos casos, el abismo- que separaba sus ideales y sus discursos de la práctica cotidiana. Esa voluntad ha desaparecido casi por completo del cine, y mucho antes de que el atentado del 11 de septiembre les brindase excusas para atrincherarse entre sus peores prejuicios. El cine de Hollywood de hoy es, parafraseando aquel relato de Richard Matheson, el increíble cine menguante: cada vez es más pequeño y no puede evitar seguir decreciendo, es cine pensado para gente con escasa o nula capacidad crítica. Imagino que alguno sonreirá al interpretar esto que digo como un palazo a los Estados Unidos (que, dicho sea de paso, se han convertido en el increíble país menguante por motivos bastante más serios que la decadencia de su cine), pero en todo caso lo que me interesa del asunto es la forma en que nos interpela a nosotros, los que hablamos en español. Porque los que hablan en inglés están menguando por mérito propio, pero nosotros todavía no hemos crecido en la misma medida. Tenemos grandes artistas, pero estamos lejos de producir constantemente películas como El graduado. Y eso debería mosquearnos, porque los dueños del imperio nos están dejando el campo libre (en lo creativo, ya que no en lo industrial) y nosotros no estamos aprovechando la oportunidad tal como podríamos.

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9 de enero de 2007
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EDICIÓN

Ya entregué como regalo de fin de año el enlace hacia el blog de Hikikomori. Es una vergüenza volver a hablar del mismo blog, pero tengo dos buenas razones:

1. Hubo un cambio en la imagen del supuesto autor en su blog. Al enlace «sobre mí» corresponde todavía una cara dividida en dos, pero es el collage de una japonesa. Vale la pena revisar el blog, ver que su autor consiguió un premio, etc., pero me parece más interesante la feminización de su imagen. De chico duro pasó a ser un Hello Kitty del ciberespacio.

2. Hikikomori ha escrito un post que es lectura imprescindible para cualquier autor que publica su primer libro. Cada frase es una joya de autenticidad. Y es pura verdad: un autor tiene que oír estas frases en el camino hacia la publicación de su libro. No hay nada más injusto: se trata de una obra suya, pero publicar es una tarea poco común para él; todos los otros protagonistas del asunto viven esta historia varias veces a la semana. Pelea entre varios veteranos y un neófito. Siempre pierde el mismo.

Hay otra lectura que pronto será interesante: un libro (en inglés) de Richard Posner, de próxima publicación, y del que encontré una reseña. Es un manual dedicado al robo literario: cómo y hasta dónde se puede llegar en la utilización citas y referencias de otro libro en el momento de publicar algo. Se publicará en EE UU, pero conocemos el papel de los gringos en el derecho internacional. The Little Book of Plagiarism (el pequeño libro del plagio) será una herramienta imprescindible y, de verdad, lo único que falta en el maravilloso post de Hikikomori, es una frase del editor preocupado por un posible plagio:

- ¿y esto de dónde lo sacaste?, es muy bueno: no parece tuyo.

(Para los que no lo sepan: Becker es un juez que comparte un blog con Gary Becker, el economista, premio Nobel de economía. No es un lugar de intensa alegría, pero ambos hombres son conservadores con una mente abierta. Siempre vale la pena su lectura).

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9 de enero de 2007
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GELMAN EN FRANCÉS

Por primera vez, Gallimard publica poemas de Juan Gelman en francés. El poeta argentino tenía unas traducciones en pequeñas casas editoriales, pero nunca había conocido el prestigio de la tapa blanca con su arco de letras diciendo «DU MONDE ENTIER» (desde el mundo entero). No hay mucha lógica en el hecho de entrar en esta colección. Poetas entran o no entran sin modificación de su fama o patrimonio, pero adivino su orgullo íntimo de compartir la famosa marca “NRF” (nouvelle revue française) con Proust y tantos otros.

Tampoco existe, me parece, un método en la manera de escoger a los textos. Zoe Valdés tuvo una excelente recopilación, con un título escrito en dos idiomas Une habanera à Paris, con poemas sacados de varias épocas de su vida. Gelman tiene un título extraño en su uso hermético del francés: L’opération d’amour (La operación de amor, -de ninguna manera se puede traducir por «por amor» o «del amor»). Es un rescate de poemas que tienen como 25 años. Componen los libros Citas y Comentarios. Vienen con un prólogo del traductor, una advertencia final de Julio Cortázar. Es un buen libro, pero ofrece una imagen sorprendente de Gelman. Una imagen mística.

Gelman, lo sabemos todos, es un porteño con opiniones de izquierda. Es un hombre que espera una revolución social. Lo escribe en sus artículos y siempre lo hizo. Tuvo que exiliarse en México para huir del golpe militar. Uno de sus hijos está entre los desaparecidos de la dictadura. Y ha vivido una historia alucinante con el encuentro, años después, de su nieta nacida en las cárceles de esta bestia de gobierno militar. Dolor, protesta, venganza tendrían que ser los factores naturales de su arte. No es el caso en los poemas traducidos en Gallimard. Es amor. Un amor que camina por sí mismo, que no va a regañar, un amor de santo para la humanidad. La presencia continua de santa teresa tanto en los comentarios como en las citas, quizás, lo explica.

Tengo excelentes ensayos de Gelman en mi biblioteca: artículos escritos para el diario Página 12 y compilados bajo el título Miradas (Seix Barral). En uno de los textos, Gelman habla de Henrich Heine: dice que como poeta del amor «es el mas notable desde Petrarca en Europa». Una valoración acertada: este porteño sabe mucho del amor. No el amor cantado por los tangos sino el amor como mística de la vida interior. Gelman es distinto de lo que parece. Uno busca la revolución en su libro y casi no aparece, aparte de un texto sobre Federico Engels. Pero hay dos citaciones (citas dice Gelman) que me gustan. Una de William Burroughs: «la gracia me llegó en forma de gato» y otra en un sorprendente diálogo entre Proust y Colette (se conocieron, es bien documentado):

Proust: «Señora, sus libros son de un joven Narciso con el alma llena de lujuria»
Colette: «Señor, usted delira. Mi alma esta llena de frijoles y panceta»

Esta cita, para mí, es prueba de que Gelman en su exilio mexicano incorpora la mezcla de amor y de percepción sencilla de la vida que encontramos en el arte de Sor Juana Inés de la Cruz. Al leer Gelman en francés pensé en unos versos de Sor Inés. Podrían ser de este poeta que nunca más voy a leer como a un militante:

«No soy yo la que pensáis,
sino es que allá me habéis dado/
otro ser en vuestras plumas
y otro aliento en vuestros labios»

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8 de enero de 2007
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21 Babeles

Adivina, adivinanza. Tres historias dolorosas aparentemente inconexas resultan enlazadas por azar gracias a un acontecimiento violento que involucra un automóvil. Una de las historias es intimista, la otra es ultraviolenta y la última, de temática social, pero todas se regodean en el dolor y/o la sordidez. La imagen con algo de grano y unos toques de cámara subjetiva dan esa impresión de cuidadoso descuido que aporta realismo a la historia. ¿Qué película es de Alejandro González Iñárritu?

Pues todas. Es que son iguales entre sí.

Y su última entrega, Babel, no es una excepción. Aclarémoslo: no estamos hablando de la película casera de un estudiante de quince años. Como en Amores perros y 21 gramos, la acción es trepidante, la fotografía monumental, los personajes verosímiles y el guión muy bien construido. Casi el problema es que está demasiado bien, como una lección aprendida de paporreta por el mejor estudiante de la clase.

Y, para el que ha visto las películas anteriores del director mexicano, eso es exactamente Babel. Uno la ve con la sensación de que ya le sabe todas las mañas. Lo único que da grandes saltos de una película a otra es el presupuesto: empezó en México con Goya Toledo, siguió en EEUU con Sean Penn y ahora termina en Japón y Marruecos con Brad Pitt ¿Alguna idea revolucionaria para la próxima? ¿Qué tal Julia Roberts en Australia o Tom Cruise en la Antártida?   

Por supuesto, si Babel fuese la primera de la trilogía, gozaría como Amores perros del beneficio de la sorpresa, y sería tan impactante como lo fue aquella. Pero cuando uno ya se sabe el truco, empieza a fijarse en cosas que antes pasaban desapercibidas, como la cantidad de tragedias que le ocurren al pobre Brad Pitt. En alrededor de dos horas, al bueno de Brad se le muere un hijo, le disparan a su esposa, sus otros dos niños se ven envueltos en un confuso incidente en la frontera y terminan tirados en algún lugar del desierto de California. Y todas estas desgracias transcurren en tres países. El mundo está globalizado, sí, pero no tanto.      

¿Está el director plagiándose a sí mismo? No siempre. Algunos detalles (como las palabras finales que el público no llega a entender de la chica japonesa al hombre con que sostiene una relación platónica) más bien han sido tomados de Lost in translation de Sofia Coppola. Pero mayormente, sí, asistimos a su lenguaje habitual, con las mismas frases, los mismos giros y la misma lógica.

En un principio, ese lenguaje era un mazazo, porque venía acompañado de una nueva manera de entender el cine y el mundo. Pero en Babel, lo que queda es precisamente lo que ya no es nuevo. Lejos de la confusión de la ciudad bíblica, este filme de factura impecable tiene la uniformidad y la ausencia de sorpresas de una fábrica de jabones.

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8 de enero de 2007
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Como siempre, conspirando

En estos días iniciales del año uno hace lo imposible por no alentar ningún pensamiento que sea menos burbujeante que una copa de champagne, pero la realidad se las arregla para encarajinarnos el brindis. El homicidio de Saddam Hussein, por ejemplo, me inspiró vergüenza de pertenecer al género humano. No puedo evitar sentir el más profundo rechazo por la pena de muerte. La sola idea de una persona perdiendo la vida a mano de otras sin poder resistirse, hace que sienta piedad por esa víctima, más allá del calibre de sus propios crímenes. Yo no quiero a los genocidas Videla y Massera asesinados, los quiero juzgados y condenados por sus obras a una pena máxima que nunca debe ser mayor ni más cruel que la cadena perpetua. Se trata de hacer justicia con aquellos que han cometido faltas inexcusables, pero sin perder el alma en el proceso -ni convertirnos en el camino en aquello que rechazamos.

En las últimas horas de 2006 los argentinos nos vimos conmovidos por la desaparición de un hombre del que hasta entonces nada sabíamos, pero que en un abrir y cerrar de ojos pasó a ser el destinatario de todos nuestros rezos: el albañil Luis Gerez, que ya había declarado en juicios contra represores y se disponía a hacerlo nuevamente en el futuro inmediato, fue secuestrado por un grupo de hombres en el barrio de Escobar que fue siempre su patria chica. Su desaparición se volvía aún más escandalosa en la huella de su triste antecesor, Jorge Julio López, otro testigo de juicios contra represores de cuyo paradero sigue sin haber noticias. (A esta altura, creo que nadie sino los inconscientes y los optimistas irredentos conserva la esperanza de hallarlo con vida.)

En esta ocasión el Gobierno -tanto el nacional como el de la provincia de Buenos Aires, cuna de Escobar- se movió con premura, y en plena conciencia de la seriedad del asunto. El presidente Kirchner se comunicó con los ciudadanos por cadena nacional, un recurso que casi nunca había usado hasta ahora, para transmitir un mensaje con el que todos los argentinos de buena fe coincidimos: dijo que no existe Nación sin justicia, y que todo intento de obstaculizar esta justicia iba a encontrar la más cerril oposición no sólo del Gobierno formal, sino también de todos nosotros, los hombres y mujeres de a pie. Con la mayor de las claridades, Kirchner dijo lo que queríamos oír: que no existe el más mínimo margen para ningún tipo de amnistía para aquellos que han cometidos crímenes de lesa humanidad.

Gerez apareció a las pocas horas, golpeado, torturado y en estado de shock. Pero el feliz desenlace de este episodio no disipó las nubes que configuran nuestro cielo cotidiano. A casi diez días de su resurgimiento, seguimos sin saber nada sobre los responsables del hecho, lo cual refriega en nuestras narices algo que no por conocido deja de oler mal: el hecho de que estamos en manos de fuerzas policiales y servicios de inteligencia que cobijan a alguna gente de la que deberíamos protegernos, y que a su vez, por deliberación o por inoperancia, terminan encubriendo a aquellos que atentan contra el imperio de la ley. Y esto sin hablar de los militares y ex militares. En su artículo de ayer en Página 12, Horacio Verbitsky resaltaba el hecho de que los únicos juzgados y condenados en los últimos tiempos por crímenes durante la dictadura son hombres de la Policía, pero nunca militares. "Es difícil -sostiene- creer que ello ocurra por casualidad".

El otro hedor del caso Gerez se desprende de la utilización política del hecho. Todas las sospechas apuntan a Luis Patti, otro ex policía sobre el que pesan media docena de causas por secuestro, homicidio y apremios ilegales. (Gerez fue uno de sus torturados, y ya declaró en su contra en una causa.) Pero más allá de la responsabilidad presunta de Patti, la forma en que este asunto se está utilizando para impedir que el ex represor pierda todo su poder político en el partido de Escobar resulta casi tan asqueante como el caso policial, y reveladora del indigno estado de la política republicana. El país todo, pero en especial la provincia de Buenos Aires -que concentra el 40% del padrón electoral-, se maneja con prácticas políticas dignas de la Chicago de Al Capone, y el gobierno no termina de encontrar la forma de acabar con esta cultura, por el contrario, parece resignado a considerar la consagración de los menos malos como un triunfo soberano. Qué quieren que les diga, a mí la política del posibilismo me sigue revolviendo las tripas. Yo soy de los que sigue pensando que hay que pedir lo imposible, y ofrecer los brazos para colaborar con la construcción.

El mundo 2007 arrancó como la digna prolongación del mundo 2006. Pero yo sigo conspirando para que el tren cambie de vías, y me consta que estoy muy lejos de ser el único.

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8 de enero de 2007
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