Javier Rioyo
Estuve en la manifestación del sábado en Madrid, como otros miles, muchos miles de ciudadanos bastante tranquilos y bastante cabreados. Caminábamos lentamente, en silencio o casi en silencio. A mi lado estaban amigos y conocidos del mundo cultural, del cine, de la música. Yo marchaba con un grupo que no era cabecera de nada. En anónima solidaridad, al lado de Ángel González, de José Manuel Caballero Bonald de otros muchos poetas, escritores o esa tropa rara que son los periodistas culturales. Un buen tramo fui charlando con mi amigo, editor, lector y columnista, Manuel Rodríguez Rivero. Nos lamentábamos de las ausencias, de tantos escritores o periodistas a los que no les gusta verse mezclados con una masa de ciudadanos hartos de las anormalidades de un país que no se merece algunas cosas. Tampoco nos extrañaba demasiado. Conocemos el percal. Yo recordé unos textos que acababa de leer en el inteligente y lúcido diario de José Carlos LLop, La escafandra: “Hay periodistas que confunden una página de periódico con una pistola”. E inmediatamente después hace otra reflexión -por cierto, antes que de periodistas, habla de burdeles- que me hizo reír por su doble mala leche: “El político es un periodista que ha evolucionado. Por eso el periodismo es necesario para neutralizarlo”. Nada mal visto.
Yo que soy periodista, gracias a Tintín, sigo viendo las cosas con demasiada ingenuidad aunque el aumento de mi escepticismo es más alarmante que mis transaminasas. No fui como periodista a la manifestación- en realidad casi nunca voy como periodista a ningún lado- pero sí puedo contar que los gritos que no fuera contra ETA o por la paz fueron pocos. Es cierto que no se pudo evitar que algunos, muchos, se preguntaran dónde estaba el alcalde. O dónde esos obispos que tanto animaron otras manifestaciones. Preguntas al viento.
A mi lado Caballero Bonald decía que no había que gritar nada. Había que saber guardar silencio. El mejor grito posible, un silencio de cientos de miles. No fue así, pero los gritos fueron tan respetuosos como muchos silencios. No todas las manifestaciones son iguales.