Sergio Ramírez
Un emprendedor empresario del pequeño poblado de Catarina en Nicaragua anuncia que pronto pondrá a disposición de los recién casados un servicio de su invención. Se trata de que al momento en que los novios desfilen por el pasillo central de la iglesia, tras consumada la ceremonia nupcial, centenares de mariposas blancas llenarán la nave, y revolotearán en alegre y mudo vuelo sobre las cabezas de los novios, padrinos e invitados. Mariposas verdaderas, no engendros virtuales. Criadas por él especialmente para el espectáculo, las mariposas volverán al recinto de donde salieron, y la trampa volverá a cerrarse, hasta la siguiente boda.
Mariposas blancas, dice el inventor al reportero que lo entrevistó acerca de su ingeniosa empresa, y yo, la vez que me lo encuentre, pues Catarina es vecina a mi pueblo natal de Masatepe -donde recalo los fines de semana-, voy a proponerle que sean más bien mariposas amarillas, para que así, otra vez, la realidad vuelva a demostrar que no tiene envidia de la imaginación.
El inventor del que hablo, agrónomo de profesión, no se llama Mauricio Babilonia, sino Erick Nicaragua, que tampoco es un seudónimo. Y se prepara a exportar sus mariposas nupciales al mercado del Japón.