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La soledad de las computadoras

Conocemos la situación: estás en una discoteca tratando de ligar y no escuchas nada de lo que te dice esa persona, que por lo demás, te da igual. Los dos tienen que pasarse horas estableciendo comunicación para saber si se gustan o no, y finalmente es muy posible que no. Aún si sí, nadie te asegura que se irán a la cama esa misma noche, de modo que puedes haberte tomado todo ese trabajo sólo para conseguir “una bonita amistad.” ¿Cuántas noches has perdido así?

Cada vez es más la gente que prefiere ahorrarse los prolegómenos al sexo, conversación incluida. Perder el tiempo en engorrosos trámites y negociaciones es una tradición en extinción. Antes era imprescindible, ya que no todo el mundo comparte las mismas intenciones ni la certeza de tener empatía. Pero ahora, Internet ha resuelto el problema. La solución se llama Adult Friend Finder.

Basta de buscar temas de conversación o puntos en común. Adult Friend Finder te ofrece un formulario. Tienes que especificar tu lugar de residencia, nivel de educación, y grupo étnico. Debes detallar tu tendencia sexual: gay, hetero, bi o algo llamado “bicurioso”. Por último, si eres hombre, parte del formulario te solicita especificaciones de “dotación”: grosor, longitud y circuncisión. También puedes poner tus fotos.

Con más de un millón de visitas sólo en España, Adult Friend Finder se ha convertido en uno de los portales más populares de este país. Pero versiones de él van adueñándose de la red en toda Europa y EE UU. En ellas, los participantes estipulan lo que buscan: sexo en grupo, sexo uno a uno, intercambio de parejas, incluso hay un apartado de “otras actividades alternativas”. La cosa es sencilla: si coincides, conectas y fijas una cita. Tu pareja y tú no tienen un pasado ni un futuro en común. Estás en el siglo XXI: nadie tiene tiempo para sentimentalismos.

Siempre se concibió a las herramientas como extensiones de funciones humanas: el teléfono amplía el alcance de la voz, la televisión extiende los límites de la vista, el automóvil amplía las funciones de locomoción. Pero Internet no está extendiendo las relaciones humanas: las está alterando y determinando. Si en los años 60, los anticonceptivos representaron una revolución al separar el acto sexual de la reproducción, quizá Internet sea el paso siguiente: un instrumento que independiza al sexo de su relación con los sentimientos.         

Indudablemente, eso nos dirige hacia un mundo más libre y una socialización más democrática del placer, pero también consolida una sociedad más solitaria. La tecnología nos ofrece todo lo necesario para vivir, incluso vínculos sociales, que sin embargo son cada vez más momentáneos, no muy distintos de la relación que tenemos con las zanahorias del mercado. Y eso no sólo ocurre en Internet. Con computadoras o sin ellas, cada día se vuelve más fácil encontrar alguien con quien follar que alguien con quien hablar.

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15 de enero de 2007
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LA PALOMA Y LA SERPIENTE

Nos cuentan que la gran cadena mundial de tiendas al por mayor, Wal-Mart Stores Inc., ha aceptado que los camaradas del Partido Comunista abran una oficina en sus instalaciones comerciales de Shenzhen, un modelo que seguramente seguirá aplicándose a sus 68 establecimientos en todo China. Es decir, cada tienda de Wal-Mart llegará a tener su propio comisario político.

Wal-Mart se caracteriza por vender el papel higiénico a sus clientes, no en modestos paquetes con media docena de rollos, sino en bolsones de cincuenta, o cien. Lo mismo con la salsa de tomate, las latas de refrescos, los pollos congelados y las toallas sanitarias. De modo que ya imaginarán el sueño que para ellos es un mercado como el de China.

La cadena se caracteriza también por exigir a los clientes una tarjeta de membresía. No sabemos si en China el carnet de miembros del Partido Comunista, será suficiente para ingresar a los recintos de Wal-Mart y recorrer sus infinitas galerías colmadas de productos de consumo.

Semejante ayuntamiento, empresa trasnacional y partido, se hallaba ya previsto no en el Libro rojo de Mao, sino en el Antiguo Testamento, cuando se anuncia el día en que habrían de convivir la paloma y la serpiente en el mismo nido. Quién en este caso es la paloma y quien la serpiente, no lo dice la Biblia, ni, menos, el Libro rojo.

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15 de enero de 2007
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LOS OJOS DE DIOS

Hemos pasado la vida escuchando que la vida no se deja escuchar. O que, en definitiva, es imposible predecir por dónde van a ir los tiros.

Nos trazamos grandes planes pero ¿quién puede ignorar que se trata de planeamientos ilusorios, simples juegos de rol?

Los papeles definitivos corresponden a los hechos consumados y desde ellos se reinterpreta el  hilo argumental. No hay vida con guiones cerrados  y cada vez menos. Deberíamos aplaudir cuando vemos realizadas nuestras predicciones, porque la naturaleza de los hechos consiste en desmentir su pronóstico y en desmentirse como manera de ser, gracias a lo cual merecen nuestra atención. Poco interesante sería vivir si en el cumplimiento de un programa como si su trama nos perteneciera en propiedad.

La insuficiencia para controlar nuestro destino da aroma y calidad al proceso. De otro modo no se distinguiría de un protocolo opaco o de un irrespirable corredor. Los ojos no ven más allá, gracias a Dios.

Gracias a Dios no somos Dios. Ni sus hijos forjados a imagen y semejanza. 

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15 de enero de 2007
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El corazón de la vida

Existen artistas que tienen el poder de regresarme a ese lugar del alma en el que me gustaría vivir siempre. No se trata necesariamente de los artistas más excelsos, pero entre sus características figura esa peculiaridad: me arrancan de los estados más equívocos –de la nube negra, de la frivolidad y de la pérdida de perspectivas- y me elevan a esa suerte de mirador en el que todo recobra su dimensión adecuada y su orden y su sentido.

John Mayer me está malacostumbrando. Ya me había producido una epifanía con la canción Why Georgia, de su debut Room for Squares. El viernes pasado compré su tercer disco de estudio, Continuum, y el sortilegio volvió a producirse. Conducía mi auto rumbo a la casa que habito durante este enero magnífico, en el suburbio bonaerense de Pilar, cuando empezó a sonar el quinto track como si me convocase por mi nombre. Se llama The Heart of Life, esto es El corazón de la vida, y apenas terminó no pude evitar volver a ponerlo una y otra vez.

Mayer es un chico de Atlanta, Georgia, que arrancó cantando canciones pop de sensibilidad acústica y se movió desde entonces hacia el soul y el blues, sin perder su capacidad para las melodías y las letras inteligentes; es fácil revisar su trayectoria en su site. Todo indica que es de esos artistas que crecen con uno. (Aunque la diferencia de edad entre él y yo, que nació en el 77, me deje mal parado: cada vez que canto el verso de Why Georgia que dice "debe ser la crisis de la mitad de la mediana edad" me veo obligado a corregirlo; yo ya estoy por la mitad, sin dudas.) Toca la guitarra con gusto exquisito, canta con una voz pequeña pero lo suficientemente corrida de registro para sonar personal y ha leído todos los libros indicados. Cuando uno ve sus fotos no parece sino un adolescente, uno de tantos chicos blancos que desearían tener alma negra (podría ser muy bien el hermano nerd de Justin Timberlake), pero todo indica que Mayer tiene el corazón puesto en el sitio correcto. Cuando ganó el Grammy por Your Body is a Wonderland en el año 2003, lo que dijo en escena fue: “Recibo esto demasiado tempranamente. Voy a tratar de estar a la altura”. Hasta el momento ha mantenido su palabra.

Pero lo que yo quería era hablar de The Heart of Life; de ese momento original que me produjo a bordo del auto y de los que me ha producido desde entonces. Es una melodía sencilla pero inolvidable, construida encima de unos pocos acordes de guitarra, con un estribillo que –estoy seguro- volveré a repetirme una y mil veces durante mi vida: El dolor derribará tu corazón al suelo / El amor dará vuelta todo el asunto / No, no todo va a salir tal como debiera / Pero yo sé que el corazón de la vida es bueno. Tan simple como inapelable: más allá de las injusticias terribles, más allá de las tragedias personales, el corazón de la vida es bueno; esto es algo en lo que creo con todo mi ser.

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15 de enero de 2007
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Juego de palabras

Si alguien aún tiene dudas sobre las escasísimas posibilidades de que sirva para algo ese plan inventado por el presidente del gobierno llamado “Alianza de civilizaciones”, hará bien en leer la soberbia autobiografía de Ayaan Hirsi Ali, Mi vida, mi libertad (Galaxia Gutenberg).

Aunque nacida en Somalia, antes de cumplir los dieciséis años Ayaan Hirsi Ali ya había vivido en Etiopía, Kenya y Arabia Saudita debido a la condición de activista político de su padre. En sus desplazamientos conoció con exactitud la situación de las mujeres en los países árabes y en aquellos otros en donde iban tomando el poder los Hermanos Musulmanes. Su relato es sobrecogedor.

Sin la menor duda, para los musulmanes las mujeres son como el campesinado para la aristocracia feudal: una masa amorfa, más próxima al animal que al humano, a la que se explota sin piedad. Dado que en esos países sólo hay dos tipos de hombre, el jefe y el súbdito, las mujeres ocupan el lugar de los esclavos.

Para muchas mujeres las humillaciones, ablaciones, violaciones, asesinatos y explotaciones, resultan soportables porque han asumido el papel de animal sucio y lúbrico que les asigna el Corán. Aceptan los castigos y las agresiones del mismo modo que las bestias que lamen la mano que les da de comer. Pero para una mujer inteligente y valiente como Ayaan Hirsi, eso era imposible. En cuanto llegó a la mayoría de edad escapó del infernal campo de concentración islámico y emigró a Europa.

Su historia posterior parece una novela. Tras estudiar Ciencias Políticas la inmigrante semianalfabeta acabó como diputada del Parlamento holandés. Más tarde fue el objeto de la ira xenófoba de los nacionalistas quienes trataron de quitarle la nacionalidad. Finalmente, tras realizar una película con Theo van Gogh sobre las mujeres musulmanas, éste fue asesinado y ella vive desde entonces con guardaespaldas para protegerse de la vesania islámica.

¿Alianza de Civilizaciones? En absoluto: la lucha de la civilización contra la barbarie. O sea, lo de siempre.

Artículo publicado en: El Periódico el día 13 de enero de 2006

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15 de enero de 2007
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Los madriles

Por lo visto, Madrid es una de las pocas ciudades a las que puede nombrarse con un plural. Pronunciado con el debido acento, los madriles suena como el título de una zarzuela escrita con el gracejo castizo tan característico en coloquios y tertulias pasajeras. Una ingeniosa invención para una ciudad que quiso ser muchas ciudades. Quizá en su día la acuñaron vecinos asombrados de ver crecer los arrabales de la ciudad, resignados a perder de vista los barrios que edificaban los recién llegados. Los publicistas modernos podrían haber patentado la expresión como sinónimo de la diversidad cultural, mestiza y desinhibida que identifica a la capital de España.

En contra de los monocordes patrones identitarios que ondean en la periferia ibérica, allí donde tan política es la denominación de origen, los madriles podría ser sinónimo de la practicidad comunitaria de lo posmoderno. Un espacio urbano designado por la utilidad de un presente incesante, en donde gracias a razón y a comunicación se prescinde del farragoso entusiasmo que en otros lugares inspiran las genealogías míticas, las fantasías épicas y las toponimias clasistas. Hay una distinguida complacencia en esta ciudad de individuos a los que sólo conmueve el poderoso flujo de su singular historia personal.

En los madriles. En ningún otro lugar podría pasar más desapercibida la proclamación de los ecuatorianos. Quizá fuera inevitable recordarlo, pero en Madrid parecía una gentileza, y no una obviedad, mencionar la procedencia de los muchachos que ETA asesinó en Barajas.

Paseando con los madrileños por el Paseo Recoletos, entre la Plaza Colón, la Plaza Cibeles y la Puerta de Alcalá, podía corearse cualquier consigna contra la prepotencia criminal del Movimiento Vasco de Liberación Nacional. A esta agotadora y ofensiva reiteración de lo dicho ya tantas veces, a esta cansada aunque decidida aglomeración, pertenecen sin más preámbulo los que van llegando a la ciudad.

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14 de enero de 2007
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¿HAY QUE SEGUIR COMPRANDO LIBROS?

Yo sigo comprando libros. Otros, muchos, me llegan sin tener que comprarlos. Es algo parecido a una enfermedad. Una vieja enfermedad que convive conmigo hace ya muchos años. Una enfermedad que de momento, y por los síntomas, no parece tener cura. Algunos seguimos aumentando la biblioteca, contra el espacio, contra el tiempo y contra la realidad. Ya tenemos, hace mucho, muchos más libros de los que nunca podremos leer. Y sin embargo seguimos comprando. Seguimos acumulando la posibilidad de lecturas. Conozco algunos escritores que supieron terminar con esa enfermedad, con el viejo rito de acumular libros, de construir una biblioteca que no tiene fin. Por ejemplo, Manuel de Lope, apenas tiene en casa unos centenares de libros. Dice que no le hacen falta. Incluso para algún dato, para alguna consulta, ni acude a internet ni espera encontrar la solución en su casi inexistente biblioteca. Llama a un amigo que, ese sí, tiene el viejo vicio de guardar los libros y además saber usarlos. De Lope, compra y pide un libro, lo termina y prescinde de su presencia. Él es así.

Vargas Llosa, sí era partidario de tener una amplia biblioteca. Al menos lo era de joven. Creo que ahora mantiene que con tener dos mil libros ya puedes dar por satisfecho tu afán por tener lo esencial. Dicen que Gabriel García Márquez era poco partidario de conservar los libros, de hacer una gran biblioteca y que incluso le gustaba mostrar un cierto desapego al libro. Si su mujer y él estaban leyendo el mismo libro, no le importaba cortar las hojas para que su mujer pudiera seguir leyendo casi al tiempo. Yo creo que ahora cuidará más los libros. Tendrá una biblioteca de libros completos.

Bryce Echenique, en uno de sus traslados de casa, de ciudad o de las dos cosas, decidió no abrir las cajas de los libros trasladados. Ahí los dejó, encajados, escondidos, hasta que un día decidió regalarlos. Huir de su tentación. También prohibió a las editoriales que le mandaran libros a casa. Tiene los que compra o los que no puede evitar que le regalen los amigos, conocidos o saludados. ¡Otra lacra!

El que tenía bastantes libros, revistas, fotos y otros fetiches culturales era Guillermo Cabrera Infante. Al menos así le pareció a su amigo el actor, Alan García. Cuando una vez estuvo en la casa londinense de Guillermo, preguntó eso que muchas veces te preguntan algunos que se cuelan en tu biblioteca: ¡Cuántos libros! ¿Los has leído todos? Cuando su querido amigo también le hizo esa pregunta, Guillermo se quedó unos segundos en silencio, pero terminó contestando: solamente una vez.

Canetti, como tantos, se murió sin haber leído la mayor parte de los libros que su biblioteca contenía. Pero no dejó de comprar hasta el último día, siempre tenía la esperanza de leerlos algún día.

¿Y que pasa  con nuestros libros? ¿Los quieren como nosotros los quisimos nuestros herederos? Pues no es lo más normal. Lo normal de esas bibliotecas que son parte de la vida de las personas, de esos espacios que tanta información da de nosotros, acabe en algún saldo, en algún librero de viejo. Ese es un digno destino. Los hay peores, los hay vendidos al peso. Incluso expulsados sin misericordia del lugar que ocuparon en nuestras vida.

Esto se me estaba ocurriendo cuando quería reflexionar sobre un texto que he leído hace poco: Contra el ignorante que compraba muchos libros, un rescatado texto de Luciano por el editor, librero y bibliófilo Chus Visor, traducido del griego por Manuela García Valdés. De ese libro hablaré el lunes. Ahora me voy a poner orden, a buscar espacio a los libros que han llegado en estos días.

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12 de enero de 2007
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Con la música a otra parte

No me canso de contarlo. Hace ya varias décadas, un amigo con quien compartía estudios de filosofía estuvo acudiendo a mi casa durante un par de meses para ayudarme con un texto de Descartes. Solíamos comenzar hacia el mediodía y acabábamos a la happy hour, cuando la copa es un puro esplendor. Andaba yo entonces muy colado por Schubert, de quien sonaba siempre en el tocadiscos alguna de sus sonatas para piano, rectamente calificadas por Brendel de "sonámbulas". Mi amigo nunca había oído otra composición que el "¡Ay de mí!" de los sanfermines, ni se había interesado jamás por la música, de modo que no le molestaba tenerla de fondo. Una vez concluido el trabajo seguimos viéndonos asiduamente.

Cierto día íbamos metidos en un taxi y hablando a gritos los dos al mismo tiempo cuando el conductor encendió la radio para que no le molestáramos. Lo que sonó nos sumió en el silencio. Era el cuarteto D.112 de Schubert, uno de los más infrecuentes. Mi amigo, con un gesto de pánico, gritó señalando al chófer: "¡Esto es Schubert!". Horrorizado, un racionalista como él acababa de descubrir que era posible reconocer un estilo sonoro, una grafía invisible, en un fragmento diminuto y sin haberlo oído nunca antes, como si fuera el binomio de Newton. Hoy es uno de los más brillantes filósofos de la universidad española y un auténtico loco de la ópera.

Que podamos reconocer una figura sonora (me permito esta palabra por su fácil comprensión) y relacionarla o distinguirla de otras es un misterio que ha llamado la atención de los filósofos y psicólogos cognitivos. Distinguir una palabra de otra, un idioma de otro, una imagen de otra, es arduo de explicar, pero mucho más difícil es averiguar en qué consiste esa capacidad innata para retener constructos sonoros en la memoria de modo indeleble. Los niños que apenas balbucean ya adoran la música y cualquier octogenario puede cantar sin fallos de tonalidad una canción aprendida en la infancia, aunque quizás no recuerde ya ni el nombre de sus abuelos. El enigma se multiplica si a esa retentiva le añadimos la capacidad de la música para inducir emociones.

Debo a la generosidad de Fernando Peregrín la información del New York Times en la que se resumen los trabajos de Daniel Levitin, psicólogo cognitivo de la Universidad McGill de Montreal. En su laboratorio sobre percepción musical ha llevado a cabo experimentos que ponen de relieve cuáles son las zonas cerebrales afectadas por la música. La neurociencia y los psicoacústicos proponen explicaciones naturalistas al proceso musical que si bien están en fase de esbozo pueden llegar a dar un apoyo científico a la descripción de las emociones musicales y a explicar, por ejemplo, el éxito de la música tonal. De momento, lo más interesante de los experimentos de Levitin me parece la constatación de la sorprendente fortaleza de la memoria musical. Cientos de cobayas han reconocido composiciones o compositores con tan sólo oír dos notas, medio segundo de música.

¿Cuál es la causa de que algo tan sutil quede archivado en el cerebro como si se tratara de una información esencial para la vida? Los animales (y nosotros en tanto que animales) retienen aquello que es útil para su alimentación, reproducción y supervivencia. ¿Cómo puede ayudarnos a sobrevivir una sinfonía? Steven Pinker lo niega: para él se trata tan sólo de un estímulo placentero y nada más. Levitin, en cambio, lo relaciona con la evolución de los rituales reproductivos. No obstante, si fuera tan sólo un "placer" Pinker debería explicar cómo y con qué finalidad se produce ese placer. En la versión de Levitin, y dado que la música y la danza no deben de tener historias evolutivas muy distintas, nos falta una descripción que permita el tránsito de las ceremonias de la fertilidad a la asombrosa arquitectura de la Misa en Si menor de Bach. En todo caso, según los estudios cognitivos, la música se va perfilando como mucho más que un espectáculo ritualizado o un fenómeno cultural local. Quizás sea más bien algo tan profundamente decisivo para nuestra supervivencia como el propio lenguaje.

Que la música determina nuestras vidas incluso cuando creemos no estar oyendo nada, me parece evidente. Voy a permitirme un capricho melómano para celebrar el año nuevo y ya me perdonarán: hay algo arcaico, atávico, heroico, en el modo de hablar entrecortado, agujereado por silencios tensos, entonado perpetuamente en esdrújulas, del presidente del Gobierno. Es una música tan peculiar que ha contagiado a la vicepresidenta, la cual habla cada vez de un modo más sincopado y espástico. El presidente, además, suele dar el compás con la mano derecha: arriba, abajo, arriba, abajo. También con la izquierda o con ambas, según sea la dinámica del discurso.

Ésta es una música que, como la de Wagner, carece de desarrollo lógico y aunque parece un flujo arrebatado es inmóvil. Su unidad no está construida según la armonía clásica sino mediante la técnica del leit motiv: la paz, la lí-bertad, la démo-cracia, la sóli-daridad. A veces el motivo se dobla: el pró-ceso depaz, la á-lianza de cí-vilizaciones. Entonces intervienen ambas manos, plim, plam, plim, plam. Como en los interminables monólogos de Wotan, el público escucha desconcertado tratando de encontrar un hilo racional, la consecuencia, la finalidad, pero no hay acción, no pasa nada, todo está detenido: los leitmotiv se suceden como una serie de carteles publicitarios sin evolución interna, como un conglomerado de imágenes, que era de lo que Adorno acusaba a Wagner.

El reproche es malévolo porque tanto Adorno como Nietzsche como Thomas Mann acusaron a Wagner de disfrazar mediante un discurso heroico de cartón piedra unas píldoras homeostáticas de voluptuosidad que sólo buscaban el escalofrío de las clases acomodadas. Este tipo de música no persigue el placer del entendimiento sino la pura emoción visceral. En consecuencia, los fieles se estremecen de gozo y los infieles se aburren como setas.

Muy distinta era la música de Aznar, como es lógico. Aquel oratorio sacro cantado por un bajo profundo que proponía caminos de salvación en la lucha contra el paganismo y a favor del triunfo de Roma, se desarrollaba en un escenario barroco y levemente tenebroso, sobre telones de oro con calaveras sonrientes y diversos comparsas llamados El Miércoles de Ceniza o La Venganza de Israel. El caso es que respondemos, lo queramos o no, a la música de los estadistas, a la opera buffa de Berlusconi, a la petite chanson de Ségolène, al Yellow submarine de Blair, a la estridente tenora de Carod, o al fastidioso solo de gaita, sin principio ni fin, de Fraga.

Aquellos cuyo cerebro ha desarrollado las zonas más sensibles a la sonoridad ordenada son quienes, creo yo, más gozan y sufren el discurso público y el arte de los solistas parlamentarios, su inconfundible timbre a veces crispante, a veces solazante, en raras ocasiones sublime, casi siempre estupefaciente. Sin embargo, según están demostrando los científicos antes mencionados, ni los sordos se libran de obedecer al escondido poder de la música.

Artículo publicado en: El País, 12 de enero de 2007

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12 de enero de 2007
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PLACER, PURO PLACER

Por fin, tengo en mis manos Borges de Adolfo Bioy Casares. Casi 1.600 páginas en la edición española de Destino. Son más o menos 42 años recopilando los encuentros entre los dos escritores bonarenses. En realidad son siempre las mismas cuatro palabras que introduce el relato «como en casa Borges». Lo que viene después es digno de las muestras publicadas en Ñ: placer, puro placer de dos monstruos con clara adicción a la literatura.

El libro se va a quedar en la mesita al lado de mi cama más de un año. No puede ser de otra manera. Es un libro para picar. Ya voy picando en tres idiomas, pues se mezcla el castellano, el francés y el inglés al servicio de la maldade. Primeras muestras:

Bioy sobre el último poeta francés galardonado con el premio Nobel: «… Saint-John Perse dijo: j’exècre la lune. Mirándola: te imaginas qué imbécil. Negar la luna es negar la literatura: media poesía del mundo esta vinculada a la luna. Además, cómo se van a refutar las tres o cuatro cosas esenciales: la luna, el mundo, el cielo.»

Borges, hablando de bibliotecarios: «¿Qué intelectuales son esos? Son clasificadores, ubicacionistas.»

Borges sobre Virgilio: «La Eneida es muy linda. Tiene versos lindos. Lástima que tienda a la ópera, que sea un poco wagneriana, un poco d’annunziana. Es claro, como Virgilio escribía sobre algo que no sentía, exageraba, echaba las manos a los superlativos. El olor del infierno es inmundo. Cuando hay tormenta, las olas del mar llegan al cielo y dejan seco al fondo.»

Borges, en contra de su entorno más cercano: «Dolce hogar. Oxymoron.»

Bioy: «Rimbaud escribió el poema más inspirado, de mayor impulso (le bateau ivre), pero sus aciertos son momentáneos.»
Borges: «Es un momentáneo.»

Bioy: «Mallarmé también tiene poemas agradables.»
Borges: «Frecuentemente es ridículo.»

Borges describiendo el Papa: «ese alto funcionario.»

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12 de enero de 2007
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UN SIMPLE CLIC

El presidente de Venezuela, coronel Hugo Chávez, vestido en uniforme de combate, anunció al cabo de un desfile militar de fin de año la clausura de Radio Caracas Televisión (RCTV), una emisora a la que sentencia a muerte bajo la acusación de golpista.  Un verdadero golpe de estado en contra de la libertad de expresión.

No me cabe duda que RCTV merece el calificativo de golpista, pues la emisora estuvo del lado de quienes quisieron derrocar a Chávez en 2002. Pero igual lo merece el propio Chávez, quien surgió a la palestra pública gracias, precisamente, al golpe de estado que intentó en contra del presidente Carlos Andrés Pérez en 1992, diez años atrás. Un golpe de estado fue, pues, la puerta del poder que hoy tiene para cerrar un medio de comunicación, revocando el permiso de uso de la frecuencia que según la ley es propiedad del estado. De modo que el que peca y reza, al menos debería empatar.

Deben ser abominables las diatribas de RCTV en contra de Chávez, a quien los dueños del canal sentenciado no lo quieren en el poder, igual que de abominables son las propias diatribas de Chávez en contra de sus adversarios, de cualquier color ideológico que sean. Seguramente yo me cambiaría de canal a la hora que RCTV da las noticias, como me cambio de canal cada vez que Chávez me aparece en la pantalla con su boina roja. Qué bien iría el mundo si suprimir algo que no nos  gusta dependiera nada más de nuestras voluntad de espectadores, haciendo uso de un simple clic. Espectadores, que desgraciadamente rima con dictadores.

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12 de enero de 2007
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