Marcelo Figueras
Existen artistas que tienen el poder de regresarme a ese lugar del alma en el que me gustaría vivir siempre. No se trata necesariamente de los artistas más excelsos, pero entre sus características figura esa peculiaridad: me arrancan de los estados más equívocos –de la nube negra, de la frivolidad y de la pérdida de perspectivas- y me elevan a esa suerte de mirador en el que todo recobra su dimensión adecuada y su orden y su sentido.
John Mayer me está malacostumbrando. Ya me había producido una epifanía con la canción Why Georgia, de su debut Room for Squares. El viernes pasado compré su tercer disco de estudio, Continuum, y el sortilegio volvió a producirse. Conducía mi auto rumbo a la casa que habito durante este enero magnífico, en el suburbio bonaerense de Pilar, cuando empezó a sonar el quinto track como si me convocase por mi nombre. Se llama The Heart of Life, esto es El corazón de la vida, y apenas terminó no pude evitar volver a ponerlo una y otra vez.
Mayer es un chico de Atlanta, Georgia, que arrancó cantando canciones pop de sensibilidad acústica y se movió desde entonces hacia el soul y el blues, sin perder su capacidad para las melodías y las letras inteligentes; es fácil revisar su trayectoria en su site. Todo indica que es de esos artistas que crecen con uno. (Aunque la diferencia de edad entre él y yo, que nació en el 77, me deje mal parado: cada vez que canto el verso de Why Georgia que dice "debe ser la crisis de la mitad de la mediana edad" me veo obligado a corregirlo; yo ya estoy por la mitad, sin dudas.) Toca la guitarra con gusto exquisito, canta con una voz pequeña pero lo suficientemente corrida de registro para sonar personal y ha leído todos los libros indicados. Cuando uno ve sus fotos no parece sino un adolescente, uno de tantos chicos blancos que desearían tener alma negra (podría ser muy bien el hermano nerd de Justin Timberlake), pero todo indica que Mayer tiene el corazón puesto en el sitio correcto. Cuando ganó el Grammy por Your Body is a Wonderland en el año 2003, lo que dijo en escena fue: “Recibo esto demasiado tempranamente. Voy a tratar de estar a la altura”. Hasta el momento ha mantenido su palabra.
Pero lo que yo quería era hablar de The Heart of Life; de ese momento original que me produjo a bordo del auto y de los que me ha producido desde entonces. Es una melodía sencilla pero inolvidable, construida encima de unos pocos acordes de guitarra, con un estribillo que –estoy seguro- volveré a repetirme una y mil veces durante mi vida: El dolor derribará tu corazón al suelo / El amor dará vuelta todo el asunto / No, no todo va a salir tal como debiera / Pero yo sé que el corazón de la vida es bueno. Tan simple como inapelable: más allá de las injusticias terribles, más allá de las tragedias personales, el corazón de la vida es bueno; esto es algo en lo que creo con todo mi ser.