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La familia como microcosmos

La caída de los dioses sigue siendo la película enorme que alguna vez fue. Más allá del abuso del zoom en algunas secuencias (cuesta entender cómo un artista tan elegante como Visconti cayó en la trampa de un recurso que envejecería tan rápido), el filme habla aún con la misma elocuencia que tenía en 1969; nuestra especie ha cambiado poco y nada desde entonces. La historia de una familia industrial alemana que coquetea con el nazismo surgente y se deja corromper hasta lo más hondo es tan intemporal como la Caída originaria; Visconti sabía lo que hacía cuando buscaba una forma de recrear Macbeth en tiempos modernos, la ambición desmedida engendra monstruos –siempre. Estoy convencido de que El Padrino no sería lo que es si Coppola no hubiese prestado la debida atención a La caída de los dioses. La obra maestra de Coppola también es la historia de una familia que se deja corromper por la ambición, sólo que en este caso la fuerza corruptora no es Hitler, sino el capitalismo.

En los documentales que acompañan el DVD que me compré, el guionista Nicola Badalucco subraya los puntos de contacto del filme con la tragedia shakesperiana (hay un contrabando casi completo de personajes, con la genial excepción de aquel interpretado por Helmut Berger: Martin von Essenbeck fue extraído de la verdadera familia de industriales alemanes que inspiró al guionista, los Krupp, cuyo heredero intimaba con el régimen nazi y adoraba vestirse de mujer), pero además pone el dedo en el corazón del drama al decir que funciona con esa efectividad porque “la familia es el microcosmos del universo”.

Uno puede contar cualquier época centrándose tan sólo en una familia. Todo lo que hay que hacer es mostrar de qué forma las presiones del mundo exterior van moldeando la relación entre los personajes; lo que va de la Roma imperial de Yo, Claudio a la Nueva York de El Padrino. Pero existe algo aún más profundo, y por eso más duradero, que se cuenta cada vez que la historia de una familia se desenvuelve ante nuestros ojos. En la historia de cada familia se repiten, como un eco, las turbulencias que han jalonado la historia del universo: desde el Big Bang (imagen sexual, si las hay) hasta la formación-parto del planeta Tierra, desde Pangaea hasta la división de los continentes, desde las glaciaciones hasta el calentamiento global. Nos unimos, nos multiplicamos, nos quebramos, nos dividimos y volvemos a atraernos. Así como los nueve meses en el interior del vientre narran la completa evolución de la especie –de célula a pez, de anfibio a mamífero-, cada familia narra a su manera la historia del universo.

Hamlet hacía bien cuando recomendaba a los actores que tratasen de ser un espejo de la naturaleza. Lo hacía porque era consciente de que no existe narrador más grande.

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29 de enero de 2007
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Rehabilitación

Si tu esposa acaba de encontrarte en la cama con otra, o tu jefe te ha pillado diciendo que es un ogro negrero, o si en general todo el mundo te encuentra insoportable, no te preocupes. Hay una solución: inscríbete en una clínica de rehabilitación.

Al menos, a las estrellas parece funcionarles. Isaiah Washington, el actor de Grey’s Anatomy, tuvo la delicadeza de llamar “maricón” a uno de sus compañeros de reparto. Y después, por si alguien no había oído bien, lo repitió en la ceremonia de los Globos de Oro. Ante el escándalo público, anunció que entraba en una clínica de rehabilitación para reflexionar y ser una mejor persona.

Y no es el primero, ni el último. Michael Richards, el popular Kramer de la serie Seinfeld, le gritó a un asistente a su espectáculo “negrata”. Luego le dijo “¿Qué pasa? ¿Me van a arrestar por llamarle negrata a un negrata?” y continuó: “hace cincuenta años en este país te habríamos colgado de un tenedor en el culo”. Todo quedó grabado en los teléfonos de otros miembros del público. Cuando su carrera se venía abajo por el escándalo racista, Richards anunció que entraba en rehabilitación para reflexionar y ser una mejor persona.   

¡Y Mel Gibson! Guapo, espiritual y católico hasta la médula, el hombre perfecto, se despachó con una andanada de insultos antisemitas tras ser detenido por conducir ebrio. Cuando trascendieron sus palabras, anunció que eso había sido producto del alcohol y que entraba en rehabilitación.

Por supuesto, eso no significa que asistan. Lindsay Lohan se inscribió para curar su alcoholismo en una clínica tan cara que se llama Wonderland. Entró hace diez días y salió hace tres. El anuncio público sirve siempre para mostrarse arrepentido y que la gente sepa que te lo tomas en serio. Luego puedes hacer lo que quieras.

Y sin embargo, si realmente estás arrepentido de tus palabras, y por lo tanto de tus siniestros pensamientos, si eres conciente de que odias a personas por su origen, raza o preferencias sexuales, si sabes que esta mal pero no puedes evitarlo y te gustaría desaparecer de la faz de la tierra a todos los que son diferentes que tú –o peor aún, a los iguales que tú- ya sabes: una clínica de rehabilitación es la mejor y, quizá sea la única, manera para curarte de ti mismo.   

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29 de enero de 2007
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La universidad y el geriátrico

Comienzan a plantearse jubilaciones anticipadas en las universidades catalanas. Un plan que se aplica desde hace años en otras regiones españolas. No todas las universidades lo han aceptado. La mía, por ejemplo, se lo está pensando. Puede parecer un plan para privilegiados. Nada de eso. En la universidad clásica, el contacto entre alumnos y profesores no superaba la barrera de los quince años, la frontera generacional. Los viejos catedráticos se dedicaban a la investigación y supervisaban a los ayudantes. No porque un humano de 60 años carezca de vida intelectual, sino porque tiene demasiada. Es como usar un camión para transportar un paquete de tabaco.

Y hay un segundo problema. Dada la velocidad de cambio de las sociedades mediáticas, el sistema de referencias y valores se transforma de modo inexorable cada quinquenio. Los estudiantes de 20 años son ya viejos para los de 15. Los profesores, en cuyas clases es decisiva la capacidad de hacerse entender y el riesgo de parecer marcianos, tienen serias dificultades para averiguar cuáles son los referentes (familiares, formativos, mediáticos, culturales, lúdicos o religiosos) de los recién llegados. Este conflicto es menor en una clase de química o de estadística, pero es letal en aquello que suelen llamarse "humanidades". Aunque hay matices.

Un amigo mío, profesor de la Politécnica y en una clase técnica, puso una analogía para explicar la ironía de algunas arquitecturas minimalistas: dijo que eran "como películas de Buster Keaton". Notó una inquietud entre los estudiantes. Se miraban unos a otros y trataban de ver cómo había escrito ese raro nombre el compañero. Averiguó, no sin sorpresa, que ni un solo alumno había visto jamás una película de Buster Keaton. Mi amigo tiene 40 años.

Me dirán que es un detalle trivial. No lo es. El conjunto de símbolos que forman nuestra imaginación es nuestra identidad. No hay otra. Eso es lo que somos. El diálogo entre dos memorias sin contacto es un diálogo de sordos. La universidad española se está convirtiendo en un geriátrico para sordos.

Artículo publicado en: El Periódico, 27 de enero de 2007

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29 de enero de 2007
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HITCHENS

Arcadia, el mensual cultural creado por la revista Semana en Colombia, no dudó en hacer su portada con la fotografía de Christopher Hitchens y dos palabras: «El contradictor». El escritor, crítico y pensador inglés radicado en Washington vino al Hay Festival de Cartagena para asumir el papel de enfant terrible de las Américas. Gran defensor de la intervención americana en Irak, traidor de muchos amigos que escribieron con él en The New Statesman, en el Reino Unido, Hitchens se estableció en la derecha conservadora a través de un itinerario intelectual lleno de polémicas. Un retrato suyo, publicado hace poco por el semanal The New Yorker acabó de establecerle en una posición de aislamiento creciente y productivo (basta ver un sitio que propone una mera muestra de su producción, para comprobarlo). Hitchens es una persona que se ve, se dice, se quiere aparte de los otros. Y denuncia a todos los otros.

Sentado en un sofá, bajo los almendros del Claustro de Santo Domingo, con un vaso de whisky, cigarrillos y el calor del trópico ampliado por la luz del escenario, ha dado una entrevista pública sorprendente y de buena calidad. Habló muy poco de política y mucho de Dios, de los creyentes, de las religiones. En la política, machacó a Hillary Clinton, para no perder sus buenas maneras, antes de hablar -para cambiar- de «personas moralmente normales». Esas personas parecen ser la derecha republicana donde Hitchens se mueve mucho. Descripción de aquella población en tres palabras: «colapso moral completo». Los republicanos, dijo, no saben qué hacer. Y, como tantas personas están de acuerdo, lo mejor que habría podido hacer Bush era mandar (como commissioner) en el baseball norteamericano.

Sobre Dios, los creyentes y la religión: Hitchens está en contra de todos, claro, pero con una voluntad de definir de manera racional las bases del agnosticismo. Todo su discurso fue muy conforme con el título de su último libro, God is not great (Dios no es grande), dedicado a denunciar el efecto negativo de la fe sobre la convivencia entre los hombres. «Nuestra civilización, dijo, tiene que ser defendida frente a los fundamentalismos».

No voy a negarlo: Hitchens me decepcionó, pues esperaba a un payaso político y vi a un filósofo de la fe citando a Spinoza, desafiando a Nietzsche a demostrar la vida de Dios previa a su muerte y sudando en la noche caribeña.

Cinco muestras de mi libreta de apuntes:

Aspiración en la juventud: «Ser escritor era lo único que quería hacer; entonces leer era una pérdida de tiempo».

Su mudanza a EE. UU.: «Era ineludible, por mi deseo de ser escritor. EE. UU. es el tema que ofrece la máxima riqueza al generar mucha Historia. En realidad, allí producen más Historia de lo que pueden consumir a nivel local».

Lo que escribe: «Es ficción por una parte y periodismo por otra, ya que es a la vez polémica e investigación».

Los creyentes en la génesis: «Hay que tener mucha arrogancia para decir que el hombre fue creado a imagen de Dios cuando la evolución nos dice que se trata de un primo del mono».

La denuncia de una presencia divina en nuestro mundo: «el cosmos no está arreglado para implementar las profecías de seres humanos».

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26 de enero de 2007
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HAY

Hay festival en Cartagena de Indias. El Hay Festival. Toma su nombre del festival original que tiene lugar cada año en Hay-on-Wye, en el País de Gales. La versión tropical va por su segunda edición. Pinta bien, pinta muy, muy bien, pero yo le habría dado otro nombre. Tendría que llamarse el Hubo festival. En Cartagena nadie se saluda con un ¿Qué hay? Siempre se utiliza el elegante ¿Qué hubo?, con su pretérito.

¿Qué hubo en Cartagena? El primer día de festival es una mezcla de debates, música, poesía, tertulias, etc., en la ciudad colonial. Mezcla de latinos y anglosajones. Atmósfera informal, directa y un público que viene no se sabe de dónde para escuchar cosas raras, a veces especializadas. Me tocó hablar de «Literatura y periodismo» con Elvira Lindo y Juan José Millás, frente a una audiencia que llenó el precioso teatro Heredia hasta la bandera para preguntar cosas como ¿cuáles son los futuros respectivos de la novela rural y de la novela urbana?

Por el momento, el festival me parece potente, bien organizado y me deslumbra: cada acto empieza en hora; creía estar en el Caribe. Ya he conseguido estrechar la mano de Akinwande Oluwole Soyinka, el primer premio nobel de literatura africano. Es simpático, pero es una persona más en un encuentro donde se habla con todos sin encontrar a nadie. Al final, la ciudad, el calor, los olores a frutas nos comen a todos. Nadie resiste el trópico.

Al leer en el aeropopuerto un cartelito que tenía como nombre «Roberto Geldof», entendí que Cartagena ya hace lo que hizo durante siglos: resistir a la invasión, comérsela y seguir igual. Bob Geldof, rockero irlandés convertido en humanista al iniciar una ayuda humanitaria para África como alternativa a su limitado éxito después de la canción I don’t like Monday, es en realidad «Sir Robert». Como tal, vino para cantar en la Plaza de la Aduana. Pero nada más llegar al aeropuerto, era Roberto. Unas horas después, ya alguien me habló del «gato inglés» que venía a cantar. Cartagena nos hospeda y sigue igual, inalcanzable.

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26 de enero de 2007
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Nuestro ángeles custodios

La primera columna que envié a este diario trataba sobre la okupación de pisos y lo incómodo que debía de sentirse el consejero de gobernación, Joan Saura, aplicando leyes que le disgustan. No podía yo imaginar entonces que el asunto iría subiendo de temperatura hasta que su esposa, la concejala Imma Mayol, propusiera la semana pasada despenalizar la okupación al tiempo que se declaraba “antisistema”. ¡Qué buenos sueldos cobran en Cataluña los antisistema!

En realidad se suele producir una confusión entre lo que escribimos los opinadores y nuestros profundos deseos. Podía parecer que por denunciar las contradicciones entre la política real y la ideología de partido lo que estaba diciendo es que sólo tienen derecho a vivienda los ricos. Ya me gustaría a mí que nadie se quedara sin casa y que ningún ser humano sufriera el invierno en la calle. Pero la cuestión no es esa sino la confusión entre trabajo e ideología.

Es lógico que tanto Joan Saura como su esposa, ambos crecidos políticamente en el colectivismo totalitario, guarden resabios contra la propiedad privada. Es posible que esos resabios sean moralmente admirables, pero su trabajo no consiste en imponer su ideología sino en hacer cumplir la ley. Con el tipo de políticos que han acabado por tomar la escena, a veces se hace difícil clarificar algunos principios democráticos básicos. Por ejemplo: que el ejecutivo ejecuta, pero no legisla. Y que el legislativo legisla, pero no ejecuta. La tremenda chapuza nacional tiende a cruzar legisladores, ejecutivos y jueces, pero nada sería más urgente que clarificar este panorama cuyos embrollos nos acercan cada vez más al modelo italiano.

El clásico reparto de poderes quiere decir que cuando Imma Mayol pide la despenalización de los okupas, siendo así que eso sólo es posible si lo aprueban los legisladores porque es un recorte de las garantías jurídicas del propietario, sus palabras son interpretadas inmediatamente como un alegato a favor de la okupación. Es como si hubiera dicho: “Apoyaremos la okupación hasta que logremos cambiar la ley”. Barcelona, que ya es la capital de un sinfín de grupos la mar de simpáticos pero perfectamente estériles, puede convertirse en el centro mundial de la inseguridad jurídica. Y conste que me encanta la idea.

Lo digo porque la despenalización de los okupas no es sino una posibilidad, simpática, chula, guay, entre muchísimos otros posibles actos de okupación. En mi columna ponía como metáfora la okupación de plumas estilográficas, pero les aseguro que más de una vez y a la vista de los cientos de miles de motocicletas que corren por Barcelona he pensado en proponer un “uso social de la moto”. O sea, despenalizar su okupación. Las motos no deberían permanecer en las aceras quietas como muertas impidiendo el tránsito de los ciudadanos que puedan necesitar en cualquier momento un rápido traslado. ¡Cuántas veces no hemos tropezado con doscientas motos perfectamente inútiles! En esos instantes de conciencia social se me acude que las motos habrían de dejarse abiertas, sin llave de encendido, y que todos deberíamos poder usar la que nos cayera más a mano. ¡Tantas veces hemos tenido que acudir urgentemente a algún lugar de esta ciudad en la que el transporte público es, por decirlo educadamente, una boñiga de vaca y no hemos podido coger la moto que yace sin uso al lado mismo de nuestro portal! Un uso social de la motocicleta debería ser el siguiente paso de Imma Mayol.

Subamos un escalón. Alguien quizás haya reparado en la cantidad enorme, desmesurada, de automóviles que se arrastran por las calles de un modo asombrosamente asocial. En mi barrio, que es un campo de concentración escolar, pasan constantemente unos tremendos cuatro por cuatro ocupados por una señora y una especie de guisante sonriente que desde el asiento trasero agita sus manitas camino de la escuela. ¿No hay en este ámbito una importantísima labor para sosegar la conciencia antisistema de Imma Mayol? ¿Por qué emperrarse en la vivienda? A nadie molesta tener por vecino un piso vacío. Sin la tele a todo trapo, sin las peleas a gritos, sin los tocadiscos de los nenes, sin competidores a la hora de coger el ascensor… En cambio, el uso asocial del automóvil que soportamos actualmente (francamente fascista) crea una mortal nube de veneno, representa un despilfarro monumental, y causa una destrucción de la vida pública, tanto urbana como rural, equivalente a cinco bombas atómicas. Y encima le estamos dando todos los beneficios a las compañías más salvajes del globo, a los consorcios más cínicos y gangsteriles, a los países más tiránicos y genocidas.

Un poco de cabeza, queridos colectivistas de Iniciativa. Empezad por lo que hace más daño: las motos y los automóviles. Dejad para el final lo fácil, esas casas vacías como las que tenéis en Mallorca y en Cadaqués. De todos modos, si os empeñáis en despenalizar a los okupas barceloneses, lo primero será convencer a los legisladores, para lo cual vuestro partido tendrá que incluirlo en su programa para las municipales. Ya estoy viendo el logo: “Barcelona, kapital mundial de la okupación”. Os hacéis con el ayuntamiento en un plis plas.

Artículo publicado en: El periódico, 26 de enero de 2007

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26 de enero de 2007
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EXTREMOS DE LA DEVOCIÓN

            La trascendencia de las acciones del alma queda impregnada en los huesos, y a veces en las vísceras, como bien lo demuestra el culto a las reliquias corporales. Recordemos cómo el cadáver de San Juan de la Cruz, el poeta más alto de la lengua castellana, fue objeto de graves disputas en cuanto a su posesión, hasta el punto de que el remedio que encontraron los de Úbeda y Segovia,  que querían para sí aquellos despojos, fue dividírselos, unos la cabeza, otros los miembros inferiores, toda una carnicería beatífica del pobre santo que había sido perseguido y encarcelado en vida por la superioridad eclesiástica, y siguió siendo perseguido tras su muerte por sus devotos, hasta la mutilación.

            Me impresionó ver una vez que visité la iglesia de la Anunciación en Alba de Tormes, que el brazo izquierdo de Santa Teresa de Ávila, otra voz tan alta de la lengua, se exhibía acorazado dentro de una especie de pieza de armadura de cruzado, lo mismo el corazón, dentro de un yelmo refulgente. Y según se decía en un folleto explicativo que se me dio, el pie derecho y la mandíbula se hallan en Roma, el ojo izquierdo y la mano derecha en Ronda, y hay dedos y trozos de carne en muchos sitios de España. Es lo que podríamos llamar un canibalismo teológico.

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26 de enero de 2007
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LA ELEGANCIA DEL EGO

Yo y tú, objetos de lujo. Este título que elegí para mi último libro se ha convertido en un lugar muy frecuentado.

You fue el elegido personaje del año 2006 por la revista Time pero alrededor, arriba y abajo, pueblan el espacio y el ciberespacio los YouTube o los Myspace, los anuncios de Montblanc (Is thay you?) y las promociones de Televisión Española.

El “para ti”, “pensamos en ti”, “tu banco”, My saving plan, “lo importante eres tú”, va creando una constelación que trasforma la idea asquerosa de la masa en la pulida simulación de una tertulia de individuos, todos con su nombre y apellidos, identificados, personalizados, supuestamente reconocidos en doble acepción. El mundo sabe quiénes somos, las empresas conocen nuestros gustos, se interesan por nuestras necesidades y, por encima de todo, nos consideran. Más aún, nos hacen sentir importantes y hasta decisivos.

El lema de que el cliente siempre tiene razón se ha elevado a razón universal de la cultura contemporánea. Una clientela explorada, rastreada, espiada y sondeada minuciosamente para acomodar los artículos –físicos o ideológicos- a sus deseos presentes y futuros, los materializados y los que se hallan en trance de eclosión. Siempre con una particularidad: con la peculiaridad ineludible de que el grupo o incluso la multitud debe tratarse sin alusión a su masa.

El fenómeno más característico de nuestro tiempo es el desgranamiento de la mies. La necesaria pretensión de creerse diferente y pugnar sin reposo por ser entendido de este modo. Como consecuencia, el gran anhelo de diferencia se ha convertido en el mayor fenómeno de masas.

Porque la paradoja aparece donde menos se la espera. El lujo selectivo de ser yo y el deseo de ser dilucidado y preciado se dobla con el ambiente global y generalizado de lo mismo. Pero aun así, ¿qué mejor atmósfera de fusión que el tufo de ser todos a través de la elegante fe de ser único?

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26 de enero de 2007
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La noche del cometa

Yo vi un cometa. Fue hace una semana, el sábado por la noche para ser preciso. Había leído por allí que iba a ser posible divisarlo en el cielo durante un par de días, pero no me molesté en retener los datos: no sabía ni siquiera su nombre.

El sábado por la noche la casa que alquilo en Pilar estaba llena de gente. Celebrábamos el cumpleaños del tío de mi mujer; además de su familia estaba buena parte de la mía, mi padre, mi hermana y mi cuñado, mis sobrinos. Tratando de hacer lugar en mi vientre para el asado que se avecinaba, salí a correr por el barrio. Acababa de salir, apenas, cuando me crucé con un grupo de niños que miraban el cielo mientras proferían palabras de asombro; señalaban un punto en lo alto y a mis espaldas. Sin detenerme, recordé la historia del cometa. Entonces giré y lo vi, allí donde lo habían anticipado los niños. Era una estela enorme, como si alguien hubiese desplegado en el cielo una tela de gasa de miles de kilómetros de largo, un jirón de color tornasolado. Nunca había visto nada igual. Como uno nunca sabe muy bien qué hacer en presencia de lo maravilloso, decidí seguir corriendo. En cada esquina volvía a mirar al cielo para asegurarme de que seguía allí, se lo diría a mi gente apenas regresase. Y en efecto allí estaba: el cometa seguía serpeando en el firmamento mientras yo trotaba rumbo a casa.

Apenas entré, les pregunté si lo habían visto. Dijeron que no, en mi ausencia habían estado tomando un aperitivo, quedaban trozos de queso encima de la mesa. Traté de indicarles dónde lo había visto, nos apartamos de la casa un centenar de metros, pero fue en vano. No había rastros del paso del cometa. Me sentí frustrado. La maravilla perdía su gracia en la imposibilidad de compartirla. Si hubiese leído bien los diarios me habría enterado de su fugacidad; había seguido trotando como un bobo en presencia de lo inefable, ¡debí haber regresado a casa de inmediato!

A veces pienso que esa es la razón por la cual algunos escribimos. Nuestras cabezas imaginan a diario gente fantástica y hechos extraordinarios. (Como un cometa, sin ir más lejos.) Pero la experiencia ya nos enseñó que hay cosas más importantes que seguir en carrera. Escribir es detenerse, regresar a casa y reunirse con la gente, porque –lo sabemos- nuestras ocurrencias sólo tienen sentido cuando las compartimos; cuando el cometa se vuelve para los demás tan real como lo es para nosotros.

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26 de enero de 2007
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La invención de una guerra

Esta semana, la prensa española cubrió con espanto la guerra interracial desatada en Alcorcón. Aún fresco el recuerdo de la revuelta en Francia, las imágenes de los antidisturbios incapaces de controlar a los cazadores de inmigrantes impactaron en la opinión pública como un mazazo. Los medios hablaron de la banda de inmigrantes Latin Kings y mostraron a las bandas de defensa españolas. Por su parte, los políticos iniciaron una batalla aparte: el gobierno de la ciudad negó la existencia de bandas y sus opositores lo acusaron de cerrar los ojos ante la realidad y poner en peligro a la ciudadanía. La idea de una España invadida por asesinos extranjeros ha corrido por la ciudadanía como un regüero de pólvora.

Nadie diría que un grupo de marihuaneros que se pasan el día haraganeando en una plaza podían ponerle los pelos de punta a todo un país. Y sin embargo, lo han hecho y están fascinados. En Alcorcón, modelan ante los fotógrafos con capuchas en los rostros y presumen ante sus amigos de haberle partido el espinazo a algún Latin King. Salir en el telediario –en todos los telediarios- es lo mejor que les ha pasado en su vida. 

Porque si había un enfrentamiento étnico en Alcorcón, los medios de prensa lo han atizado. La disputa ni siquiera empezó así: era un lío de parejas entre dos dominicanos. Eran varias bandas de adolescentes mixtas, compuestas por extranjeros y españoles. Hasta que hubo un apuñalado, nadie vio al culpable, pero alguien dijo: “vamos a cazarlos.”  Lo que salió en televisión es lo que vino después.

Esta semana, muchos inmigrantes de Alcorcón han faltado a sus trabajos y colegios por miedo. Y muchos españoles también tienen miedo. La mayoría conocen a inmigrantes y tienen buenas relaciones con ellos. Sólo detestan a los que no conocen, a los que salen en el diario.

Quizá había Latin Kings en Alcorcón –en la vecina Móstoles los hay-. Quizá había incluso skinheads. Pero si no los había, ahora los habrá. Los verdaderos ultraderechistas han convocado a una marcha este fin de semana y mucha gente asustada los apoya. Los adolescentes latinos, por su parte, piensan en defenderse. Cada extremo alimenta al otro. Los medios no sólo informan sobre cosas que ocurren. Al contrario, las cosas ocurren porque aparecen en los medios. Y el universo se acomoda a ellas.

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26 de enero de 2007
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