Vicente Verdú
¿Se puede amar y odiar a la vez? Nada más fácil, más corriente, ¿más vulgar?
Nuestro narcisismo despierta malestar en los demás pero también en uno mismo apenas se comporta como una membrana porosa al exacerbado deseo y a la máxima insatisfacción.
En la pantalla vertical del narcisismo se aúnan el amor y el odio. Amor y odio hacia quien desdeña nuestra valiosa entrega y cotiza a la baja nuestra autocotización.
Pero también amor y odio hacia uno mismo que por la intervención narcisista sufre el desconcertante cruce de la defensa y el ataque, la presunción y la destitución.
Cuando los orientalismos y los trascendentalismos han aconsejado la minuciosa extirpación del yo, sabían bien a qué clase de veneno aludían. Con el yo todo se enfoca obcecadamente y en el abuso de su grueso cristal la emoción se aberra.
La juntura entre el rechazo y la atracción, el amor y la aversión, son ejemplos del perturbador efecto provocado por la obscena lente del ego. Sin ego, por el contrario, el espíritu vuela más alto y hasta el cuerpo pierde algunos kilos de más. ¿Cómo llegar a esta liposucción esencial?
Un ejercicio rápido y a mano, hasta cursar las lecciones de los maestros, se encuentra en el humor. Basta un paso atrás, el mínimo necesario para lograr perspectiva y el yo se achica. Un yo absorbente, amo y ogro, vive bien tan sólo en la distancia cero. Cuanto más nos apegamos al yo más engorda y desborda su masa. Basta, en cambio, un pequeño alejamiento, el indispensable para poder transformar nuestro pesar en un relato, nuestra angustia en un ejemplo y nuestro complejo sufrimiento en un sudoku para que la carga se alivie y brote el beneficio de dejar eventualmente de ser más. Vivir es un contento, pero tanto más cuanto menos acarreo se haga de un Yo de oro, tan obeso como enfermo de sí, tan exageradamente amado que con extrema facilidad se fractura en decepción.