Sergio Ramírez
Seguramente les pasa también a ustedes, pero esas noches tranquilas de quedarse en casa cuando a mí me cortan la película en la tele para meter diez minutos de anuncios comerciales cada diez minutos, yo me cambio de canal, o apago y me voy a la cama. Eso, para quienes gustamos de las viejas películas, que al menos tenemos el recurso de alquilar una copia en la tienda de videos, y librarnos de los cortes. Pero las cosas parecen ponerse peor para quienes gustan de las series fabricadas en los estudios de televisión, y de las telenovelas.
Digo por qué. En las películas viejitas, cuando aún se usaba que los médicos aparecieran fumando un cigarrillo mientras daban a su paciente la noticia fatal de un cáncer en los pulmones, no se enseñaba la marca del cigarrillo. Ahora, no pocas series y telenovelas dejan guiar sus guiones, valga bien aquí la redundancia, según lo que quieren las agencias de publicidad y meten en las escenas no sólo tomas donde las marcas de los productos que se quiere promocionar son más que visibles, sino que los mismos acontecimientos narrados vienen a ser dominados por la intromisión de esos productos, desde automóviles todo terreno, a hamburguesas y cosméticos.
Hay una escena, me dicen, en una serie que se pasa en España, Aquí no hay quien viva, donde unos novios deciden celebrar su cena de bodas a bordo de un todo terreno, frente a la ventanilla de un restaurante de famosas hamburguesas. Y en la telenovela Betty la fea, que ha tenido ya más versiones filmadas que Los Miserables, el guión está prácticamente tomado por la gama entera de una marca de cosméticos.
¿Se acuerdan del anuncio de carretera de una óptica, con aquellas gafas gigantes, que aparece en todas las versiones de cine que se han hecho de El gran Gatsby? Pues hoy en día alguna marca de lentes de diseño hubiera pagado una fortuna por dejar ver su logotipo en ese viejo tablón, ya no medio borrado por las inclemencias del tiempo, sino con toda la gala de ese brillo en que es sabia la publicidad.