Jean-François Fogel
Lectura de un artículo de Cristóbal Alliende en El Mercurio del domingo. La fecha es importante. Este domingo ya era un día de febrero, es decir, un día de vacaciones total en Chile. Ni hablar de literatura o de libros nuevos en los periódicos. Alliende es una firma que aparece a menudo en la prensa en Chile (fue editor de la revista De Libros de El Mercurio). Pero no hay duda sobre lo que es su artículo, «El novelista en su libro»: algo utilizado para tapar el vacío del verano en el hemisferio Sur.
Ese «algo» es apasionante: el viejo problema de la relación entre el autor y su novela. Alliende lo resuelve en ocho puntos. Se pueden resumir en una doble afirmación: el novelista está y no está.
Los ochos puntos de Alliende son contundentes:
1. Una novela tiene un autor (nada de la supuesta autonomía del texto).
2. Una novela es un telescopio para ver también a su autor.
3. El autor es prescindible (no importa conocer al autor para disfrutar su novela).
4. La novela autobiográfica es tramposa (si no, no es novela).
5. El autor es un mentiroso (por ser humano).
6. El autor es el propietario de su novela (con el derecho a comportarse como un gerente malo).
7. El autor tiene con sus personajes una relación que otra persona no puede tener.
8. La relación del autor con su obra no procede del mundo natural.
Ahora bien, me parece que falta un noveno punto: el novelista es el traductor de su obra. Marcel Proust, lo cita al final de su Búsqueda del tiempo perdido cuando pone muy feliz a su narrador. Este último sale del salón de los Guermantes y, después de sobrepasar su dosis razonable de vino, llega a pensar que pasar la vida con los Guermantes le ayudaría a escribir un gran libro. Pero enseguida entiende su equivocación. Recuerda que la realidad no es «una especie de basura de la experiencia». De ser así, el realismo sería el colmo del arte. Y Proust, o más bien su narrador –ya estamos en el problema– explica por qué un autor no tiene que inventar su libro. En realidad, dice, lo tiene en sí mismo y le falta traducirlo para sus lectores. Sigue la famosa frase: Le devoir et la tâche d’un écrivain sont ceux d’un traducteur (El deber y la tarea del escritor son los del traductor).