Javier Rioyo
Desde luego Kapuscinski era un maestro, un referente, una “rara avis” en el mundo del periodismo. Y lo era, no por escribir bien, si no muy bien y a veces excepcionalmente bien (hay unos cuántos que también son grandes escritores y se dedican a esta profesión), lo cual ya le sitúa en un lugar diferente de la mayoría. Pero no era eso lo que hacía de él un periodista sin muchos semejantes; lo que hacía de él algo extraordinario es que unía ese talento, esa genialidad en su escritura con la forma en que ejercía el periodismo. Su preocupación por los lugares desprotegidos, dominados, deprimidos, desolados del mundo y atender y entender lo que allí pasaba no porque fuera la guerra de moda, ni el conflicto más llamativo. Él era capaz de hacernos llegar lo que tantas veces no es visible en el peculiar mundo de la información. Además, Kaspuscinski, tenía la insólita manía de vivir dentro de los mundos de los que escribía. Y una rara capacidad para vivir inmerso en ellos por más incómodos o duros que fueran esos mundos. Pero no era perfecto, era un ingenuo. Además casi nadie le hacía caso. Leerlo, eso sí lo hicieron bastantes en el mundo, y después olvidar lo que nos contaba.
Hoy lo he recordado porque una vez más he comprobado que no era verdad esa frase suya: “los cínicos no sirven para este oficio”. Qué ingenuo. Los cínicos son los más populares, los más famosos y los mejor pagados de este oficio. Vale, es posible que Kapuscinski no considerara de los suyos a algunos que dicen ser periodistas. No los consideramos, pero lo son.
Hoy lo he recordado al ver, por accidente de zapping, las informaciones que estaban dando algunos que ejercen ese oficio desde el lado del periodismo de sociedad, de corazón o de lo que sea eso. No he podido soportar cómo se referían a la muerte de una mujer joven, de una madre separada, de una señora que tenía un trabajo y tenía, como tantos problemas. No he podido soportar la injerencia en la vida, en la muerte y sus conjeturas de Erika Ortiz Rocasolano. No lo podía admitir desde lo que me queda de periodista, de no querer ser cínico con algunas cosas y de ser más respetuoso con el dolor de una familia. Ella no era pública, no era princesa, no era actriz, ni escritora, ni daba exclusivas de su vida o de la vida de su familia. Una mujer joven ha muerto antes de lo razonable.
Compañeros no me sean canallas. No sean tan cínicos. Ya sé que casi ninguno podemos, ni queremos ser Kapuscinski, pero de verdad hay que elucubrar sin saber, sin datos y sin pudor sobre la vida y la muerte de alguien a quien no conocieron.
Me gustaría que fuera verdad que los cínicos no valen para este oficio. Y si no valen que sean otra cosa. Que se llamen de otra manera. Yo no soy de los míos, pero desde luego de unos más que de otros. Al menos es lo que uno desearía, no ser como vosotros.