Basilio Baltasar
Media humanidad jura o promete poniendo su mano derecha sobre la Biblia. La mayoría ha leído o ha oído recitar sus historias y de algún modo sostiene el prestigio de sus figuras sagradas. No hace tener una vara de medir para calibrar la influencia que el libro de los judíos ha tenido en la historia del mundo. Y, sin embargo, la autoridad patriarcal de sus autores ha sido la más incisiva causa del odio cerril llamado antisemitismo.
Abrumado por la persistencia de esta maldición, el periodista y ensayista francés Jean Daniel ha escrito una breve y profunda suma crítica sobre la cuestión judía. “La prisión identitaria –dice Juan Goytisolo en el prólogo- es el eje de este libro”.
Encabezando cada capítulo de La prisión judía (Tusquets) con un deslumbrante fragmento del Libro de Job, Jean Daniel ya nos dice qué estado de ánimo ha guiado sus meditaciones intempestivas y cuánta soliviantada indignación le inspira el estado de guerra perpetuo en que se ha instalado el estado de Israel.
De este modo, el muchacho judío educado por progenitores ilustrados y republicanos, reacios a encerrarse en los estrechos límites de una tradición, el joven resistente y combatiente de la División Leclerc, el intelectual decisivo en tantas batallas políticas, se ve obligado a reconocer el fracaso de la razón o, al menos, la insuficiencia anémica que le impide dar cuenta del trágico cul de sac en que se han metido israelíes y palestinos.
Consciente de encontrarse en el centro de una perturbada disyuntiva de la condición humana, y no sólo en medio de un conflicto regional, Jean Daniel quiere “buscar en los textos sagrados la explicación de los conflictos”. Su disertación transcurre en un contenido clima de estupor y concluye en una disimulada desesperación. Pues por mucho que uno confíe en los artilugios de la conspiración política, no hay modo de imaginar la derrota de los “fanáticos idólatras” que en Israel y Palestina se han adueñado de la situación.
La ilusión mesiánica del pueblo elegido, la mayoría de edad estrenada por la Alianza con el Dios único, la constante inspiración de su Libro, la matriz, en fin, que nos dio a Spinoza, Freud o Einstein, se ha transformado en el doloroso estrépito de una inconcebible humillación. Pues lo que está en juego no es la ficción religiosa de los creyentes, sino el espantoso sendero que nos lleva de nuevo y constantemente a los campos de exterminio nazis.
Para Jean Daniel,que lamenta su utilidad como excusa nacional de los desmanes israelíes, el Holocausto no es un accidente sino una fractura en la historia humana: como si la atrocidad concebida por un pequeño grupo de hombres nos hubiera arrojado a todos, y definitivamente, a la fatalidad del mal.