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ESTOS OTROS

Quiero contar una historia no tan famosa, ni mucho menos,  pero más real, por desgracia, que la que cuenta Alejandro Amenábar en su película Los otros, bendecida por la gracia de Nicole Kidman.  La mía no ocurre en ninguna antigua mansión propia para fantasmas, sino en la aldea de Diyahil,  cercana a la comunidad minera de Rosita, en las perdidas regiones de la costa del Caribe de Nicaragua, donde cuatro  niños hijos de un matrimonio de indígenas misquitos, Solano y Andrea Paterson, están condenados a no ver nunca la luz del sol, que los mata. La mayor, Elisa, que tiene 9 años, ya se ha quedado ciega, y Saint Clair, de apenas un mes de nacido, tiene ya el cuerpecito lleno de costras y excoriaciones, igual que sus otros dos hermanos, Marlon de 5 años, y Niesel, de 3.

Se trata de una enfermedad de origen genético, e incurable, que se llama xerodermia pigmentosa, una lotería fatal que toca a uno por cada millón de niños nacidos en el mundo. Aquí vino a tocar en los últimos confines de la miseria y el abandono. El padre, que fabrica cal en un horno doméstico, y la madre, que cuida de sus niños en la oscuridad, no son visitados por los fantasmas,  sino por el desamparo, ni son fantasmas ellos mismos, a no ser por lo famélico que se ven en las fotografías.

Han hecho esfuerzos por cerrar los resquicios de las paredes de caña del rancho en que viven para que no penetre la luz, pero como poco lo consiguen, los niños deben refugiarse bajo uno de los camastros que llenan la pequeña habitación, la única de la casa, para huir de la fatalidad de la luz. No juegan, no tienen con quien. Su infancia se disuelve en la oscuridad. Prisioneros para siempre, reos de cadena perpetua.

La vida, cobra otra vez su precio injusto a la imaginación.

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5 de febrero de 2007
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Ella no sale de su asombro

Cuando nos encontramos con amigos extranjeros y nos sentamos a charlar suele darse a menudo la misma escena. Ellos nos cuentan qué ocurre en su país. Nosotros nos vemos obligados a explicarles qué pasa en el nuestro.

Ahora es una destacada líder conservadora americana la que confiesa su estupor. No entiende a Mariano Rajoy. Pertenece a sus propias filas ideológicas y no debería costarle tanto apuro entender mejor su actitud. Sin embargo, hay algo que le parece incomprensible.

Obviamente surge el controvertido asunto del terrorismo. Se deslizan críticas contra la gestión de Zapatero pero no llegan a justificar la hostilidad declarada por el Partido Popular al gobierno socialista. En casos de emergencia nacional, se dice, cabría esperar un pudoroso y astuto consenso.

La verdad es que resulta complicado explicárselo todo de una vez a nuestra amiga. La militancia de la Conferencia Episcopal, el enloquecido libelo radiofónico, la furiosa inquina mediática, el dinamismo económico de las órdenes religiosas seglares, la intoxicación policial, la conspiración judicial, la ambigua lealtad constitucional, las sangrantes llagas abiertas durante casi tres años por su inesperada derrota en las urnas…

Será mejor optar por la imagen que mejor retrata a la derecha española. Imagine, señora, que el líder de la derecha francesa Sarkozy, en lugar de fundamentar su legitimidad política en la gesta republicana de De Gaulle, fomentara con guiños sutiles pero explícitos un poderoso vínculo con la figura del Mariscal Petain. Por impecables que parecieran sus discursos, por  irreprochables que fueran sus actuaciones, cada palabra dicha, cada gesto escenificado ante la opinión pública, cada silencio, sería la estruendosa invocación de un pasado condenado.

Este es el pecado no confesado por la derecha española: su doble filiación. No hace mucho, uno de sus periódicos afectos ha puesto a la venta una colección de sellos, monedas y billetes del antiguo régimen. Se ha presentado como una ocurrencia comercial pero en realidad la circulación de la efigie del Caudillo en papeles de curso legal pretende agitar los sentimientos aletargados de la extrema derecha española.

Ella no sale de su asombro.

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5 de febrero de 2007
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ARTE Y REALIDAD

Estoy en Lanzarote, ese lugar por donde arrasó unas semanas el terrible Houllebecq. Me gusta Lanzarote, me gusta desde antes de conocerlo. Me gusta desde el nombre. Además me gustan los desiertos, los horizontes, las carreteras con badenes, los volcanes y algunas rubias que vienen del norte. También me gustan algunas morenas. Aunque son las pelirrojas las que más me conturban. ¡Qué pocas pelirrojas hay por nuestros pagos!

Dejando claro que Lanzarote me gusta, también reconozco que muchas Houllebecq, así como otros tantos escritores y creadores varios que pasan por exagerados, lo que en realidad son unos realistas. Son unos que saben tomar buenos apuntes de la realidad.  Ayer, en un día -con parte de su noche- de paseo por la isla, muchas cosas se parecían al paródico libro de Houllebecq. Esa vieja historia de que la realidad imita al arte.

El comportamiento de algunos de los veraneantes que acuden buscando un lugar exótico, distinto, volcánico, se parece al de los personajes de su novela. ¿O tendría que decir su libro de viajes? También los hoteles, esos hoteles de muchas estrellas que miran al mar y hacen ofertas de temporada baja. Esos hoteles que están pensados para los horarios de los nórdicos en tiempo de trabajo. ¿Cómo es posible que un hotel de lujo cierre sus restaurantes a las diez de la noche? Lo es. Y, ¿cómo es posible que el único bar que permanece abierto hasta después de esa hora castigue cada noche con un espectáculo? Porque ya nos habíamos acostumbrado al pianista de hotel. Generalmente una cruz de temas manidos pasados por arreglos de ascensor. Y digo generalmente porque recuerdo que Bebo Valdés se ha ganado la vida como pianista de hotel en Suecia. Y encontrarse a Bebo tocando en un hotel cada noche es como para trasladarse a vivir a ese lugar. Vale, después de hacer el curso de soportar la mayoría de los pianistas. Ahora hay que reciclarse en resistente de espectáculos étnicos. Noche de tangos argentinos. Noche balcánica. Noche flamenca. Noche romántica. Canción napolitana…O noche de Ronda. No han llegado las sardanas, pero cualquier día de estos.

Me tocó la noche argentina. Los tangos berreados. Los tangos machacados en bailes que aporreaban el suelo y  dos bailarinas que enseñaban cachas. Los hombres, invitaban a la pandilla de rubios guiris al grito de: “¿Dónde hay un macho man?... ¡Un macho man, que baila con las señoritas!”. No lo pude resistir. Huí a mi habitación, me refugié con el viejo amigo del mini bar. Mañana vería una Lanzarote diferente. Nada que ver con la irreal de Houllebecq, nada que ver con la verdadera que yo viví después de haber leído al francés. Hay textos, hay imágenes, de las que es difícil librarte. Mañana  estaré en la Biblioteca de Saramago, otra historia. ¿Otra realidad u otra irrealidad? Mañana hablaremos de la memoria, de las memorias.

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2 de febrero de 2007
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LEO «EL LIBRERO»

Para ser más precisos leo el número 6 (enero 2007) editado en Caracas por Sergio Dabhar. Es una revista fuera de lo normal: 48 páginas, papel couché, tamaño grande (27 x 31,5 cm), a todo color y… gratuita. En un continente donde escasean las librerías, con un precio sofocante para cualquier libro, El Librero va por el camino del lujo y de la gratuidad.

Durante años, Sergio Dabhar tuvo un papel fundamental en el diario El Nacional como periodista y ejecutivo en la sala de redacción. Como director de la colección de actualidad de la editorial Debate, es responsable, entre otros libros, de la edición de «la» biografía de Hugo Chávez -El comandante sin uniforme de los periodistas Cristina Marcano y Alberto Barrera. Con El Librero impulsa una idea y que es más que un modelo económico, algo sorprendente en el contexto de Caracas. ¿Tiene lógica una revista como ésta? Respuesta: sí, hay lectores y entonces hay necesidad por parte de las casas editoriales de comunicarse con ellos.

El Librero (5000 ejemplares buscados como pan caliente) es el único contexto dedicado solamente a los libros donde se puede publicar un anuncio publicitario de alta calidad (tanto por la definición de la impresión como por el soporte). Tampoco se trata de lo que llamamos en Francia una «trampa para publicidad». El Librero es una verdadera revista con artículos, en este número, sobre los libros infantiles, los libros de béisbol, los libros para médicos, las novelas ilustradas, una análisis de las tendencias del mercado, un adelanto sobre una novela política La última vez, de Adriano González León, que se publicará en febrero. Libros, libros, libros.

«No quisiera algo barato» reconoce Dabhar con una obvia sorpresa frente al éxito de su aventura. Los libreros piden tener más revistas, los editores ponen anuncios y desde afuera se les pide ejemplares de algo que falta en todas partes. Cuando Dabhar habla del «punto de equilibro entre las necesidades de los libreros y las de los lectores» entendemos que la revista cuida su posicionamiento: no es una revista cultural y tampoco es un especie de volante comercial para repartir entre compradores potenciales. Es una revista para ayudar a los libreros que recomiendan y orientan.

Para un europeo, hay un hueco inexplicable en América Latina. Cada diario importante tiene su suplemento (más bien sus páginas) de libros. Argentina tiene Ñ que es una maravilla aislada. Pero a nivel del continente, no hay nada que se dedique a los libros sin ser una revista cultural destinada a una audiencia restringida. Sergio Dabhar, que dice ser rentable ya, tiene un invento entre sus manos.

(Un blog escrito en Caracas habla de El Librero: http://desdeelexilio.blogspot.com/2006/12/el-librero.html)

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2 de febrero de 2007
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Una pedagogía del dolor

Perdón por la demora, pero ya se sabe cómo son las cosas durante los viajes: el hombre propone y el reloj dispone. Anoche estuve en el Instituto Cervantes de Utrecht, presentando la edición holandesa de Kamchatka. Mi editora, Nelleke Geel, tuvo la idea de convertir la presentación en una suerte de reportaje público; y tuvo además la ocurrencia sublime de juntarme con Alejandra Slutzky, a quien yo no conocía entonces -y a quien nunca, por cierto, podré ya olvidar.

Alejandra es menuda, de un hablar tranquilo y pausado que no significa ausencia de coquetería: es de las mujeres que sólo recurren a sus gafas cuando les resulta imprescindible. Nelleke pensó en ella porque es argentina y vive en Holanda desde hace casi 30 años. Le pareció la interlocutora ideal, además, en su condición de autora de un libro que lleva un título de inequívocas resonancias bergmanianas: El Silencio. En ese libro, Alejandra recrea su experiencia como hija de desaparecidos y refugiada politica. Mientras esperábamos que se hiciese la hora de comenzar, me contó los pormenores de su llegada a Holanda: tenía 14 años, apenas, y cargaba con un hermano menor de 13. Llegaron de la mano de una amiga de su padre, y pronto se quedaron solos. No conocían a nadie, por lo que terminaron en manos de la asistencia pública. Y no sabían una sola palabra del idioma que, créanme, no es lo que se dice fácil.

Durante toda la presentación tuve que hacer un esfuerzo para lidiar con la emoción. Yo, que siento un nudo en la garganta apenas le ocurre algo a uno de mis personajes imaginarios, no podía dejar de pensar en el grado de sufrimiento real que había experimentado, y en buena medida todavía experimenta, la persona que estaba sentada a mi izquierda. Porque aun cuando la soledad ya no sea tal, y tampoco el desarraigo, Alejandra -eso imagino, al menos- debe seguir sintiéndose huérfana.

Cuando todo terminó, nos vimos separados por un mar de gente. Pero al rato se las arregló para encontrarse otra vez conmigo, y me preguntó si me había hecho sufrir mucho con su curiosidad, con sus observaciones, con sus comentarios. (Se ve que no logré disimular la emoción tan bien como hubiese querido; y a mí que me gusta jugarla de Bogart!) En ese caso, dijo, quería pedirme disculpas. Se me ocurrió entonces que sólo alguien que ha sufrido mucho puede ser tan sensible al dolor ajeno; y que sólo alguien de buen corazón utiliza esa sensibilidad no para dominar o explotar al otro, sino para consolarlo.

Alejandra escribió El Silencio en el idioma de Holanda. Ojala encuentre quien se lo traduzca y edite en español. Sería un poco de justicia, nomás; una forma de regresar a casa.

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2 de febrero de 2007
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EL PARÁSITO

La constatación de que un mismo intervalo de tiempo produce sensaciones diferentes sobre su duración  revela algo más que una percepción subjetiva. Meses como el pasado de enero se eternizan y otros discurren veloces como un soplo no sólo para un sujeto sino para una comunidad y un entorno más o menos próximos.

Con  esta repetida verificación frecuente se llega a intuir que el tiempo no pasa desentendido de nosotros como en ocasiones sentimos con dolor, sino que necesariamente nos pasa y es nuestra densidad o grado de rarificación personal que determina una aceleración u otra.

El tiempo se manifiesta así como un elemento que se define y decide a través de la incorporación física, tratando con nuestro cuerpo, sus órganos y sus sentidos.

Quizás el tiempo procede de una fuente remota y metafísica pero para existir realmente nos necesita.

Siempre nos quejamos de la falta de tiempo, nos rebelamos contra su brevedad o contra la tiranía a que nos somete pero, en realidad, el tiempo nos requiere con más ahínco que nosotros a él. Sólo en apariencia, existimos gracias al tiempo o dentro del tiempo. En esencia, sin embargo, el tiempo es el parásito interior desde donde sorbiendo poco a poco nuestro ser nos asesina.

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2 de febrero de 2007
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Indios buenos, indios malos

A continuación, una caracterización de la cultura maya según el antropólogo Mel Gibson, tal y como él la plasma en su película Apocalypto:

1. Hay indios buenos e indios malos. Los buenos exhiben un pícaro sentido del humor y una solidaridad a prueba de lanzas. Tienen la conciencia tan limpia que, incluso cuando alguien les pone un cuchillo en el cuello, mantienen el ánimo en alto y dicen cosas sabias como “Hijo mío, nunca vivas con miedo”. Los indios malos, en cambio, son malísimos: violan a las mujeres, queman los poblados y disfrutan con el sufrimiento que causan. Cuando no les dejan matar a alguien, hacen un berrinche. Como muestra de cariño, se meten cuchillos en los ojos. Pues bien, los mayas son de los malos.

2. Los mayas son tan malos que su espectáculo más popular es arrancarle el corazón en público a la gente. El sacerdote azuza al público, que celebra cada pecho abierto como si fuera un gol del Real Madrid. La parte que más les divierte es el momento en que asan los corazones arrancados. Gente linda. El más villano de todos es el sacerdote. En un momento, cuando ya no quiere matar más esclavos, su asistente le pregunta:

-¿Y qué hacemos con los que sobran?

Él pone cara de mafioso y responde:

-Deshazte de ellos.

Sólo le falta añadir: make my day, baby.

3. A los mayas les encantaba La guerra de las galaxias. Su sacrificio en la pirámide parece una escena en el castillo de Jabba el Hut, con jorobados, contrahechos y una amplia gama de fenómenos de la naturaleza. Los guerreros, por su parte, llevan peinados, pinturas y cascos de diseño que le habrían dado envidia a Darth Vader. También deben haber sido aficionados a las películas del Oeste, ya que se ponen nombres como Musgo Colgante o Tortugas Corren.

4. Bien por su afición al cine de acción o bien por el favor de los dioses, los indios buenos salen indemnes de cualquier catástrofe. El protagonista va a ser sacrificado, pero justo en ese momento hay un eclipse de sol y se salva. Está a punto de ser alcanzado por un puma y por un guerrero a la vez, pero el puma salta sobre el guerrero. Salta por una catarata y queda ileso. Tras 45 minutos de persecución, cuando llega a la playa y ya no le queda escape posible, aparecen los españoles y todo el mundo se olvida de él.   

5. La conclusión más evidente de la película es que los mayas se merecían la conquista. La llegada de los españoles es profetizada por una niña enferma cuya madre está muerta, a la que los mayas maltratan sin miramientos de todos modos. Las señales de la profecía van apareciendo durante la cacería al esclavo fugitivo. Ya para entonces, estamos de acuerdo con el epígrafe: “las grandes civilizaciones sólo son destruidas desde afuera cuando ya se han destruido por dentro”. En los últimos minutos, cuando vemos desembarcar a los españoles, realmente queremos que alguien les dé una buena tunda a esos salvajes.   

Nunca había reflexionado sobre los mayas desde este punto de vista. Siempre es una suerte que llegue un americano a ilustrarnos sobre lo bestias que éramos. En comparación, ahora debemos ser un prodigio de civilización.

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2 de febrero de 2007
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SANTOS DE ARMAS TOMAR

Quiero también recordar que hay santos que llegada la hora, no han despreciado el uso de la espada para defender la fe. Sucede con Santiago Apóstol, santo militar por antonomasia. Los conquistadores acorazados que subieron desde Veracruz en busca de la gran Tenochtitlán en 1519, antes que a Hernán Cortés llevaban como capitán al mismo apóstol Santiago, ya probado en sus hazañas militares en la reconquista de Granada, y así guerreó en la batalla de Tlaxcala al lado de la Virgen María, dedicada por su parte a cegar con artes de magia a los indígenas, según lo recuerda con algo de duda, y respetuoso desdén, el viejo soldado Bernal Díaz del Castillo en su Verdadera relación de la conquista:

"...Que andaban peleando por los españoles Santa María y Santiago en un caballo blanco, y decían los indios que el caballo mataba tantos con la boca y con los pies y manos como el caballero con la espada, que la mujer del altar les echaba polvos por las caras y los cegaba; y así, no viendo al pelear, se iban a sus casas pensando estar ciegos, y allá se hallaron buenos..."

También apareció Santiago en la batalla de Tabasco, pero esta vez  al lado de San Pedro, de quien no conocemos muchos ardores guerreros, salvo el de cortar alguna vez una oreja, en un arranque que le valió una reprimenda de parte del Maestro. “Se aparecieron los apóstoles Santiago y señor San Pedro, y yo como pecador, no fuese digno de verlo”, afirma Bernal al narrar aquel otro combate. Y cómo no iban a perder la lid los indios, con semejantes enemigos.

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2 de febrero de 2007
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Los demonios sueltos de la crítica

Ahora que Jorge Herralde ha publicado la segunda parte de la biografía de Vladimir Nabokov (Los años americanos, Brian Boyd) podemos lamentar que tan minuciosa inspección no haya aparecido un poco antes, durante la celebración del Año del Quijote. La coincidencia habría permitido recuperar la diatriba que Nabokov dedicó a Cervantes y con ella una de las piezas ejemplares que la historia crítica de la crítica literaria debe conservar como un valioso objeto de meditación.

En España fue Bruguera la que publicó las lecciones dadas por Nabokov en Harvard a una aplicada aula de alumnos convencionalmente enamorados de las novelas consagradas por la admiración académica. En el ambiente reverencial de esta universidad apareció la figura de un Nabokov energúmeno, enervado por la obligación de comentar una literatura que no conocía. Sintiéndose vejado por el sueldo impropio que le ofrecían por dar las clases, el gran Nabokov dio rienda suelta a sus arbitrarios juicios mostrándose extrañamente desagradable con Cervantes y su libro.

“Don Quijote –anuncia Nabokov a sus estudiantes- es un cuento de hadas con sus ridículos mesones llenos de trasnochados personajes y con ridículas montañas repletas de poetastros disfrazados de pastores de la Arcadia”. En un interminable pliego de enojadas acusaciones, Nabokov se dedica a denunciar las escenas en que “todo es de una comicidad muy medieval, grosera y estúpida, como es toda la comicidad que viene del demonio”.

Brian Boyd, el autor de la biografía, nos recuerda que Nabokov comenzó a preparar las clases “basándose en remotos recuerdos de la novela” y que “disfrutaba bramando contra El Quijote delante de sus estudiantes”.

Francisco Márquez Villanueva, cátedro en la misma universidad de Harvard, se propuso en uno de sus eruditos y elegantes artículos denunciar “la fechoría crítica cometida por Nabokov”, el “pestífero revoltillo de errores” y “el diluvio de ignorancia y crudos prejuicios” esparcido por el malhumorado profesor ruso entre sus alumnos.

Quizá Nabokov no habría sido tan severo consigo mismo pero lo cierto es que años más tarde, en 1972, al leer las lecciones dadas en Harvard se escandalizó gravemente: “mis clases –escribió- son caóticas y descuidadas y no deben publicarse nunca. ¡Ni una sola de ellas!”.

Es evidente, como ya viene siendo habitual, que las voluntades de Nabokov no se respetaron. Pero la irónica venganza por el caprichoso maltrato dado a Cervantes, al que constantemente acusa de alcanzar con su obra “cimas atroces de crueldad”, le llegó antes de largarse al otro barrio.

Una escritora rusa, Zinaida Shajovskaia, a la que Nabokov despreció en un cóctel dado por el editor Gallimard, publicó un descarnado artículo contra el autor de Lolita: “en su mundo la bondad no existe, todo son pesadillas y engaños. Los engaños producen en Nabokov el mismo placer que siente su más cruel villano”.

La influencia de esta dama en la fama de Nabokov ha sido insignificante pero quizá su ataque permitió al furioso juez literario verse por una vez como víctima de sus procedimientos. Pues de poco sirve usar la crítica literaria para espantar los demonios que, tarde o temprano, regresan a hacer de las suyas.

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2 de febrero de 2007
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LA GRANDEZA DE LA DICTADURA

Una revolución tiene que ser grande. No se puede imaginar una revolución pequeña. Una revolución va para el todo o nada. «Hicimos una revolución más grande que nosotros» es una frase que Fidel Castro pronunció muchas veces en Cuba. La revolución bolivariana socialista de Venezuela llega ahora a la etapa de su grandeza.

Ayer, frente a la estatua de Simón Bolívar y a los miembros de la Asamblea Nacional, el vice-presidente, Jorge Rodríguez, fue preciso al definir los efectos de la revolución sobre Venezuela: «Claro que queremos instaurar una dictadura, dijo, la dictadura de la democracia verdadera y la democracia es la dictadura de todos, ustedes y nosotros juntos, construyendo un país diferente.» Entonces, todo va en camino y no falta la necesaria lucha contra el enemigo cuya existencia confirma la preocupación del presidente George W. Bush. Tenemos el panorama clásico de una revolución en nombre del pueblo y en contra de EE UU. Sólo falta la grandeza o más bien la idea de la grandeza.

Al ser reelegido, el presidente Hugo Chávez, hizo circular una nueva iconografía para implementar la idea de una revolución que acelera con cinco motores a la vez. Con color rojo y flechas para crear de manera inconsciente la idea de un motor de inyección directa. No está mal como símbolo, pero falta lo monumental, lo que obliga al pueblo a romperse el cuello para mirar arriba. Parece que ya viene con una flecha de hormigón de 100 metros de altura que apunta hacia EE UU. Su autor es el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer. El artista, que ya tiene 99 años, prometió no revelar su diseño: «no lo voy a mostrar a nadie antes de que Chávez lo vea». Pero como todo artista tiene su orgullo y la Agencia France-Presse, el diario O Globo, en Brasil, y el diario El Nacional en su portada de hoy, mostraron el proyecto. Puro Niemeyer. Será Brasilia en Caracas.

El propio Chávez, en su programa de televisión Aló Presidente, habló de la sierra de El Ávila, la montaña casi virgen querida por los habitantes de la capital venezolana, como sitio para acomodar el enorme monumento. Al pensar en el comandante que se animó tanto con su proyecto y en la flecha de hormigón del viejo arquitecto, se debe recordar la famosa definición de Gustave Flaubert, «Erección: no se dice más que para hablar de monumentos».  

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1 de febrero de 2007
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