Jean-François Fogel
Una revolución tiene que ser grande. No se puede imaginar una revolución pequeña. Una revolución va para el todo o nada. «Hicimos una revolución más grande que nosotros» es una frase que Fidel Castro pronunció muchas veces en Cuba. La revolución bolivariana socialista de Venezuela llega ahora a la etapa de su grandeza.
Ayer, frente a la estatua de Simón Bolívar y a los miembros de la Asamblea Nacional, el vice-presidente, Jorge Rodríguez, fue preciso al definir los efectos de la revolución sobre Venezuela: «Claro que queremos instaurar una dictadura, dijo, la dictadura de la democracia verdadera y la democracia es la dictadura de todos, ustedes y nosotros juntos, construyendo un país diferente.» Entonces, todo va en camino y no falta la necesaria lucha contra el enemigo cuya existencia confirma la preocupación del presidente George W. Bush. Tenemos el panorama clásico de una revolución en nombre del pueblo y en contra de EE UU. Sólo falta la grandeza o más bien la idea de la grandeza.
Al ser reelegido, el presidente Hugo Chávez, hizo circular una nueva iconografía para implementar la idea de una revolución que acelera con cinco motores a la vez. Con color rojo y flechas para crear de manera inconsciente la idea de un motor de inyección directa. No está mal como símbolo, pero falta lo monumental, lo que obliga al pueblo a romperse el cuello para mirar arriba. Parece que ya viene con una flecha de hormigón de 100 metros de altura que apunta hacia EE UU. Su autor es el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer. El artista, que ya tiene 99 años, prometió no revelar su diseño: «no lo voy a mostrar a nadie antes de que Chávez lo vea». Pero como todo artista tiene su orgullo y la Agencia France-Presse, el diario O Globo, en Brasil, y el diario El Nacional en su portada de hoy, mostraron el proyecto. Puro Niemeyer. Será Brasilia en Caracas.
El propio Chávez, en su programa de televisión Aló Presidente, habló de la sierra de El Ávila, la montaña casi virgen querida por los habitantes de la capital venezolana, como sitio para acomodar el enorme monumento. Al pensar en el comandante que se animó tanto con su proyecto y en la flecha de hormigón del viejo arquitecto, se debe recordar la famosa definición de Gustave Flaubert, «Erección: no se dice más que para hablar de monumentos».