Javier Rioyo
Estoy en Lanzarote, ese lugar por donde arrasó unas semanas el terrible Houllebecq. Me gusta Lanzarote, me gusta desde antes de conocerlo. Me gusta desde el nombre. Además me gustan los desiertos, los horizontes, las carreteras con badenes, los volcanes y algunas rubias que vienen del norte. También me gustan algunas morenas. Aunque son las pelirrojas las que más me conturban. ¡Qué pocas pelirrojas hay por nuestros pagos!
Dejando claro que Lanzarote me gusta, también reconozco que muchas Houllebecq, así como otros tantos escritores y creadores varios que pasan por exagerados, lo que en realidad son unos realistas. Son unos que saben tomar buenos apuntes de la realidad. Ayer, en un día -con parte de su noche- de paseo por la isla, muchas cosas se parecían al paródico libro de Houllebecq. Esa vieja historia de que la realidad imita al arte.
El comportamiento de algunos de los veraneantes que acuden buscando un lugar exótico, distinto, volcánico, se parece al de los personajes de su novela. ¿O tendría que decir su libro de viajes? También los hoteles, esos hoteles de muchas estrellas que miran al mar y hacen ofertas de temporada baja. Esos hoteles que están pensados para los horarios de los nórdicos en tiempo de trabajo. ¿Cómo es posible que un hotel de lujo cierre sus restaurantes a las diez de la noche? Lo es. Y, ¿cómo es posible que el único bar que permanece abierto hasta después de esa hora castigue cada noche con un espectáculo? Porque ya nos habíamos acostumbrado al pianista de hotel. Generalmente una cruz de temas manidos pasados por arreglos de ascensor. Y digo generalmente porque recuerdo que Bebo Valdés se ha ganado la vida como pianista de hotel en Suecia. Y encontrarse a Bebo tocando en un hotel cada noche es como para trasladarse a vivir a ese lugar. Vale, después de hacer el curso de soportar la mayoría de los pianistas. Ahora hay que reciclarse en resistente de espectáculos étnicos. Noche de tangos argentinos. Noche balcánica. Noche flamenca. Noche romántica. Canción napolitana…O noche de Ronda. No han llegado las sardanas, pero cualquier día de estos.
Me tocó la noche argentina. Los tangos berreados. Los tangos machacados en bailes que aporreaban el suelo y dos bailarinas que enseñaban cachas. Los hombres, invitaban a la pandilla de rubios guiris al grito de: “¿Dónde hay un macho man?… ¡Un macho man, que baila con las señoritas!”. No lo pude resistir. Huí a mi habitación, me refugié con el viejo amigo del mini bar. Mañana vería una Lanzarote diferente. Nada que ver con la irreal de Houllebecq, nada que ver con la verdadera que yo viví después de haber leído al francés. Hay textos, hay imágenes, de las que es difícil librarte. Mañana estaré en la Biblioteca de Saramago, otra historia. ¿Otra realidad u otra irrealidad? Mañana hablaremos de la memoria, de las memorias.