Basilio Baltasar
Cuando nos encontramos con amigos extranjeros y nos sentamos a charlar suele darse a menudo la misma escena. Ellos nos cuentan qué ocurre en su país. Nosotros nos vemos obligados a explicarles qué pasa en el nuestro.
Ahora es una destacada líder conservadora americana la que confiesa su estupor. No entiende a Mariano Rajoy. Pertenece a sus propias filas ideológicas y no debería costarle tanto apuro entender mejor su actitud. Sin embargo, hay algo que le parece incomprensible.
Obviamente surge el controvertido asunto del terrorismo. Se deslizan críticas contra la gestión de Zapatero pero no llegan a justificar la hostilidad declarada por el Partido Popular al gobierno socialista. En casos de emergencia nacional, se dice, cabría esperar un pudoroso y astuto consenso.
La verdad es que resulta complicado explicárselo todo de una vez a nuestra amiga. La militancia de la Conferencia Episcopal, el enloquecido libelo radiofónico, la furiosa inquina mediática, el dinamismo económico de las órdenes religiosas seglares, la intoxicación policial, la conspiración judicial, la ambigua lealtad constitucional, las sangrantes llagas abiertas durante casi tres años por su inesperada derrota en las urnas…
Será mejor optar por la imagen que mejor retrata a la derecha española. Imagine, señora, que el líder de la derecha francesa Sarkozy, en lugar de fundamentar su legitimidad política en la gesta republicana de De Gaulle, fomentara con guiños sutiles pero explícitos un poderoso vínculo con la figura del Mariscal Petain. Por impecables que parecieran sus discursos, por irreprochables que fueran sus actuaciones, cada palabra dicha, cada gesto escenificado ante la opinión pública, cada silencio, sería la estruendosa invocación de un pasado condenado.
Este es el pecado no confesado por la derecha española: su doble filiación. No hace mucho, uno de sus periódicos afectos ha puesto a la venta una colección de sellos, monedas y billetes del antiguo régimen. Se ha presentado como una ocurrencia comercial pero en realidad la circulación de la efigie del Caudillo en papeles de curso legal pretende agitar los sentimientos aletargados de la extrema derecha española.
Ella no sale de su asombro.