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El aborto y el mercado de trabajo

Mi visita a Portugal coincide con el referéndum sobre la despenalización del aborto. Durante días, los diarios y la televisión no hablan de otra cosa. Incluso los escritores invitados al encuentro literario dedican algunas de sus intervenciones al tema, la mayoría de ellas en apoyo a la ley que, de aprobarse, permitirá a las mujeres abortar sin restricciones.

En efecto, la mayoría de intelectuales y periodistas que conozco apoyan la norma, que ya existe en casi toda Europa. Y sin embargo, a la hora de hacer campaña, los antiabortistas lo tienen más fácil. Por toda Lisboa hay carteles con el eslogan: “Aún estás a tiempo de salvar muchas vidas: vota no”. ¿Es posible una publicidad más contundente? En el telediario, un hombre nos presenta a su hija –una quinceañera saludable e inteligente- diciendo que su madre la quería abortar. Un correo electrónico masivo y apócrifo te pregunta si considerarías autorizada a abortar a una mujer en caso de que fuese sifilítica, miserablemente pobre y ya tuviese once hijos. Si dices que sí, te responde: “Felicidades. Acabas de matar a Ludwig van Beethoven”.

Sin duda, desde un punto de vista moral, la idea de causar la muerte de un feto indefenso resulta difícil de defender. Pero ¿son inmorales las mujeres que abortan? ¿deben ser consideradas asesinas?

La mayoría de las que aparecen en los telediarios son mujeres sin recursos y con ominosas cargas familiares. Pero también las hay de clase media o alta que sencillamente quieren decidir en qué momento ser –o no ser- madres. La maternidad determina a una mujer para el resto de su vida, y muchas prefieren esperar a tener las condiciones deseadas. Una me dice: “no estoy a favor del aborto. Sólo estoy a favor de que no me metan en la cárcel por sufrirlo, como si no fuera ya bastante difícil tomar esa opción. La gente no va por la vida abortando de puro vicio”.

En el plano moral, la decisión es qué valor debe primar: la vida o la libertad. Hay razones para defender ambas posturas. Ahora bien, la discusión sobre cualquier ley debe considerar otra pregunta, y es: ¿qué tipo de sociedad se construye con ella?

En una sociedad sin aborto, más que los niños no deseados, se multiplican las profesionales no deseadas. Ellas pueden amar a sus hijos y educarlos bien, pero encuentran más dificultades para desarrollar una vida fuera de la familia, su nivel de formación es menor, y el tiempo que pueden dedicarle al trabajo también. Eso las vuelve más dependientes de los hombres. Y, por cierto, resta competitividad al mercado. Las democracias capitalistas más desarrolladas son aquellas en que la mujer se ha puesto a producir y a consumir en mayor grado. Y eso sólo es posible desde que existen métodos de contraconcepción e interrupción del embarazo que permiten a las mujeres controlar la maternidad.

En una sociedad con aborto, en cambio, las personas tienen menos necesidad de formar familias. Michel Houellebecq hace notar en una de sus novelas que el occidente contemporáneo es la primera sociedad de la historia de la humanidad en que la gente no quiere reproducirse. Y es verdad. Las tasas de natalidad son más bajas en los países en que la realización individual de las personas no pasa por criar hijos. En un país con aborto, los profesionales –sobre todo las profesionales- dedican su energía a producir.

¿Es preferible un país de trabajadoras o de madres?

Eso es lo que Portugal ha votado este domingo.

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14 de febrero de 2007
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I. NOMBRES DE LA MELANCOLÍA: HÜZÜN

            En su libro Estambul, memorias y la ciudad, el novelista turco ganador del Premio Nobel de Literatura, Orhan Pamuk, dedica un buen número de páginas a explicar y buscar cómo describir la palabra hüzün, que vendría a significar melancolía. Palabras como esa son como espejos de feria que devuelven de manera múltiple la imagen semántica, pues más que significados que pueden anotarse ordenadamente en la entrada de un diccionario, encarnan sentimientos. Hüzün, como Pamuk explica, tiene sus raíces en el Corán: el profeta escribe que el año en que perdió a su esposa Latice y a su tío Ebu Talip, fue para él el año de la melancolía.

            Un  sentimiento de dolor ante algo perdido, que la memoria busca recuperar, y de esa búsqueda sólo queda el fruto negro de la melancolía. La melancolía, melania kolis, el derrame de la negra bilis que ensombrece los rostros, según los viejos cánones médicos de los griegos, para explicar los malestares del alma como resultado de alteraciones de los humores y flujos del organismo. La pasión negra.

            Hüzün, dice Pamuk, no es un estado de gracia ni un concepto poético, sino una enfermedad, asociada no solamente con la pérdida o la muerte de un ser querido, sino también con otras aflicciones espirituales. El amor melancólico por una ciudad, por ejemplo, transformado en necesidad. Sobre esto quiero seguir.

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14 de febrero de 2007
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OPINIONES CRUZADAS

Si de un lado se siente dolor al constatar que nuestra razón no se admite, de otro produce malestar que el otro se avenga enseguida y blandamente a nuestra visión de las cosas.

Los diferentes puntos de vista se celebran mejor entre sí cuando cada uno comparte un fragmento del prójimo y ambos se promueven en la conversación pasando de un decir a otro y corrigiéndose recíprocamente. Las posiciones radicalmente opuestas en lo fundamental generan sufrimiento pero fuera de esta circunstancia queda una amplia zona donde la mezcla de las opiniones, el rebozamiento y la reinterpretación sucesiva generan una melodía cómplice y conjunta de un interés y placer muy superiores al predominio de mi juicio. Más bien la corrección amistosa e inteligente de mi criterio ofrece la oportunidad de una inesperada y distinta intimidad, que aumenta el disfrute del entendimiento.

Estar de acuerdo, y no enseguida ni por autoridad intelectual sino como efecto de los intercambios argumentales, crea una ocasión de bienestar semejante a aquellos espacios públicos donde unos y otros de los presentes comparten la bondad del paraje y la satisfacción del clima. Las zonas comunes son así, en el pensamiento o en el urbanismo, lugares de recreo muy especial para el cuerpo y el alma, que nunca llegarían a un gozo superior sino compartiéndose, traduciéndose, intercalándose.

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14 de febrero de 2007
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Sobre las (in)finitas oportunidades

El lunes por la noche, apenas finalizada la presentacion de Kamchatka en el Instituto Cervantes de Múnich, se me acercó una viejecita con un libro en la mano. Pense que queria tan solo que se lo firmase, como los demás, pero empezó a hablar en alemán a toda velocidad. Supongo que registró mi cara de desconcierto, por lo que se lanzó a hablarle al jovencito que estaba detrás suyo: lo tomaba de rehén como traductor. El joven -que se llama Hugo, es español y vive en Múnich por la mejor de las razones, esto es por amor- aceptó su rol con estoicismo y empezó a traducir lo que la viejita contaba como torrente: que su familia materna era oriunda de Polonia, que durante la guerra se habia visto obligada a fugar, y que la peripecia de los personajes de Kamchatka le había traído vívidos recuerdos de su propia infancia. Abusé de la paciencia de Hugo para decirle a la mujer que lamentaba que nuestras historias se pareciesen en ese punto. Yo, que me la paso diciendo que los hombres necesitamos darnos segundas oportunidades (y terceras, y a menudo cuartas) para aprender lo indispensable y aspirar a una felicidad cierta, a veces pienso que abusamos de la paciencia que el universo nos tiene.

El resto de las especies nace sabiendo todo lo que necesita para sobrevivir. Nadie ha oído hablar de la existencia de escuelas para monos, o para lobos; el delfín nace nadando, y el caballo ya galopa a las pocas horas de aparecer en el mundo. En cambio nosotros nacemos sabiendo nada, y lo poco que sabemos -nadar, por ejemplo-, lo olvidamos tiempo después por falta de práctica. Para peor, la única forma de aprender que tenemos es el ensayo y el error: ningun padre, por elocuente que sea, nos prevendrá de quemarnos por más que insista en que el objeto de marras está caliente; solo entendemos lo que significa "caliente" despues de habernos lastimado. La especie está, pues, condenada a equivocarse para aprender, así que las segundas oportunidades nos resultan imprescindibles. Y las terceras. Y las cuartas. Pero aun cuando ya hemos aprendido a no quemarnos, tengo la sensación de que capitalizamos nuestra experiencia individual mucho mejor que nuestra experiencia como especie.

En la mañana de ayer martes, desperté para descubrir en las primeras planas de los diarios de Múnich la historia de una mujer de documentos alemanes y de su hijo, que se perdieron en Irak y de los que nada se sabe. No hay mucha diferencia entre lo que le ocurrio a la familia de la viejecita en Polonia y lo que le ocurre a los personajes de Kamchatka, más alla de las variables de tiempo y lugar. El muchacho desaparecido en Irak podría ser Harry con algunos años más, y la mujer desaparecida podría ser su madre. Aprendemos rápido como individuos y muy lentamente como especie. Todavía existen demasiadas personas que presumen que la violencia es una herramienta válida, y que no alcanzan a ver que tarde o temprano se volverá en su contra. Es verdad que todavía tenemos oportunidad de aprender. Pero ya no tenemos infinitas oportunidades por delante, tan solo finitas, limitadas, contables con los dedos de la mano. O aprendemos lo indispensable, o correremos la misma suerte de tantas especies que no supieron adaptarse a la dinámica que este mundo propone -y que ya no existen sobre la faz de la Tierra.

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14 de febrero de 2007
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Longevidad del resentimiento

Recuerdo perfectamente con qué ferocidad despreciábamos a Adolfo Suárez. El plural se refiere a la izquierda de aquellos años. Ni siquiera le odiábamos, era demasiado insignificante. Un burócrata que sólo suscitaba el sarcasmo, un trepador cuyas contradicciones podían facilitar la insurrección proletaria. Es cierto que le había votado una mayoría de la población, pero ya se sabe: los españoles son franquistas, borregos, rancios. Supongo que eso es lo que piensan de Zapatero muchos nacionalistas.

Luego pasamos a despreciar a González. Algunos habían sido compañeros suyos en la Universidad de Sevilla: un chisgarabís, un pelmazo del que huía la gente. Los sarcasmos contra Suárez se hicieron más virulentos contra González. Basta con releer lo que escribían las grandes plumas de la izquierda sobre la entrada de España en la OTAN.

Ahora, cuando el país va regresando inexorablemente al Ruedo Ibérico, nos percatamos de que Suárez y González fueron una bendición inmerecida para una casta intelectual fatua y microcéfala. Un par de políticos inteligentes, prudentes, hábiles, que nos libraron de nosotros mismos. Si hubieran triunfado los míos, por ejemplo, Cataluña habría sido una república popular maoísta. Nunca se lo agradeceré suficientemente a Suárez y González.

Éramos jóvenes y en ese periodo amorfo llamado "juventud", que en España dura hasta los cuarenta años, está permitido ser un majadero y que sin embargo te haga caso la prensa. Pero ahora, cuando se reproduce el viejo estilo del rencor y el resentimiento, ya nadie es joven, ni siquiera los jóvenes son jóvenes. Los "jóvenes" nacionalistas vascos patean las tumbas de los asesinados por sus padres. Han nacido viejos.

El mes pasado, escribía Muñoz Molina en estas mismas páginas su desaliento ante el delirio en el que ha caído la casta dirigente. Era el grito espantado de alguien que, por vivir fuera, se percata de lo asombrosamente inútil que llega a ser la elite española. El delirio de la oposición, perpetuamente encadenada a sus tráficos vaticanos, a su ética momificada, ese espíritu de bronca tan compatible con la codicia. El delirio de los periféricos, reduciendo sus fortalezas regionales a siniestras aldeas endogámicas cada vez más hormigonadas. El delirio del actual gobierno, convencido de poder dialogar con los nacionalistas, desde los más presentables hasta ETA, y proponiendo alianzas con el Islam. Vaya panorama.

Hace unos días tuve ocasión de hablar con una persona excepcional. Ha conocido la esclavitud verdadera, la de las mujeres que se pudren en los países islámicos. Ha vivido en Somalia, Etiopía, Arabia Saudita, Kenya... Sabe que en este momento no hay mayor injusticia que el islamismo explotador de una mitad de la población condenada por su sexo. La miseria del proletariado en la época de Marx era un privilegio comparada con la miseria de millones de esclavas (laborales, familiares, sexuales) que se ocupan de la totalidad del trabajo de la aldea mientras los hombres se dedican a pavonearse rifle en mano y a rezar. No podía concebir que alguien como Zapatero, con mando en un país europeo, hablara de "alianza de civilizaciones". ¿Qué civilizaciones? Si a sus hijas les hubieran cortado el clítoris y cosido los labios externos quizás no fuera tan frívolo.

Suárez dialogó con gente que le despreciaba, pero que estaba deseando salir de la cloaca. Es cierto que los comunistas seguían persuadidos de que no había nación en la tierra que pudiera compararse con la URSS (¡la de Breznev!), y que nuestros jefes hablaban en verso sobre Rumania y sobre la portentosa inteligencia de Ceacescu. Estos majaderos, sin embargo, ya no creían en sus propias mentiras y por lo tanto se podía dialogar con ellos. Suárez lo hizo y consiguió que entraran en el orden democrático al que juzgaban un modo de explotación más peligroso que el fascismo. Suárez dialogó porque lo que tenía delante era un fantasma que al oír el primer ring de monedas se esfumó como Drácula y se dedicó a proteger a las focas.

No es ese el caso de ETA, ni el de los islamistas que con tanta precisión describe una y otra vez Antonio ElorzaNi siquiera es el caso del PNV. Quizás Esquerra Republicana esté más cerca de la lucidez: por lo menos ya se les ha producido una escisión y eso indica que puede haber pensamiento incluso en una nevera. Ley de oro desde Maquiavelo es que no puedes dialogar con quien está persuadido de que tú eres débil y él es fuerte. Que Alá está de tu parte, o que están contigo Dios y las cajas de ahorro vascongadas más algún sindicato para que el amo no esté solo.

Nuestro presidente dice que hay que dialogar con los opresores. Parece que no haya dialogado en su vida con alguien que le toma por bobo. La quiebra de esos diálogos imposibles conduce a callejones sin salida. Los callejones sin salida generan frustración. La frustración es la madre del resentimiento. Hemos regresado a la política del resentimiento, la continuación del franquismo. El gobierno no piensa en los ciudadanos, el gobierno sólo piensa contra la oposición. Un gobierno que le tiene tal pavor a la oposición como para no abrir la boca sin mencionarla (¡mamá, mamá, mira lo que ha hecho Rajoy!), es un gobierno de una debilidad incompatible con cualquier diálogo. La consecuencia ha sido el fracaso del "proceso de paz", mal planteado desde su bautismo con esos términos episcopales.

¡Qué nostalgia de Suárez y González! El uno y el otro hubieron de vérselas con enemigos mucho más peligrosos que los que lidia Zapatero. Suárez con los franquistas, es decir, con la totalidad del poder económico, o sea el poder madrileño, vasco y catalán que era el único que había. González, con sus propias huestes, cabras locas, conspiradores del ochocientos. Ambos, con una ETA que en aquel momento no sólo era infinitamente más fuerte, sino que recibía el apoyo de toda la izquierda del país. Y sin embargo pudieron imponer su diálogo, es decir, meter en vereda a los inválidos morales en menos que canta un gallo.

¿Por qué entonces Zapatero no puede con unos adversarios desdentados como los del PP, y una ETA a la que ya sólo apoyan los caseríos y ni siquiera todo el PNV? Porque no logra convencer de su poder, es decir, el poder del Estado. Y cuando el Estado muestra su debilidad, el rencor, el resentimiento y el oportunismo ocupan la escena.

Si alguien desea conocer el desarrollo de una conciencia política racional y no visceral, lea la estremecedora autobiografía de Ayaan Hirsi Ali (Mi vida, mi libertad). Verá cómo la inteligencia unida al coraje puede vencer a la esclavitud en las condiciones más opresoras. Ayaan Hirsi es en verdad una revolución viviente porque dice aquello que todo el mundo sabe, lo evidente. Aquello que los islamistas ocultan, niegan, disimulan, disfrazan, porque amenaza el dominio que ejercen sobre la mitad de la población. Y lo dice sin rencor, sin odio, sin resentimiento hacia sus torturadores. Sabe que no hay posibilidad de diálogo, ni alianza que valga, hasta que millones de mujeres se persuadan de su poder. Por eso dialoga con las oprimidas, no con sus opresores. Será lento, pero no hay otro camino.

Aplíquese el cuento aquel que desee dialogar. Haga como Ayaan Hirsi, apueste por lo evidente sin rencor ni resentimiento. Utilice el poder del Estado para ayudar a los ciudadanos oprimidos, no para sumirlos en una mayor opresión dialogando con sus opresores. Y olvídese de la oposición. Está ahí para evitar el monólogo gubernamental.

Artículo publicado en: El País, 12 de febrero de 2007

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14 de febrero de 2007
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LA POTENCIA DEL RECHAZO

El viernes 9 de febrero, por la mañana, Sam Jordison, que se dedica a un poco de todo incluyendo a escribir críticas de cine, hizo lo que hacen muchos visitantes del sitio del The Guardian: entregó un post al blog de libros para dar su opinión. Su opinión era negativa. «No soporto a Henry James» es lo que tenía que decir. En mi opinión, lo dijo mal, sin convencer, sin abrir el abanico completo de la oferta de James. Pero no importa, lo que me parece apasionante es el resultado de su última frase: una invitación a los lectores del blog a expresar abiertamente, en sus comentarios, sus odios hacia los maestros reconocidos de la literatura. Hoy, miércoles, ya superamos 400 comentarios. Algo descomunal y expresado con una pasión tan sincera que merece una lectura a fondo.

Pedir a una persona el nombre de sus autores favoritos no tiene interés. Pero sus rechazos, sí, son de suma importancia; vienen desde muy lejos, expresan su ser íntimo. No puedo creer la intensidad de lo que escriben desconocidos en sus comentarios para aplastar a autores. Hace tiempo que no veía algo tan sincero y auténtico. El placer en el momento de decir «¡este, no!» es claramente un rasgo humano muy compartido. Lo negativo nos moviliza mucho más que lo positivo. Siempre fue así: Dante, que tanto talento tenía para pintar al infierno, disminuyó mucho al momento de ofrecernos un retrato del paraíso.

El post de Jordison me recuerda una de mis radios favoritas: accuradio. Es una radio en línea que ofrece más de 300 canales distintos. Es gratuita, tiene una oferta de jazz impresionante, pero lo mejor de todo es la posibilidad de intervenir sobre la programación. El auditor puede elegir los artistas de manera negativa. Decir cuáles son los que nunca va a oír, que hay que borrar para siempre de la programación.

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13 de febrero de 2007
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Interrogarse de vez en cuando

Cuando Bogart encañona al policía francés de Casablanca, en el aeropuerto, poco antes de emprender juntos esa gran amistad que no vimos representar en la pantalla del cine, el gendarme, esbozando una leve sonrisa, le dice: “estoy seguro de que sabe lo que hace, pero ¿sabe lo que significa?”.

Sin nos detuviéramos de vez en cuando a meditar con seriedad el alcance de esta pregunta, es probable que llegásemos a descubrir en nuestros actos el sentido que hasta entonces nos había pasado desapercibido.

El habitual orgullo de la voluntad suele tratar con desdén el verdadero significado de lo que hace, pero con una adecuada interrogación podría aprovechar la oportunidad que a diario desperdicia. Pues pocas veces llegamos a saber qué significa lo que hacemos.

Masako Ishibashi es una periodista japonesa coautora de Vaya país (Aguilar, 2006) un ensayo colectivo con los juicios, opiniones, chascos y entusiasmos que nos dedican los corresponsales destacados en España.

Con una escueta sutileza, la periodista nos introduce en la tensión dramática que padeció cuando se propuso viajar a España. Su padre, un descendiente de samurais, le tenía reservado un futuro de buena esposa pero ella eligió abandonar Japón. Masako alude a la decepción del padre y a la cortesía que tuvo con su hija evitando todo reproche.

En el avión, durante el largo vuelo hacia Madrid, Masako dejó por descuido en el lavabo la sortija con una perla que le había regalado el padre. A pesar de las reclamaciones a los pasajeros, ninguno devolvió el anillo. El gesto accidental ya hubiera sido suficiente para entender lo que estaba ocurriendo pero, por si acaso, Masako cometió otro descuido revelador: perdió bajo los asientos del avión la pluma que le había regalado su padre.

Con ternura, la periodista nos cuenta que el hombre murió poco después sin que ella hubiera podido decirle cuánto lo amaba.

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13 de febrero de 2007
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EL MÁS ACÁ

Esta es una historia de mi yerno. Almorzaba tranquilamente con su mujer y sus hijos en su casa un soleado mediodía de Managua, cuando se iluminó el teléfono celular con una llamada en clave de La Viuda Alegre; es mi nieta quien maneja los artilugios del teléfono para cambiar a su gusto las melodías. Al otro lado había una voz melodiosa, no de esas robotizadas, sino real. Con entusiasmo, la muchacha le anunciaba la dicha de haber resultado escogido ganador de una promoción de lujo promovida por la tarjeta de crédito a la que está suscrito.

Un premio siempre es un premio, y el almuerzo se detuvo. Pero se detuvo aún más, cuando la alegre voz pasó a explicar en qué consistía el premio: un descuento especial en cualquiera de las tres categorías de funeral de lujo que ofrecía una compañía de pompas fúnebre de Managua: presidencial, ejecutivo, y un tercero que no recuerdo. Aturdido, mi yerno no acertaba a cortar, que es lo que quería hacer, lleno de ira y de zozobra, y por eso escuchó completa la primera de las ofertas, el servicio presidencial que incluía féretro de bronce con forros de seda, maquillaje clase A, velatorio con misa cantada, carroza fúnebre tipo limosina… todo un más acá, aparentemente mejor que el más allá.

Ahora mantiene apagado el celular a la hora del almuerzo.

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13 de febrero de 2007
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LA HOGUERA

El paso del entusiasmo a la decepción nunca adquiere mayor velocidad que en la transición del enamoramiento al desenamoramiento. Sin duda porque un extremo se logra por evaporación y el segundo por un súbito descenso del termómetro.

Basta una fracción en la temperatura para que el aura se precipite, basta el paso del tiempo, el cambio de tiempo, para que la atmósfera se diluya o simplifique. 

La inestabilidad es la regla de los estados líquidos y en la dinámica de los líquidos figura una constelación donde se representa la peripecia general del mundo.

La Naturaleza, como el espíritu, es un continuo de composiciones líquidas y almas flotantes (almas en pena, almas en vigilia).

De cuando en cuando una viscosidad se parece a la solidez y basta esperar unos momentos para asistir a su metamorfosis.

Los animales, vivos o muertos, las plantas o el reino animal, habitan en el ámbito de la alteración. O, como en el enamoramiento, viven en la alteridad misma.

Pero la alteración en la alteridad o viceversa es igual a un estadio de movilidad permanente, inestabilidad en la transformación, duración en traslación, identidad en el cambio.

¿Lo estático? ¿Lo estable? Ni siquiera la muerte es capaz de representarlo. Más allá de un fin nace un principio, más allá de un término asoma una bella enfermedad y al cabo de la nueva salud llamea el fragor de otra hoguera.

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13 de febrero de 2007
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El amigo alemán

Uno emprende aventuras serias por las razones más insensatas. Yo aprendí a hablar en alemán por culpa de Wim Wenders y Werner Herzog. Corría 1979, y habiendo concluido la escuela secundaria y mis estudios de inglés quería probar suerte con un nuevo idioma. El japonés era una tentación. (Por culpa de Kurosawa, como imaginarán.) Pero la complejidad que entrañaba el aprendizaje no sólo de la lengua, sino además de los ideogramas que la contienen, me pusieron en la senda de Alemania. Me asustaban menos las declinaciones que los (por lo demás fascinantes) caracteres del idioma japonés.

Por aquel entonces ya había visto las primeras películas de Wenders. Guardo el mejor de los recuerdos de Alicia en las ciudades y de El amigo americano. Y también me habían seducido -o me seducirían en el futuro inmediato- películas de Herzog como El enigma de Kaspar Hauser, Aguirre, la ira de Dios y hasta la remake del Nosferatu de Murnau. Ahora que miro hacia atrás, se me ocurre que el temperamento melodramático y la debilidad por los personajes extremos me acerca más a aquel Herzog que al Wenders que trabajaba la idea de la identidad en peligro. Pero en fin, Wenders amaba el rock and roll (de hecho declaró alguna vez que esa música le había salvado la vida) y yo también, le gustaba viajar al igual que a mí y estaba enfermo por el cine como yo. (Sólo hay que ver En el transcurso del tiempo para entender la hondura de su cinefilia.)

Así que opté por el alemán, nomás.

Casi treinta años después, Wenders ya no filma nada interesante. Herzog persiste en su búsqueda personal, me consta aunque no haya visto ninguna de sus últimas películas-aventura. Del cine alemán de hoy conozco poco y nada. De Tom Tykwer sólo vi La princesa y el guerrero, que me pareció una idea brillante perdida dentro de un film que no estaba del todo a su altura. Ahora se despertó mi interés por Las vidas de los otros, un film alemán que aspira al Oscar a la Mejor Película Extranjera; todo el mundo dice que está muy bien. Y por supuesto admiro a Michael Haneke, a pesar de que es austríaco y de que últimamente (tanto en La pianista como en Caché) filma en francés: es el único a quien considero a la altura de aquellos maestros de los años 70 y 80.

Treinta años después yo tampoco soy el mismo. Los cinco años dedicados a estudiar alemán han perdido su lustre por falta de uso. Un idioma es un músculo que sólo se mantiene en forma mediante el ejercicio, y en todo este tiempo casi no he concurrido al gimnasio adecuado. Ojalá la inmersión forzosa en su música me lo refresque: ayer llegué a Munich para una lectura de Kamchatka en el Instituto Cervantes, hoy estaré en Karlsruhe, mañana en Bremen, el jueves en Berlín y el viernes en Hamburgo. (Esto va para Hjorgev, que pedía datos sobre mi paso por estas tierras.)

Mi madre se contagió de mi entusiasmo por aquel entonces y se puso a estudiar alemán en el Goethe Institut de Buenos Aires. Para cuando murió, había aprendido a hablarlo bastante bien. Hay cosas que no perdemos ni siquiera con el desgaste del tiempo. Tengo la fantasía de que buscaré algún sitio en Berlín que haya servido de escenario a Las alas del deseo (en el film hay una pared que se ve detrás del anciano narrador y de uno de los ángeles, donde se lee: figueras), para quedarme allí por un rato, hasta asegurarme de que mi ángel-madre haya oído todo lo que mi corazón tiene para decirle.

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13 de febrero de 2007
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El Boomeran(g)
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