Jean-François Fogel
La salida del gobierno colombiano de la ministra de relaciones exteriores, María Consuelo Araújo, no pertenece a la crónica normal de la vida política de un país democrático. Es el síntoma de una crisis ineludible que toca a la legitimidad del presidente Álvaro Uribe. Las sospechas sobre sus relaciones con los paramilitares tomaron un giro brutal hace unos meses con el escándalo de lo que se llama en Colombia la “parapolítica”, es decir, la revelación de la existencia de un acuerdo político, para cooperar y compartir influencia, entre paramilitares vinculados con el narcotráfico y el secuestro, y miembros del congreso.
María Consuelo Araújo, que tiene un hermano senador en la cárcel y un padre investigado por la justicia, manchaba la imagen del presidente. Se le quitó por esta razón. Ella no hizo nada, pero su mera presencia recordaba a todos los otros países que después de Ernesto Samper, presidente electo con fondos del narcotráfico, hay otro presidente “manchado” con sus nexos muy especiales con los paramilitares. Como recuerda el Miami Herald hoy, “el padre y el hermano de la ex ministra son acusados de secuestro extorsivo agravado y asociación para delinquir en colaboración con narcotraficantes y paramilitares”. Nada más y nada menos. Precisión imprescindible: el padre y el hermano pertenecen al mundo político que apoya a Uribe. Este mundo, de una manera obvia, no puede seguir funcionando así. ¿Cómo se reúne una comisión del congreso cuyo presidente está en la cárcel por actos de guerra en contra de una población civil? Hay un artículo en el diario El Tiempo que cuenta el desconcierto total de las instituciones:
Colombia, lo sabemos por la novelas de Gabriel García Márquez, es un mundo continuo, sin fronteras entre la paz y la guerra. Con Uribe, tenemos una definición aun más precisa: no hay fronteras entre la paz y la guerra sucia. Quitar a María Consuelo Araújo es un gesto simbólico que no resuelve el escándalo. Como lo dice el New York Times citando a un senador encargado de vigilar el uso que se hace en Colombia de la enorme ayuda militar de Washington: quedan preguntas.
Lo peor de todo, me parece, fue la decisión de nombrar a Fernando Araújo Perdomo como nuevo canciller. Su historia es valiente y patética. Secuestrado seis años por la guerrilla de las Farc. Escapa por sí solo hace unos meses. Descubre que su esposa ya se fue a vivir con otro hombre. Tiene la cara de zorro en fuga. Es un hombre ileso por milagro. Uribe, toma la decisión de nombrarle para dar un golpe mediático. Lo presenta como un héroe "quien ha sufrido en su propio ser la tragedia nacional, en cuya superación estamos empeñados". Creo que es todo lo contrario. Con todo respeto para cualquier víctima, creo que se acredita así que Colombia, un país que no hace diferencia ninguna entre crimen y política, prisioneros de la guerrilla y seres libres. Sale un ministro, entra un rehén, y no hay diferencia tal como un senador que se dedica a asuntos de secuestros. No hay frontera entre la política y el hampa en un país que ha perdido la legitimidad de su poder político.