Javier Rioyo
La excusa de la escapada a París naturalmente no era una misa, era encontrarme con uno de los más viejos y queridos amigos, Tintín. Para muchos que crecimos con sus historias, que por sus lecturas recorrimos el mundo y nos dimos cuenta que el siglo XX estaba lleno trampas, espías, aventuras, guerras, engaños y otras derrotas. También por él supimos que la amistad merecía la pena, que había gente como Haddock, compañeros como Milú, sabios como Tornasol, bibliotecas y casas como la que está tras los muros de Moulinsart. El mundo era divertido, peligroso y ancho. Faltaban cosas, faltaban sobre todo mujeres, chicas, sexo, novias- porque la Castafiore era otra cosa, otro género- pero el resto estaba bastante bien. Y el futuro, si se arreglaba eso de la compañía amorosa, se presentaba bastante bien. Muchas historias vividas y una buena biblioteca para el reposo del reportero. No era un mal modelo. De mayores queríamos ser Tintín. No ha sido así, hemos sido otra cosa. Pero algo, quizá bastante, de lo que somos se lo debemos a Tintín.
Hergé, su creador, hubiera cumplido cien años. Se acaba de terminar una exposición recordando la creación de su principal criatura en el Centre Pompidou. La exposición bastante pobre, no se preocupen los que no la hayan visto, es mejor el catálogo que la exposición. Aún así, miles, decenas de miles, de ciudadanos de todas edades, todas culturas y toda condición, esperaban largas colas para ver crecer a ese niño-hombre que fue Tintín. Que sigue siendo. Han pasado muchas generaciones y todavía sigue divirtiendo o inquietando a los niños de la generación de la “red”.
Tintín, aunque una vez se empeñaron en discutir en la Asamblea francesa en tres sesiones si era de derechas o de izquierdas, es de todos los que hemos creído que el mundo tenía esas posibilidades de ser vivido como si se tratara de una aventura con final feliz. Tintín es la parte mejor de nuestra inocencia, de nuestros deseos de ser otros, de estar mejor diseñados. Sin duda, muy mejorables, pero no estuvo mal para empezar. Tintín fue un buen modelo de adolescentes.
Una vez le dijo Charles de Gaulle a André Malraux: “Tintín es el único que puede hacerme la competencia”. Ahora espero, deseo, que Tintín sepa estar en su sitio. Que no se fíe de los políticos como Sarkozy. Ni de sus amigos en otros idiomas, en otros montes, otros valles.